La rebelión de Atlas

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Cita de ¨ El Manatial¨

Cita

—Lo siento. Perdóneme. Es algo en que justamente pensaba. He estado meditándolo desde hace mucho tiempo, y, particularmente, en estos días, cuando me tendía sobre la cubierta y me pasaba todo el día sin hacer nada.
—¿Pensando en mí?
—En usted entre muchas otras cosas.
—¿Qué ha decidido?
—Yo no soy altruista, Gail. No decido nada para los otros.
—No se preocupe por mí. Me he vendido a mí mismo, pero no he tenido ilusiones acerca de ello. Nunca he llegado a ser un Alvah Scarret. Él cree, en realidad, en todas las cosas que el público cree. Yo desprecio al público. Ésa es mi única vindicación. He vendido mi vida, pero a buen precio: el poder. Nunca lo he utilizado. No he podido concederme un deseo personal. Pero ahora soy libre. Ahora lo puedo emplear en lo que yo quiera. Para lo que crea. Para Dominique. Para usted —Roark se volvió. Cuando miró de nuevo a Wynand, contestó solamente:
—Eso espero, Gail.
—¿Qué ha estado pensando en todo este tiempo?
—En el principio que hay detrás del decano que me echó de Stanton.
—¿Qué principio?
—El que destruye el mundo. De lo que hemos estado hablando. Del verdadero altruismo.
—¿No existe el ideal del cual hablan ellos?
—Ellos no tienen razón.. Existe, aunque no en la forma que ellos se imaginan. Es lo que no he podido comprender en la gente durante mucho tiempo. Ellos no tienen personalidad. Viven en otros. Viven una vida de segunda mano. Observe a Peter Keating.
—Mírelo usted. Yo odio sus porquerías.
—He observado… lo que queda de él, y me ha ayudado a comprender. Está pagando el precio y se pregunta por cuál pecado cometido y se dice a si mismo que ha sido demasiado egoísta. ¿En qué acto o en qué pensamiento suyo ha sido él mismo? ¿Cuál fue su objeto en la vida? La grandeza, a los ojos de los demás. La fama, la admiración, la envidia; todo lo que procede de los demás. Los demás le dictaron convicciones, pues él carecía de ellas; se satisfizo con que los demás creyesen que las tenía. Los demás constituyeron su móvil poderoso y su principal interés. No quería ser grande, sino que lo creyesen. No quería ser arquitecto, sino que lo admirasen como tal. Pidió prestado a los otros para impresionarlos. Ése fue su altruismo real. Traicionó a su yo y se dio por vencido, pero todo el mundo lo llama egoísta.
—¡Sí! ¿Y no es la raíz de toda acción despreciable? No es egoísmo, sino precisamente la ausencia del yo. Mírelos. El hombre que engaña y miente, pero que conserva una fachada respetable. Él se sabe deshonesto, pero los otros creen que es honesto, y de eso deriva su propio respeto, de segunda mano. Un hombre que adquiera crédito por una obra que no le pertenece. Se sabe mediocre, pero es grande ante los ojos de los demás. El desventurado frustrado que profesa amor hacia el inferior y se adhiere a aquellos menos dotados para establecer su propia superioridad por comparación. Un hombre cuyo único objeto es hacer dinero. Pero el dinero es sólo un medio para un fin determinado. Si un hombre lo quiere para un propósito de orden personal, para invertirlo en la industria, para crear, para estudiar, para viajar, para gozar del lujo, resulta completamente moral. Pero los hombres que anteponen el dinero van mucho más allá. El lujo personal es un empeño limitado. Lo que ellos quieren es orientación, para demostrar, para pasmar, para obsequiar, para impresionar a los otros. Son imitadores.
—Si yo fuera Ellsworth Toohey habría dicho: «¿Está mostrando un caso contra el egoísmo? ¿No actuaban todos ésos con móviles egoístas: para sobresalir, para ser queridos, para ser admirados?»
—Por lo demás. Al precio de su propio respeto. En el reino de la mayor importancia, en el reino de los valores, de los juicios, del espíritu, del pensamiento, colocan a otros sobre sí mismos tal como los altruistas exigen. Un hombre verdaderamente egoísta no puede sentirse afectado por la aprobación de los demás. No la necesita.
—Creo que Toohey comprende eso. Eso es lo que lo ayuda a difundir su viciosa tontería. Exclusivamente la cobardía y la debilidad. Es muy fácil recurrir a los otros. Es muy difícil depender de la obra de uno mismo. Uno puede fingir virtudes ante un auditorio, pero no las puede fingir ante los propios ojos. Su yo es el juez más estricto. Huyen de él. Se pasan la vida huyendo. Es más fácil donar unos miles de dólares para beneficencia y considerarse generoso que basar el respeto propio en realizaciones personales.
—He ahí lo mortífero de esos individuos. No les interesan hechos, ideas, trabajo. Sólo les interesa la gente. No se preguntan: «¿Es verdadero esto?» Se preguntan: «¿Es esto lo que los otros creen que es verdadero?» No juzgan, repiten. No hacen, pero dan la impresión de que hacen. No crean, se exhiben. No tienen pericia, sino amistades. No tienen méritos, sino influencias. ¿Qué sucedería en el mundo sin aquellos que hacen, piensan y producen? Esos son los egoístas. No piensan a través de otro cerebro ni trabajan por intermedio de otras manos. Cuando suspenden su facultad de juicio independiente suspenden la conciencia. Detener la conciencia es detener la vida. Los que obran por segunda mano no tienen sentido de la realidad. Su realidad no está en el interior de ellos mismos, sino en esa parte que separa un cuerpo humano de otro. No como una entidad, sino como una relación anclada en la nada. Eso es lo que me detiene siempre que debo estar frente a un comité. Frente a los hombres sin un yo. A la opinión sin proceso racional. El movimiento sin freno ni motor. El poder sin la responsabilidad. Los secundadores actúan, pero la fuente de sus acciones está esparcida en otra persona viviente. Está en todas partes y en ninguna parte y no se puede razonar por ellos. No están abiertos para escuchar la razón. No se les puede hablar porque ellos no pueden oír. Se es procesado por un tribunal ausente. Una masa ciega que ataca a ciegas. Steven Mallory no podía definir a ese monstruo, pero lo conocía. Es la bestia babeante que él teme.
—Creo que sus secundadores comprenden esto. Advierta cómo aceptarían cualquier cosa menos a un hombre que está solo. Lo reconocen en seguida. Por instinto. Hay un odio especial, insidioso para él. Perdonan a los animales. Admiran a los dictadores. El crimen y la violencia constituyen un lazo. Una forma de mutua dependencia. Necesitan lazos. El hombre independiente los destruye porque no existen en él. Advierta el resentimiento maligno que hay contra cualquier idea que proponga independencia. Advierta la malignidad que hay contra todo hombre independiente. Mire hacia atrás, en su propia vida, Howard; recuerde la gente que conoció. Ellos no lo ignoran. Tienen miedo. Usted es un reproche para ellos.
—Eso quiere decir que siempre queda en ellos algún vestigio de dignidad. Son todavía seres humanos. Pero se les ha enseñado a buscarse a sí mismo en los otros; porque nadie puede realizar la humildad absoluta que significaría no estimarse a sí mismo en ninguna forma. No sobreviviría. De manera que después de haber sido instruidos durante siglos en la doctrina de que el altruismo es el ideal básico, los hombres lo han aceptado en la única manera que podía ser aceptado. Buscando la estima personal a través de los otros. Viviendo de segunda mano. Y esto ha abierto el camino para toda clase de horrores. Ha llegado a constituir una terrible forma de egoísmo que un egoísmo verdadero no podría haber concebido. Y ahora, para curar a un mundo que perece por el altruismo, se nos pide que destruyamos la personalidad. Escuche lo que se predica hoy. Mire a todos los que nos rodean. ¿Se ha preguntado por qué sufren, por qué buscan la felicidad y no la encuentran? Si cualquier hombre se detiene para preguntarse si alguna vez ha tenido un verdadero deseo personal, encontraría la respuesta en sí mismo: advertiría que todos sus deseos, sus esfuerzos, sus sueños o ambiciones están motivados por otro hombre. No lucha ni siquiera por la riqueza material, sino por el prestigio. Para tener un sello de aprobación, no para sí mismo. No puede decir de una sola cosa: «Esto es lo que yo quería porque lo quería, no para que mis vecinos estén con la boca abierta ante mí.» Entonces se pregunta por qué es desdichado. Se ha privado de todas las formas de felicidad. Nuestros momentos más grandes son personales, motivados por nosotros mismos. Las cosas que son sagradas o preciosas para nosotros son las que apartamos de la promiscuidad. Pero ahora se nos enseña a arrojar a la luz pública y al beneficio común todas las cosas que están dentro de nosotros. Buscan la alegría en los vestíbulos donde se reúne la gente. Ni siquiera contamos con una palabra que designe esa calidad de la cual estoy hablando: esa autosuficiencia del espíritu humano. Es difícil llamarla egoísmo o egotismo. Esas palabras han sido pervertidas, han venido a significar Peter Keating. Gail, creo que el único mal de la tierra está en colocar el interés fundamental en los otros hombres. Yo siempre he exigido cierta calidad en la gente que me busca. Según eso he elegido a mis amigos. Ahora sé en qué consiste. En un «Yo» que se satisface a sí mismo. Ninguna otra cosa interesa.
—Estoy contento de que admita que tiene amigos.
—Hasta admito que los quiero. Pero no podría quererlos si fuesen mi razón principal de vivir. ¿Se ha dado cuenta que a Peter Keating no le ha quedado un solo amigo? ¿Sabe por qué? Si uno no se respeta a sí mismo, mal puede tener afecto y respeto por los otros.
—Que se vaya al diablo Peter Keating. Estoy hablando de usted y sus amigos.
—Gail, si este barco se estuviera hundiendo, yo daría mi vida por salvar la suya. No porque fuere un deber, sino porque lo quiero, por razones y normas que me son propias. Yo moriría por usted, pero no podría ni querría vivir para usted.
—Howard, ¿qué razón o norma le hace decir eso?
Roark lo miró y se dio cuenta de que había dicho algo que no hubiera querido decir.
—Que no ha nacido para ser un segundón —respondió.
Wynand se sonrió. Escuchó la frase y no dijo nada.
Después, cuando Wynand bajó al camarote, Roark se quedó solo en la cubierta. Se quedó apoyado en la baranda, escrutando el océano, la nada.
Entonces se dijo: «No he mencionado al peor de todos, al hombre que va detrás del poder.»

