Kenjutsu – parte XII

De: alexander@ojosabiertos.org
Fecha: Jue Nov 11, 2004 5:28 am
Asunto: Kenjutsu – Parte XII xandersukey

Kenjutsu

El arte de la espada dominó la última parte de la historia feudal
japonesa, y durante más de 300 años fue objeto de un intenso estudio y
experimentación. Con el tiempo, se desarrolló una teoría global del poder
coordinado aplicado en la esgrima, una teoría resultante de una adaptación
particular del haragei. Es posible, en efecto, seguir la evolución de los dos
conceptos básicos de centralización abdominal y de extensión coordinada de la
energía intrínseca o interior en los documentos de esta especialización del
bujutsu (que hizo famosos a ciertos hombres en todo el Japón por su habilidad
con la katana y/o su habilidad como maestros de kenjutsu).

Una diferenciación básica, lamentable pero inevitable, fue hecha por los
antiguos maestros de esgrima entre los factores externos e internos de la
especialización. Entre los primeros factores, por ejemplo, encontramos armas,
técnicas, posturas y todos los «detalles prácticos, como el que llamamos las
cinco maneras de poner el cuerpo, designadas cada una de ellas por un carácter
(chino»> (Suzuki). Estos factores, eran las características externas que
diferenciaban el estilo de una escuela de los de todas las demás escuelas de
kenjutsu. Entre los factores internos de esgrima ortodoxa descubrimos aquella
independencia de pensamiento que permitió el desarrollo de las técnicas y su
libre flujo, sin obstáculos ni interrupciones paralizantes, es decir, del
inconsciente, en plena potencia.
Hubo evidentemente escuelas de kenjutsu que se sobre especializaron asignando
mayor importancia a una clase de factores, con lo cual minimizaban o negligían
casi completamente la importancia de otra clase o grupo de factores. De hecho,
uno de los mayores teóricos del kenjutsu, el monje Takuan, reaccionando quizá
contra una tendencia común de poner un énfasis indebido en los factores
externos del kenjutsu (es decir, sobre el arma y sus técnicas), lanzó la
advertencia de que «el conocimiento técnico no es suficiente. Debe trascenderse
la técnica de modo que el arte se convierta en un arte natural, que emane del
inconsciente» (Suzuki). Pero, al mismo tiempo, lanzó repetidamente advertencias
contra poner un énfasis indebido sobre factores internos del kenjutsu. «El
entrenamiento detallado de la técnica», escribió, no debía «descuidarse»,
puesto que el conocimiento solamente de los factores internos de la esgrima «no
podía conducir al dominio de los movimientos del cuerpo y de las extremidades…
Hay que comprender el principio de espiritualidad (esto se consigue sin
palabras) pero al mismo hay que entrenarse en la técnica de la esgrima»
(Suzuki).
Tal como implica el consejo de Takuan a sus discípulos, hubo evidentemente
muchas escuelas de esgrima cuyos adeptos ponían énfasis en un grado exagerado
en los factores internos del combate, que iba desde lo físico o espiritual
hasta el puro mesmerismo y la prestidigitación. Respecto a esta última
interpretación de los factores internos del arte, nos hemos encontrado ya con
el ninjutsu , un arte que dependía en gran medida de la teoría y de la práctica
de técnicas esotéricas de lo que hubieran sido considerados como ejemplos de
magia negra, brujería o hechicería en la Europa medieval.

En su excelente trabajo The Fighting Spirit of Japan, Harrison escribió
que, según muchos de los maestros de bujutsu con los que habló a principios del
siglo xx, los guerreros que usaban «fuerzas hipnóticas, mesmerizantes u
odílicas» en combate no eran raros. De uno de éstos se dijo incluso que no
había «experimentado ninguna dificultad» para derrotar al famoso Miyamoto
Musashi «con nada más formidable que un ordinario abanico de papel» (Harrison).
Era (y todavía es hoy) extremadamente difícil concretar dónde está la línea que
separa los trucos o la prestidigitación del verdadero poder y estabilidad
mental, la pura sugestión del genuino coraje y energía, la ilusión de la cruda
realidad. Pero está claro que de los bushi -por limitados que fueran en su
imaginación ética y en su libertad de elección dentro del sistema- generalmente
se esperaba que se abstuvieran de usar la primera categoría de tácticas, que
eran consideradas fraudulentas e indignas de cualquier guerrero consciente de
su dignidad. Por consiguiente, dejaremos sin respuesta esos poderes esotéricos
basados en la capacidad de un hombre para nublar la mente de otro hombre.
Nuestra principal preocupación aquí es explorar la evolución doctrinaria de
estos poderes internos que permiten a un hombre enfrentarse a un espadachín
diestro y mentalmente independiente, conservando la calma, preparado para
luchar (y, además, luchar bien) con coraje y poder igual al exhibido por su
oponente.

