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Sin compu :(

Esta vez no creo poder recuperala… Cierta persona que no soy yo le tiró un Nestea encima (sin comentarios).
Iré leyendo correos desde la que me prestan de vez en cuando, pero no tendré Boinc.
Sorry

Guilén de Lampart y el Zorro

Todo empezó a partir de la pregunta de que hacía la escultura de un irlandés en el mausoleo de la Columna de Independencia.
El relato no tiene desperdicio

[url=http://nautrus.blogspot.com/2009/04/guillen-de-lampart.html]http://nautrus.blogspot.com/2009/04/guillen-de-lampart.html[/url]

William Lamport nació en Wexford, un neblinoso puerto irlandés situado al sur de la isla, en el año 1615 según la versión histórica más aceptada, porque su hermano, por razones que nunca han quedado del todo claras, sostenía que 1611 era el verdadero año de nacimiento del intrépido William. Era hijo de Richard y Anastasia, y nieto de Patrick, un famoso viejo inglés, católico y acaudalado, que había invertido parte de su fortuna en comprarse un castillo con vistas a la bahía de Rosslare, al sur de Wexford. El viejo Patrick era un fanático de la escaramuza y se alistaba en cualquier manifestación donde hubiera que batirse cuerpo a cuerpo; en su biografía consta, por ejemplo, su participación en la batalla de Kinsale, aquel episodio histórico donde el Ejército irlandés se batió contra 3.300 soldados españoles que desembarcaron en la isla bajo las órdenes de don Juan del Águila.

Desde niño, William Lamport se sintió contagiado por el espíritu justiciero de su abuelo, oía durante horas un monólogo donde el viejo Patrick, mientras paseaba por sus jardines y decapitaba de cuando en cuando una rosa con la punta de su bastón, desmontaba sus ideas sobre la justicia o contaba detalles de sus escaramuzas, como aquéllos (por cierto, nunca comprobados) de que don Juan del Águila cargaba en la grupa de su caballo con una jaula donde iba un ave como la de su apellido, o la de que los soldados españoles, antes del combate, sacaban brillo con dientes de ajo a sus espadas. El viejo Patrick ignoraba, o quizá no y lo hacía a mansalva, que aquellas historias que contaba mientras iba descabezando las rosas que con tanto esmero cuidaba su mujer, más las metamorfosis que experimentaría su nieto en dos libros del futuro, terminarían transformando a William en un superhéroe latino cuyo nombre de guerra sería El Zorro.

Pero vayamos por orden; William Lamport, para equilibrar la educación rijosa que le impartía su abuelo, estudió con los agustinos y los franciscanos en Wexford, y después, como todos los hijos de la burguesía irlandesa de entonces, viajó a Dublín para inscribirse en el colegio de los jesuitas. En 1628, su padre, Richard, alarmado porque los días de su hijo en la capital oscilaban entre la indolencia y el diseño mental, y ocioso, de proyectos inviables y enloquecidos, lo matriculó en una escuela en Londres con la idea de que un cambio de aires, y de nieblas, le hiciera, a sus trece años cumplidos, sentar cabeza.

Pero en cuanto William cruzó el mar de Irlanda, o más bien cuando iba cruzándolo, se interesó por la historia que contaba un marinero de sable y pañoleta en la cabeza, una historia verídica sobre las injusticias que sufría la gente común bajo el gobierno de Oliver Cromwell. Al oír aquello, William, que no perdía detalle ni del relato ni de las montañas de Snowdonia que se veían en el horizonte, sintió cómo se le disparaban la conciencia social y el gusto por la escaramuza que le había implantado su abuelo en sus paseos por los jardines de Rosslare, y nada más tocar tierra inglesa en el puerto de Portsmouth, aceptó la invitación que le hizo el marinero para que se enrolara en la tripulación de otro barco donde todos llevaban también sable y pañoleta, y parche en el ojo los más clásicos. Así que durante varios meses, William Lamport participó en toda clase de asaltos y abordajes y, copiando las maneras de aquella tribu de piratas, se fue convirtiendo en un maestro del sable y en un espadachín experto, hasta que una tarde, conmovido por lo que él conocía como Tower of Bregon, que era la Torre de Hércules, pensó que ya había tenido suficiente de esa aventura canalla y regaló pañoleta y sable, y bajó por la escala del barco al puerto de A Coruña.

Ahí dejó temporalmente la vida que le habían contado en los jardines de Rosslare y retomó la que deseaba para él su padre, inscribiéndose en el colegio de San Patricio, que además de ser el nombre del santo patrón de Irlanda, era el de su abuelo, y ya metido en el tema de los nombres decidió modificar el suyo, reorientarlo hacia uno que tuviera más que ver con el paisaje gallego, y así fue como después de algunas vueltas William Lamport se transformó en Guillén Lombardo, y a partir de la españolización de su nombre, que fue también en rigor la del hombre, fue combinando sus estudios en San Patricio con la espada y la escaramuza en diversos campos de batalla: primero se enroló en uno de los regimientos irlandeses que peleaban bajo las órdenes de la corona, y más tarde, ya con el colegio abandonado, ingresó como capitán en la Armada española y al poco protagonizó batallas heroicas en Nördlingen, en 1634, y en Fuenterrabía, en 1638. Para ese año, Guillén ya había escalado niveles en el organigrama monárquico y se había convertido en consejero y espadachín del duque de Olivares, el ministro principal de Felipe IV. Todos los logros militares de William o Guillén están escrupulosamente registrados en los anales de The Honourable Society of the Irish Brigade, una sociedad dedicada al estudio de los regimientos o soldados irlandeses que han prestado servicios fuera de su país.

Las características físicas de Guillén Lombardo, que no son asunto menor si pensamos que casi trescientos años después iba a metamorfosearse en El Zorro, han llegado hasta nuestros días en un retrato que le hizo el pintor Rubens que pertenece a la colección del Timken Museum of Art de San Diego, California; ahí aparece Guillén Lombardo bajo el título de Retrato de un joven capitán, y lo que vemos en ese lienzo es un irlandés de pelo rizado y rojo, con facciones y cutis de niño, ojos claros y, al parecer, bajo de estatura, es decir, la antítesis del héroe latino, moreno y viril en que, luego de meterle mucha mano, iba a convertirse.

En 1643, el duque de Olivares cayó en desgracia y Guillén Lombardo fue enviado a México con la misión de averiguar si el ex virrey apoyaba secretamente una rebelión en Portugal. Guillén, además de su fama de consejero lúcido y espadachín invencible, había cosechado un sólido prestigio de mujeriego y, de manera paralela, se había casado con Ana Cano y con ella había tenido a Levia Lombardo. Sus mujeres, las suyas y las que le habían dado tanto prestigio, se quedaron en España mientras él, una vez cruzado el mar, daba vuelo a sus venas de espadachín y conquistador pasando sin recato alguno, y sin mucha precaución, por las habitaciones de buena parte de las mujeres de la alta sociedad del México colonial, entre ellas la de Antonia Turcios, una rica y codiciada heredera, y la de la mujer del marqués de Cadereyta, el ex virrey cornudo que por esa causa terminaría complicándole a Guillén la vida.

Unos meses después de su bulliciosa llegada a México, Lombardo fue arrestado, fugazmente juzgado y de inmediato encarcelado por las fuerzas de la Inquisición; se le acusaba de brujería; de conspirar, junto con una banda de indios y esclavos negros, contra el Gobierno, y de haber orillado a la ex virreina al adulterio. Esa primera estancia en la cárcel duró siete años y le sirvió para proyectar, aupado por su banda de indios y negros, un movimiento independentista, y también para aprender astrología y perfeccionar su brujería. Una joya, aquel irlandés de Wexford.