Pg. 227
Tomo II (version electronica)
El Manantial
Ayn Rand

Cita

No recuerdo si es de La Rebelión de Atlas, lo vi de casualidad al abrir un libro del Sanborn’s.
Creo que la traducción no es muy buena :S, pero ahí va.

No dejes que el héroe de tu alma perezca en los pantanos desesperanzados del no del todo, del todavía no y del no en absoluto, y deje sólo la frustración solitaria por la vida que merecías pero que nunca fue posible alcanzar. El mundo que deseas se puede ganar, existe, es real, es posible, es tuyo.

Sobre la Rebelion de Atlas y el Objetivismo

Lo primero, gracias Nagual por recomendarme el libro, lo tengo localizado en una librería y pasaré a por el en los próximos dias.

He estado buscando sobre esta tematica y me ha parecido muy interesante, aunque tambien es verdad que le veo pequeños defectos. Entiendo y me parece justo que toda persona tenga derecho a hacer lo que le plazca, a seguir un proyecto, montar una empresa, comerciar,…. y que nadie se interponga en su camino. Aunque tambien es cierto que si el estado solo hace las funciones de “policia” (velar por que nadie se aproveche de otro y nadie obligue a nadie a nada) podríamos encontrarnos con algo muy lógico y racional:

1. Las personas libres crean empresas y estas prosperan
2. Las empresas entran en competencia unas contra otras y se da una lucha en la que hay vencedores y derrotados.
3. Algunas empresas van acumulando capital y poder. Estas empresas entonces tienen más posibilidades de vencer.
4. Se crean los monopolios y están en manos de posiblemente personas que no hayan aportado nada, simplemente por herencia han llegado a ellos.
5. Los monopolios siguen acumulando riqueza y poder y llega el punto en el que el estado no tiene el suficiente poder para combatir a este monopolio.
6. El monopolio por tando domina y todos somos siervos de este. Aquí termina la libertad.