En opinión de Takuan (uno de los puntos de vista sobre el tema más
equilibrado e integrador), los factores interiores y exteriores de la esgrima
debían considerarse como «las dos ruedas de un carro», y, en consecuencia, el
entrenamiento en el arte «nunca debía ser de un solo lado» (Suzuki). No
obstante, es incuestionablemente cierto que virtualmente todos los maestros de
kenjutsu reconocieron la importancia primordial de la independencia mental en
el control del combate. Además, todos ellos ponían de relieve que la mente
debía estar libre de cualquier atadura, cualquiera que fuese su fuente y
naturaleza, si se quería ejercer el control con éxito. Por encima de todo, la
mente debía apartarse de la perturbadora influencia de las circunstancias
«externas» del combate, tales como las armas empleadas, puesto que «cuando la
mente se ocupa de la espada nos convertimos en nuestro propio cautivo. Esto se
debe a que nuestra mente se ve frenada por algo externo ya que pierde su
dominio» (Suzuki). No se debe permitir que las actitudes, los gestos o las
técnicas influyan o limiten la independencia de la mente. «En el caso de la
esgrima, por ejemplo, cuando el oponente intenta golpearnos, nuestros ojos
atrapan instantáneamente el movimiento de su espada y puede que nos esforcemos
por seguirla. Pero tan pronto como ocurre esto, dejamos de ser dueños de
nosotros mismos y con seguridad seremos batidos. A esto se le llama “pararse”»
(Suzuki).

Estas observaciones fueron repetidas en crónicas de otras artes
marciales, incluso de las desarmadas. El legendario Iso, del ryu Tenjin-Shinyo
de jujutsu, dicen que había escrito en un manual de instrucción para esa
escuela: «si nos ponemos una armadura y llevamos otras armas militares, no
dejemos que nos influyan, puesto que estas “cosas” no son más que apariencias»
(Judo, Kodokan, Spring, 1951). En un estudio más moderno de kenjutsu, otro
autor parece estar de acuerdo e incluso cita a un maestro del arte sugiriendo
un método para situar las cosas en perspectiva: «Pensad demasiado en la espada
y perderéis de vista el fin. Quizás entenderéis esto (con mayor facilidad) si
véis la esgrima sin espada, dijo» (Gluck). En un kenjutsu clásico, por ejemplo,
un discípulo fue firmemente censurado por su maestro por mostrar íra y caer así
directamente en la trampa de un oponente (Durckheim).

Esta independencia mental y su estabilidad concomitante al enfrentarse
al combate, con todas sus implicaciones externas e internas, se consideraban la
base de la conciencia general y de la claridad de percepción, que eran, por sí
mismas, expresiones de control sobre el combate porque permitían a un hombre
anticipar un hecho estratégico o hacerle frente como si realmente estuviera
produciéndose.

