julio, 2006

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Dog Bird

[span style=\\\’color:royalblue\\\’]bueno xD la imagen me parecio comica.
La encontre mientras buscaba imig en deviantart

aca se las dejo xD[/span]

[img]http://img291.imageshack.us/img291/1645/doffinbyhumandescentmy8.jpg\\\” border=\\\”0\\\” class=\\\”linked-image\\\” /]

En La Universjdad de la Habana no lo conocen

Publiqué lo de faltas de estudios y que Gen la haban no concen a Frank Diaz …

 

No Estudiaron 2

 

Camilo Eduardo Arenas Mozo

El dia de hoy me toco contestar una serie de correos desesperados de Haakon Gaia, alias Camilo Arenas, donde no solamente me llama racista y fascista ( ya le dije que se compre un diccionario para saber como usar palabras de su dizque profesion de antropologo ), pero me interesó mas un comentario curioso.

Dice que hay personas que me odian, pone de ejemplo ciertas cosas de los de Kinam, y me pregunta que porqué creo que me odian.

No era el lugar para contestarle, pero lo digo aqui.

Porque no stoy en venta, y porque hago ver sus éxitos como miserables.

El es el tercer pseudo clon, y los comentarios de dar de baja el sitio ojos abiertos es una tontería, porque se apoya en la ley de Bush que yo mencioné hace tiempo.

Lo curioso es que no se dan cuenta que las lesyes de gobiernos no son extraterritoriales, pero las del sentido comun si.

También han tratado de revirar cosas que he dicho en otros foros, con las que los he dejado callados, esa ley es un caso pero hay mas.

Este es un caso tipico de lo que en algunos sistemas ocultistas se llama la primogenitura, basandose en la conocida historia de Esaú y el que vendió su primogenitura por un plato de lentejas.

Aquellos que no están en venta, llaman el odio sobre ellos mismos, pero no pueden hacer nada. Asi como las amenazas de este tipo de dar de baja sitios, son solo eso, palabras vanas de multinombres vacios.

( otra razón es que nos odien porque les recordamos que no saben usar ni diccionarios ni calendarios )

Ya me dio hambre

[url=http://www.univision.com/content/content.jhtml?chid=9&schid=1883&secid=10300&cid=889628&pagenum=1#p]http://www.univision.com/content/content.j…628&pagenum=1#p[/url]

Los sin techo

Neo hippies?
Hartos del consumismo?
Cyber empresarios?

Otro fragmento

Fragmento de La Rebelión de Atlas)
[url=http://www.eldiarioexterior.com/noticia.asp?idarticulo=5545&subtema=Cultura]http://www.eldiarioexterior.com/noticia.as…subtema=Cultura[/url]

-En la fábrica donde trabajé veinte años ocurrió algo extraño. Fue cuando el viejo murió y se hicieron cargo sus herederos. Eran tres: dos hijos y una hija que pusieron en práctica un nuevo plan para dirigir la empresa. Nos dejaron votar y todo el mundo, o casi todo el mundo, lo hizo favorablemente, porque no sabíamos en realidad de qué se trataba. Creíamos que ese plan era bueno, o mejor dicho, pensamos que se esperaba de nosotros que lo creyésemos bueno. Consistía en que cada empleado en esa fábrica trabajaría según su habilidad o destreza, y sería recompensado de acuerdo a sus necesidades. Nosotros… pero ¿qué le ocurre, señora? ¿Por qué me mira de ese modo?

-¿Cómo se llamaba esa fábrica? – preguntó Dagny con voz apenas perceptible.

-Twentieth Century Motor Company, señora. En Starnesville, Wisconsin.

-Continúe.

-Votamos por el plan en una gran reunión a la que asistimos unos seis mil, es decir, todos los que trabajábamos allí. Los herederos de Starnes pronunciaron largos discursos, no demasiado claros, pero nadie hizo preguntas. Ninguno estaba seguro de cómo funcionaría ese plan, pero todos pensábamos que nuestros compañeros lo habían comprendido. Si alguien tenía dudas al respecto, se sentía culpable y debía mantener la boca cerrada, porque todo aquel que se opusiera al plan hubiese parecido un desalmado, al que no era justo considerar humano. Nos dijeron que aquel plan significaba la concreción de un ideal muy noble. ¿Cómo íbamos a pensar lo contrario? ¿No habíamos oído decir durante toda nuestra vida, a nuestros padres y maestros, y a los pastores religiosos, leído en todos los periódicos y visto en todas las películas, y escuchado en todos los discursos públicos que aquello era recto y justo? Quizá nuestra conducta en la reunión podía ser comprensible hasta cierto punto. Votamos por el plan, y conseguimos lo previsto. Usted sabe, señora, que quienes trabajamos durante los cuatro años del plan en la fábrica Twentieth Century somos hombres marcados. ¿Qué se supone que es el infierno? Maldad, pura y simple, ¿verdad? Pues bien, eso es lo que vimos allí y lo que ayudamos a construir. Creo que estamos condenados por eso y quizá no se nos perdone nunca…

“¿Sabe cómo funcionó aquel plan y cuáles fueron sus efectos en nosotros? – continuó explicando el vagabundo –. Es como verter agua en un depósito en cuya parte inferior hay un caño por el que se vacía con más rapidez de la que usted lo llena y cada balde que echa dentro ensancha ese desagüe cada vez más, entonces cuanto más uno duramente trabaja, más se le exige; primero trabaja cuarenta horas semanales, luego cuarenta y ocho, y, más tarde, cincuenta y seis, para pagar la cena del vecino, la operación de su mujer, el sarampión del niño, la silla de ruedas de su madre, la camisa de su tío, la educación de su sobrino, o para el niño que ha nacido en la casa de al lado, o el que va a nacer; en fin para cuantos lo rodean, y que han de recibirlo todo, desde pañales a dentaduras postizas, mientras uno trabaja desde el amanecer hasta la noche, un mes tras otro y un año tras otro, sin tener más para mostrarles a esas personas que el propio sudor, sin otra expectativa que la complacencia de los demás para el resto de su vida, sin descanso, sin esperanza, sin fin… De cada uno según sus capacidades, para cada uno de acuerdo con sus necesidades…