¿Os suena de algo? se asemeja bastante al mundo en el que vivimos actualmente. La idea es realmente buena pero hay que confiar en que todas las personas tienen buenas intenciones y señores….cerdos los hay en todas partes y todos los tiempos.

Un saludo.
Celtur.

Se abre un banco de dinero real en Lakota, USA

Lakota, una comunidad india de USA con ciertos privilegios, ha abierto un banco donde solo se admite monedas de oro y plata, y además no funciona bajo el sistema de reserva fraccionaria, es decir el dinero no se “duplica” para prestarlo y está siempre todo disponible en el deposito. Es la segunda iniciativa de este tipo en USA. La primera fue hostigada por la Reserva Federal, que tiene el monopolio de billetes y mondea fiduciaria, pero los banqueros de Lakota aseguran que están en su derecho por los privilegios especiales de la región.

[url=http://press.freelakotabank.com/index.php]http://press.freelakotabank.com/index.php[/url]

Edito:

About Free Lakota » A New Standard of value

\”Money is the barometer of a society’s virtue. When you see that trading is done, not by consent, but by compulsion…when you see that in order to produce, you need to obtain permission from men who produce nothing…when you see your laws don’t protect you against them, but protect them against you…when you see corruption being rewarded and honesty becoming a self-sacrifice…you may know that your society is doomed.\”
\”Atlas Shrugged\”

At the Free Lakota Bank, we issue, circulate and accept for deposit only AOCS-Approved silver and gold currencies. Silver & gold are a store of value, an equivalent of wealth produced. Paper is a mortgage on wealth that does not exist, backed by a gun aimed at those who are expected to produce it. Since we deal only in real money, we do not participate in any central bank looting schemes.

Money is made possible only by those who produce. Paper is not money, instead merely a promise to pay. We hope that some day the rest of the world will awaken from the American Dream: the dream that a person can sustain life by consuming more than producing. We call it the American Dream because you must be asleep to believe it. Well, that dream now has a silver lining; as people discover the dream is really a nightmare, the only solution is a return to value: value that comes from production and honest trade.

Cuando vi la cita “Money is made possible only by those that produce”… era evidente la conexión con el Atlas.
Yo quiero una de esas monedas

M-10289

Necesito pasarle a una persona los 10 puntos de la directiva M10289 de la rebelion de atlas a una persona , solo que Lux tiene mi ejemplar (creo).

Alguien los tiene a la mano ?

Tampoco encontré el link

Objetivismo y subjetivismo ¿cuál es conveniente?

Creo que este mensaje va aquí, se refiere a la forma de pensar de cada hemisferio cerebral.

Cuando aspiramos llegar al objetivismo, es necesario tener bien decidido al objeto que habrá de afectar nuestros sentidos y percepciones a fin de realizar nuestra caminata o nuestro paso por tal o cual objeto-objetivo.

Hago también referencia a este video que aparece en youtube donde se explica que tenemos un cerebro dividido por la mitad, como si tuvieramos casi casi dos cerebros cada hemisferio procesa información diferente, con una manera de ser y de pensar diferente, el video viene en dos mitades:

My stroke of Insight

[url=http://www.youtube.com/watch?v=pl1TLsOYahw]http://www.youtube.com/watch?v=pl1TLsOYahw[/url]

[url=http://www.youtube.com/watch?v=Ijz7L6KrJQE&feature=user]http://www.youtube.com/watch?v=Ijz7L6KrJQE&feature=user[/url]

Ahora la reflexión personal que yo dejaría es que tenemos dos opciones reales para elegir, según dos formas distintas de ver al mundo a cada momento y en cada instante y no una correcta y una errónea como suelen sugerir los gobiernos cuando buscan chivos expiatorios para justificar algo que no les conviene decir que lo hacen por voluntad propia.

Ya lo decía un fragmento que puso Alfonso:

Las contradicciones no existen. Cuando pienses que te encuentras frente a una contradicción, revisa tus premisas. Siempre encontrarás alguna equivocada.

Francisco D’Anconia a Dagny, pag 206

Va otra distinción sobre objetivismo, es que requiere de la atención de ambos hemisferios, no es la ocurrencia de uno solo, creer que hemos llegado a ser objetivos con solo un hemisferio es una enorme presunción de consecuencias incuantificables.

Pero ps por otro lado, no siempre conviene ser objetivos, cuando tiene uno en frente al enemigo apuntando o cuando la amenaza es mayor que la defenza, ps aveces el subjetivismo ayuda a pasar el trago amargo copn una actitud relajada y sin afectar la propia salud ni la salubridad…

Pues bueno creo que los videos dan para más reflexiones todavía =)

Saludos.

Fragmentos

Las contradicciones no existen. Cuando pienses que te encuentras frente a una contradicción, revisa tus premisas. Siempre encontrarás alguna equivocada.

Francisco D’Anconia a Dagny, pag 206

Capitalismo malo

Cuando el Capitalismo se maneja de una forma deshumanizada haciendo enfasis en el enriquecimiento y en los bienes materiales. En el expansionismo y el refinamiento material nada lo detiene. Cuando la libre competencia, realmente voraz de que sobreviva el mas fuerte se da de forma parcial, beneficiando a los duenhos del capital el sistema muta a una sistemia.

Realmente nada lo detiene?

La competencia desigual, la ley de desigualdad entre la empresas y el corporativismo llevan a esta sistemia a una autofagia.

Altruismo

Uno de los aspectos mayormente manejado en la rebelion de atlas es el de l altruismo.
cuanod los ricos ayudan al pobre dandole dinero.
Dadivas de la aristocracia al vulgo.
Lo unico que se logra con eso es que la pobreza sea mayor.
Agregar agua clara a un charco enlodado, solo lo revuelve mas.

Cuando entenderan los empresarios que eso no sirve?
Sera acaso una caracteristica autofaga del sistema capitalista?
Existira algo como un verdadero sistema capitalista?
En un verdadero sistema capitalista, las re-evoluciones dejarian de llamarse crisis, y serian esperadas con ansiedad por ser un cambio y un perfeccionamiento del sistema?

