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La Fiesta del Lobo en Extremadura

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REVISTA DE FOLKLORE, Caja España, Fundación Joaquín Díaz
Año: 1991 – Tomo: 11b – Revista número: 132 – Páginas en la revista: 183-187

Autor: DOMINGUEZ MORENO, José María

Tema: Fiestas

Título del artículo: LA FIESTA DEL LOBO EN EXTREMADURA

I

Tanto la arqueología como la epigrafía nos han proporcionado antiguos datos referentes al lobo, lo que nos ha permitido conocer, en la medida de lo posible, ciertas ritualizaciones que giraron en torno a las divinidades lupinas o vinculadas con el lobo en su sentido más amplio. Sin embargo, también contamos con otra fuente capaz de suministrarnos valiosa información sobre el particular. Tal fuente nos adentra en el campo de la etnografía, ya que mediante manifestaciones del folklore extremeño rastreamos viejas prácticas del tipo de las estudiadas en otras áreas geográficas y, al mismo tiempo, descubrimos las funciones pasadas y, en ocasiones, actuales que tuvieron determinadas actuaciones o comportamientos festivos.

II

Tenemos constancia de que en el mundo indoeuropeo se desarrolla un culto fundamentado en las creencias de los pueblos de economía agrícola y pastoril (1), así como de que algunas de sus ceremonias trascienden a una época muy posterior. Roma por ejemplo, celebró sus fiestas llamadas Palilia o Parilia en el mes de abril en honor de la divinidad pastoril Pales. Entre los rituales da ella dedicado destacamos el del fuego que encendían los pastores, para luego saltar por encima de las llamas. El carácter sagrado de la hoguera quedaba fuera de dudas; las ovejas que pasaban por las cenizas se purificaban y adquirían la virtud de preservación frente al lobo (2). Pues bien; en ciertas localidades de la comarca de la Tierra de Granadilla nos topamos todavía con actuaciones que recuerdan el viejo ritual de las Palalia o fiestas en honor de Pales. En la noche de San Juan se encienden hogueras de romero a las puertas de las casas, y los moradores de tales viviendas las saltan con la finalidad de prevenirse de la sarna, de las mordeduras de los reptiles y de las más insospechadas enfermedades de la piel. Al amanecer los animales domésticos son paseados sobre las cenizas o rescoldos para librarlos del ataque del lobo y de otras alimañas. Estas mismas cenizas pueden ser esparcidas alrededor del aprisco para lograr idénticos objetivos.

Vayamos a otras celebraciones en las que encontramos un cierto paralelismo. En Etrutia sobre las brasas de un fuego solsticial en honor a la diosa Feronia danzaban los Hirpis Sorani, nombre que se traduce por Lobos de Soracte. Este rito conmemoraba cada año la invasión de Soracte por la manada de lobos que arrebató de la pira una parte de la carne que los habitantes de aquella población habían ofrecido a un dios infernal. Algunos estudiosos (3) hallan ciertas coincidencias entre la actuación de la secta de Soracte y otras celebraciones solsticiales más recientes. Dejando a un lado la costumbre de andar por las brasas de los jóvenes de San Pedro Manrique (Soria), nos fijaremos en las posibles concomitancias que con aquella celebración parecen tener los rituales que el 23 de junio lleva a cabo la Hermandad del Lobo Verde, en Jumièges (Normandía, Francia), que a su vez guarda semejanzas con otras prácticas del Valle del Alagón cacereño. Tal cofradía cada año elegía un jefe al que daban el nombre de lobo verde y al que vestían con unos raros atuendos. Por la noche se encendía una gran hoguera y alrededor de ella el lobo verde y sus “hermanos”, cogidos de la mano unos de otros, giraban en torno al fuego tras el que sería lobo verde del año siguiente. Este intentaba escapar golpeando a sus perseguidores con una vara. Una vez apresado, simulaban arrojarlo a la hoguera (4).

La práctica normanda nos abre nuevas perspectivas para una mayor comprensión del significado del “capazo”, hoguera solsticial del área más septentrional de la provincia de Cáceres. El hecho de que en la mayoría de las poblaciones del ya citado Valle del Alagón sea el mayordomo de la festividad de San Juan, con periodicidad anual, un elemento indispensable en la realización del fuego y, al mismo tiempo, la pervivencia de juegos estivales, como el marro de las cadenas, con un mecanismo persecutorio idéntico al empleado en la caza del lobo verde, nos inducen a ver en ellos vestigios de la extinguida celebración de un rito parecido, y que sería muy conveniente tener en cuenta a la hora de profundizar en la religión primitiva extremeña (5). Con todo, observamos una diferencia muy significativa: mientras que en la ceremonia de Soracte lo que se hace es una ofrenda a los propios lobos para apaciguarlos y ganarse sus respetos para con los animales, en los rituales francés y cacereño la víctima expiatoria, aunque simbólicamente, es un lobo, lo que seguramente nos manifiesta un viejo y posible sacrificio de carácter totémico.