“Nos dijeron que formábamos una gran familia, que todos participábamos en la empresa juntos, pero no todos trabajábamos ante la luz de acetileno diez horas diarias, ni padecíamos a la vez un dolor de vientre. ¿Cómo establecer, de un modo exacto, la capacidad de unos y las necesidades de otros? Cuando todo se hace en común, no es posible permitir que cualquiera decida sobre sus propias necesidades, ¿verdad? Si lo hace, pronto acabará pidiendo un yate, y si sus sentimientos son los únicos valores en que podemos basarnos, nos demostrará que es cierto. ¿Por qué no? Si no tengo derecho a tener un auto, hasta que caiga en una sala de hospital por haber trabajado para proporcionarle un coche a cada holgazán y a cada salvaje del mundo, ¿por qué no puede exigirme también un yate, si aún sigo de pie, si no he colapsado? ¿No? ¿Por qué no? Y entonces, ¿por qué no exigirme también que prescinda de la crema de mi café, hasta que él haya podido pintar su habitación…? ¡Oh, bien!… Acabamos decidiendo que nadie tenía derecho a juzgar sus propias necesidades o sus propias convicciones, y que era mejor votar sobre ello. Sí, señora, votábamos en una reunión pública que se celebraba dos veces al año. ¿De qué otro modo podíamos hacerlo? ¿Imagina lo que sucedía en semejantes reuniones? Bastó una sola para descubrir que nos habíamos convertido en mendigos, en unos mendigos de mala muerte, gimientes y llorones, ya que nadie podía reclamar su salario como una ganancia lícita, nadie tenía derechos ni sueldos, su trabajo no le pertenecía sino que pertenecía a ´la familia´, mientras que ésta nada le debía a cambio y lo único que podía reclamarle eran sus propias ´necesidades´, es decir, suplicar en público un alivio a las mismas, como cualquier pobre cuando detalla sus preocupaciones y miserias, desde los pantalones remendados al resfriado de su mujer, esperando que ´la familia´ le arrojara una limosna. Tenía que declarar sus miserias, porque eran las miserias y no el trabajo lo que se había convertido en la moneda de aquel reino, así que se convirtió en una competencia de seis mil pordioseros, en la que cada uno reclamaba que su necesidad eran peor que la de sus hermanos. ¿Qué otra cosa podíamos hacer? ¿Quiere saber lo que ocurrió? ¿Quiere saber quiénes mantuvieron la calma, sintiendo vergüenza y quiénes se aprovecharon de la situación?

“Pero eso no fue todo. En la misma reunión se descubrió otra cosa. La producción de la fábrica había disminuido en 40 por ciento en el primer semestre, y se llegó a la conclusión que alguien no había trabajado ´de acuerdo con su destreza o capacidad´. ¿Quién era? ¿Cómo averiguarlo? La ´familia´ votó también sobre eso. Así se determinó quiénes eran los más capacitados, y a éstos se los sentenció a trabajar horas extra cada noche durante los siguientes seis meses. Horas extras sin paga, porque no se pagaba por el tiempo trabajado, ni por la tarea realizada, sino tan sólo según las necesidades.

“¿Quiere que le cuente lo que sucedió después? ¿Y en qué clase de seres nos fuimos convirtiendo, los que alguna vez habíamos sido seres humanos? Empezamos a ocultar nuestras capacidades y conocimientos, a trabajar con lentitud y a procurar no hacer las cosas con más rapidez o mejor que un compañero. ¿Cómo actuar de otro modo, cuando sabíamos que rendir al máximo para ´la familia´ no significaba que fueran a darnos las gracias ni a recompensarnos, sino que nos castigarían? Sabíamos que si un sinvergüenza arruinaba un grupo de motores, originando gastos a la compañía, ya fuese por descuido o por incompetencia, seríamos nosotros los que pagaríamos esos gastos con horas extra y trabajando hasta los domingos. Por eso, nos esforzamos en no sobresalir en ningún aspecto.

“Recuerdo a un joven que empezó lleno de entusiasmo por ese noble ideal, un muchacho brillante, sin estudios, pero con una inteligencia asombrosa. El primer año ideó un plan de trabajo que nos ahorró miles de horas-hombre y lo entregó a ´la familia´, sin pedir nada a cambio, aunque tampoco hubiera podido hacerlo. Se portó como creía correcto, lo hacía por el ideal, según dijo. Pero cuando en una votación lo declararon el más inteligente de todos, y lo sentenciaron a trabajar de noche porque no habíamos conseguido extraerle aún lo suficiente, cerró la boca y el cerebro. Le aseguro que el segundo año no aportó ninguna idea nueva.

“¿Qué era eso que siempre nos habían dicho acerca de la competencia descarnada del sistema de ganancias, donde los hombres debían competir por ver quién realizaba mejor trabajo que sus colegas? ¿Cruel, no es así? Deberían haber visto lo que ocurría cuando todos competíamos por realizar el trabajo lo peor posible. No existe medio más seguro para destruir a un hombre, que ponerlo en una situación en la que no sólo desee no mejorar, sino que, además, día tras día se esfuerza en cumplir peor sus obligaciones. Dicho sistema acaba con él mucho antes que la bebida o el ocio, o el vivir haciendo malabares para tener una existencia digna. Pero no podíamos hacer otra cosa, estábamos condenados a la impotencia. La acusación que más temíamos era la de resultar sospechosos de capacidad o diligencia. La habilidad era como una hipoteca insalvable sobre uno mismo. ¿Para qué teníamos que trabajar? Sabíamos que el salario básico se nos entregaría del mismo modo, trabajáramos o no, recibiríamos la ´asignación para casa y comida´, como se la llamaba, y más allá de eso no había chances de recibir nada, sin importar el esfuerzo. No podíamos planear la compra de un traje nuevo para el año siguiente porque quizá nos entregarían una ´asignación para vestimenta´, o quizá no. Dependía de si alguien no se rompía una pierna, necesitaba una operación o traía al mundo más niños, y si no había dinero suficiente para adquirir ropas nuevas para todos, no lo habría para nadie.