Otro fragmento

Fragmento de La Rebelión de Atlas)
[url=http://www.eldiarioexterior.com/noticia.asp?idarticulo=5545&subtema=Cultura]http://www.eldiarioexterior.com/noticia.as…subtema=Cultura[/url]

-En la fábrica donde trabajé veinte años ocurrió algo extraño. Fue cuando el viejo murió y se hicieron cargo sus herederos. Eran tres: dos hijos y una hija que pusieron en práctica un nuevo plan para dirigir la empresa. Nos dejaron votar y todo el mundo, o casi todo el mundo, lo hizo favorablemente, porque no sabíamos en realidad de qué se trataba. Creíamos que ese plan era bueno, o mejor dicho, pensamos que se esperaba de nosotros que lo creyésemos bueno. Consistía en que cada empleado en esa fábrica trabajaría según su habilidad o destreza, y sería recompensado de acuerdo a sus necesidades. Nosotros… pero ¿qué le ocurre, señora? ¿Por qué me mira de ese modo?

-¿Cómo se llamaba esa fábrica? – preguntó Dagny con voz apenas perceptible.

-Twentieth Century Motor Company, señora. En Starnesville, Wisconsin.

-Continúe.

-Votamos por el plan en una gran reunión a la que asistimos unos seis mil, es decir, todos los que trabajábamos allí. Los herederos de Starnes pronunciaron largos discursos, no demasiado claros, pero nadie hizo preguntas. Ninguno estaba seguro de cómo funcionaría ese plan, pero todos pensábamos que nuestros compañeros lo habían comprendido. Si alguien tenía dudas al respecto, se sentía culpable y debía mantener la boca cerrada, porque todo aquel que se opusiera al plan hubiese parecido un desalmado, al que no era justo considerar humano. Nos dijeron que aquel plan significaba la concreción de un ideal muy noble. ¿Cómo íbamos a pensar lo contrario? ¿No habíamos oído decir durante toda nuestra vida, a nuestros padres y maestros, y a los pastores religiosos, leído en todos los periódicos y visto en todas las películas, y escuchado en todos los discursos públicos que aquello era recto y justo? Quizá nuestra conducta en la reunión podía ser comprensible hasta cierto punto. Votamos por el plan, y conseguimos lo previsto. Usted sabe, señora, que quienes trabajamos durante los cuatro años del plan en la fábrica Twentieth Century somos hombres marcados. ¿Qué se supone que es el infierno? Maldad, pura y simple, ¿verdad? Pues bien, eso es lo que vimos allí y lo que ayudamos a construir. Creo que estamos condenados por eso y quizá no se nos perdone nunca…

“¿Sabe cómo funcionó aquel plan y cuáles fueron sus efectos en nosotros? – continuó explicando el vagabundo –. Es como verter agua en un depósito en cuya parte inferior hay un caño por el que se vacía con más rapidez de la que usted lo llena y cada balde que echa dentro ensancha ese desagüe cada vez más, entonces cuanto más uno duramente trabaja, más se le exige; primero trabaja cuarenta horas semanales, luego cuarenta y ocho, y, más tarde, cincuenta y seis, para pagar la cena del vecino, la operación de su mujer, el sarampión del niño, la silla de ruedas de su madre, la camisa de su tío, la educación de su sobrino, o para el niño que ha nacido en la casa de al lado, o el que va a nacer; en fin para cuantos lo rodean, y que han de recibirlo todo, desde pañales a dentaduras postizas, mientras uno trabaja desde el amanecer hasta la noche, un mes tras otro y un año tras otro, sin tener más para mostrarles a esas personas que el propio sudor, sin otra expectativa que la complacencia de los demás para el resto de su vida, sin descanso, sin esperanza, sin fin… De cada uno según sus capacidades, para cada uno de acuerdo con sus necesidades…

“Nos dijeron que formábamos una gran familia, que todos participábamos en la empresa juntos, pero no todos trabajábamos ante la luz de acetileno diez horas diarias, ni padecíamos a la vez un dolor de vientre. ¿Cómo establecer, de un modo exacto, la capacidad de unos y las necesidades de otros? Cuando todo se hace en común, no es posible permitir que cualquiera decida sobre sus propias necesidades, ¿verdad? Si lo hace, pronto acabará pidiendo un yate, y si sus sentimientos son los únicos valores en que podemos basarnos, nos demostrará que es cierto. ¿Por qué no? Si no tengo derecho a tener un auto, hasta que caiga en una sala de hospital por haber trabajado para proporcionarle un coche a cada holgazán y a cada salvaje del mundo, ¿por qué no puede exigirme también un yate, si aún sigo de pie, si no he colapsado? ¿No? ¿Por qué no? Y entonces, ¿por qué no exigirme también que prescinda de la crema de mi café, hasta que él haya podido pintar su habitación…? ¡Oh, bien!… Acabamos decidiendo que nadie tenía derecho a juzgar sus propias necesidades o sus propias convicciones, y que era mejor votar sobre ello. Sí, señora, votábamos en una reunión pública que se celebraba dos veces al año. ¿De qué otro modo podíamos hacerlo? ¿Imagina lo que sucedía en semejantes reuniones? Bastó una sola para descubrir que nos habíamos convertido en mendigos, en unos mendigos de mala muerte, gimientes y llorones, ya que nadie podía reclamar su salario como una ganancia lícita, nadie tenía derechos ni sueldos, su trabajo no le pertenecía sino que pertenecía a ´la familia´, mientras que ésta nada le debía a cambio y lo único que podía reclamarle eran sus propias ´necesidades´, es decir, suplicar en público un alivio a las mismas, como cualquier pobre cuando detalla sus preocupaciones y miserias, desde los pantalones remendados al resfriado de su mujer, esperando que ´la familia´ le arrojara una limosna. Tenía que declarar sus miserias, porque eran las miserias y no el trabajo lo que se había convertido en la moneda de aquel reino, así que se convirtió en una competencia de seis mil pordioseros, en la que cada uno reclamaba que su necesidad eran peor que la de sus hermanos. ¿Qué otra cosa podíamos hacer? ¿Quiere saber lo que ocurrió? ¿Quiere saber quiénes mantuvieron la calma, sintiendo vergüenza y quiénes se aprovecharon de la situación?

“Pero eso no fue todo. En la misma reunión se descubrió otra cosa. La producción de la fábrica había disminuido en 40 por ciento en el primer semestre, y se llegó a la conclusión que alguien no había trabajado ´de acuerdo con su destreza o capacidad´. ¿Quién era? ¿Cómo averiguarlo? La ´familia´ votó también sobre eso. Así se determinó quiénes eran los más capacitados, y a éstos se los sentenció a trabajar horas extra cada noche durante los siguientes seis meses. Horas extras sin paga, porque no se pagaba por el tiempo trabajado, ni por la tarea realizada, sino tan sólo según las necesidades.