Un claro ejemplo del primer tipo de percepción preventiva (es decir,
mediante la conciencia de un ataque inmediato) lo ofrece el siguiente episodio
del Gekken Sodai. Un famoso maestro de kenjutsu estaba descansando en su jardín
con uno de sus estudiantes, que llevaba una espada. Viendo a su maestro relajado
e inmerso en una contemplación ociosa, el muchacho pensó en lo fácil que sería
lanzar un ataque por sorpresa (usando una técnica de iajutsu) antes de que su
maestro ni siquiera se diese cuenta de lo que estaba ocurriendo. En ese
momento, el maestro levantó la mirada con el ceño fruncido. Todavía con el ceño
fruncido, se puso en pie y comenzó a investigar el terreno, mirando detrás de
los árboles y matorrales como si esperase encontrar a un enemigo acechando
allí. No hallando a nadie, se fue inquietando cada vez más y al final se retiró
a su habitación, donde, ante las ansiosas preguntas de sus estudiantes, replicó
que, debido a su largo adiestramiento y variadas experiencias en el bujutsu,
generalmente podía percibir un ataque inmediato o un aire mortífero antes de
que dicho ataque se materializara realmente. Aquel día, en el jardín, había
«percibido» ese aire, pero no había ocurrido nada y no parecía haber nadie en
los alrededores con excepción de su alumno. Sólo cuando el estudiante le
explicó que había sido él quien había pensado que había una abertura para
lanzar un ataque efectivo contra su maestro, este último se relajó y recuperó
su compostura. El maestro había percibido la intención agresiva del alumno, aun
cuando no había habido ningún movimiento o señal abierta por parte del muchacho.

Episodios que ilustran casos de. alerta preventiva tales como el antes
relatado son tan numerosos en la literatura del Japón que han llegado hasta las
modernas películas chambara que ilustran aquellos tiempos épicos. En un clásico
film japonés que ganó el aplauso internacional (Los siete samurai, de
Kurosawa), es interesante observar que precisamente esta profundidad y alcance
de alerta y percepción fue desplegado por el líder de los guerreros en sus
esfuerzos por distinguir a un verdadero samurai de los muchos falsos ronín que
atestaban las carreteras en aquellos días. La prueba que inventó era sencilla:
se situaba a un hombre armado con un palo detrás de la puerta por donde los
candidatos iban a entrar .De los siete guerreros sin señor invitados a cruzar
el umbral, sólo uno (de origen campesino y, por tanto, que no era un legítimo
miembro de la clase militar, ni versado en haragel’) no adoptó medidas de
precaución habituales y que se adoptaban automáticamente bajo tales
circunstancias. Él (el campesino) fue el único atrapado estando desprevenido y
que, por supuesto, recibió de lleno un golpe en la cabeza. En otra importante
película que trataba del Japón feudal, exhibida en los Estados Unidos bajo el
título Hara-kiri, un hombre dispuesto a vengar el injusto suicidio de su yerno
(injusto porque había sido forzado y brutalmente ejecu- tado) espera a su
primera víctima y comienza a seguirlo. Casi automáticamente, el último percibe
una amenaza (aunque no se ha dado todavía una clara indicación de hostilidad),
y se prepara para el combate.

Se ha desarrollado una teoría completa sobre este tipo de alerta, basada
y derivada de la centralización interior en el hara, el único centro capaz de
asegurar la necesaria claridad y profundidad de percepción. Esta teoría ha
llegado hasta la era moderna y hasta el hemisferio occidental en los valiosos
escritos de Durckheim, autor de uno de los estudios más agudos sobre el hara.
Al respecto, cuenta la historia de un potencial agresor que es «detectado» por
su víctima y, por consiguiente, no ataca, siendo el intercambio de información
y de percepción de un hombre a otro automático y muy preciso, aunque ninguno de
los dos mira al otro ni da ninguna indicación de que se haya hecho contacto.

No es una cuestión de «sensaciones», sino de percibir la realidad y los
hechos reales; no es una cuestión de una repentina y efímera intuición, sino de
un tipo de antena que siempre está disponible para el que la adquiere. Ocurre
asimismo que, donde se ha desarrollado el haragei, no sólo hay una receptividad
sino también una fuerza activa. El adepto del haragei no es sólo un receptor
ultrasensible, sino también un igualmente poderoso transmisor. (Durckheim)