“Recuerdo a cierto hombre que había trabajado duramente toda su vida porque siempre había querido que su hijo fuera a la universidad. Bueno, el muchacho terminó la secundaria durante el segundo año del plan, pero ´la familia´ no quiso entregar al padre ninguna asignación para que siguiera sus estudios. Dijeron que su hijo no podía ir a la universidad hasta que hubiera suficiente dinero para que los hijos de todos pudieran hacerlo. El padre murió al año siguiente en una riña de bar. Una pelea sobre nada en particular, en la que salieron a relucir navajas. Ese tipo de altercados se estaban haciendo muy frecuentes entre nosotros.

“También, había un viejo viudo y sin familia que tenía una afición: los discos fonográficos. Creo que era todo cuanto pudo desear conseguir de la vida. En otros tiempos solía ahorrar en comida para poder comprar algún disco nuevo de música clásica. Pues bien: no le dieron “asignación” para discos por considerarlo ´un lujo personal´ pero durante esa misma reunión, una niña fea y desagradable, de ocho años, llamada Millie Bush, que era la hija de alguno, consiguió que votaran para comprarle un par de aparatos de oro para sus dientes, porque se trataba de una ´necesidad médica´ según el psicólogo que consideró que sino se enderezaban sus dientes, la niña tendría un complejo de inferioridad. El viejo amante de la música se dio a la bebida, hasta tal punto que rara vez lo veíamos sobrio. Pero había algo que no podía olvidar. Cierta noche, mientras se tambaleaba por una calle, vio a Millie Bush y empezó a darle puñetazos hasta dejarla sin un diente, ni uno solo.

“La bebida era lo único que nos proporcionaba algún consuelo y todos nos volcamos a ella en mayor o menor grado. No pregunte de dónde sacábamos el dinero. Cuando todos los placeres decentes quedan prohibidos, existen siempre medios para llegar a los vicios. No se entra a robar a un bar durante la noche ni se registran los bolsillos de un compañero para comprar sinfonías clásicas o adquirir accesorios de pesca, pero sí para emborracharse y olvidar. ¿Accesorios de pesca? ¿Escopetas de caza? ¿Cámaras fotográficas? No existían asignaciones para ese tipo de pasatiempos. La ´diversión´ fue lo primero que quedó descartado.

“¿Es que acaso no se supone que uno debe avergonzarse por cuestionar cuando alguien nos pide que dejemos algo que nos da placer? Hasta nuestra ´asignación para cigarrillos´ quedó reducida a dos paquetes mensuales, porque, según dijeron, el dinero debía usarse para comprar leche para los niños. La producción de niños fue la única que no disminuyó, sino que, por el contrario, se hizo cada vez mayor. La gente no tenía otra cosa que hacer y, por otra parte, no tenían por qué preocuparse, ya que los niños no eran una carga para ellos, sino para ´la familia´. En realidad, la mejor posibilidad para obtener un respiro durante algún tiempo, era una ´asignación infantil´, o una enfermedad grave.

“Pronto nos dimos cuenta de cómo funcionaba aquello. Quien quisiera jugar limpio, tenía que privarse de todo, perder el gusto por los placeres, aborrecer fumar o masticar chicle, preocupado de que hubiese alguien que necesitara más esas monedas. Sentía vergüenza de la comida que tragaba, preguntándose quién la habría pagado con sus horas extras, pues sabía que esa comida no era suya por derecho propio y prefería ser engañado antes que engañar. Podía aprovecharse, pero no hasta el punto de chupar la sangre de otro. No se casaba ni ayudaba en sus hogares para no ser una nueva carga para ´la familia´. Además, si conservaba cierto sentido de la responsabilidad, no podía casarse y tener hijos, puesto que no le era posible planear, prometer, ni contar con nada. Pero los desorientados y los irresponsables se aprovecharon. Trajeron niños al mundo, se casaron, y trajeron consigo a todos los indignos parientes que tenían en todo el país, y a cada hermana soltera que quedaba embarazada y con el fin de obtener ´asignaciones por incapacidad´, contrajeron más enfermedades de las que cualquier médico podía atender, arruinaron sus ropas, sus muebles y sus casas, pero ¡qué importaba!: ´la familia´ pagaba todo. Así, encontraron más modos de tener ´necesidades´ que los que nadie hubiera podido imaginar, desarrollaron una habilidad especial para eso, la única habilidad que mostraban.

“¡Por Dios, señora! ¿Se da cuenta de lo que sucedió? Se nos había dado una ley con la cual vivir y que llamaban ley moral, que castigaba a quienes la cumplían. Cuanto más tratábamos de vivir de acuerdo con esa ley, más sufríamos y cuando más la burlábamos, mayores recompensas obteníamos. La honestidad era una herramienta entregada a la deshonestidad ajena. Los honestos pagaban, mientras los deshonestos cobraban. El honesto perdía y el deshonesto ganaba. ¿Cuánto tiempo puede un ser humano permanecer bueno con semejante ley? Éramos un buen grupo de personas decentes al principio. No había demasiados oportunistas entre nosotros. Conocíamos bien nuestra tarea, nos sentíamos orgullosos de ella, y trabajábamos para la mejor fábrica del país, propiedad del viejo Starnes, que sólo admitía en su plantel a los más selectos obreros. Al cabo de un año del nuevo plan, no quedaba entre nosotros ni una sola persona decente. Aquello era maldad, la clase de maldad horrible e infernal con la que los predicadores solían asustarnos, pero que uno nunca imaginamos que existiera. No es que el plan haya incentivado a algunos cuantos bastardos, sino que transformó a la gente decente en cretinos, sin que se pudiera obrar de otra manera… ¡y a eso llamaban ideal moral!