“¿Quiere que le cuente lo que sucedió después? ¿Y en qué clase de seres nos fuimos convirtiendo, los que alguna vez habíamos sido seres humanos? Empezamos a ocultar nuestras capacidades y conocimientos, a trabajar con lentitud y a procurar no hacer las cosas con más rapidez o mejor que un compañero. ¿Cómo actuar de otro modo, cuando sabíamos que rendir al máximo para ´la familia´ no significaba que fueran a darnos las gracias ni a recompensarnos, sino que nos castigarían? Sabíamos que si un sinvergüenza arruinaba un grupo de motores, originando gastos a la compañía, ya fuese por descuido o por incompetencia, seríamos nosotros los que pagaríamos esos gastos con horas extra y trabajando hasta los domingos. Por eso, nos esforzamos en no sobresalir en ningún aspecto.

“Recuerdo a un joven que empezó lleno de entusiasmo por ese noble ideal, un muchacho brillante, sin estudios, pero con una inteligencia asombrosa. El primer año ideó un plan de trabajo que nos ahorró miles de horas-hombre y lo entregó a ´la familia´, sin pedir nada a cambio, aunque tampoco hubiera podido hacerlo. Se portó como creía correcto, lo hacía por el ideal, según dijo. Pero cuando en una votación lo declararon el más inteligente de todos, y lo sentenciaron a trabajar de noche porque no habíamos conseguido extraerle aún lo suficiente, cerró la boca y el cerebro. Le aseguro que el segundo año no aportó ninguna idea nueva.

“¿Qué era eso que siempre nos habían dicho acerca de la competencia descarnada del sistema de ganancias, donde los hombres debían competir por ver quién realizaba mejor trabajo que sus colegas? ¿Cruel, no es así? Deberían haber visto lo que ocurría cuando todos competíamos por realizar el trabajo lo peor posible. No existe medio más seguro para destruir a un hombre, que ponerlo en una situación en la que no sólo desee no mejorar, sino que, además, día tras día se esfuerza en cumplir peor sus obligaciones. Dicho sistema acaba con él mucho antes que la bebida o el ocio, o el vivir haciendo malabares para tener una existencia digna. Pero no podíamos hacer otra cosa, estábamos condenados a la impotencia. La acusación que más temíamos era la de resultar sospechosos de capacidad o diligencia. La habilidad era como una hipoteca insalvable sobre uno mismo. ¿Para qué teníamos que trabajar? Sabíamos que el salario básico se nos entregaría del mismo modo, trabajáramos o no, recibiríamos la ´asignación para casa y comida´, como se la llamaba, y más allá de eso no había chances de recibir nada, sin importar el esfuerzo. No podíamos planear la compra de un traje nuevo para el año siguiente porque quizá nos entregarían una ´asignación para vestimenta´, o quizá no. Dependía de si alguien no se rompía una pierna, necesitaba una operación o traía al mundo más niños, y si no había dinero suficiente para adquirir ropas nuevas para todos, no lo habría para nadie.

“Recuerdo a cierto hombre que había trabajado duramente toda su vida porque siempre había querido que su hijo fuera a la universidad. Bueno, el muchacho terminó la secundaria durante el segundo año del plan, pero ´la familia´ no quiso entregar al padre ninguna asignación para que siguiera sus estudios. Dijeron que su hijo no podía ir a la universidad hasta que hubiera suficiente dinero para que los hijos de todos pudieran hacerlo. El padre murió al año siguiente en una riña de bar. Una pelea sobre nada en particular, en la que salieron a relucir navajas. Ese tipo de altercados se estaban haciendo muy frecuentes entre nosotros.

“También, había un viejo viudo y sin familia que tenía una afición: los discos fonográficos. Creo que era todo cuanto pudo desear conseguir de la vida. En otros tiempos solía ahorrar en comida para poder comprar algún disco nuevo de música clásica. Pues bien: no le dieron “asignación” para discos por considerarlo ´un lujo personal´ pero durante esa misma reunión, una niña fea y desagradable, de ocho años, llamada Millie Bush, que era la hija de alguno, consiguió que votaran para comprarle un par de aparatos de oro para sus dientes, porque se trataba de una ´necesidad médica´ según el psicólogo que consideró que sino se enderezaban sus dientes, la niña tendría un complejo de inferioridad. El viejo amante de la música se dio a la bebida, hasta tal punto que rara vez lo veíamos sobrio. Pero había algo que no podía olvidar. Cierta noche, mientras se tambaleaba por una calle, vio a Millie Bush y empezó a darle puñetazos hasta dejarla sin un diente, ni uno solo.

“La bebida era lo único que nos proporcionaba algún consuelo y todos nos volcamos a ella en mayor o menor grado. No pregunte de dónde sacábamos el dinero. Cuando todos los placeres decentes quedan prohibidos, existen siempre medios para llegar a los vicios. No se entra a robar a un bar durante la noche ni se registran los bolsillos de un compañero para comprar sinfonías clásicas o adquirir accesorios de pesca, pero sí para emborracharse y olvidar. ¿Accesorios de pesca? ¿Escopetas de caza? ¿Cámaras fotográficas? No existían asignaciones para ese tipo de pasatiempos. La ´diversión´ fue lo primero que quedó descartado.

“¿Es que acaso no se supone que uno debe avergonzarse por cuestionar cuando alguien nos pide que dejemos algo que nos da placer? Hasta nuestra ´asignación para cigarrillos´ quedó reducida a dos paquetes mensuales, porque, según dijeron, el dinero debía usarse para comprar leche para los niños. La producción de niños fue la única que no disminuyó, sino que, por el contrario, se hizo cada vez mayor. La gente no tenía otra cosa que hacer y, por otra parte, no tenían por qué preocuparse, ya que los niños no eran una carga para ellos, sino para ´la familia´. En realidad, la mejor posibilidad para obtener un respiro durante algún tiempo, era una ´asignación infantil´, o una enfermedad grave.

