Bujutsu – IX Origenes del Bujutsu

De: alexander ojosabiertos.org
Fecha: Mié Nov 10, 2004 2:30 pm
Asunto: Origenes del bujutsu – Parte IX xandersukey

Orígenes del bujutsu

Los autores de libros y tratados que se ocupan de las artes
marciales japonesas, así como casi todos los maestros de gran importancia de
disciplinas y métodos antiguos y modernos de combate derivados de ellas, han
ofrecido sus puntos de vista sobre la cuestión de los primeros orígenes, la
primera presentación sistemática de técnicas, etcétera, en un esfuerzo por
proporcionar una respuesta satisfactoria a la pregunta: ¿Cómo, dónde y cuándo
comenzó el bujutsu?

La historia del Japón en general y de la doctrina de las artes
marciales en particular no nos proporcionan respuestas claras ni precisas a
esta pregunta. Tanto los documentos históricos de la nación japonesa (empleando
el sistema de caligrafía china), como los manuscritos más especializados de las
diversas escuelas de bujutsu, hacen referencia a una diversidad de prácticas y
métodos que ya eran antiguos y estuvieron codificados mucho antes de que se
mantuviera ningún verdadero registro. La mayoría de historiadores dicen que la
escritura china fue introducida en Japón en el siglo VI, probablemente junto
con los primeros textos budistas. Por aquel entonces, Japón ya había
evolucionado a través de los períodos pre y protohistóricos, tales como el
Jomon, Yayoi y Asuka, que culminaron en la formación de una organización
política que giraba alrededor de la capital Heijo, Nara (710-84), con su
resplandeciente corte imperial.

Estos períodos de desarrollo, que precedieron al período Heian
(794-1185), vieron la aparición y posterior consolidación de una de las
unidades sociales más antiguas de la historia de la humanidad: el clan. En
muchos libros de historia, de hecho, se hace referencia a estos períodos como
la era de los clanes originales (uji) y de los títulos hereditarios (kabane, o
sei). Estas unidades emergieron de una nebulosa «edad de los dioses»
(kami-no-oyo) y de una imperfectamente conocida fusión de tribus, algunas de
las cuales aparen- temente habían emigrado desde el continente asiático o desde
islas del sur, mientras se cree que otras habían sido los habitantes originales
de las islas del archipiélago japonés.

Referencias indirectas en documentos japoneses parece- rían indicar la
existencia de dos tribus principales: la primera incluiría a los clanes del
emperador y de los nobles (kobetsu), conocidas como la Ralna Imperial, mientras
la segunda incluiría la Rama Divina, o clanes de otros menos espectaculares
sujetos (shimbetsu). Ambos grupos de clanes proclaman los mismos orígenes
divinos, remontándolos hasta dos divinidades, Izanagi y Izanami, pero las
tribus kobetsu supuestamente se unieron «cuando el sol comenzó a existir»,
mientras que las tribus shimbetsu se formaron «cuando evolucionaron las fuerzas
inferiores de la naturaleza» (Brinkley[2], 5).

Según una extendida escuela de pensamiento, parece que «Ios invasores de Japón,
en el siglo sexto antes de la era cristiana, hallaron las islas ya habitadas
por hombres de tan buenas cualidades de lucha que de la contienda entre los dos
se desarrolló un mutuo respeto, y los vencidos recibieron de la nueva jerarquía
una posición poco inferior a la asumida por el vencedor» (Brinkley[2], 182-
183). Por debajo de estos dos grupos principales de tribus nobles estaba la
«masa del pueblo» formando la Rama Extranjera (bambetsu). Cada clan
perteneciente a una tribu particular parecía adoptar tanto directa como
indirec- tamente (lateral y colateralmente) descendientes de los mismos
antepasados, y su vínculo original era, por tanto, de sangre. Al igual que el
antiguo clan chino (tsu), el japonés uji desarrolló sus lazos de parentesco
convirtiéndolos en vínculos territoriales que estaban principalmente
relacionados con el campo y las aldeas de una cierta región.