El 26 de diciembre de 1650, valiéndose de la baraja, la pócima y la espada, escapó de prisión y durante los siguientes días, antes de que la Santa Inquisición volviera a aprehenderlo, organizó a las fuerzas autóctonas para hacer la guerra de independencia; Guillén, igual que su abuelo Patrick en Irlanda, no toleraba que un imperio pisoteara de esa forma a un pueblo.

Durante sus siguientes nueve años de encierro escribió varios libelos contra la Inquisición y cerca de mil salmos en latín que a día de hoy aún siguen inéditos. El 19 de noviembre de 1659, Guillén Lombardo, que había sido William Lamport, fue condenado a muerte en la hoguera. Amarrado de pies y manos al palo y con las lenguas de fuego alcanzándole los pies, se las arregló para estrangularse antes de que tuviera lugar la indignidad de morir quemado. La fama de Lombardo se expandió por todo el mundo colonial y sirvió de inspiración para varias revueltas, algunas íntimas y patrióticas, como aquélla de fray Diego de la Cruz, un franciscano irlandés que oficiaba misas en Managua, que fue llevado a la cárcel en el momento en que elevaba desde el púlpito una oración por el alma de Guillén.

Casi doscientos años más tarde, en 1872, el escritor mexicano Vicente Riva Palacio, inspirado por el estilo mosquetero de Dumas y rigurosamente documentado en las actas del archivo del Santo Oficio, escribió una novela basada en la vida de Guillén Lombardo que tituló Memorias de un impostor. Don Guillén de Lampart, rey de México. Riva Palacio, que era un entendido de las cifras cabalísticas, hace que su personaje, un Guillén Lombardo con el flanco esotérico reforzado, se defienda de los embates de la Inquisición fundamentando sus contraataques en el “principio de la vida”, en “la chispa divina” o “resplandor” que representa la palabra hebrea ziza, cuyo símbolo es la letra Z. “El amor a la ciencia nos reunió”, dice Lombardo, Lampart en la novela de Riva Palacio, “pero la ciencia es la luz, y la luz es libertad”.

Años después, en 1919, Johnston McCulley, un periodista neoyorquino (de origen, por cierto, irlandés), escribió The curse of Capistrano, una pulp novel basada en la historia de Riva Palacio, y tuvo a bien aderezarla, o aligerarla, con dos novedades: el “Guillén de Lampart” que venía de “William Lamport” pasó a ser, vayan ustedes a saber cómo, “Diego de la Vega”, y la Z de ziza se convirtió en la inicial de su nombre de guerra: Zorro.

Un año más tarde, Douglas Fairbanks escribió un guión basado en el libro de McCulley, donde Guillén se parecía más a Robin Hood que a William Lampart; después de acabarlo, el propio Fairbanks levantó la producción de la película y se asignó a sí mismo el papel protagónico de The mark of Zorro, la primera pieza de una secuela interminable que sigue reciclándose en la pantalla.

De esta manera, William Lamport, aquel héroe irlandés que nació en el puerto de Wexford en el año 1615 fue objeto de la más paradójica de las celebridades: la de ser mundialmente famoso con otra patria, otro nombre, otra cara y otra historia.

REPORTAJE
Los orígenes de El Zorro
ELPAIS.com

Mushishi

Hay un live action, pero me refiero al anime. (Favor de mover tema si encaja menor en otro subforo).

Mushishi es un serie de manga y anime, escrito y dibujado por Yuki Urushibara. Las diferentes historias que presenta giran entorno a la existencia de unas formas de vida primarias, parecidas a microorganismos, que reciben el nombre de mushi y conforman un reino a parte de los conocidos (vegetal, animal, fungi,…) entre los que se desarrollan a través de diversos métodos de adaptación al ambiente, incluyendo relaciones simbióticas y parasitarias. Estos mushi a penas se distinguen de la esencia de la vida misma, por lo que sólo algunas personas pueden percibirlos e interactuar con ellos de un modo consciente, mientras que otras, afectadas por su presencia, no llegan a entender cual es la causa de los fenómenos o enfermedades que experimentan por su causa.

El mushishi, por su parte, es un individuo que, además de poder percibir la presencia de mushis, tiene el conocimiento necesario para tratarlos y remediar algunos de los efectos negativos derivados de su contacto con los humanos. Usualmente viajan con frecuencia para ampliar sus conocimientos o acudir a la llamada de aquellos que solicitan su servicio. El mushishi principal de la serie, y elemento en común de las distintas historias que se narran, es uno de estos viajeros, llamado Ginko. Pero más que un héroe, Ginko es un guía que nos acompaña y abre las puertas a las diferentes situaciones y personajes que encuentra su viaje, para que podamos conocerlos a través de sus ojos.

Encontré la serie por casualidad, y empecé a verla por la belleza de los paisajes de los ambientes recreados ( a pesar de la peculiaridad de Ginko, la serie se desarrolla en un entorno feudal), y lo original del planteamiento. Pero a medida que avanzan los capítulos, las historias presentadas invitan constantemente a la reflexión acerca de las personas y las comunidades humanas, sus esperanzas, miedos, preocupaciones, sus modos de vivir y adaptarse… Y cómo esto interactua con el resto del mundo vivo, o del la realidad misma, aún en aquellos niveles de realidad que normalmente no se perciben desde la experiencia humana.

A lo largo de las diferentes narraciones se muestra cómo todo tiene un precio, y cómo no hay nada que podamos hacer por ayudar a otros si otros no lo desean. No existe en la obra un discurso que trace una línea divisoria entre el bien y el mal, sino que, por el contrario nos remite a la vida misma, a situaciones en las que la convivencia es posible, y aquellas en las que no. El mushishi debe estar de parte de los humanos, lo que no significa que no respete el resto de formas de vida, o que no comprenda lo profundos errores que la humanidad comete, no sólo contra el resto de seres vivos, sino con los de su propia especie.
Del mismo modo, se muestra la atracción de los humanos hacia las “cosas brillantes” o misteriosas, proyectando sus propias interpretaciones sin conocer la realidad de aquello a lo que va al encuentro, acercándose por ingenuidad o codicia, sin considerar siquiera el riesgo que esto pueda suponer para otros o para sí mismos. En consecuencia, se plantea también la oposición entre ese misterio adorado o temido, y el conocimiento desmitificador que, sin embargo, no implica una falta de respeto hacia las fuerzas con las que trata.

Puede encontrarse completa (26 capítulos) en versión original subtitulada en español en Youtube , gracias al trabajo de Akiranime09 .