“¿Para qué habríamos de desear trabajar? ¿Por amor a nuestros hermanos? ¿Qué hermanos? ¿Para los aprovechadores, los sinvergüenzas, los holgazanes que veíamos a nuestro alrededor? Si eran simuladores o incompetentes, si no querían trabajar o estaban incapacitados para hacerlo, ¿qué nos importaba a nosotros? Si quedábamos reducidos para toda la vida al nivel de su capacidad, fingida o real, ¿para qué preocuparnos? No teníamos manera de saber cuáles eran sus verdaderas condiciones, carecíamos de medios para controlar sus necesidades. Lo único que se sabía era que estábamos convertidos en bestias de carga, luchando ciegamente, en un lugar que era mitad hospital, mitad almacén, sin marchar hacia ningún objetivo, excepto la incompetencia, el desastre y las enfermedades. Éramos bestias colocadas allí como instrumentos de aquél que quisiera satisfacer las necesidades de otro.

“¿Amor fraternal? Fue allí cuando aprendimos a aborrecer a nuestros hermanos por primera vez en la vida. Los odiábamos por todas las comidas que ingerían, por los pequeños placeres que disfrutaban, por la nueva camisa de uno, el sombrero de la esposa de otro, una salida familiar, o la pintura de la casa, porque todo eso nos era quitado a nosotros, era pagado con nuestras privaciones, nuestras renuncias y nuestro hambre. Empezamos a espiarnos unos a otros, con la esperanza de sorprendernos en alguna mentira acerca de nuestras necesidades y disminuir las asignaciones en la próxima reunión. Y empezamos a servirnos de espías, que informaban acerca de los demás, revelando, por ejemplo, si alguien había comido pavo el domingo, posiblemente pagado con el producto de apuestas. Empezamos a meternos en las vidas ajenas, provocamos peleas familiares para lograr la expulsión de algún intruso. Cada vez que veíamos a alguno saliendo en serio con una chica, le hacíamos la vida imposible, y así arruinamos numerosos compromisos matrimoniales, porque no queríamos que nadie se casara, no queríamos más gente a la que alimentar.

“En los viejos tiempos, el nacimiento de un niño era celebrado con entusiasmo y generalmente ayudábamos a las familias a pagar sus facturas de la clínica si estaban apretadas. Pero luego, cuando nacía un niño, estábamos varias semanas sin dirigirle la palabra a sus padres. Para nosotros, los niños eran como las langostas para los agricultores. En otras épocas ayudábamos a quien tuviera enfermos en su casa, pero luego… Voy a contarle un solo caso. Se trataba de la madre de un hombre que llevaba con nosotros quince años. Era una anciana afable, alegre e inteligente, que nos llamaba por nuestros nombres de pila, y con la que todos solíamos simpatizar. Un día se cayó por la escalera del sótano, y se fracturó la cadera. Sabíamos lo que eso significaba, a su edad, y el médico dijo que tenía que ser internada en un hospital de la ciudad para someterla a un tratamiento costoso y prolongado. La anciana murió la noche antes de ser traslada a la ciudad para su internación. Nunca se pudo establecer la causa de su fallecimiento. No sé si fue asesinada, nadie lo dijo, nadie hablaba del tema. Todo cuanto sé es que… y esto es lo que no puedo olvidar… es que yo también deseé que muriera. ¡Que Dios nos perdone! Tal era la hermandad, la seguridad, la abundancia que se suponía que el famoso plan nos iba a brindar.

“¿Qué motivo había para que se predicara esta clase de horror? ¿Sacó alguien algún provecho de todo esto? Sí, los herederos de Starnes. No vaya usted a contestarme que sacrificaron una fortuna y que nos entregaron la fábrica como regalo, porque también en esto nos engañaron. Es verdad que entregaron la fábrica, pero los beneficios, señora, dependen de aquello que se quiere conseguir. Y no había dinero en el mundo que pudiese comprar lo que los herederos de Starnes buscaban porque el dinero es demasiado limpio e inocente para tal cosa.

“El más joven, Eric Starnes, era un sometido, sin valor ni energía para hacer nada en especial. Resultó electo director del departamento de Relaciones Públicas que no hacía nada y tenía a sus órdenes a un personal ocioso, por lo cual no tenía por qué quedarse en la oficina. Su paga, en realidad no debería llamarla así, porque no se ´pagaba´ a nadie… la limosna que se votó para él, era muy modesta, algo así como diez veces mayor que la mía, pero a Eric no le importaba el dinero, porque no hubiera sabido qué hacer con él. Pasaba el tiempo entre nosotros, demostrándonos su compañerismo y su espíritu democrático. Le encantaba que la gente le demostrase afecto. Su mayor empeño consistía en recordarnos a cada instante que nos habían dado la fábrica. Ya no podíamos soportarlo.

“Gerald Starnes era nuestro director de producción. Nunca pudimos averiguar la medida de su rastrillaje de ganancias, pero hubiéramos necesitado todo un equipo de contadores y otro de ingenieros para saber de qué modo todo aquel dinero pasaba por una tubería directa o indirectamente a su despacho. Sin embargo, nada figuraba como beneficio particular, sino como medios con los que pagar los gastos de la compañía. Gerald tenía tres automóviles, cuatro secretarias y cinco teléfonos, y solía organizar fiestas con champán y caviar, que ningún gran magnate que pagara impuestos en el país podía permitirse. Gastó más dinero en un año que el que ganó su padre en los dos últimos de su vida. En su despacho encontramos unos cuarenta kilos de revistas, llenas de artículos sobre nuestra fábrica y nuestro noble plan, con grandes retratos de Gerald Starnes, en los que se lo mencionaba como un ´gran paladín social´. Por la noche le gustaba entrar en las tiendas vestido de etiqueta, con gemelos de brillantes, del tamaño de monedas, desparramando la ceniza de su puro por doquier. Un bruto con plata que no tiene otra cosa que exhibir aparte de su dinero, ya es un tipo desagradable, pero al menos no necesita mostrar que el dinero es suyo y uno puede contemplarlo con la boca abierta si lo desea. Pero cuando un bastardo como Gerald Starnes se exhibe de ese modo y declara una y otra vez que no le preocupa la riqueza material y que sólo sirve a ´la familia´, que todos aquellos lujos no son para él sino en beneficio del bien común porque es preciso mantener el prestigio de la firma y del noble plan de la misma… entonces es cuando uno aprende a aborrecer a esos seres como nunca se ha aborrecido a ningún ser humano.