Aunque el clan tenía una relación estricta (casi una identificación) con grupos
rurales de personas descendientes de antepasa- dos comunes, su modelo de
estructura y funcionalidad básico fue adoptado con bastante uniformidad y
eficacia por la vida de los pueblos y las ciudades, donde se fusionó, y
fortaleció, con otras formas de organización, tales como los gremios
profesionales y las corporaciones. El parentesco y la territorialidad,
cualquiera que fuese su base, parecen haber encontrado también su principal
expresión espiritual en un culto religioso centrado en los antepasados del clan
y en los orígenes de este último. Cada clan, por consiguiente, adoraba a sus
propias divinidades (uji-kami) y trataban de imponerlas a otros, como parece
evidenciar la progresiva invasión y posterior primacía del culto solar del clan
Yamato.

En estructura, cada clan constaba de una casa o familia central
dominante, que daba su nombre al clan, y varias unidades afiliadas conocidas
como tomo o be. En los documentos aparecen también confusamente otras
categorías de sujetos, entre ellos dos clases de hombres del clan y los siervos
o esclavos conocidos como yakko en el peldaño más bajo de la escalera (que
carecen de nombre familiar).
Todos estaban sujetos al poder de un cacique (uji-no-osa), que era el líder y
dueño absoluto e incontestable del clan. Esta interesante figura parece haber
desempeñado un papel predominante en la determinación de la dirección y el
funcionamiento de la vida del clan. Al principio, un líder militar, tal como
viene indicado en las referencias a una invasión procedente del Asia
continental, parece haber evolucionado posteriormente hacia un vínculo
jerárquico representativo de y con la divinidad. Conforme la destreza militar,
siguiendo el proceso natural de especialización de funciones y papeles en una
era de colonización, se fue delegando cada vez más en sublíderes, la específica
capacidad para contactar con los dioses, revelar misterios y apaciguar las
puertas del cielo mediante invocaciones (norito) y una intrincada liturgia
(matsuri) se convirtieron en el papel y la función más importante de los
líderes de más alto rango del clan y, en un grado supremo, del emperador.

Este carácter religioso, hay que destacar en este punto, acabó convirtiéndose
en una de las expresiones más destacadas de poder y privilegio. Todos los
clanes a los que posteriormente se les permitió desarrollarse, con
independencia de su particular razón de ser, encontraron su más alta
justificación y fuerza en los poderes místicos de sus líderes. Un modelo de
supremacía vertical y misteriosa se puso también de manifiesto en aquellos
grupos de personas con habilidades profesionales especiales, tales como los
fabricantes de artículos de loza (suebe), los carpinteros (takumibe) y
albañiles (ishizukuribe), tanto si pretendían operar solos o, como sucedía la
mayoría de las veces, se adherían a los clanes principales de los nobles. En el
primer caso, los miembros de estos gremios profesionales consideraban a sus
propios líderes como los depositarios de un imponente conocimiento profesional,
inspirado divinamente, que los líderes generalmente monopolizaban.

En el segundo caso, ellos y sus líderes profesionales consideraban al cacique
del clan (uji-no-osa) como el deposita- rio exclusivo de un tipo todavía más
global de conocimiento, cuyas sugerencias de inspiración divina lo hicieron
desde un punto de vista político doblemente potente. Los ejemplos más
destacados de la persistencia hasta la actualidad de esta concentración mística
de poder son los fabricantes de espadas y los maestros de artes marciales que
recurren, en sus prácticas y enseñanzas, a rituales y formas secretas directa o
indirectamente relacionados con las dimensiones metafísicas de la existencia
humana. Este elemento aparecerá una y otra vez como un importante factor en la
evolución del bujutsu.

El clan, como importante unidad social, alcanzó la
autosuficiencia mediante el cultivo de sus propios campos de arroz y la
fabricación de sus propios utensilios, tejidos, instrumentos agrícolas y,
naturalmente, armas. Desde el mismo comienzo, la historia de estos clanes no
fue de una coexistencia pacífica. Las armas arcaicas halladas en los montículos
y dólmenes del período comprendido entre el año 250 a.C. y el 560 de nuestra era
indican que, al igual que el resto de edades de formación nacional, la guerra
era la condición predominante. Hacia el año 600, estas armas estaban
notablemente desarrolladas. Documentos chinos, elaborados en la corte de la
dinastía Sui según los testimonios dados por enviados japoneses un siglo antes
de que el primer clásico escrito de la naci6n japonesa hiciese su aparici6n,
relatan que «arcos, flechas con puntas de hierro o hueso, espadas, ballestas,
lanzas largas y cortas, y armaduras hechas de pieles laqueadas constituían su
equipo para la guerra» .