“Pronto nos dimos cuenta de cómo funcionaba aquello. Quien quisiera jugar limpio, tenía que privarse de todo, perder el gusto por los placeres, aborrecer fumar o masticar chicle, preocupado de que hubiese alguien que necesitara más esas monedas. Sentía vergüenza de la comida que tragaba, preguntándose quién la habría pagado con sus horas extras, pues sabía que esa comida no era suya por derecho propio y prefería ser engañado antes que engañar. Podía aprovecharse, pero no hasta el punto de chupar la sangre de otro. No se casaba ni ayudaba en sus hogares para no ser una nueva carga para ´la familia´. Además, si conservaba cierto sentido de la responsabilidad, no podía casarse y tener hijos, puesto que no le era posible planear, prometer, ni contar con nada. Pero los desorientados y los irresponsables se aprovecharon. Trajeron niños al mundo, se casaron, y trajeron consigo a todos los indignos parientes que tenían en todo el país, y a cada hermana soltera que quedaba embarazada y con el fin de obtener ´asignaciones por incapacidad´, contrajeron más enfermedades de las que cualquier médico podía atender, arruinaron sus ropas, sus muebles y sus casas, pero ¡qué importaba!: ´la familia´ pagaba todo. Así, encontraron más modos de tener ´necesidades´ que los que nadie hubiera podido imaginar, desarrollaron una habilidad especial para eso, la única habilidad que mostraban.

“¡Por Dios, señora! ¿Se da cuenta de lo que sucedió? Se nos había dado una ley con la cual vivir y que llamaban ley moral, que castigaba a quienes la cumplían. Cuanto más tratábamos de vivir de acuerdo con esa ley, más sufríamos y cuando más la burlábamos, mayores recompensas obteníamos. La honestidad era una herramienta entregada a la deshonestidad ajena. Los honestos pagaban, mientras los deshonestos cobraban. El honesto perdía y el deshonesto ganaba. ¿Cuánto tiempo puede un ser humano permanecer bueno con semejante ley? Éramos un buen grupo de personas decentes al principio. No había demasiados oportunistas entre nosotros. Conocíamos bien nuestra tarea, nos sentíamos orgullosos de ella, y trabajábamos para la mejor fábrica del país, propiedad del viejo Starnes, que sólo admitía en su plantel a los más selectos obreros. Al cabo de un año del nuevo plan, no quedaba entre nosotros ni una sola persona decente. Aquello era maldad, la clase de maldad horrible e infernal con la que los predicadores solían asustarnos, pero que uno nunca imaginamos que existiera. No es que el plan haya incentivado a algunos cuantos bastardos, sino que transformó a la gente decente en cretinos, sin que se pudiera obrar de otra manera… ¡y a eso llamaban ideal moral!

“¿Para qué habríamos de desear trabajar? ¿Por amor a nuestros hermanos? ¿Qué hermanos? ¿Para los aprovechadores, los sinvergüenzas, los holgazanes que veíamos a nuestro alrededor? Si eran simuladores o incompetentes, si no querían trabajar o estaban incapacitados para hacerlo, ¿qué nos importaba a nosotros? Si quedábamos reducidos para toda la vida al nivel de su capacidad, fingida o real, ¿para qué preocuparnos? No teníamos manera de saber cuáles eran sus verdaderas condiciones, carecíamos de medios para controlar sus necesidades. Lo único que se sabía era que estábamos convertidos en bestias de carga, luchando ciegamente, en un lugar que era mitad hospital, mitad almacén, sin marchar hacia ningún objetivo, excepto la incompetencia, el desastre y las enfermedades. Éramos bestias colocadas allí como instrumentos de aquél que quisiera satisfacer las necesidades de otro.

“¿Amor fraternal? Fue allí cuando aprendimos a aborrecer a nuestros hermanos por primera vez en la vida. Los odiábamos por todas las comidas que ingerían, por los pequeños placeres que disfrutaban, por la nueva camisa de uno, el sombrero de la esposa de otro, una salida familiar, o la pintura de la casa, porque todo eso nos era quitado a nosotros, era pagado con nuestras privaciones, nuestras renuncias y nuestro hambre. Empezamos a espiarnos unos a otros, con la esperanza de sorprendernos en alguna mentira acerca de nuestras necesidades y disminuir las asignaciones en la próxima reunión. Y empezamos a servirnos de espías, que informaban acerca de los demás, revelando, por ejemplo, si alguien había comido pavo el domingo, posiblemente pagado con el producto de apuestas. Empezamos a meternos en las vidas ajenas, provocamos peleas familiares para lograr la expulsión de algún intruso. Cada vez que veíamos a alguno saliendo en serio con una chica, le hacíamos la vida imposible, y así arruinamos numerosos compromisos matrimoniales, porque no queríamos que nadie se casara, no queríamos más gente a la que alimentar.

“En los viejos tiempos, el nacimiento de un niño era celebrado con entusiasmo y generalmente ayudábamos a las familias a pagar sus facturas de la clínica si estaban apretadas. Pero luego, cuando nacía un niño, estábamos varias semanas sin dirigirle la palabra a sus padres. Para nosotros, los niños eran como las langostas para los agricultores. En otras épocas ayudábamos a quien tuviera enfermos en su casa, pero luego… Voy a contarle un solo caso. Se trataba de la madre de un hombre que llevaba con nosotros quince años. Era una anciana afable, alegre e inteligente, que nos llamaba por nuestros nombres de pila, y con la que todos solíamos simpatizar. Un día se cayó por la escalera del sótano, y se fracturó la cadera. Sabíamos lo que eso significaba, a su edad, y el médico dijo que tenía que ser internada en un hospital de la ciudad para someterla a un tratamiento costoso y prolongado. La anciana murió la noche antes de ser traslada a la ciudad para su internación. Nunca se pudo establecer la causa de su fallecimiento. No sé si fue asesinada, nadie lo dijo, nadie hablaba del tema. Todo cuanto sé es que… y esto es lo que no puedo olvidar… es que yo también deseé que muriera. ¡Que Dios nos perdone! Tal era la hermandad, la seguridad, la abundancia que se suponía que el famoso plan nos iba a brindar.