Valoración:10/10

Gerardo Olivares rueda la vida real del niño lobo de Sierra Morena

Fuente: [url=http://www.elperiodico.com/default.asp?idpublicacio_PK=46&idioma=CAS&idnoticia_PK=712266&idseccio_PK=1013]http://www.elperiodico.com/default.asp?idp…dseccio_PK=1013[/url]

OLGA PEREDA
PARQUE DE CARDEÑA Y MONTORO

Marcos Rodríguez Pantoja nació en Añora (Córdoba) en 1946. Conoció el infierno tres años después cuando su madre murió y su padre se volvió a casar con una mujer, que lo maltrató hasta el infinito. Cuando tenía 7 años, su padre lo vendió a un cabrero que vivía en el monte. Un buen día, el cabrero desapareció y Marcos se quedó solo. O no, porque encontró una nueva familia: los lobos, con los que estuvo viviendo doce años en plena Sierra Morena. Comía lo mismo que los animales, cazaba como ellos, vestía con pieles y aullaba. Era salvaje y libre. Y así hasta 1965, año en el que la Guardia Civil lo cazó. Literalmente. Tenía 19 años y le quedaba un suplicio por delante: reinsertarse entre los seres humanos.
El director Gerardo Olivares (14 kilómetros, La gran final) llevará al cine la vida de Marcos, que actualmente vive en un pueblo gallego y ha dado su pleno consentimiento al rodaje. «Yo ya soy persona. Antes era animal. Pero los animales son mejores que las personas», asegura Marcos, un niño metido en un cuerpo de hombre de 64 años.
La película se llama Entrelobos y se está rodando en el corazón del parque natural de Cardeña y Montoro (Córdoba). El plató está instalado en un maravilloso enclave al que solo se puede acceder en vehículo todoterreno. Ahí están, ahora encerrados detrás de una amplia valla, cuatro lobos ibéricos criados en cautividad pero no amaestrados.
El director advierte de que Entrelobos no es un documental sobre la vida de Marcos. «Es una película de ficción con la que intentamos devolverle la dignidad», sostiene. La cinta, en la que el Marcos real tendrá un pequeño papel, no abarca la reinserción en la sociedad del niño lobo, algo que Truffaut ya contó en El pequeño salvaje (1970). Olivares ha optado por centrarse en los años en los que el chaval vivió en plena naturaleza. «Lo que me interesa es contar cómo Marcos sobrevivió gracias a los lobos, cómo los animales se convirtieron en su familia», apostilla.
Al analizar la vida de Marcos, la primera pregunta es obvia. ¿Cómo nadie le vio en 12 años? La respuesta, a cargo del cineasta cordobés, es inquietante. «Él huía cuando veía a una persona. No quería ningún trato humano porque pensaba que le devolverían con su madrastra, que le daba unas palizas brutales».

APRENDIENDO A AULLAR / Juanjo Ballesta, que conquistó un Goya por su papel de niño maltratado de El Bola (2000), da vida a Marcos. El actor madrileño aprendió euskera para rodar La casa de mi padre (Gorka Merchán, 2009) y para Bruc (filme que todavía no se ha estrenado y en el que da vida al timbaler del Bruc) hizo lo propio con el catalán. Para Entrelobos ha aprendido a aullar. Y lo demuestra: «Se hace así, de flojo a fuerte. ¡Auuuuuuu!». «Admiro a Marcos. Es un hombre sin maldad», añade el joven intérprete.
Toda película debe tener un malo malísimo. En Entrelobos, el título lo ostenta Carlos Bardem, que interpreta al capataz del señorito del pueblo y la persona encargada dar caza a Marcos. Su personaje tiene entre ceja y ceja a un maquis (Álex Brendemühl) que será una de las pocas personas que tengan contacto con el niño lobo. «Entrelobos es una maravillosa película que mezcla las aventuras con el wéstern. Está llena de belleza, alegría y miedo», explica Bardem mientras se limpia las manos de tinta roja (acaba de rodar la escena de una cacería de lobos).
Sancho Gracia (el cabrero), Luisa Martín (la maltratadora madrastra) y Dafne Fernández (la joven Pizquilla) completan, entre otros, el reparto de la película, que se estrenará en noviembre y que ha costado 4,5 millones de euros, un auténtico dineral para Wanda Visión, una productora y distribuidora acostumbrada a pequeñas producciones. «Tengo un nudo en el estómago. Un presupuesto así supone mucha responsabilidad», reconoce Olivares. Mientras, el productor, José María Morales, le acaricia la espalda y le dice que no hay nada que temer, que la película es un peliculón.
Ahora, lo que hay que hacer es comer el arroz campero que han preparado unos vecinos del pueblo para los actores y el resto del equipo. Después, a seguir rodando. H

La historia de “Turco”

Fuente: [url=http://xlsemanal.finanzas.com/web/articulo.php?id=52638&id_edicion=4927]http://xlsemanal.finanzas.com/web/articulo…id_edicion=4927[/url]

Carlos Manuel Sánchez

Abandonado por su dueño en Tarifa, este labrador estaba al borde de la muerte cuando fue recogido por unos militares. En unos meses pasó de ser un vagabundo a convertirse en el orgullo de un cuerpo de bomberos. Acaba de regresar de Haití, graduado tras salvar 18 vidas.

`Turco´ es un perro andaluz y su historia comienza, como la película de Dalí y Buñuel, con una navaja bien afilada. En su caso, el tajo fue en el cuello. Sus dueños le extrajeron así el microchip, una práctica muy habitual entre los propietarios de los 150.000 perros que se abandonan en España cada año, tantos como víctimas humanas en el terremoto de Haití. Sin chip, no hay denuncia. El animal pierde su identidad y, casi siempre, perderá la vida. `Turco´, un labrador jovencito, quizá un regalo de Reyes, vagabundeó no se sabe cuánto tiempo por las afueras de Tarifa, en pleno verano de 2008, y acabó en un campo de maniobras. Lo recogieron unos militares que hacían ejercicios de tiro, muerto de sed, hecho un saco de huesos, lleno de pulgas y parásitos. Y con un pedruscazo en el hocico que todavía supuraba, cortesía de otro `amante´ de los animales. Turco estaba tan traumatizado que olvidó cómo se ladraba, como un niño que enmudece por los malos tratos. Un año después de su odisea, el perro seguía sin poder articular un guau.

Así fue como Turco se cruzó en la vida de Cristina Plaza Jorge, una soldado profesional de 22 años, vallisoletana, destinada en Ceuta. «Me llamaron los compañeros que lo habían rescatado. Sabían que me estaba costando adaptarme, que me sentía sola y le había dicho a todo el mundo que quería un perro. Me mandaron una foto por el móvil. Parecía pequeñito, aunque resultó ser un grandullón. Y estaba flaquísimo. Me enamoré. Crucé el Estrecho en el ferry, me fui a ver al veterinario de Algeciras donde lo habían dejado y me lo llevé a casa.»

`Turco´ se recuperó de sus heridas gracias a los mimos de Cristina. Y recobró la alegría, pues la nobleza nunca la perdió. «Es el perro más juguetón del mundo. Incansable. Lo que más le gusta es correr por la playa. Le puedes tirar un palito cien veces, que cien veces irá a por él y te lo traerá.» Vivieron juntos ocho meses felices. Ganó peso, aunque seguía sin ladrar. Una mañana cayó una tromba de agua: 160 litros por metro cuadrado. Y la casa de alquiler de Cristina, una planta baja, se inundó de tal modo que era inhabitable. «Rezumaba tanta humedad que tuve que volver al cuartel. Como allí no podía tenerlo, lo llevé a casa de mi madre en Castronuevo de Esgueva, un pueblo de Valladolid.» Allí, Turco conoció la nieve. Pero el destino le tenía reservada una nueva sorpresa. El perro rescatado de la muerte por unos soldados de buen corazón iba a tener ocasión de demostrar su generosidad y devolver el favor. Con creces.

El sobrino de una vecina, bombero del grupo de especialistas en rescates de la Junta de Castilla y León, lo vio corretear por el pueblo e intuyó enseguida que aquel chucho alegre, vivísimo, que lo olfateaba todo con la curiosidad de un detective, sin despistarse jamás, tenía madera de héroe. Pidió permiso a Cristina para hacerle una prueba. «Ya tenían a `Dopy´, un golden retriever, pero siempre andan buscando nuevos perros. No es nada fácil encontrar candidatos que superen las pruebas. Yo les dije que de acuerdo. Me costó lo mío, porque lo quiero muchísimo, pero me convenció mi madre.» Su argumento era incontestable y resultaría profético: «Imagínate, Cristina, que algún día `Turco´ salva una vida».