Respecto a la percepción, el haragei como teoría usa las famosas
imágenes de mizu-no-kokoro y tsuki-no-kokoro para visualizar el tipo de actitud
mental que se debe desarrollar si uno quiere enfrentarse a la vida ya cada uno
de sus problemas en particular, o en general. Mizu-no-kokoro significa
literalmente «un espíritu como el agua tranquila», e indica ese tipo de mente
tan uniformemente tranquila como la superficie lisa de un lago que refleja
claramente todo lo existente o que se mueve en los alrededores, sin poner un
énfasis indebido sobre nada en particular. Pero si el viento sopla sobre esta
superficie, estos nítidos reflejos se dispersan en innumerables fragmentos que
distorsionan la imagen original y confunden el conjunto. Tsuki-no-kokoro, por
otro lado, significa «un espíritu tranquilo como la luna» y representa una
actitud desapasionada hacia todas las cosas, como la luna que brilla sobre todo
con imparcialidad y que es por tanto «consciente» de la totalidad del paisaje en
general, así como de sus distintos detalles. Pero si pasa una nube entre la luna
y la tierra, todo se oscurece; el paisaje se vuelve tenebroso, sombrío y con
frecuencia estremecedor.
En ambas imágenes la idea central es: la mente puede percibir y evaluar lo
general y lo particular, lo más lejano y lo más próximo con total
independencia, únicamente si está centralizada y por tanto protegida de las
distracciones o perturbaciones de cualquier tipo. Por tanto, de acuerdo con la
mayoría de los maestros de kenjutsu, esta percepción general de la realidad
expresada mediante la imagen de la luna (tsuki) incluiría también una
percepción especializada de los detalles significativos, de los elementos
particulares importantes del combate, del mismo modo que las ramas individuales
de un árbol que crece junto a un lago se reflejarían en sus aguas tranquilas
(mizu).

Tal como se ha observado antes, esta capacidad de la mente para
concentrar todo su poder de percepción sobre un solo objeto, permaneciendo al
mismo tiempo consciente de los elementos que lo rodean, fue usada por doctrinas
antiguas de desarrollo y liberación final en la India, China, Tíbet y Japón,
como técnica para liberar la mente de cualquier dependencia sobre la diversidad
multiforme y confusa de los fenómenos en la realidad del hombre.

El primer paso, en consecuencia, era disciplinar y concentrar los poderes
mentales de la persona a fin de conseguir un primer nivel de independencia, paz
y armonía, el necesario preludio para seguir explorando la esencia social y
cósmica de la realidad, en una serie de expansiones progresivas de la
personalidad humana. Esta técnica de concentración se convirtió en un arte en
la escuela budista de pensamiento que tomó su nombre del método usado para
alcanzar y perfeccionar tal concentración de la conciencia en un solo punto,
conociéndose las escuelas de meditación en la India como Dhyana, en China como
Ch’an ven Jadon como Zen. Naturalmente. un énfasis excesivo sobre la
concentración, tal como se ha dicho antes, podría convertirse en una aberración
cuando se intepretaba (como sucedió a menudo) en un sentido absoluto y como un
fin en y para sí mismo. En tales casos, la mente del hombre sería capturada y
quedaría congelada en una situación de dependencia total sobre el objeto
percibido, hasta la exclusión absoluta de todos los demás elementos existentes
en esa realidad.

Para los maestros de bujutsu, sin embargo, esta intensa percepción del
único elemento y factor significativo del combate, conseguida mediante las
disciplinas de concentración y meditación, era considerada como un requisito
básico del arte del kenjutsu.
La mente debía estar preparada para percibir, por ejemplo, un árbol entero,
para obsevar con una intensa claridad una sola hoja entre las muchas existentes
en sus ramas, manteniendo al mismo tiempo una percepción de todas las demás,
cada una de ellas de forma clara y precisa, pero sin dejarse capturar ni
distraer por ninguna. Estas ideas relativas a la sucesión rápida de
percepciones concretas unidas unas a otras mediante la percepción general del
bushi de la totalidad, su concentración sobre el detalle inmediato a mano,
mientras mantenía simultáneamente su percepción de todas las demás, fueron las
bases metodológicas de muchas escuelas de kenjutsu, así como de todas las
mejores escuelas de bujutsu en general.
Ayudan a explicar la fama de tales escuelas como el ryu Koto-Eiri, cuyos
cánones de combate contra un grupo de oponentes más que contra un solo
espadachín han figurado de modo destacado en algunas de las mejores películas
japonesas de los años sesenta, incluidos Yojimbo, Sanjuro y Hara-kiri, donde el
héroe, con una increíble velocidad, procede a eliminar (o a defenderse contra)
espadachines y lanceros que convergían sobre él desde todos los lados. Siglos
atrás, Takuan escribió: Supongamos que hay diez hombres que se te enfrentan,
dispuestos a atacarte sucesivamente con una espada. Tan pronto como te hayas
librado de uno debes pasar al siguiente sin dejar que la mente se «detenga» en
ninguno. Por mucha que sea la rapidez con que un golpe puéda seguir a otro, no
hay que dejar tiempo para intervenir entre los dos. De este modo te ocuparás
sucesivamente y con éxito de cada uno de los diez. Esto sólo es posible cuando
la mente se mueve de un objeto a otro sin dejarse «detener> o parar por nada.
(Suzuki)