“¿Qué motivo había para que se predicara esta clase de horror? ¿Sacó alguien algún provecho de todo esto? Sí, los herederos de Starnes. No vaya usted a contestarme que sacrificaron una fortuna y que nos entregaron la fábrica como regalo, porque también en esto nos engañaron. Es verdad que entregaron la fábrica, pero los beneficios, señora, dependen de aquello que se quiere conseguir. Y no había dinero en el mundo que pudiese comprar lo que los herederos de Starnes buscaban porque el dinero es demasiado limpio e inocente para tal cosa.

“El más joven, Eric Starnes, era un sometido, sin valor ni energía para hacer nada en especial. Resultó electo director del departamento de Relaciones Públicas que no hacía nada y tenía a sus órdenes a un personal ocioso, por lo cual no tenía por qué quedarse en la oficina. Su paga, en realidad no debería llamarla así, porque no se ´pagaba´ a nadie… la limosna que se votó para él, era muy modesta, algo así como diez veces mayor que la mía, pero a Eric no le importaba el dinero, porque no hubiera sabido qué hacer con él. Pasaba el tiempo entre nosotros, demostrándonos su compañerismo y su espíritu democrático. Le encantaba que la gente le demostrase afecto. Su mayor empeño consistía en recordarnos a cada instante que nos habían dado la fábrica. Ya no podíamos soportarlo.

“Gerald Starnes era nuestro director de producción. Nunca pudimos averiguar la medida de su rastrillaje de ganancias, pero hubiéramos necesitado todo un equipo de contadores y otro de ingenieros para saber de qué modo todo aquel dinero pasaba por una tubería directa o indirectamente a su despacho. Sin embargo, nada figuraba como beneficio particular, sino como medios con los que pagar los gastos de la compañía. Gerald tenía tres automóviles, cuatro secretarias y cinco teléfonos, y solía organizar fiestas con champán y caviar, que ningún gran magnate que pagara impuestos en el país podía permitirse. Gastó más dinero en un año que el que ganó su padre en los dos últimos de su vida. En su despacho encontramos unos cuarenta kilos de revistas, llenas de artículos sobre nuestra fábrica y nuestro noble plan, con grandes retratos de Gerald Starnes, en los que se lo mencionaba como un ´gran paladín social´. Por la noche le gustaba entrar en las tiendas vestido de etiqueta, con gemelos de brillantes, del tamaño de monedas, desparramando la ceniza de su puro por doquier. Un bruto con plata que no tiene otra cosa que exhibir aparte de su dinero, ya es un tipo desagradable, pero al menos no necesita mostrar que el dinero es suyo y uno puede contemplarlo con la boca abierta si lo desea. Pero cuando un bastardo como Gerald Starnes se exhibe de ese modo y declara una y otra vez que no le preocupa la riqueza material y que sólo sirve a ´la familia´, que todos aquellos lujos no son para él sino en beneficio del bien común porque es preciso mantener el prestigio de la firma y del noble plan de la misma… entonces es cuando uno aprende a aborrecer a esos seres como nunca se ha aborrecido a ningún ser humano.

“Pero su hermana Ivy era peor. A ella realmente no le importaba la riqueza material. La asignación que recibía no era mayor que la nuestra, y siempre iba con zapatos chatos y faldas simples y camisas, con el fin de demostrar su indiferencia. Era directora de Distribución, a cargo de nuestras necesidades, la que, en realidad, nos tenía agarrados del cuello. Se suponía que la distribución se realizaba por votación, por la voz de la gente, pero cuando la gente son seis mil voces roncas que tratan de decidir sin ningún criterio, medida o razón, cuando no existen reglas y cada uno puede pedir lo que quiera sin tener derecho a nada, cuando cada cual ejerce el derecho sobre la vida ajena pero no sobre la suya, todo acaba como efectivamente terminó: Ivy Starnes acabó siendo la voz del pueblo. Al finalizar el segundo año, abandonamos aquella farsa de las ´reuniones de familia para proteger la eficacia productora y economizar tiempo´, que solían durar diez días, y todas las peticiones fueron enviadas directamente a la oficina de la señorita Starnes. No, no eran enviadas. Mejor dicho, cada peticionante en persona debía presentarse allí y ella elaboraba una lista de distribución que nos leía en una reunión que duraba tres cuartos de hora. Luego votábamos. Había diez minutos para la discusión y las objeciones, pero no formulábamos ninguna, para ese tiempo ya nos habíamos dado cuenta. Nadie puede dividir la renta de una fábrica entre miles de obreros, sin una norma con que medir el valor de la gente. La de la señorita Ivy era la adulación a su persona. ¿Desinteresada? En los tiempos de su padre todo su dinero no le hubiera permitido hablar al tipo más bajo de su empresa en el modo como ella solía hablarles a nuestros más hábiles obreros y a sus esposas. Tenía unos ojos pálidos, vidriosos, fríos y muertos. Si se quería conocer la maldad absoluta, bastaba con observar cómo resplandecían sus ojos cuando alguien le respondía a un cuestionamiento para entonces ya no recibir más que la “asignación básica”. Al observar aquello, comprendíamos el motivo real de quienes fueran capaces de apreciar la consigna: ´De cada cual según su capacidad; a cada cual según sus necesidades´.

“Allí residía el secreto de todo. Al principio no dejaba de preguntarme cómo era posible que hombres educados, justos y famosos, pudieran cometer un error semejante y presentar como buena tal abominación, cuando cinco minutos de reflexión les hubieran indicado lo que sucedería en caso de que alguien pusiera en práctica semejante idea. Ahora comprendo que no obraron así por error, porque errores de este tamaño no se cometen nunca inocentemente. Cuando alguien se hunde en alguna forma de locura, imposible de llevar a la práctica con buenos resultados, sin que exista, además, razón que la explique, es porque tiene motivos que no quiere revelar. Y nosotros no éramos tampoco tan inocentes cuando votamos a favor del plan, en la primera reunión. No lo hicimos sólo porque creyéramos que la vieja y empalagosa farsa que nos presentaban fuera buena. Teníamos otro motivo, pero la farsa nos ayudó a ocultarlo de nuestros vecinos y de nosotros mismos. La farsa nos daba una posibilidad de hacer pasar como virtud algo de lo que nos hubiéramos avergonzado. Ninguno votó sin pensar que dentro de una organización de tal clase participaría en los beneficios de quienes eran más hábiles que él. Nadie se consideró lo bastante rico y listo para no creer que alguien lo sobrepasaría, y este plan lo participaría de la riqueza y la inteligencia ajenas. Pero pensando conseguir beneficios de quienes estaban por encima, olvidamos que había seres inferiores, que buscaban lo mismo de nosotros, olvidamos a los inferiores que tratarían de explotarnos del mismo modo que cada uno intentaría explotar a sus superiores. El obrero impulsado por la idea de que sus necesidades le daban derecho a un automóvil como el de su jefe, olvidó que todo pordiosero y vagabundo de la tierra empezaría a exigir un refrigerador como el del obrero. Ése fue nuestro motivo real cuando votamos. Tal es la verdad pero no nos gustaba reconocerlo y cuanto más lo lamentábamos, más alto gritábamos nuestro amor hacia el bien común.