“Pero su hermana Ivy era peor. A ella realmente no le importaba la riqueza material. La asignación que recibía no era mayor que la nuestra, y siempre iba con zapatos chatos y faldas simples y camisas, con el fin de demostrar su indiferencia. Era directora de Distribución, a cargo de nuestras necesidades, la que, en realidad, nos tenía agarrados del cuello. Se suponía que la distribución se realizaba por votación, por la voz de la gente, pero cuando la gente son seis mil voces roncas que tratan de decidir sin ningún criterio, medida o razón, cuando no existen reglas y cada uno puede pedir lo que quiera sin tener derecho a nada, cuando cada cual ejerce el derecho sobre la vida ajena pero no sobre la suya, todo acaba como efectivamente terminó: Ivy Starnes acabó siendo la voz del pueblo. Al finalizar el segundo año, abandonamos aquella farsa de las ´reuniones de familia para proteger la eficacia productora y economizar tiempo´, que solían durar diez días, y todas las peticiones fueron enviadas directamente a la oficina de la señorita Starnes. No, no eran enviadas. Mejor dicho, cada peticionante en persona debía presentarse allí y ella elaboraba una lista de distribución que nos leía en una reunión que duraba tres cuartos de hora. Luego votábamos. Había diez minutos para la discusión y las objeciones, pero no formulábamos ninguna, para ese tiempo ya nos habíamos dado cuenta. Nadie puede dividir la renta de una fábrica entre miles de obreros, sin una norma con que medir el valor de la gente. La de la señorita Ivy era la adulación a su persona. ¿Desinteresada? En los tiempos de su padre todo su dinero no le hubiera permitido hablar al tipo más bajo de su empresa en el modo como ella solía hablarles a nuestros más hábiles obreros y a sus esposas. Tenía unos ojos pálidos, vidriosos, fríos y muertos. Si se quería conocer la maldad absoluta, bastaba con observar cómo resplandecían sus ojos cuando alguien le respondía a un cuestionamiento para entonces ya no recibir más que la “asignación básica”. Al observar aquello, comprendíamos el motivo real de quienes fueran capaces de apreciar la consigna: ´De cada cual según su capacidad; a cada cual según sus necesidades´.

“Allí residía el secreto de todo. Al principio no dejaba de preguntarme cómo era posible que hombres educados, justos y famosos, pudieran cometer un error semejante y presentar como buena tal abominación, cuando cinco minutos de reflexión les hubieran indicado lo que sucedería en caso de que alguien pusiera en práctica semejante idea. Ahora comprendo que no obraron así por error, porque errores de este tamaño no se cometen nunca inocentemente. Cuando alguien se hunde en alguna forma de locura, imposible de llevar a la práctica con buenos resultados, sin que exista, además, razón que la explique, es porque tiene motivos que no quiere revelar. Y nosotros no éramos tampoco tan inocentes cuando votamos a favor del plan, en la primera reunión. No lo hicimos sólo porque creyéramos que la vieja y empalagosa farsa que nos presentaban fuera buena. Teníamos otro motivo, pero la farsa nos ayudó a ocultarlo de nuestros vecinos y de nosotros mismos. La farsa nos daba una posibilidad de hacer pasar como virtud algo de lo que nos hubiéramos avergonzado. Ninguno votó sin pensar que dentro de una organización de tal clase participaría en los beneficios de quienes eran más hábiles que él. Nadie se consideró lo bastante rico y listo para no creer que alguien lo sobrepasaría, y este plan lo participaría de la riqueza y la inteligencia ajenas. Pero pensando conseguir beneficios de quienes estaban por encima, olvidamos que había seres inferiores, que buscaban lo mismo de nosotros, olvidamos a los inferiores que tratarían de explotarnos del mismo modo que cada uno intentaría explotar a sus superiores. El obrero impulsado por la idea de que sus necesidades le daban derecho a un automóvil como el de su jefe, olvidó que todo pordiosero y vagabundo de la tierra empezaría a exigir un refrigerador como el del obrero. Ése fue nuestro motivo real cuando votamos. Tal es la verdad pero no nos gustaba reconocerlo y cuanto más lo lamentábamos, más alto gritábamos nuestro amor hacia el bien común.

“Conseguimos lo que nos habíamos propuesto, pero cuando nos dimos cuenta de lo que aquello representaba, ya era demasiado tarde. Estábamos atrapados, sin lugar adónde huir. Los mejores de entre nosotros abandonaron la fábrica en la primera semana del plan. Así perdimos a los mejores ingenieros, supervisores, capataces y obreros especializados. Todo el que se respete no quiere verse convertido en vaca lechera de la comunidad. Algunos intentaron impedir el proyecto, pero no lo consiguieron. Los hombres huían de la fábrica como de una zona infectada, hasta que no quedaron más que los necesitados, sin habilidad ni condiciones.

“Si algunos de nosotros, dotados de ciertas cualidades, optamos por quedarnos, fue porque llevábamos allí muchos años. En los viejos tiempos, nadie renunciaba a Twentieth Century y no podíamos hacernos a la idea de que aquellas condiciones ya no existieran más. Transcurrido algún tiempo, nos fue imposible marcharnos, porque ningún otro empresario nos habría admitido, y no se los puede culpar. Nadie, ninguna persona respetable, quería tratar con nosotros. Los dueños de las tiendas donde comprábamos empezaron a abandonar Starnesville a toda prisa, hasta que no nos quedaron más que los bares, las salas de juego y algunos comerciantes estafadores y aprovechadores, que nos vendían bazofia a precios exorbitantes. Nuestras asignaciones fueron perdiendo valor a medida que aumentaba el costo de vida. En la empresa, la lista de los necesitados se fue estirando, al tiempo que la de sus clientes se acortaba. Cada vez era menor la riqueza a dividir entre más y más gente. En los viejos tiempos solía decirse que Twentieth Century Motors era una marca tan buena como el oro. No sé qué pensarían los herederos de Starnes si es que pensaban algo, pero tengo la impresión de que, igual que todos los planificadores sociales y los salvajes insensatos, estaban convencidos de que aquella marca era en sí misma una especie de emblema mágico dotado de un poder sobrenatural que los mantendría ricos, igual que a su padre. Pero cuando nuestros clientes empezaron a notar que nunca lográbamos entregar un pedido a tiempo, y que siempre había algún defecto en los que entregábamos, el mágico emblema empezó a operar en sentido inverso: la gente no aceptaba un motor marca Twentieth Century ni regalado. Llegó un momento en que nuestros únicos clientes fueron los que nunca pagaban ni pensaban hacerlo, pero Gerald Starnes, embrutecido y engreído por su propia publicidad, empezó a ir de un lado a otro con aire de superioridad moral, exigiendo que los empresarios nos pasaran pedidos, no porque nuestros motores fueran buenos, sino porque necesitábamos esos pedidos urgentemente.