Este tipo de independencia mental en medio de los enemigos en
convergencia era todavía más efectiva al enfrentarse con un solo oponente, por
supuesto. En este contexto, Takuan especificó: Sin duda vemos la espada que
está a punto de golpearnos, pero no debemos dejar que nuestra mente se
«detenga» allí. No hemos de albergar ninguna intención de contraatacar en
respuesta a su movimiento amenazador, ni abrigar ningún tipo de pensamiento
calculador. Simplemente debemos percibir el movimiento del oponente, sin dejar
que nuestra mente se «pare» con ello, tenemos que seguir moviéndonos tal como
lo estábamos haciendo. (Suzuki)

El principio de independencia mental llegó a un punto culminante
especial en la teoría y en la práctica del kenjutsu con la eliminación del
obstáculo más humano y paralizante de la fluidez de la acción: la preocupación
subjetiva por la propia supervivencia. Desde hacía tiempo se sabía, por
supuesto, que un hombre que, mediante un entrenamiento disciplinado, hubiera
renunciado a cualquier deseo o esperanza de supervivencia y tuviese un solo
objetivo -la destrucción de su enemigo- podía ser un terrible oponente y un
luchador verdaderamente formidable que no pidiera ni diese cuartel una vez
hubiese desenvainado su arma. De este modo, un hombre aparentemente ordinario
que, por la fuerza de las circunstancias más que por la profesión, se hubiese
visto en la situación de tener que tomar una decisión desesperada, podía ser
peligroso incluso para un diestro maestro de esgrima.

Un episodio famoso, por ejemplo, es el de un maestro de esgrima al que un
superior le había pedido que le entregase un sirviente culpable de una ofensa
punible mediante la muerte. Este maestro, deseando probar una teoría propia
relativa al poder de esa condición que llamaremos «desesperación», desafió al
hombre condenado a un duelo. Sabiendo perfectamente lo irrevocable de su
sentencia, al sirviente ya no le importaba ni mucho menos tener cuidado, y el
duelo que siguió demostró que incluso un diestro espadachín y maestro del arte
puede verse en grandes dificultades al enfrentarse con un hombre que, debido a
su aceptación de la muerte inminente, puede ir hasta el límite (e incluso más
allá) en su estrategia, sin una sola vacilación o consideración que pudiera
distraerle. El sirviente, en efecto, luchó como un hombre poseído, forzando a
su maestro a retroceder hasta que su espada se halló casi contra la pared. Al
final el maestro tuvo que derribarlo en un último esfuerzo, cuando la propia
desesperación del maestro le facilitó la plena coordinación de su coraje,
habilidad y determinación (Suzuki).

Esta combatividad tan intensa y determinada en un sirviente de un
espadachín puede que no sea tan sorprendente, puesto que es concebible que un
hombre así pueda haber aprendido cómo manejar una espada como resultado de una
continua exposición a las enseñanzas de su maestro. Pero una concentración de
un tipo tan especializado y total decían que producía la misma fanática
determinación y reacción sin temor en hombres de paz que se habían entrenado y
que se habían formado con los distintos cultos de no violencia, tranquilidad,
contemplación y similares.