Cristina les puso a los bomberos tres condiciones antes de donarles a `Turco´: que no le cambiasen el nombre, que le dejasen verlo cada vez que fuera a Valladolid y que, si el perro no superaba las pruebas, se lo devolviesen. Y los avisó, además, del gran inconveniente: no ladraba. ¿Cómo se las arreglaría para alertarlos si encontraba un superviviente entre los escombros? A los quince días la llamaron por teléfono. «Tu perro ya ladra y está hecho una máquina. Cuando salimos a correr, se viene con nosotros. Y luego se va a correr con el siguiente turno. Nunca tiene bastante.» Comenzó entonces el durísimo entrenamiento de un rescatador canino en edificios y estructuras colapsadas.

Eugenio, su adiestrador del parque de bomberos de Tordesillas, enseñó a `Turco´ el oficio. Moverse en las mil trampas de un derrumbamiento, adentrarse en la oscuridad por huecos inverosímiles, pues no basta con detectar un olor y ponerse a ladrar, un buen perro de rescate intentará seguir profundizando y encontrar un camino hasta llegar lo más cerca posible de la víctima sepultada. No son perros a los que se entregue la prenda de una persona y les sigan la pista. Distinguen el olor genérico de los humanos y son capaces de diferenciar si se trata de una persona viva o muerta. Y de discriminar entre los olores de las personas enterradas y los de las que están en superficie. Es una gran responsabilidad, porque cuando los perros terminan su trabajo y la zona se declara limpia, empieza el de las máquinas de desescombro. Deben compenetrarse con su binomio humano hasta formar un equipo eficaz. Su premio: una caricia, una golosina, un palito que mordisquear.

Completado su entrenamiento, llegó la prueba de fuego. `Turco´ y `Dopy´ volaron a Haití con un equipo de siete bomberos de los parques de Valladolid, Tordesillas y Palencia, con Francisco Rivas como jefe de expedición. Y demostraron lo que valen. Fueron nueve días de trabajo tan intensos como atroces, trabajando 16 horas diarias en condiciones inimaginables, entre réplicas del terremoto y actos de pillaje o de mera supervivencia. Participaron en 18 rescates. Cuando hay 150.000 muertos sobre el terreno, hablar de 18 finales felices es como aferrarse a un clavo ardiendo. Hasta los perros se deprimen ante la enormidad de la tragedia. Pero cada vida humana cuenta. Por eso mismo, Francisco Rivas no podrá olvidar nunca a la adolescente que tuvieron que dejar en un edificio cuando apenas faltaba media hora para desenterrarla porque los escoltas de la ONU, temerosos de verse envueltos en un tiroteo cercano, les ordenaron abandonar el salvamento y salir de allí por piernas.

Pero tampoco nadie podrá olvidar el rescate del niño Redjeson Hausteen Claude, de dos años. Un milagro que dio la vuelta al mundo. El pequeño estaba entre los escombros de la vivienda familiar, abrazado a su abuelo muerto. Cuando el bombero Óscar Vega lo sacó en brazos, la familia lo rodeó y empezó a bailar alrededor, entre gritos de alegría. «Cuando lo vi por televisión, me puse a llorar y no podía parar. ¡Ése es mi `Turco´! Es lo más grande que me ha pasado en la vida», recuerda Cristina. Turco ya está de vuelta en España, mordisqueando palitos, su gran afición, jugando con `Dopy´, su compañero de fatigas. Y entrenándose diariamente para seguir salvando vidas como si tal cosa.

Buffy vs Edward: Twilight Remixed

Lo que pasa cuando un vampiro intenta seducir a la persona equivocada…
No es que me gustara mucho Buffy, pero el montaje está genial (y trae subtítulos).

[url=http://www.youtube.com/watch?v=RZwM3GvaTRM]http://www.youtube.com/watch?v=RZwM3GvaTRM[/url]

Domesticació de zorros y cambios físicos

[url=http://ciencia-explicada.blogspot.com/2010/01/como-evolucionar-zorros-en-perros-en-30.html]http://ciencia-explicada.blogspot.com/2010…rros-en-30.html[/url]

Conscientemente o no, el Hombre consiguió ir amansando a los lobos salvajes a lo largo de generaciones, de forma que hace unos 10.000 años ya se había creado una nueva especie: lobos domesticados, o perros.

Para dar una idea de lo fácil y rápido que puede darse esta conversión de una especia en otra distinta, tanto físicamente como en comportamiento, hoy vamos a ver la increíble historia de Dmitri Beliáyev.

Aunque el zorro nunca se ha domesticado (edit: de hecho el pueblo Yagán llegó a domesticar zorros, creando el perro yagán) , a este científico ruso y a su equipo se le ocurrió que quizás fuera posible hacerlo en pocas generaciones manteniendo un linaje de zorros en una granja bajo estricta selección reproductiva. Así que se pusieron manos a la obra, y los resultados fueron espectaculares.

Todo comenzó en el Instituto de Citología y Genética de Novosibirsk, en 1959. Comenzaron con 130 zorros, seleccionados de entre los salvajes por ser los que menos evitaban el contacto con personas.
En cada generación de animales, se les hacía pruebas objetivas de comportamiento siguiendo un riguroso protocolo (como las del primer vídeo de abajo):

* El cuidador se acerca a la jaula.
* 1 minuto cerca de la jaula cerrada.
* 1 minuto con la puerta abierta, sin tocar al animal.
* 1 minuto intentando tocar al animal.
* 1 minuto con la puerta cerrada de nuevo.

Esto se grababa en vídeo y una misma persona evaluaba, de entre todos, los más dóciles. A esos es a los que más se les dejaba reproducirse.

El vídeo muestra un ejemplo de zorros normales (aunque no parezcan muy agresivos, ¡esperad a ver el resultado final para comparar!).

Zorros de comportamiento \”normal\” / \”agresivo\”:

[url=http://www.youtube.com/watch?v=9fC7l6gW05k&feature=player_embedded]http://www.youtube.com/watch?v=9fC7l6gW05k…player_embedded[/url]

Al cabo de 10 generaciones, el 18% de los zorros mostraban conductas extremadamente dóciles. Lo más sorprendente del asunto es que no sólo se asimilaban cada vez más a los perros en conducta, sino también físicamente. Un vídeo vale más que mil palabras:

Zorros \”mansos\” / evolucionando hacia \”perros\”:

[url=http://www.youtube.com/watch?v=mzTcmE-pMLU&feature=player_embedded]http://www.youtube.com/watch?v=mzTcmE-pMLU…player_embedded[/url]

En la actualidad el experimento sigue adelante con vistas a estudiar más a fondo los vínculos entre el comportamiento y el ADN mediante comparación directa de los genes de los dos grupos de zorros. Durante los años 70 ya consiguieron demostrar (mediante trasplantes de embriones, etc…) que los cambios en la conducta eran puramente genéticos, heredados, por si quedaba alguna duda.

[url=http://es.wikipedia.org/wiki/Dmitri_Beli%C3%A1yev]http://es.wikipedia.org/wiki/Dmitri_Beli%C3%A1yev[/url]

Dmitri Beliáyev

Dmitri Konstantínovich Beliáyev ??????? ?????????????? ?????? (1917-1985), científico ruso. Director del Instituto de Citología y Genética (IC&G) de la Academia rusa de las Ciencias entre 1959 y 1985, hizo importantes contribuciones a la restauración y el avance de la investigación genética en la URSS.