“Por aquel entonces, una ciudad fue testigo de lo que generaciones de profesores pretendieron no observar. ¿Qué beneficios podría reportar nuestra necesidad a una central eléctrica, por ejemplo, si sus generadores se paraban a causa de un defecto en nuestros motores? ¿Qué beneficio reportaría a un hombre tendido en una camilla de operaciones, si, de pronto, se le cortara la luz? ¿Qué bien haría a los pasajeros de un avión si el motor fallaba en pleno vuelo? Y si adquirían nuestros productos no por su calidad sino por nuestra necesidad, ¿la acción moral del propietario de la central eléctrica, del cirujano y del fabricante del avión sería buena, justa y noble?

“Sin embargo, tal era la ley moral que profesores, directivos y pensadores habían querido establecer. Si esto fue lo que ocurrió en una pequeña ciudad donde todos nos conocíamos, ¿imagina lo que hubiera sido a escala mundial? ¿Imagina lo que hubiera ocurrido si hubiéramos tenido que vivir y trabajar, sujetos a todos los desastres y a todos los inconvenientes del planeta? Trabajar pensando en que si alguien fallaba en cualquier lugar, era uno quien debería pagarlo. Trabajar sin posibilidad alguna de progreso, con la comida, la ropa, el hogar y las distracciones pendientes de una estafa, una crisis de hambre o una peste en cualquier lugar del mundo. Trabajar sin posibilidades de una ración extra, hasta que los camboyanos tuvieran alimento suficiente o hasta que todos los patagónicos hubieran ido a la universidad. Trabajar con un cheque en blanco, en poder de cada criatura nacida, hombres a los que nunca vería, cuyas necesidades no conocería, cuya laboriosidad, pereza o mala fe nunca podría llegar a aprender o cuestionar. Tan sólo trabajar, trabajar y trabajar, dejando que las Ivys o los Geralds del mundo decidieran qué estómagos habrían de consumir el esfuerzo, los sueños y los días de su vida. ¿Es ésta la ley moral a aceptar? ¿Es éste un ideal moral?

“Lo intentamos y aprendimos la lección. Nuestra agonía duró cuatro años, desde la primera reunión hasta la última, y todo terminó del único modo que podía terminar: en la quiebra. Durante la última reunión, Ivy Starnes fue la única que intentó forcejear un poco. Pronunció un corto, desagradable y agresivo discurso en el que dijo que el plan había fracasado porque el resto del país no lo había aceptado, que una sola comunidad no podía llevarlo a la práctica y triunfar en medio de un mundo egoísta y avaro; que el plan era un ideal noble, pero que la naturaleza humana no estaba a su altura. Un joven, el mismo que había sido castigado por habernos dado una idea útil durante el primer año, se puso de pie, mientras todos seguíamos sentados en silencio, y se dirigió a Ivy Starnes, que ocupaba el estrado. No dijo nada, sino que la escupió en la cara. Y ése fue el fin del noble plan de Twentieth Century.

Primera campaña contra los timos “on line”

“La revista”, diario 20 Minutos, 26 / 7 / 06

Primera campaña contra los timos “on line”.

El Ministerio de Industria, Turismo y Comercio, Inteco, la Asociación de Internautas y Panda Software han lanzado la primera campaña contra el robo de identidad y el fraude on line. Bajo el lema No más fraude on line, la campaña finalizará el próximo 31 de agosto y se desarrolla a través de la web www.nomasfraude.es

Está dirigida a todos los internautas y tiene como objetivo informar y dar soluciones sin coste alguno para proteger gratuitamente el PC. Incluye soluciones tanto para plataformas Windows como Linux.

Según PandaLabs, el 70% de virus y otras amenazas detectadas en 2006 están relacionadas con los actos delictivos on line. En cuanto al phishing – intentar adquirir información confidencial de forma fraudulenta-, el 75% de los casos detectados fueron a bancos, el 20% a empresas de subastas on line y de intercambio de dinero, y el 5% a páginas web falsas de recargas de móviles.

Reunión en Queretaro?

Todavia se puede organizar una reunión en Queretaro?
Llegan el Viernes en la tardeo mediodia los españoles. Voy a ver aqui si armo temazcal. Conoceran uno de mis temazcales “refugio arabe”.

Rompecabezas

Una mañana, una rubia encantadora, tremenda mujer, llama a su novio muy alterada: tienes que venir a ayudarme. Me regalaron un rompecabezas y no puedo armarlo, no soy capaz ni de empezar!!.

¿Que clase de rompecabezas es?– pregunta el novio.

Según la foto de la caja, es un tigre…. responde ella algo tensa.

Y como él es un Ingeniero y bueno para los rompecabezas, decide pasarse a echarle una mano. Entra y se acerca a la mesa donde están todas las piezas dispersas al lado de la caja.

Mira las piezas, luego la caja, se ríe y se vuelve hacia ella:

-Cariño, tengo dos noticias que darte: una mala y una buena;
la mala es que es imposible unir estas piezas para formar el tigre.

Y la buena?
-Pregunta ella.

-Bueno, la buena es que te invito a cenar fuera, pero antes te aconsejo
que te relajes, tomes un baño, te maquilles y después…………………….