“Conseguimos lo que nos habíamos propuesto, pero cuando nos dimos cuenta de lo que aquello representaba, ya era demasiado tarde. Estábamos atrapados, sin lugar adónde huir. Los mejores de entre nosotros abandonaron la fábrica en la primera semana del plan. Así perdimos a los mejores ingenieros, supervisores, capataces y obreros especializados. Todo el que se respete no quiere verse convertido en vaca lechera de la comunidad. Algunos intentaron impedir el proyecto, pero no lo consiguieron. Los hombres huían de la fábrica como de una zona infectada, hasta que no quedaron más que los necesitados, sin habilidad ni condiciones.

“Si algunos de nosotros, dotados de ciertas cualidades, optamos por quedarnos, fue porque llevábamos allí muchos años. En los viejos tiempos, nadie renunciaba a Twentieth Century y no podíamos hacernos a la idea de que aquellas condiciones ya no existieran más. Transcurrido algún tiempo, nos fue imposible marcharnos, porque ningún otro empresario nos habría admitido, y no se los puede culpar. Nadie, ninguna persona respetable, quería tratar con nosotros. Los dueños de las tiendas donde comprábamos empezaron a abandonar Starnesville a toda prisa, hasta que no nos quedaron más que los bares, las salas de juego y algunos comerciantes estafadores y aprovechadores, que nos vendían bazofia a precios exorbitantes. Nuestras asignaciones fueron perdiendo valor a medida que aumentaba el costo de vida. En la empresa, la lista de los necesitados se fue estirando, al tiempo que la de sus clientes se acortaba. Cada vez era menor la riqueza a dividir entre más y más gente. En los viejos tiempos solía decirse que Twentieth Century Motors era una marca tan buena como el oro. No sé qué pensarían los herederos de Starnes si es que pensaban algo, pero tengo la impresión de que, igual que todos los planificadores sociales y los salvajes insensatos, estaban convencidos de que aquella marca era en sí misma una especie de emblema mágico dotado de un poder sobrenatural que los mantendría ricos, igual que a su padre. Pero cuando nuestros clientes empezaron a notar que nunca lográbamos entregar un pedido a tiempo, y que siempre había algún defecto en los que entregábamos, el mágico emblema empezó a operar en sentido inverso: la gente no aceptaba un motor marca Twentieth Century ni regalado. Llegó un momento en que nuestros únicos clientes fueron los que nunca pagaban ni pensaban hacerlo, pero Gerald Starnes, embrutecido y engreído por su propia publicidad, empezó a ir de un lado a otro con aire de superioridad moral, exigiendo que los empresarios nos pasaran pedidos, no porque nuestros motores fueran buenos, sino porque necesitábamos esos pedidos urgentemente.

“Por aquel entonces, una ciudad fue testigo de lo que generaciones de profesores pretendieron no observar. ¿Qué beneficios podría reportar nuestra necesidad a una central eléctrica, por ejemplo, si sus generadores se paraban a causa de un defecto en nuestros motores? ¿Qué beneficio reportaría a un hombre tendido en una camilla de operaciones, si, de pronto, se le cortara la luz? ¿Qué bien haría a los pasajeros de un avión si el motor fallaba en pleno vuelo? Y si adquirían nuestros productos no por su calidad sino por nuestra necesidad, ¿la acción moral del propietario de la central eléctrica, del cirujano y del fabricante del avión sería buena, justa y noble?

“Sin embargo, tal era la ley moral que profesores, directivos y pensadores habían querido establecer. Si esto fue lo que ocurrió en una pequeña ciudad donde todos nos conocíamos, ¿imagina lo que hubiera sido a escala mundial? ¿Imagina lo que hubiera ocurrido si hubiéramos tenido que vivir y trabajar, sujetos a todos los desastres y a todos los inconvenientes del planeta? Trabajar pensando en que si alguien fallaba en cualquier lugar, era uno quien debería pagarlo. Trabajar sin posibilidad alguna de progreso, con la comida, la ropa, el hogar y las distracciones pendientes de una estafa, una crisis de hambre o una peste en cualquier lugar del mundo. Trabajar sin posibilidades de una ración extra, hasta que los camboyanos tuvieran alimento suficiente o hasta que todos los patagónicos hubieran ido a la universidad. Trabajar con un cheque en blanco, en poder de cada criatura nacida, hombres a los que nunca vería, cuyas necesidades no conocería, cuya laboriosidad, pereza o mala fe nunca podría llegar a aprender o cuestionar. Tan sólo trabajar, trabajar y trabajar, dejando que las Ivys o los Geralds del mundo decidieran qué estómagos habrían de consumir el esfuerzo, los sueños y los días de su vida. ¿Es ésta la ley moral a aceptar? ¿Es éste un ideal moral?

“Lo intentamos y aprendimos la lección. Nuestra agonía duró cuatro años, desde la primera reunión hasta la última, y todo terminó del único modo que podía terminar: en la quiebra. Durante la última reunión, Ivy Starnes fue la única que intentó forcejear un poco. Pronunció un corto, desagradable y agresivo discurso en el que dijo que el plan había fracasado porque el resto del país no lo había aceptado, que una sola comunidad no podía llevarlo a la práctica y triunfar en medio de un mundo egoísta y avaro; que el plan era un ideal noble, pero que la naturaleza humana no estaba a su altura. Un joven, el mismo que había sido castigado por habernos dado una idea útil durante el primer año, se puso de pie, mientras todos seguíamos sentados en silencio, y se dirigió a Ivy Starnes, que ocupaba el estrado. No dijo nada, sino que la escupió en la cara. Y ése fue el fin del noble plan de Twentieth Century.