En la década de 1950, Dmitri Beliáyev comenzó junto a su equipo un trabajo que consistió en la cría del zorro de plata (Vulpes vulpes). Tras diez generaciones, a través de las cuales iba liberando los zorros que mostrasen un mayor miedo hacia los humanos, se pudo observar que los zorros habían cambiado perceptiblemente su comportamiento y aspecto. Algunos avanzaban ya hasta el punto de mover la cola y lamer las manos para demostrar su afecto hacia los hombres. Fisiológicamente, los zorros mostraban manchas en la piel, un oído relativamente más débil, y un encrespamiento de sus colas.

Este estudio permite explicar la aparición de los mismos fenómenos en perros. Los niveles de adrenalina en los zorros domesticados eran más bajos de lo normal, por lo que Beliáyev argumentó, que la adrenalina podría compartir un mismo camino bioquímico con la melanina, sustancia responsable de la pigmentación del pelaje.

En 1982, Nikolái Dubinin y Beliáyev estudiaron la base genética de la individualidad humana en diferentes poblaciones. En 1983, ambos trabajaron junto a Trúbnikov en el estudio de la variabilidad y herencia de parámetros neuro y psicodinámicos.

‘Mira’, detector de venenos

[url=http://www.elcomerciodigital.com/20100104/asturias/mira-perro-antidoto-20100104.html]http://www.elcomerciodigital.com/20100104/…o-20100104.html[/url]

‘Mira’ es un pastor belga de elite, de los pocos que hay en España capaces de batir un monte y descubrir en qué punto exacto, bajo qué arbusto o dentro de qué charca alguien ha soltado un veneno. Un guarda tardaría meses en conseguir «lo que este animal hace en pocas horas», asevera Roberto Hartasánchez, presidente del Fondo para la Protección de los Animales Salvajes (Fapas).
Como en el caso de los perros antidroga o los que ayudan a Protección Civil a rescatar personas bajo los escombros, aquí el can entiende el asunto como un juego que lleva haciendo desde pequeño para ganarse el mordedor con el que satisfacer sus ansias de dentellear. Para la Junta de Andalucía, la única comunidad que hasta ahora contaba con patrullas caninas, es la herramienta más eficaz para erradicar los venenos que amenazan la fauna salvaje. Sólo en 83 inspecciones, el equipo canino andaluz logró descubrir 337 cebos emponzoñados.
«En Asturias existe un problema de venenos en Picos de Europa, donde se emplean para alejar a los lobos del ganado», reconoce Hartasánchez. Esa es precisamente una de las amenazas que penden sobre el proyecto para reintroducir el quebrantahuesos en la región y que empezará a mediados de este año con la suelta de cuatro ejemplares traídos de Pirineos. La especie lleva medio siglo sin anidar en la región y son frecuentes los casos de pollos muertos por culpa de los venenos. Evitarlo es una de las metas de la unidad canina del Fapas, que ha logrado para ello una subvención del Ministerio de Medio Ambiente.
De momento, ‘Mira’ y su adiestrador, Joaquín Morante, han empezado la limpieza por la vertiente leonesa de la cordillera, pero en breve pasarán a la asturiana. Serán los primeros pasos de una patrulla que nace con vocación de futuro. Además de venenos, los perros localizarán animales muertos y «queremos reactivar un proyecto, utilizando las instalaciones de Cangas de Onís, para adiestrar mastines que ayuden a los ganaderos a espantar el lobo y que no recurran así a los venenos», explica David Nieto, adiestrador vinculado a Fapas.

Judy, prisioera de guerra y heroína nacional

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El soldado británico Frank Williams tenía apenas 20 años cuando estalló la Segunda Guerra Mundial y se unió a la Real Fuerza Aérea en calidad de piloto. Fue enviado a Singapur donde poco después fue tomado prisionero por los japoneses y pasó 3 años y medio detenido en las selvas de Malasia. Este campo de prisioneros se encontraba en un terreno inhóspito, en medio de anegados arrozales, donde para sobrevivir él y sus compañeros tenían que cazar serpientes para comer ya que el trato y la alimentación eran deplorables. Además fueron forzados a trabajar construyendo los rieles de un ferrocarril en medio de la selva y bajo condiciones hostiles.

La mayoría de prisioneros murió debido a enfermedades tropicales, picaduras de víboras y a la pésima alimentación a la que fueron sometidos por sus captores. Entre esos pocos sobrevivientes se encontraba Frank Williams. Al poco tiempo fueron trasladados a otro campo de prisioneros en Sumatra. En este nuevo lugar, el soldado Williams se percató de que todas las noches llegaba sigilosamente un perro flaco y hambriento a robar comida. Frank le compartió de su ración que apenas consistía en un puñado de arroz hervido, y fue cuando se dio cuenta que “era una perra” de raza pointer, a la cual puso el nombre de “Judy”.

Ya luego se enteraría de que Judy también era una sobreviviente, pues había sido mascota de un barco de guerra inglés que fue hundido por los japoneses, y que estuvo entre los afortunados que lograron salvarse, pero que a todos los soldados los habían hecho prisioneros y la pobre perra había quedado desamparada y sola.
El soldado Frank la adoptó como suya aún contrariando las órdenes de sus captores, quienes no veían con buenos ojos a la perra, ya que era evidente que ésta sentía aversión hacia los japoneses y no dejaba de ladrarles y gruñirles cuando se acercaban demasiado a los ingleses. Frank tuvo que persuadir al comandante del campamento para que ponga a Judy en la lista de prisioneros, lo que le daba cierto estatus y protección, porque temía que algún momento sea disparada por uno de los guardias que la odiaban. El mejor momento para convencerlo fue una noche en que el comandante estaba borracho, situación que Frank aprovechó para hacerle firmar los papeles. Judy era ahora una prisionera de guerra. De hecho es el único animal en la historia que ha recibido ese estatus.

Muchos de los soldados ingleses salieron con vida de la selva de Sumatra gracias a Judy, ya que la noble perra era especialista en alertarlos cuando se acercaba algún alacrán o serpiente. En cierta ocasión alertó con sus ladridos a los guardias y prisioneros sobre la presencia cercana de un tigre, y hasta se ganó una gran herida al evitar que ingrese un caimán de un pantano cercano al campo de prisioneros.
Era muy inteligente y lograba entretener a los guardias cuando se aprestaban a castigar y golpear a los soldados capturados.
En junio de 1944 los prisioneros son trasladados a un barco para que los lleve a otro campo en Singapur, y se suponía que Judy no estaba en la lista, por lo que Frank Williams la escondió en una mochila y logró dejarla en la bodega del barco junto a los sacos de arroz, donde la perra se mantuvo sin llamar la atención.

Cuando apenas emprendían el viaje, el buque fue torpedeado y Frank logró ponerla a salvo rompiendo una escotilla de 30 cm por donde la arrojó al mar. Era el segundo naufragio de Judy. Hubo testigos que vieron a la perra aferrada a un trozo de madera y agonizante.

Frank Williams que estaba entre los sobrevivientes, había perdido la esperanza de volver a verla, y escribió en sus memorias:

” …regresamos al campamento al tercer día del naufragio, y un perro flaco se me posó en los hombros. Estaba todo cubierto de combustible y sus viejos ojos cansados destellaban, era Judy.”

Desde que regresó del naufragio, Judy no volvió a ser la misma. Ya no era dócil con nadie y se había convertido en un animal astuto que sólo obedecía a su instinto de supervivencia. Se volvió cazadora y se alimentaba de yuca, gusanos, monos y serpientes. Se volvió más agresiva con los guardias por lo que fue condenada a muerte. En un último intento por salvarle la vida, Frank la liberó en la jungla porque sabía que su instinto la haría sobrevivir. Los japoneses jamás la pudieron enc :offtopic:ontrar para matarla.
Frank y Judy se encontraban a escondidas entre la maleza mediante silbidos que él hacía cuando podía alejarse un poco de los guardias. Así se mantuvieron hasta su liberación en 1945. Irónicamente, siendo ya libre, Judy tuvo que viajar hasta Liverpool escondida en la cocina del barco, debido a las leyes inglesas de cuarentena.