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El yunque

La ultraderecha en el gobierno

México, D.F., 27 de abril (apro).- Con motivo de la puesta en circulación del libro “El yunque, la ultraderecha en el poder”, escrito por Álvaro Delgado, en junio del año pasado, cuyo trabajo mereció el Premio Nacional de Periodismo 2003, en la categoría de reportaje, Proceso publicó en su edición 1388 el siguiente texto “La ultraderecha en el gobierno”, escrito por Alejandro Caballero:

La organización clandestina de ultraderecha El Yunque tiene infiltrados, en puestos clave, al gobierno de Vicente Fox y al Partido Acción Nacional (PAN). Por ejemplo, Ramón Muñoz Gutiérrez, jefe de la Oficina de Innovación Gubernamental de la Presidencia de la República y personaje más influyente y cercano al presidente, pertenece a esa agrupación. Luis Felipe Bravo Mena, presidente del partido en el poder, también.

Así, con nombres y apellidos, incluidos seudónimos, fechas y circunstancias, Álvaro Delgado, reportero de Proceso, hace en su libro El Yunque, la ultraderecha en el poder, una radiografía de cómo integrantes de esta agrupación clandestina, anticomunista y violenta han penetrado las actuales estructuras del gobierno federal, de autoridades estatales y municipales, del propio PAN y de organismos empresariales que hoy por hoy toman decisiones clave para el país.

Describe a El Yunque “como una cofradía secreta, cuyos militantes mantienen un juramento de fidelidad, incluso al margen del partido político por el que han optado, el PAN, al que deliberadamente penetraron para conquistar el poder, que ya detentan”.

Se trata, explica, “de una organización secreta de inspiración católica que recluta jóvenes para adoctrinarlos y adiestrarlos en el combate físico e ideológico, con el fin de avanzar políticamente en la conquista del poder público”.

Especialmente, pero no de manera única, la Secretaría del Trabajo, que encabeza Carlos Abascal Carranza –quien prohibió a su hija leer el libro Aura, de Carlos Fuentes–, se ha convertido en reducto de yunquistas. Lo son Francisco Salazar, subsecretario; Jorge Ocejo, jefe de asesores; Gerardo Mosqueda, coordinador general de delegaciones federales; Raúl Vázquez Osorio, secretario particular; Jesús Rivera Barroso, coordinador general de Planeación, y Fernando Urbiola Ledezma, director general de Presupuesto.

Para mantener el anonimato se amparan en seudónimos: Salazar es conocido dentro de El Yunque como “Capablanca”; Mosqueda, como “Vekemans”, y Urbiola, como “Emilio Jasso”.

Ramón Muñoz, enlace entre el CEN del PAN y el gobierno de Fox, y desde marzo de 2002 responsable de coordinar el gabinete y aprobar –o vetar– funcionarios desde el nivel de direcciones generales hasta secretarías de Estado, es conocido como “Julio Vértiz”, “en honor –explica Delgado– de uno de los sacerdotes jesuitas que, de manera clandestina, combatieron en los años treinta a la masonería y al marxismo”.

El libro (208 páginas), editado por Plaza y Janés y que está en circulación desde esta semana, ofrece datos y más datos. En la Secretaría de Desarrollo Social son yunquistas Antonio Sánchez Díaz de Rivera, subsecretario de Desarrollo Regional; Gonzalo Robles Valdez, subsecretario; José de Jesús Castellanos, quien inició el sexenio como coordinador de Comunicación Social y actualmente es director general de la Unidad de Enlace, además de Gustavo Serrano Limón, coordinador general de Servicio Social y “miembro del clan que ha escandalizado por su ultraconservadurismo” (el episodio más reciente, los intentos de censurar la película “El crimen del padre Amaro”).

Pero los ultraderechistas no sólo han penetrado al gobierno federal y al PAN, sino también han participado en el PRI y en organizaciones empresariales, cívicas y educativas.

Como ejemplo, Delgado señala a la exdiputada federal del PRI y hasta hace unos días subprocuradora general de la República, María de la Luz Lima Malvido, cuyo esposo, Luis Rodríguez Manzanera, fue integrante de la primera dirección del Movimiento Universitario de Renovadora Orientación (MURO), que fue en realidad uno de los grupos de choque de El Yunque.

En todos lados

Esta organización, cuenta el autor, creó otros organismos de camuflaje con tareas de aliento a la participación cívica, dentro del proyecto de “vertebración social”, impulsado por la Confederación Patronal de la República Mexicana (Coparmex), como Desarrollo Humano Integral y Acción Ciudadana (DHIAC), la Asociación Nacional Cívica Femenina (Ancifem) y el Comité Nacional Provida, formados en la década de los setenta.

Los personajes de estas organizaciones se van entrelazando unos a otros. Ideólogos del sector privado desde los setenta, Federico Müggemburg y Guillermo Velasco Arzac, éste conocido como “Jenofonte”, además de prominentes miembros de El Yunque, han sido mentores de Luis Felipe Bravo Mena.

Müggemburg es esposo de Gabriela Romero Castillo, hermana de Cecilia, actual senadora del PAN, quien se casó, en mayo de 2001, con Emilio Baños Urquijo, hermano de Fernando, expresidente del MURO y de la Guardia Unificadora Iberoamericana (GUIA), fundado en 1971 y de cuya directiva fundacional formó parte el actual diputado federal panista Luis Pazos, vocero de la ultraderecha.

Los nombres siguen: José Antonio Ortega, abogado del arzobispo de Guadalajara, Juan Sandoval Iñiguez, y fundador de la conservadora Comisión Mexicana de Derechos Humanos, es cuñado de Jorge Serrano Limón, exdirigente de Provida, allegados todos al coordinador de los diputados panistas en el Congreso de Jalisco, Fernando Guzmán Pérez, expresidente nacional del DHIAC y defensor a ultranza de la teoría del complot en el asesinato del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo. La historia de Velasco Arzac está ampliamente documentada en el libro de Delgado.

