La historia del soldado que se fue a orinar y se inventó una abducción

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(…)El cabo Valdés, que tenía entonces 23 años, y sus ocho subalternos estaban sentados alrededor de una fogata cerca de unas caballerizas de Putre en la madrugada del 25 de abril de 1977 cuando vieron dos extrañas luces en el cielo. La aparición del segundo de los objetos, ovoide y violáceo, hizo que los caballos se desbocaran y que Valdés gritara: “¡Vete! ¡En nombre de Dios te lo ordeno!”. Media hora después, el cabo se separa de sus compañeros, camina hacia la luz y se esfuma. Quince minutos más tarde, aparece, se desploma en el suelo y dice: “Nunca sabrán quiénes somos ni de dónde venimos; pero pronto volveremos”. Tiene la barba crecida y el reloj adelantado cinco días. A partir de ahí, ufólogos de medio mundo se lanzan a especular acerca de lo que le pasó durante los quince minutos en los que estuvo desaparecido, una enigma desvelado hace poco.

Por mucho que la máquina propagandística de la nave del misterio se empeñe, Valdés explicó hace tiempo lo que ocurrió aquella noche. Lo hizo en la revista Más Allá (Nº 234), en un reportaje de Alejandro C. Agostinelli y Diego Zúñiga publicado en agosto del año pasado. “No fui abducido”, admitía el ex militar y ahora devoto feligrés de la Iglesia evangélica. En un interrogatorio tortuoso para los periodistas, reconocía que aquella noche nunca estuvo desaparecido y que no se separó del grupo para enfrentarse a las extrañas luces, sino por una razón mucho más mundana: para orinar. “Siempre estuvieron [los otros miembros de la patrulla] en mi campo de visión y yo observándoles… Cuando uno de los soldados animó a sus compañeros a ir a buscarme, pensé que se iba a armar una hecatombe. Entonces aparecí de un salto. Por eso mis compañeros creyeron que había caído de algún sitio”, confesó el falso abducido hace más de un año a Agostinelli y Zúñiga. El gran caso ovni se resumía en un joven que había ido a orinar detrás de un muro, desde el que luego había saltado para escenificar su teatral vuelta al mundo de los vivos. Fue todo una broma que se le fue de las manos y que entró en el canon ufológico, como su barba de cinco días y su reloj adelantado. Lo cierto es que el militar llevaba días sin afeitarse, pero en su día declaró lo contrario porque rasurarse era obligatorio y le podían sancionar. Y el calendario del reloj, analógico, seguramente lo adelantó de fecha él mismo. (…)

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