Tras pasar seis meses en cuarentena, Judy se convirtió en una heroína nacional y la noticia de que iba ser condecorada con “La Cruz de la Victoria”, dio la vuelta al mundo. Fue condecorada en 1946 en una ceremonia especial que le organizaron los ex prisioneros de guerra. En el collar de la condecoración puede leerse:

“Por su magnífico valor y resistencia en los campos de prisioneros japoneses, contribuyendo así a mantener la moral de sus compañeros de prisión y por salvar la vida de muchos con su inteligencia y vigilancia.”

Pero las aventuras de Judy no terminaron ahí. Poco después Frank aceptó un trabajo en el continente africano y se la llevó con él. El 10 de mayo de 1948, Judy volaba al África hacia una nueva vida con su amigo piloto.

Después de dos años en el continente africano disfrutando de su nueva libertad, un día sorpresivamente Judy desapareció. Frank la buscó de casa en casa en la aldea de Tanganika donde vivían, hasta que encontró débil y enferma en la choza de un nativo. En el campamento le fue diagnosticado un tumor maligno, por lo que la pobre Judy debió ser sacrificada para que ya no sufra más.

Sobre su tumba Frank construyó un monumento de granito donde reposa una placa de bronce con los detalles de su valiente vida. Fue el último gesto de amor y respeto que pudo ofrecerle Frank a su leal mascota.

Los ultimos dias de Vicente Cau Cau, el nino lobo chileno

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POR CLAUDIO PIZARRO

Era invierno del año 48. Algo extraño merodeaba en los potreros aledaños a Puerto Varas. Los lugareños pensaban que se trataba de una manada de pumas hambrientos que saqueaba sus gallineros y despensas. Carabineros recorrió la zona hasta encontrar, oculto en unos matorrales, al supuesto responsable de los robos. Se trataba de un niño de 10 años, cubierto de vellos y que caminaba en cuatro patas. Fue el tercer caso de niño-lobo en el mundo. En octubre pasado murió a los 74 años. Esta es su increíble y singular historia.

Camina lentamente rumbo al cementerio de Puchuncaví. Cada cierto tiempo se detiene en una tumba, respira hondo, y luego vuelve a caminar. Ya no es el mismo de antes. Vicente Caucau ahora es un hombre viejo. Acaba de cumplir 74 años, está medio sordo y cojea producto de un quiste recién extirpado. Es invierno de este año y está a punto de morir. Lo presiente.

Hace algunos días atrás se tiró al suelo y se hizo el muerto. La familia Caballería Rodríguez, con quien vive hace largos años, corrió de inmediato a socorrerlo. Caucau, luego de los falsos espasmos, se incorporó riéndose a carcajadas. Todo el mundo celebró su gracia y coronó su actuación con un enorme vaso de Coca-Cola. Mientras se empinaba la bebida masculló entredientes: “Vicente va a morir. Todos lloran a Vicente”. La frase quedó suspendida en el aire como una premonición macabra. Nadie en el hogar se atrevió a comentar nada.

Pero Vicente estaba seguro de lo que decía. Tan convencido estaba que, aquella vez que acudió al cementerio, se recostó sobre la tumba de la familia y empezó a revolcarse de un extremo a otro, midiendo cada centímetro del nicho con su cuerpo. Desde entonces no le quedó ninguna duda. En el sepulcro había suficiente espacio para contener sus huesos. Cuando llegó a la casa, todavía empolvado, le dijo a la familia que aquella sería su última morada. Y así fue. Pocos días más tarde Vicente Caucau, el niño-lobo de los bosques australes, el mismo que sobrevivió durante años en el más completo abandono, murió de un infarto al corazón. Fue el treinta de octubre pasado. La tumba ya estaba probada.

EL IMBUNCHE

El rumor decía que algo extraño merodeaba en los potreros. La gente, imbuida por quien sabe qué creencias, comentaba que se trataba de un monstruo fabuloso. Un imbunche, quizá. Más de alguno aseguró verlo arrastarse en cuatro patas y desaparecer rápidamente en la oscura noche. Los lugareños, cada mañana, notaban la ausencia de huevos y gallinas. También descubrían marcas en las ubres de las vacas producto de una desesperada succión. Pero lo más curioso era que el animal, según ellos, atacaba las despensas robando queso y azúcar. Un acto bastante inusual en pumas hambrientos.

Hastiados del despojo los vecinos acudieron al retén de Río Pescado, al noroeste de Puerto Varas, a estampar una denuncia. Fue el 10 de agosto de 1948.

El cabo José Fuentealba Solís encabezó la búsqueda. Tras varias horas internados en el bosque, aledaño al lago Llanquihue, los policías vieron agitarse entre los matorrales a un extraño ser. Los perros se encargaron de rodearlo y, tras una breve escaramuza, los funcionarios redujeron a la supuesta bestia. Para asombro de todos, se trataba de un niño de alrededor de 10 años que caminaba en cuatro patas y que tenía el cuerpo cubierto de vellos. El pequeño los miraba apegado al suelo, con los ojos emblanquecidos, mientras gruñía salvajemente. Fue tan desesperada su lucha que mordió a un carabinero y rasguñó a otro. Luego de un largo forcejeo fue sometido, amarrado y trasladado al retén. Dos días más tarde lo derivaron a la cárcel pública de Puerto Varas. En un descuido de sus celadores el niño huyó nuevamente al bosque. Horas más tarde fue encontrado por el cabo Fuentealba quien comentó que lo pilló comiendo “desaforadamente un salmón en el río Tepu”.

Hasta esa fecha existían sólo dos casos parecidos en el mundo. Uno de ellos en Francia, cuya historia fue llevada al cine por Francois Trouffaut, y otro en la India. La prensa rápidamente lo bautizó como el pequeño Tarzán chileno debido a su impresionante contextura física. Nadie podía entender cómo un niño había sobrevivido en semejantes condiciones. Se elucubraron teorías. Que fue amamantado por un puma. Que subsistió a punta de raíces, frutas y carroña, y que estuvo así durante cuatro largos años. En su breve estadía en la cárcel ninguna familia lo reclamó. Lo único que atinó a pronunciar, de manera balbuceante, fue la palabra Caucau. Luego de siete días de confinamiento fue trasladado a un hospicio en Santiago para practicarle exámenes. Su llegada a la capital marcó un particular hito en su vida: Caucau comió porotos calientes y se enfermó. Fue el primer paso de un largo tránsito entre la barbarie y la civilización.

¡ARRANCA, AMARILLO!

El hospicio donde llegó, ubicado en la comuna de Recoleta, pertenecía a una orden religiosa. De inmediato las monjas, ávidas de cristianizar al salvaje, bautizaron al niño con el nombre de Vicente Enrique de la Purísima. Acto seguido rasuraron su cuerpo eliminando todo rastro de vellosidad. El psiquiatra Armando Roa junto a su colega Gustavo Vila se hicieron cargo del caso. Luego de variados estudios concluyeron que el niño no padecía ningún trastorno de tipo oligofrénico y llegaron a la conclusión que, la extraña forma de su cráneo, abultado en el lóbulo frontal, era producto de un fórceps mal hecho al momento de nacer. Las callosidades y cicatrices de su piel denotaban una vida salvaje de naturaleza arbórea. Su edad mental, aseguraron los especialistas, no superaba los ocho años.