Los festejos de Etruria conectan con los que en Polonia y en Bulgaria se celebran en honor del lobo. En esos países se les invita a un banquete y se les invoca, ya que se cree que estos animales ahuyentan a los malos espíritus. Por Navidad los grupos de cantores ritualizantes se cubren con sus pieles y piden el aguinaldo por las casas (6). Este último apartado de la costumbre recuerda abundantes y curiosas prácticas carnavaleras de Extremadura. En Aldeanueva del Camino algunas pandillas de jóvenes se tapaban con la piel de este animal y portaban un pellejo, también de lobo, relleno de paja, como si acabara de ser muerto. De esta guisa hacían la correspondiente cuestación por todo el pueblo. Con el dinero recaudado, al que había que unir las aportaciones voluntarias de cada uno de los mozos que participaban en el festejo, compraban un macho cabrío, que guisaban y comían en un prado a la vera del río Ambroz. Previamente colocaban una maza de carne cruda al lado del agua para que, según decían, se la comieran los lobos, que “gracias a ellos los mozos habían podido zampar los restos del macho”. Acto seguido, con las pieles del cabrón hacían largas tiras, que cada joven partía a su grado y se la ponía anudada al cuello o a la cintura durante los días que festejaban el carnaval, y cuando éstos pasaban mandaba la costumbre atar dichas cintas a las puertas de las majadas y de los apriscos. Fue creencia general en Aldeanueva del Camino que, por medio del anterior proceder, el joven lograba un pronto casamiento y el ganado no sería atacado por el lobo. En esta misma línea de fiestas en honor del lobo se inscribe la del Otsabilko, carnavalera y de cuestación, que se celebra en el País Vasco.

III

Hemos advertido, y volvemos sobre ello, que el paralelismo entre algunas fiestas extremeñas y otras clásicas, aunque de origen más remoto, relacionadas con el lobo salta a la vista. Las lupercalias constituyen todo un ejemplo. Tenían lugar en Roma cada 15 de febrero y en el transcurso de ellas unos jóvenes, tras recibir el “espírutu del lobo” mediante unos rituales que se ejecutaban en la cueva Lupercal, corrían entre la multitud y con látigos de piel de machos cabríos golpeaban a las mujeres. Este animal había sido muerto junto con un perro.

Vayamos ahora a Navaconcejo, un pueblo del Valle del Jerte. Cada 20 de febrero asistimos a una ceremonia que guarda grandes semejanzas con la descrita. El taraballo es un hombre vestido con extraños ropajes, que antiguamente, según informaciones recogidas en la localidad, eran pieles de animales sacrificados para tal fin. Esta botarga asiste a los actos religiosos en honor de San Sebastián, y ha de soportar de vez en cuando un apedreamiento a base de nabos y de nueces. El taraballo persigue a sus atacantes, a los que golpea con el látigo. Le acompaña el tamborilero. Dicen que antiguamente los furibundos ataques no sólo magullaban al correspondiente sujeto que hacía de taraballo, sino que acababan destrozando el tamboril. Cada año era necesario fabricar uno nuevo, para el que se utilizaba una piel de perro curtida para este menester.