Al respecto, la doctrina del kenjutsu contiene el interesante episodio del
maestro del té del señor Yamanouchi de la provincia de Tosa, que se había visto
forzado por las insistentes peticiones de su señor a abandonar el tranquilo
castillo de Tosa y seguir a su maestro a Edo, donde, evidentemente, el señor
Yamanouchi deseaba mostrar la destreza de su sirviente en la ejecución del
cha-no-yu. En Edo, un día, el pacífico maestro del té (que no era de rango
samurai, aunque debido al protoco tenía que vestirse como si lo fuera) tuvo un
encuentro que había esperado y temido desde que se había ido de casa: se
encontró a un ronín que le desafió a un duelo. El maestro del té explicó cuál
era su estatus, pero el ronín, esperando sacar dinero a su víctima, continuó
amenazándolo.
Pagar para que le dejase tranquilo hubiera supuesto, para el maestro del té,
para su señor y para su clan una acción deshonrosa. La única alternativa era
aceptar el desafío. Una vez se hubo resignado a morir, el maestro del té solo
deseaba morir de una manera propia de un samurai. Por consiguiente pidió
permiso a su oponente para posponer el encuentro y luego se precipitó hacia una
escuela de esgrima que había visto cerca de allí, esperando recibir al menos la
información básica que precisaba, es decir, los rudimentos para morir
honorablemente a espada. Sin una carta de presentación, solía ser difícil
lograr ser recibido por el maestro de una escuela, pero, en este caso, incluso
los porteros no pudieron evitar darse cuenta de lo seriamente trastornado que
estaba el maestro del té, y se quedaron finalmente impresionados por la
desesperada urgencia con la que suplicaba que se le permitiera entrar.
Al fin fue presentado al maestro, quien, habiendo escuchado atentamente la
historia, pidió que el maestro del té le sirviese un poco de té a él antes de
aprender el arte de morir. Contemplando cómo representaba la ceremonia del té
con una total concentración y serenidad mental, la continuación de la historia
es que el maestro de esgrima, en un determinado momento, «se golpeó la rodilla,
una señal de absoluta aprobación, y exclamó»: ¡Eso es! ¡No necesitas aprender el
arte de morir!

El estado mental en el que estás ahora es suficiente para hacer frente a
cualquier espadachín. Cuando veas al ronín proscrito, haz lo siguiente:
primero, piensa que vas a servir té a un invitado. Salúdale cortesmente,
disculpándote por el retraso, y dile que ahora ya estás preparado para el
enfrentamiento. Quítate el haori (el abrigo ), dóblalo cuidadosamente, y luego
pon tu abanico sobre el mismo tal como lo haces cuando trabajas. Ahora átate la
cabeza con el tenugui (toalla), átate las mangas arremangadas con la cuerda y
recoge tu hakama (falda partida). Desenvaina la espada, levántala por encima de
tu cabeza, listo para golpear con ella a tu oponente, y, cerrando los ojos,
concentra tus pensamientos para un combate. Cuando le oigas lanzar un grito,
golpéalo con tu espada. Probablemente acabaréis muriendo los dos (Suzuki).

Dando profusamente las gracias al espadachín, el maestro del té regresó
a donde había dejado al ronín, se preparó y esperó. El ronín vió «una persona
totalmente distinta» y «pidió al maestro del té perdón por su ruda
exigencia…abandonando el campo apresuradamente» (Suzuki).

Episodios como el anterior y otros contados frecuentemente por
investigadores del kenjutsu nos traen a la memoria los ejemplos de
comportamiento extraordinario bajo circunstancias de gran tensión que se
mencionan en las doctrinas de otras artes marciales. En aikido, por ejemplo,
hay numerosas ilustraciones del concepto de perfecta fusión de toda la
personalidad y de todos sus poderes (físicos, funcionales, psicológicos, etc.)
al intentar resolver cualquier problema. Tal concentración y determinación
totales, en sus formas extremas, se parecen a la fija intensidad del fanático o
incluso, tal como lo exponían algunos maestros de kenjutsu, del «hombre loco»
(Suzuki).

El haragei proporcionó a los maestros de kenjutsu el concepto de
centralización interior en el hara, y con el concepto de extensión de la
energía vital o coordinada (ki) procedente de este centro que, cuando se
adaptaba adecuadamente a los propósitos de su arte de la espada, podía ayudar a
desarrollar aquellas cualidades de independencia mental, alerta general,
intensidad de percepción y acciones poderosas no debilitadas de las que depende
la efectividad del combate. Yamaoka Tesshu, un gran maestro de kenjutsu,
aconsejaba: No fijar la mente en la actitud adoptada por el rival ni fijarla
tampoco en nuestra propia actitud ni en nuestra propia espada. Por el
contrario, fijemos la mente en nuestro saika-tan-den (esa parte del vientre
situada debajo el ombligo) y no pensemos ni en dar un golpe a nuestro oponente
ni en recibir un golpe del mismo. Descartemos todas las ideas específicas y
lancémonos al ataque en el momento en que veamos a nuestro enemigo en el acto
de blandir su espada sobre su cabeza (Harrison).