En los setenta fue jefe regional de El Yunque en Guanajuato, Querétaro, Zacatecas y Aguascalientes, y fracasó en su propósito de ser uno de los comisionados del Instituto Federal de Acceso a la Información Pública. Propuesto por Fox por recomendación de Ramón Muñoz, Velasco Arzac fue rechazado en el Senado por su inexperiencia en la materia y por formar parte de organismos censores como A favor de lo mejor, del que fue vicepresidente Gerardo Mosqueda.

El hijo de Velasco Arzac, Guillermo, fue jefe de asesores de Marta Sahagún en la coordinación de Comunicación Social de la Presidencia y ahora es el encargado de relaciones públicas de Vamos México.

En cuanto al CEN del PAN, el autor documenta: el primer secretario general de ese partido en la era de Bravo Mena fue Jorge Ocejo y su relevo, Manuel Espino, es otro prominente operador de El Yunque.

El vocero del CEN, Miguel Ángel Vichique de Gasperín, es sobrino de Mario de Gasperín, obispo de Querétaro, uno de los denunciados por el partido México Posible por inmiscuirse en asuntos electorales.

Vichique fue también vocero del yunquista Luis Quiroz, exalcalde de León, y ocupó el mismo cargo en la alcaldía de Querétaro que presidió Francisco Garrido Patrón, actual candidato a la gubernatura y cuyo coordinador de campaña es el diputado federal Alfredo Botello Montes, jefe de un comando yunque capturado en 1977, en Zacatecas.

Son igualmente miembros de esta organización clandestina el senador Marco Antonio Adame, colaborador en materia de imagen de Carlos Medina Plascencia, responsable de la estrategia electoral panista para los comicios del próximo 6 de julio.

Destacan como yunquistas en el CEN del PAN, además de Espino, el secretario general adjunto, Arturo García Portillo, y el secretario de Acción Gubernamental, Julio Castellanos.

Pero no termina en esas instancias la infiltración. Los yunques tienen también el control de las instancias disciplinarias de ese partido. En la Comisión de Asuntos Internos, en la que se integran los expedientes para que el CEN solicite sanciones, tres de los cinco integrantes pertenecen a La Orquesta, como se conoce también a El Yunque: Manuel Espino, secretario general; Adrián Fernández, en el mismo cargo en el Distrito Federal, y Arturo García Portillo, exlíder nacional juvenil. Y en la Comisión de Orden, la que aplica las sanciones, que preside Francisco Molina, están los yunquistas: Martha Patricia Martínez, de Aguascalientes; Ricardo Torres Origel, de Guanajuato, recientemente incrustado en la SEP, y Felipe Urbiola, de Querétaro, los dos primeros diputados federales y el tercero exlegislador federal. A propósito de la bancada panista, los miembros de El Yunque no son pocos.

Además de Botello Montes, vicecoordinador, están Guillermo Bravo y Mier, presidente de Provida entre 1983 y 1987, y Eduardo Arnal, ambos del Estado de México; Julio Castellanos, excoordinador de delegaciones de Sedesol; Pedro Pablo Cepeda Sierra, potosino catequista; Lionel Funes Díaz, quien presidía la Comisión de Radio y Televisión; Antonio Gloria Morales, y Patricia Martínez Macías, abogada potosina, entre otros.

La iniciación

Pero el libro de Álvaro Delgado no se limita a la interrelación de los personajes de carne y hueso en la vida pública del gobierno federal y del partido en el poder, sino que, basado en información recopilada en documentos que se encuentran en el Archivo General de la Nación, la consulta de libros, revistas y periódicos que se han ocupado del tema, así como de testimoniales de miembros de El Yunque, reconstruye las etapas fundacionales de esta organización y sus afines.

Arranca con el capítulo “Amigos y hermanos o jueces implacables”, en el que narra la ceremonia de iniciación del ahora influyente Ramón Muñoz.

–¿Estás dispuesto a cumplir con los ideales de nuestra organización y aceptar sus principios de primordialidad, reserva y disciplina?
–¡Sí, estoy dispuesto! –dijo Muñoz y en seguida se le hizo repetir ante el crucifijo y la Biblia:…

“Yo, en pleno uso de mis facultades y sin reservas mentales de ninguna especie, juro por mi Dios y por mi honor de caballero cristiano, servir leal y patrióticamente a las actividades y propósitos de esta organización, dándole primordialidad sobre cualquier otra y mantener en reserva su existencia y sus fines, así como los nombres de sus integrantes.”

Álvaro Delgado detalla los orígenes de El Yunque, sus postulados, documenta la aparición y papel jugado principalmente en la convulsa UNAM de los sesenta del MURO y la estremecedora consigna de ¡Cristianismo sí, comunismo no! Documenta también cómo El Yunque infiltró fraudulentamente la Unión Nacional de Padres de Familia, en 1975, y cómo creó una congregación religiosa, Los Cruzados de Cristo Rey, cuyo jerarca fue miembro del MURO, quien estuvo en la cárcel y que se encarga de atender espiritualmente al Ejército, al que la organización penetró en los setenta en el contexto de su expansión nacional.

El reino de Dios

Dice Julio Scherer García, presidente del Consejo de Administración de Comunicación e Información, editora de Proceso, en el prólogo de El Yunque, la ultraderecha en el poder: “La elección del año 2000 no fue sólo una épica política, sino una historia que se fue ocultando a los mexicanos, inalienable su derecho a saber.

“¿Quién derrotó al sistema el 2 de julio de ese año? Vicente Fox, el PAN y aun Amigos de Fox forman apenas una parte de la respuesta, nacida de un análisis superficial de aquel proceso electoral. La realidad rebasa con mucho el llamado fenómeno Fox. El 2 de julio se materializó en una mayoría de votos un proyecto político surgido decenios atrás, con raíces ideológicas en la ultraderecha mexicana.

“A partir de esta hipótesis, Álvaro Delgado dedicó un tiempo invaluable a la investigación de una vasta red ideológica y política conocida como El Yunque, cofradía secreta, juramentada, con territorio propio: El Bajío, y con una misión propia: implantar el reino de Dios en tierra mexicana.”