Los historiadores están todavía buscando otras referencias más
ilustrativas de los cinco clanes originales kobetsu: Otomo, Kumebe, Nakatomi,
Imibe y Mononobe, que se mencionan en los primeros documentos de la naci6n
junto con el clan del emperador Jimmu, el Yamato. Con el tiempo, este clan
obtuvo la supremacía, pero no un dominio indiscutible sobre todos los demás. En
su jerarquía central y en sus descendientes tuvieron su origen los emperadores
que llegarían a ser la cabeza nominal de la nación, mientras que su culto de la
diosa del sol, Amaterasu, superó y absorbió a todos los demás cultos en la hasta
entonces sencilla adoración politeista de la época que es la raíz del Shinto, la
religión nativa del Japón.

Todos los clanes importantes tenían sus propias cohortes de guerreros, pero tres
clanes en particular parecen haberse ocupado del arte del combate y, por
consiguiente, de sus especializaciones tradicionales. El Otomo, por ejemplo,
recibía la denominación de Grandes Escoltas; el Kumebe, la de Corporaciones
Militares, y el Mononobe, el de Corporaciones de Armas, mientras el Nakatomi y
el Imibe estaban vinculados a funciones más específicamente religiosas y
políticas. No está claro si estos clanes militares y sus «corporaciones»
afiliadas (be) eran unidades indepen- dientes (como demostraron ser los clanes
feudales que aparecieron en las provincias siglos más tarde) o simplemente
ramas del clan imperial a través de las cuales seguían sus políticas de
expansión y centralización del poder. Dada la gradual pero implacable
consolidación del poder por el clan Yamato, la segunda tesis parece más
plausible.
Su mera existencia y la solidez específica de estos primeros clanes, sin
embargo, claramente indican la existencia de una fuerte oposición y competición
entre varias fuerzas militares, además de la resistencia proporcionada por los
extraños Ainos en las fronteras que se hallaban continuamente en retroceso.

El clan, por tanto, era la suma del alma japonesa. Selignan, de
hecho, calificó al súbdito japonés como, a lo largo de su larga historia,
«esencialmen- te un hombre de clan, con todos los sentimientos de grupo que una
organización de clan implica» (Seligman, 129). En tales «sentimientos de grupo»
muchos historiadores encuentran las primeras raíces de un compromiso huma- no
con la fuerza como principal instrumento para imponer una nueva entidad social,
así como para preservar la primacía de la forma social. Este comprorniso con el
uso de las armas en el desarrollo las primeras estructuras de la sociedad
japonesa parece haber sido particularmente intenso -hasta el punto de relegar
verdaderamente todos los otros rasgos de su psique nacional a una posición
subordinada incluso cuando la necesidad de luchar en defensa de los intereses
del clan dejaba de ser decisiva.

En sus observaciones relativas al carácter japonés, Seligman escribió que
«luchar era para él tan natural que cuando, como solía ocurrir, no había un
enemigo exterior, un clan luchaba contra otro clan y un distrito contra otro
distrito, de modo que la mayor parte de la historia japonesa, al menos hasta
los tiempos Tokugawa, es una serie de guerras civiles» (Seligman, 129). La
facilidad con la que los japoneses recurrían a la violencia con y sin armas
quedó identificada, ante los ojos de observadores occidentales, así como ante
los ojos de los propios japoneses, con su naturaleza, con su interpretación del
papel del hombre en la realidad y con su tradición. San Francisco Javier
(1506-1552) figuró entre los primeros occidentales en definirlos como «muy
inclinados hacia la guerra», y siglos después, incluso un esteta como Okakura
Kakuzo (1862-1913) todavía se refería a ellos como «feroces guerreros» .

Después del siglo Vll, con la adopción del sistema chino de centralización política y reconocimiento de la corte imperial como el núcleo de una nación homogénea en expansión, todos los clanes proporcionaron soldados para un ejército unificado mediante un sistema de reclutamiento general que, aunque ampliamente desdeñado, era la única respuesta posible a los constantes enfrentamientos en las fronteras con tribus de aborígenes que se iban retirando a regañadientes ante el sostenido avance del nuevo imperio por todo el archipiélago. Sin embargo, el reclutamiento con carácter masivo difícilmente podría haber sido un sistema permanente en aquella época, puesto que los súbditos del clan a los que se les pedía luchar eran también (en su mayoría) los agricultores del clan que producían los únicos medios de subsistencia que la nueva nación poseía.