Una dedicación igualmente clara a la teoría ya la práctica del haragei
como prerrequisito interior del kenjutsu es evidente en los escritos de Adachi
Masahiro, quien es considerado como el fundador del ryu Shimbu. Este maestro
comenzó sus Essentials of Swordsmanship ( Heijutsu Yokun, 1790) reconociendo
que tanto la «técnica» como «el entrenamiento psíquico» eran esenciales y que
el último consistía principalmente en estar «tranquilo y no alterado en lo más
mínimo» al enfrentarse en combate a un enemigo. Especificó además que el
espadachín «debe tener la sensación de que no está ocurriendo nada
extraordinario.
Al avanzar, sus pasos son firmes en el suelo, y sus ojos no brillan fijos sobre
el enemigo como puede ocurrir con los de los locos. Su comportamiento no es en
nada distinto al de su comportamiento cotidiano. En su expresión no se produce
ningún cambio» (Suzuki). ¿Cómo se puede desarrollar esta actitud? El haragei
facilitó la respuesta. Según Adachi Masahiro, «ser capaz de actuar de este
modo, cuando el espadachín se enfrenta a su oponente y cuando su vida está en
juego en cada movimiento, significa que el espadachín debe haber logrado
“inmovilizar la mente”. Hablando fisiológicamente (tal como se dice hoy en día)
debe haberse entrenado la conciencia en el mantenimiento de su kokoro bien abajo
en la región abdominal» (Suzuki). ,

Sin embargo, muchos maestros de kenjutsu comprendieron muy claramente
que una concentración absoluta sobre el hara (evidentemente una situación muy
común) podía producir un robot luchador pero no necesariamente un buen
espadachín, ni mucho menos un excelente espadachín. Takuan, ese gran
«integrador» del kenjutsu, no veía ninguna diferencia entre una exagerada
concentración en los detalles externos (contra lo cual advertían muchos
maestros de kenjutsu) y una concentración exagerada en el hara (que muchos de
estos maestros a menudo parecían defender). Volviendo en sus escritos a las
fuentes antiguas de haragei asociadas con el budismo en la versión japonesa del
zen, se extendió sobre las estrechas interpretaciones de los eruditos japoneses,
repitiendo la vieja verdad de que «al Zen no le gusta la parcialización o
localización» y que, en consecuencia, era un error interpretar el haragei de un
modo tan especializado que la mente era mantenida «prisionera en la región
inferior del abdomen», puesto que tal «encarcelamiento» impediría a la mente
«operar en ningún otro sitio» (Suzuki).

Para Takuan -y un escaso número de otros maestros claramente más
alejados de una dimensión tan mutilada y especializada del kenjutsu pensado
solamente como un arte de combate- el haragei ‘ tenía, por supuesto, una
importancia reconocible durante las fases iniciales del entrenamiento puesto
que ayudaba al alumno a disciplinarse contra la tendencia humana a caer presa
de las emociones, sugestiones, impresiones y similares. Pero poco después de
que la «mente propensa a huir» se estabilizaba y unificaba, Takuan decía que
«la cuestión no es localizar la mente en ningún sitio sino dejar que llene todo
el cuerpo, dejar que fluya por la totalidad de nuestro ser». La mente (de
acuerdo con su naturaleza) debe tener libertad para ejercer sus funciones. «Sin
obstáculos ni inhibiciones», puede «enfrentarse con el oponente cuando se mueve
tratando de golpearnos. Cuando necesitamos nuestras manos, ellas están allí
para responder a nuestras órdenes. Con nuestras piernas, lo mismo.» En
síntesis, la mente «debe dejarse sola, totalmente libre para moverse de acuerdo
con su propia naturaleza» (Suzuki).

El logro de este estado de libertad mental era, en efecto, el «fin del
entrenamiento espiritual», por encima y más allá de los estrechos confines de
la especialización, que, en el caso de los bushi, era de naturaleza profesional
y rígidamente militar .