Pese a sus evidentes limitaciones las religiosas comenzaron a enseñarle algunas palabras. Sin demasiado esfuerzo aprendió a reconocer los colores. El azul del cielo, el verde de los árboles y el amarillo de los canarios, aves que las monjas mantenían encerradas en una jaula.

Caucau fue progresando lentamente. Sus hábitos alimenticios cambiaron de manera drástica al igual que la forma de ingerir los alimentos. Ya no usaba las manos para comer y se acostumbró a utilizar cubiertos. Pero pese a los esfuerzos de las religiosas, su naturaleza salvaje volvía a emerger. Esporádicamente, en las noches de luna llena, Caucau deleitaba a los orates con estridentes aullidos. Cristián Vila, hijo del siquiatra que lo atendió y quien luego escribió un libro sobre la vida de Vicente, cuenta que “los aullidos contagiaban a todos los perros del barrio”.

De su estadía en la institución de beneficencia, Vila rescató algunas historias contadas por su padre. Una vez, relata el escritor, Caucau decidió liberar a los canarios de su jaula.

-Seguramente extrapoló su breve estadía en la cárcel con el encierro de los pájaros -argumenta Vila.
Fue así como el inocente niño, acostumbrado a vivir en la libertad más absoluta, abrió la puerta de la jaula y gritó: “¡arranca, amarillo!, ¡arranca, amarillo!”. El doctor jefe del hospicio se ofuscó. No en vano el chico estaba ahí para asimilar normas. Caucau, al percibir el enojo del facultativo, musitó en voz baja: “¡malo, Vicente!, ¡malo Vicente!” pero, a continuación, se mató de la risa.

Las monjas comenzaron a encargarle algunas labores domésticas, entre ellas, regar el jardín. Vicente se sentía feliz y lentamente evidenció algunos progresos. Pasó de una postura cuadrúpeda a un andar encorvado de aire patuleco. Sus pupilas se centraron nuevamente y en su mirada, acostumbrada a mirar el cielo, ya no predominaba el blanco del globo ocular.

Los avances del niño fueron minuciosamente detallados por el doctor Vila quien, luego de dos años de estudio, decidió derivar a Vicente a un especialista en lenguaje.

-Mi papá de inmediato pensó en mi tía Berta, profesora de castellano, quien fue la que inventó el silabario Lea -cuenta Cristián Vila.

A fines de 1950 Vicente Caucau se trasladó a la casa de la mujer en Villa Alemana. Fue allí donde encontró por primera vez el afecto de una familia. Berta Riquelme, sin hijos a su haber, se transformó en su madre adoptiva.

EL CUCO

En Villa Alemana Vicente se sintió a sus anchas. El hogar de Berta era una inmensa casa quinta plagada de árboles frutales. Siempre se lo veía encaramado en un tronco. Pero no todo era diversión. Berta supo combinar el afecto maternal con una estricta disciplina pedagógica. Los avances fueron notables. En poco más de un año Vicente incrementó considerablemente su vocabulario y comenzó a dar sus primeros pasos en la lectura. Berta mantenía una bitácora donde anotaba todos los progresos del niño y detallaba aspectos de su conducta. Fue en aquellas páginas donde enumeró las increíbles capacidades de Vicente. Cristián Vila, quien tuvo acceso a los cuadernos, cuenta que a su tía le impresionaba la visión nocturna de Vicente, su descomunal fortaleza y su extraordinario olfato.

-Contaba que cuando viajaban en tren podía percibir a varios kilómetros de distancia la cercanía de un matadero -agrega Vila.

Vicente, cuando Vila apenas era un bebé, acostumbraba a pasearlo en brazos bajo el parrón. Años después jugaba a trasladarlo en una carretilla por todo el patio. “Nunca se cansaba”, asegura. Pero lo que más recuerda era cuando Caucau se transformaba en el “cuco”.

-Me acuerdo que estaba con mis primos y de repente aparecía detrás de unos matorrales en cuatro patas, gruñendo, y todos salíamos arrancando -rememora Vila.

Con el tiempo se acostumbró a las excentricidades de Vicente. Para él ya era normal escucharlo aullar arriba de un árbol y esperar pacientemente que todos los perros del barrio se sumaran al concierto.

-Era una huevá maravillosa -cuenta.

Pero a medida que Caucau crecía su cuerpo también iba sintiendo el rigor de los años. Incluido el despertar sexual. Vila recuerda que algunas profesoras de un colegio vecino a la casa de su tía acudían a reclamar.

-Las viejas llegaban indignadas porque este huevón, medio pícaro, pasaba por el lado y les agarraba el poto a las cabras -recuerda.

El asunto, sin embargo, no pasó a mayores. Vicente, a pesar de entrar a la adolescencia, todavía era un niño. La estabilidad emocional alcanzada con mamá Berta, como llamaba cariñosamente a la mujer que lo crió, le sirvió para desentrañar episodios ocultos de su pasado. Los recuerdos afloraron como imágenes caleidoscópicas. Caucau contó a Berta, mediante una extraña mezcla de mímica y palabras, que creció en una choza en el campo, que su madre alcohólica lo abandonó cuando niño y que su padre, también ebrio, vivía con él y otros hermanos. Cristián Vila recuerda haberlo visto teatralizar su fuga al bosque y, a través de gestos, relatar su encuentro con una puma que lo habría amamantado.

La historia finalmente fue confirmada por la prensa que, en el año 1953, logró dar con el paradero de su padre: Antolín Caucau Nempo. En la entrevista, publicada en el diario El Llanquihue, se corrobora todo lo dicho por Vicente. Su padre, empleado en el fundo de Alfonso Kuschel, ubicado en los faldeos del volcán Osorno, cuenta que el niño nació medio enfermo y que siempre se arrancaba de la casa. Cuando el periodista le consultó qué pensaba de su hijo, Antolín respondió: “Yo no pensaba na pos, creímos que se había perdido nomás, qué podría estar muerto en el bosque o que se lo habían comido los animales”. El padre aseguró, además, que el niño se había extraviado sólo unos meses antes de su hallazgo. Tiempo insuficiente, aseguraron los especialistas, para que le creciera tal cantidad de vellos y caminara en cuatro patas. Lo más probable, sugirieron, es que el niño habría permanecido en la selva por un periodo más prolongado. Vila cree que fue un lapso de entre dos y cuatro años.

Vicente, sin embargo, ni siquiera se enteró de los comentarios de su progenitor. No le interesaba. Ahora pertenecía a un hogar donde se preocupaban de él y vivía sin mayores sobresaltos. Aunque no por mucho tiempo. Poco antes de que cumpliera los 21 años Berta Riquelme, su madre adoptiva, murió de una insuficiencia respiratoria. Fue un golpe duro. A tanto llegó la amargura de Vicente que todos los días acudía al cementerio a regar su tumba. Todavía no entendía el significado de la muerte. Pensaba ingenuamente que el agua podía resucitar el cuerpo de mamá Berta.

EL EXTRATERRESTRE

Pocos días después de la muerte de Berta, Vicente se fue a vivir a la casa de los Vila en Ñuñoa. En la vieja casona de calle Villanueva se dedicó a tareas menores como comprar el pan, ir a la feria y cuidar el jardín. “No le gustaba estar de ocioso”, recuerda Cristián Vila, quien por entonces tenía apenas nueve años. Vila cuenta que en aquel tiempo acudía con Vicente al cine. Era la época de los famosos rotativos.

-Me acuerdo que una vez fuimos a ver Batman y Vicente se cagaba de la risa cada vez que aparecía el pingüino. Decía mira pato, cuac, cuac -recuerda Vila.