El sustento mediante la conquista, al fin y al cabo, sólo fue posible donde los
pueblos conquistados poseían riquezas que entregar o avanzados sistemas de
producción que podían hacerse funcionar para el conquistador. Hay pocas pruebas
que demuestren que, en el Japón arcaico, los aborígenes locales fueran un pueblo
así. Los hombres de los clanes japoneses se enfrentaron, generalmente, con
tribus nómadas cuya agricultura era bastante primitiva y que dependían en gran
medida de sus toscos métodos agrícolas y de caza para la satisfacción de sus
necesidades cotidianas, tal como hacían la mayoría de las tribus del nordeste
de Asia. La única riqueza disponible, por i tanto, debe haber sido la propia
tierra. En consecuencia, parece que las I masivas organizaciones militares que
aparecieron en los documentos de esta era eran partes intrínsecas de un
esfuerzo masivo de colonización que mantuvo una fuerte identificación entre el
soldado y el labrador japonés, siendo con frecuencia ambos (como los
legionarios romanos) la misma cosa.

Si una suposición de este tipo parece bastante razonable en lo referente a grandes números de hombres de los clanes que llevaran armas, parece también razonable inferir de los documentos la existencia de una línea menor pero más estable de sucesión militar basada en la herencia. En las fronteras, por ejemplo, se mantuvo una organización militar de oficiales y veteranos para asegurar las condiciones esenciales para la expansión en un territorio administrado militarmente: continuidad y profesionalismo.

La mayoría de los historiadores consideran que los orígenes de los guerreros
feudales que implosionaron desde las provincias hacia el centro del poder
político en el siglo XVI se encuentran en estas organizaciones militares.
Grupos estrechamente unidos eran dirigidos por oficiales cuya vida estaba
dedica- da en su totalidad a las armas ya las artes de combate tales como el
kyujutsu, yarijutsu, kenjutsu (usando el largo tachi) y jobajutsu -artes que ya
eran antiguas en el siglo X, cuando se inició con claridad el ascenso de la
clase militar .

Parecería, entonces, que el bujutsu comenzó realmente a tomar
forma con los primeros hombres de los clanes japoneses, y que ha seguido así de
una u otra forma desde entonces. Cualquier intento de sondear más profundamente los orígenes del bujutsu se encontrará con la infinitamente más difícil cuestión de los orígenes de este bípedo luchador: el hombre. Lo que parece
incontrovertible, incluso en tiempos tan antiguos como los del uji original, es
la naturaleza exclusivista del bujutsu: el sentimiento de un compromiso total
con las teorías y prácticas de combate adoptadas por una unidad social
específica, hasta la exclusión (con frecuencia expresada violentamente) de
aquellas adoptadas por otras unidades sociales.

Ésta fue una acusada característica durante los tiempos feudales del Japón, no
sólo dentro de la clase militar, que, a fin de cuentas, era intrínsicamente
exclusivista, sino tambien en todas aquellas otras clases cuyos miembros se
organizaban en gremios o corporaciones según la jerarquía y estructura vertical
del clan arcaico. Incluso las órdenes religiosas del Japón, aunque supuestamente
alejadas de la dura competencia y el exclusivismo de las cuestiones mundanas e
inspiradas en la sencillez universal de la hermandad budista, generalmente
reproducían el modelo de clan en sus organizaciones religiosas o para
religiosas. Este modelo todavía oyes muy evidente en casi todos los clubes y
organizaciones modernas del Japón donde se practican formas tanto antiguas como
modernas de bujutsu. Y, quizá debido al dominio japonés de estas artes (al menos
en los niveles más altos), esta tendencia exclusivista se encuentra a menudo en
los clubes occidentales en los que se enseñan estas artes.

Si hemos de llegar a comprender de forma correcta y global la
totalidad de las especializaciones importantes y menores de las artes
marciales, deberemos examinar algo más detalladamente la naturaleza, historia y
papel de las diversas clases de temas que aparecen inextricablemente unidos al
bujutsu tras su entrada en escena durante la edad de los clanes, y que
contribuyeron a su desarrollo y evolución a lo largo de las épocas que
siguieron.

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