Aparentemente, Takuan estaba imaginando a una persona más global que un mero
guerrero -una personalidad que se siente a gusto no sólo en la dimensión
militar de la existencia sino «en cualquier otro sitio». Así, Takuan parece
estar sustancialmente de acuerdo con otro gran maestro de la escuela zen en el
siglo XVI, Dokyo Etan (1641-1721), conocido entre los bushi como el «viejo
caballero» (shoju ronín). Este maestro podía neutralizar hábilmente ataques con
espadas usando un abanico, con independencia de la «técnica» usada por el
espadachín, debido, se creía, al hecho de que el «correcto conocimiento» de la
existencia, tal como se enseña en el budismo (magga, el primero del óctuple
camino) era universal y podía aplicarse a cualquier arte humano, incluido el
kenjutsu. Pero, a este nivel, el haragei emerge de la dimensión militar del
bujutsu y se expande hacia ios reinos de la «centralización» espiritual, que,
debido a su complejidad, no se pueden explorar adecuadamente en un estudio
general de las artes marciales.

En cuanto a las técnicas o métodos de entrenamiento particulares
desarrollados y adoptados por las diversas escuelas de kenjutsu a fin de ayudar
a desarrollar este tipo de centralización interior que puede segurar un cierto
grado de control sobre el yo, hallamos, en la doctrina de este arte de combate,
muchas referencias directas así como oblicuas a las técnicas de introspección
usadas en los monasterios y otros centros de mejora espiritual donde se
perseguían austeramente los objetivos del budismo y del taoísmo. Las técnicas
de una secta concreta (zen) parecen haber sido las preferidas para los bushi,
quienes, tal como se ha visto antes, la convirtieron en la «religión» de su
profesión.

Las técnicas de meditación y concentración en la postura inmóvil conocida como
zazen deben haber sido (tal como son todavía en general) predominantes; esto es
válido también para los varios métodos de respiración abdominal, uno de los
cuales es descrito por Takuan en su Kitsu Yoshu, donde también pone de relieve
la estrecha relación entre el budismo zen y el kenjutsu: «Munen mushin
(literalmente, “sin idea y sin mente”), ése es el nombre del Buda. Cuando
abrimos la boca de par en par para expulsar el aire obtenemos na, y cuando la
cerramos para inhalar obtenemos mu.
Cuando abrimos la boca conseguimos a, y cuando la cerramos conseguimos mi.
Cuando volvemos a abrir la boca obtenemos da y cuando la volvemos a cerrar
obtenemos butsu. Así, las exhalaciones e inhalaciones repetidas tres veces
equivalen a la invocación budista “namu amida butsu ” que es simbólico de las
letras a y um. El sonido a se produce abriendo la boca y el sonido um
cerrándola. Por consiguiente, puede decirse que en el estado de ausencia total
de mente (munen mushi) estamos repitiendo siempre el nombre de Buda, aunque no
lo pronunciemos en voz alta». Así se verá que el secreto del budismo se encarna
en a y um, es decir, el arte de regulación de la propia respiración (Harrison).

No obstante, con el fin de ser fluidas y poderosamente efectivas en
combate, las técnicas estáticas de meditación, concentración y respiración
abdominal en la postura zazen debe necesariamente haberse modificado a fin de
aplicar poder centralizado a las circunstancias dramáticas y azarosas de un
enfrentamiento armado (en este caso, con espadas). Muy pocas de estas técnicas
dinámicas de haragei en acción sobrevivieron a la era feudal, o si llegaron a
las escuelas modernas de kenjutsu o kendo, se hacían públicas de tal modo que
resultaban comprensibles para el profano, aunque algo oscurecidas por las
representaciones poéticas del intuitivo enfoque japonés de la instrucción. Los
ecos de las advertencias dadas por antiguos maestros de kenjutsu a sus
estudiantes son apenas discernibles en el arte moderno del aikido, que, más
abiertamente que muchos otros, reconoce su deuda con la teoría y la práctica
del kenjutsu antiguo y, también más que la mayoría, recomienda que sus
estudiantes actúen en combate con la mente y el cuerpo completamente unificados
mediante el hara, derramando su poder coordinado (ki) en todo momento,
canalizando su fuerza a lo largo de modelos circulares y espirales de guía y
control ideados y usados sistemáticamente por los mejores maestros de esgrima
del Japón feudal.

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