Las lupercalias y el taraballo tienen suficientes aspectos comunes como para hacernos incluir a esta fiesta de Navaconcejo entre las eminentemente pastoriles. Las fechas de ambas celebraciones se insertan dentro de un mismo ciclo. Incluso nos atreveríamos a señalar una coincidencia en el tiempo antes de que la religión cristiana asimilara esta ceremonia paganizante a la festividad de San Sebastián. Y así tenemos que en ambas celebraciones habían de sacrificarse animales caprinos para que sus pieles fueran utilizadas como materia prima para la confección del vestuario de los actuantes en el ritual. También la fustigación con el látigo es común. Por último, queda por señalar la inmolación de un perro en las lupercalias, perro que también se hacía morir en Navaconcejo. La muerte de este animal viene dictada en la localidad cacereña por un fin concreto: usar su piel para parche de tambor. Pero quizás haya que buscar razones más profundas. Desconocemos la finalidad de la muerte del perro en los rituales romanos. Sin embargo, el sacrificio de tal animal específico nos proyecta a unos objetivos primarios que, por lo que respecta a Roma, ha sido objeto de todo tipo de especulaciones, de las que deben hacer partícipes a los primitivos rituales del taraballo. Señalemos algunas. El perro fue en la antigüedad un elemento augural de acontecimientos desgraciados, y su muerte tendría por objeto el eliminar las fuerzas negativas del hecho que predice. Para Plutarco (7) la inmolación de un perro, viéndolo desde una perspectiva purificadora, tendería a buscar una forma de congraciarse con el lobo, al que se camelaba con la muerte de su peor enemigo (8). Este carácter purificatorio lo encontramos entre los bhoiyas de Juhar, en el Himalaya occidental. Es costumbre coger un perro, llevarlo al pueblo, emborracharlo, hartarlo de dulces y soltarlo, para después atraparlo nuevamente y matarlo a pedradas y a palos. Con ello creen que la enfermedad o la desgracia estará alejada de la población durante un año. En la región de Breadalbane el perro era agasajado a la puerta de la vivienda y posteriormente era expulsado, no sin antes lanzarle la correspondiente imprecación al animal: “Cualquier muerte de personas o pérdidas de ganado que acontezca en esta casa hasta fin de año caerá sobre vuestra cabeza” (9).

No tenemos la menor duda en afirmar las profundas raíces pastoriles del taraballo y la vinculación del perro a este mundo ganadero, así como la necesidad de que su muerte adquiera el carácter propiciatorio que impida los ataques del lobo. Quizás convenga recordar que no están muy alejados los días en que los que los despojos de un perro se utilizaban en Extremadura para alejar a la sanguinaria fiera. Me contaban en Serradilla que cuando moría un perro carea los pastores solían colgarlo del aprisco durante dos noches seguidas para que los lobos, al verlo, “creyeran” que había sido ahorcado como castigo por no saber defender bien al rebaño. Lógicamente la deducción del hecho parece clara: los lobos no se acercarían por la majada al estimar que sus vidas corrían serio peligro, ya que el resto de los perros habrían aprendido la lección emanada del supuesto escarmiento (10).

Los pastores de las dehesas extremeñas, aunque mis informantes la consideran una costumbre traída por los transhumantes castellanos, hacían pastar sus ganados al ritmo del tamboril. En Torrejoncillo me aseguraban que con el monótono tan-tan las ovejas comían más tranquilas y que, al tener el tambor los parches de piel de perro, el insistente sonido no permitía que los lobos se acercaran a la manada. “El son pinta lo mismo que los ladríos de los perros en la cosa que tenga que ver con los lobos encelaos con la majá”, pude escuchar en más de una ocasión en el referido pueblo. Tal afirmación nos introduce de lleno en el contexto de la magia hemeopática. También el tambor, generalmente de piel de perro, se empleaba en Las Hurdes para defenderse del bichu tanto por los pastores como por los caminantes:

“Los lobos tienen hambre y bajan al valle para devorar el ganado. Al infeliz sacristán le han comido siete cabras, a dos pasos del aprisco. Los jóvenes de las aldeas inmediatas, que acuden a la clase de adultos de la escuela, forman receloso pelotón, batiendo un tambor para ahuyentar con sus ruidos a las fieras” (11 ).

Este párrafo, que hace referencia a la localidad de Nuñomoral en la década de 1930, podría ser suscrito o conocido por gran parte de la geografía extremeña en la misma época.

IV

Otra fiesta eminentemente pastoril es la que se hace en Piornal en honor de San Sebastián. Este mártir romano tiene todas las trazas de haber sustituido a una antigua divinidad protectora de la ganadería. La figura central del festejo es el jarramplas o jarramplás. El personaje se viste con camisa y con pantalón de color blanco, de los que se han cosido cintas de diferentes colores. Al igual que el taraballo de Navaconcejo, esta botarga piornalega se cubría tiempos atrás con pieles de cabras. La cabeza se la encapuchaba con una careta de ojos de mochuelo terminada en un cono muy puntiagudo, de la que nacen dos cuernos arqueados que casi tocan sus puntas. Al pecho lleva un tambor fabricado de madera de roble y con parches de piel de perro. En líneas generales vemos que su función es muy concreta. El día 19 de enero, víspera de la fiesta de San Sebastián, hace una colecta por las calles del pueblo. El día 20, tras los actos religiosos, el jarramplas soporta toda una lluvia de nabos que van a estrellarse contra su cuerpo, sin inmutarse mínimamente y, por supuesto, sin dejar de tocar el tambor (12). Esta breve exposición nos permite fijarnos en tres puntos que consideramos importantes:

1. El aspecto físico del jarramplas. Se trata de un ser bucráneo, con rasgos asimilables a un animal caprino, y, por consiguiente, simbolizador de las fuerzas vivificadoras y fertilizadoras de los rebaños.