Juntos vieron, además, el Llanero Solitario y El Padrecito de Cantinflas. Eran pequeños momentos de diversión que contrastaban con las largas horas de melancolía por las que atravesaba Vicente. Cuando lo agarraba la nostalgia partía al zoológico del Cerro San Cristóbal. A su regreso imitaba a sus animales favoritos. Le encantaban los chimpancés y tenía una predilección especial por los pumas.

-Quién sabe qué rollos se pasaba -cuenta Vila.

Los fines de semana se arrancaba al centro de Santiago y se pasaba toda la tarde vitrineando. Cuando llegaba a la casa le preguntaban qué había hecho y contestaba: “Mirando, mirando, Vicente”.
Precisamente esa capacidad de observación era lo que llamaba profundamente la atención de la gente. Podía estar tardes enteras pegado en cosas sencillísimas: un árbol, un cerro o una nube. Los amigos de Vila fantaseaban que Vicente era un extraterrestre disfrazado de niño-lobo.

Pese a su infinita ternura, Caucau también tenía su carácter. Cuando algo le parecía mal amenazaba con marcharse y decía “para sur Vicente”. A mediados del año 64 cumplió su palabra. Calladito en la mañana agarró un tren y partió sin avisarle a nadie.

-Quedamos súper preocupados, pusimos aviso en las radios pero finalmente lo encontraron en Puerto Varas, como a los cuatro días, y lo mandaron de vuelta en avión -cuenta Vila.

En el mismo vuelo de regreso venía el entonces candidato presidencial Julio Durán.

-Todos los periodistas se fueron a entrevistarlo hasta que vieron que venía Vicente y partieron a hablar con él. Por culpa de Vicente la gira al sur de Durán pasó sin pena ni gloria -recuerda Cristián Vila.

Siempre le gustó viajar. Especialmente a la playa durante los veraneos de la familia en Horcón. La primera vez que visitó el lugar partió de inmediato a bañarse. Todo el mundo se preocupó porque pensaban que se podía ahogar pero Caucau impresionó a todos con un inusual estilo de nado.

-Se ponía de espalda, con las patitas para afuera, y con las dos manitos aleteaba. Pasaba toda la tarde metido en el agua -recuerda el pescador y escritor Omar Valdivieso.

Sus andanzas en la caleta todavía se recuerdan. No son pocos los que aseguran haberlo visto aullar en las noches.

-Los niños le teníamos miedo porque pensábamos que era un hombre lobo de verdad -recuerda Mauricio, otro pescador de la caleta.

El mito de Vicente Caucau, el niño lobo, encontró tierra fértil en un poblado plagado de leyendas que hablaban de jinetes descabezados, mastines enormes y diabólicos personajes que aparecían en el bosque. “Horcón le devolvió a Caucau su verdadera aura mítica”, reflexiona Omar Valdivieso.

Pero la gente al principio lo miraba con recelo.

-Cuando pasaba por al lado de uno teníamos que abrirle espacio porque te miraba como un animal o un perro cuando quiere atacar -cuenta Eusebio Pizarro. El mismo pescador reconoce que cuando alguien le hacía una broma tenía “reacciones fuertes”.

-Lo raro es que se atacaba él mismo, se rompía la ropa y se enterraba las uñas, parecía el hombre increíble. La gente se asustaba pero después uno le decía que era Vicente Caucau, el hombre animal que lo encontraron en la selva y ahí se tranquilizaban -recuerda Pizarro.

Poco a poco, asegura el pescador, Vicente se fue normalizando y ganando el cariño de la gente. Tanto se acostumbró a la caleta que, tras la muerte del doctor Vila, lo primero que hizo fue agarrar sus pilchas y marcharse a Horcón.

EL “CACHITO”

Llegó al balneario de punta en blanco. Con unas enormes maletas y bien terneado. No tenía donde quedarse. Primero pasó a un local pero, tras la desconocida, se pasó al boliche del frente, al negocio de Irma y Marco.

-Le dijimos “hola Caucau” y nos contó que se había muerto el doctor Vila. Le dimos unos panes, un tecito y se quedó toda la tarde. Cuando llegó la noche todavía estaba ahí así que le dije a mi señora: “¿qué hacemos con el cachito?” -cuenta Marco Caballería.

Irma lo miró con ternura y se le ablandó el corazón.

-Llevémoslo a Campiche -dijo.

La primera noche el matrimonio escondió a Vicente en la casa de la mamá de Irma ubicada en un poblado cercano a Horcón. Al tercer día la mujer se enteró pero, tras la insistencia del matrimonio, terminó aceptándolo.

Vicente empezó a ayudar en diversas tareas: trapeaba el piso, iba al banco y todas las tardes llevaba el pan desde Campiche a Horcón. Los choferes de las micros lo conocían. La mayoría de las veces se subía y decía: “Irma paga, Vicente no”. Después los conductores pasaban a cobrar al negocio.

De vez en cuando también le venían sus rabietas. Marco recuerda que se tiraba al medio de la calle y no dejaba pasar los autos.

-Hacía los medios show, se rompía la ropa, pasábamos las mansas rabias pero puta, que nos cagábamos de la risa, era un plato -rememora.

A veces, para molestarlo, Caballería le decía que no había almuerzo. Vicente, inquieto, se miraba el estómago y decía: “guata seca, nooo”. A tanto llegó su enojo por las constantes bromas de Marco que elaboró un plan para desquitarse.

-El perla fue a la comisaría de Ventanas a acusarme a los pacos de que no le daba comida -cuenta Caballería muerto de la risa.

Para la familia Vicente se transformó en un miembro especial. Todos lo adoraban. Especialmente el pequeño Álvaro, hijo del matrimonio, que practicamente se crió a su lado. Pero una situación particular los separaría por un tiempo.

En el año 2000 un programa de televisión, que ya había contado la historia de Caucau en el año 93, llegó a la zona con el objeto de reeditar el trabajo. Vicente apareció nuevamente en televisión y, al cabo de unos meses, un hermano suyo llegó a reclamarlo a Horcón.

-Dijo que había que cuidarlo, yo lo encontré medio oportunista y se lo dije carepalo, al final se lo llevó y Vicente no apareció más durante un buen tiempo -cuenta Cristián Vila.

Sólo cuatro años después volvieron a tener noticias de Caucau. Otra hermana llamó del sur diciendo que Alfonso, el hermano que se lo llevó, había muerto y que Vicente estaba hace dos meses con ella en el sur.

-Me dijo que pasaba todo el día llorando y que la casa de ella era muy chica -recuerda Cristián Vila.
El escritor le pidió a la mujer si podía conversar con Vicente. Lo primero que le dijo fue “ven a buscarme”. Vila casi rompe en llanto y de inmediato le ordenó que se viniera. Dos días más tarde Vicente regresó a Campiche. Irma y Marco nuevamente lo acogieron y Cristián Vila le organizó un asado de bienvenida en su casa. El regreso, esta vez, sería para siempre. Vicente ya tenía más de 70 años y su salud empezó a decaer. Durante el último tiempo tuvo problemas a la presión, continuos dólores de estómago y dolencias en el pecho. Pero pese a sus achaques celebró su último cumpleaños como Dios manda. La familia Caballería Rodríguez, al igual que otras veces, invitó a todos los niños del barrio. Vicente estaba feliz y jugó con cada uno de ellos. Era el más niño entre los niños. Un anciano de ocho años a punto de morir. El 30 de octubre de este año, a las dos y media de la tarde, dejó de respirar en el baño de la casa. Fue el último suspiro del hombre lobo.