2. La cuestación. Ya hemos visto que aparece unida a un buen número de fiestas relacionadas con el lobo: Polonia, Bélgica, Brealdebana, Juhar, País Vasco, Aldeanueva del Camino…

3. Tambor. Su fabricación exige la muerte de un perro. El sonido aleja simbólicamente a quien lanza proyectiles contra el jarramplas, ya que en la práctica las únicas armas ofensivas que posee la botarga son las cachiporras. Desde esta perspectiva el enemigo del jarramplas estaría imbuído de la fuerza maléfica del lobo, lo que supondría una inversión del simbolismo respecto a distintas manifestaciones de estas características, en las que se supone que la fiera sanguinaria se identifica con la figura enmascarada (13).

V

Hemos dejado para el final otra fiesta o celebración cacereña cuyo carácter ganadero es más pronunciado, y cuyo parentesco con los viejos rituales, como las lupercalias, resulta más evidente. Se trata de las carantoñas, festejo que en la localidad de Acehúche también se celebra en honor de San Sebastián, santo que en Extremadura, por lo dicho y expuesto más arriba, asume el papel protector de todo lo relacionado con el mundo pastoril y ganadero. El aglutinante o revulsivo de las ceremonias de Acehúche es el tamborilero, que llega la víspera desde alguna población de la comarca y que es recibido en olor de multitudes.

Las carantoñas son ocho personas adultas, siempre varones, que van enteramente vestidos de piel y llevan en la mano una vara de acebuche a la que dan el nombre de cuchillo o térama. Estas figuras anónimas marchan en la procesión dando la cara al santo, al que amenazan con el cuchillo y le dirigen un enigmático grito: ¡gu!. Es el mismo grito que utilizan en todo momento para alejar a los niños que se les aproximan. Terminada la manifestación religiosa aparece la carantoñina, semejante a las carantoñas, aunque más pequeña, a la que éstas dan de comer. Cuando las carantoñas “danzan” frenéticamente comienza a sonar el tamboril y a escucharse disparos de fogueo. Las botargas, asustadas, se revuelcan por el suelo. Seguidamente hace su aparición la vaca-tora (14), estrambótica figura con cuernos, que acaba ahuyentando a las carantoñas y pone final al festejo (15).

Para los naturales de Acehúche estos rituales constituyen la dramatización de la hagiografía de San Sebastián. Dicen que tras ser asaetado el soldado romano, sus verdugos lo abandonaron en el campo. Unas fieras se disponían a atacarlo cuando se interpuso un toro y las hizo huir (16). Esta versión recuerda en parte la leyenda del obispo Ataulfo (17), que fue arrojado a un toro acusado del delito de sodomía, pero el animal lo respetó e, incluso, depositó en sus manos los cuernos; es decir, con su acción reconocía la potencia genésica del eclesiástico proyectada hacia el mundo animal. El caracter fertilizador del toro es comúnmente aceptado en toda la cultura mediterránea, que en el caso de Acehúche se observa de una manera muy clara. Pero la cuestión fertilizadora aquí se une o, mejor aún, secunda a unos rituales purificatorios.

El tamboril de piel de perro, los disparos de fogueo y el bucráneo alejan a las carantoñas, agentes maléficos para la ganadería y enemigos de San Sebastián, heredero de una deidad purificadora y protectora de los rebaños. La vaca-tora, reflejo de las cualidades y virtudes del santo, se hace única dueña de la situación. Era costumbre hasta finales del pasado siglo que las jóvenes del pueblo, las llamadas regaoras, bailaran en torno al bucráneo. Las danzas de las mujeres al lado de la figura del toro con el fin de propiciar la fertilidad son conocidas en el arte prehistórico de la Península (18), en algunas prácticas taurinas imbuídas de religiosidad que se mantuvieron en Extremadura hasta el siglo XVIII, como es el caso del toro de San Marcos (19), y en otras danzas del mismo carácter que con mayor o menor fortuna se mantuvieron vigentes y que aún hoy pueden presenciarse (Galisteo, Montehermoso…). Tras la purificación del espacio y la simbólica transmisión de la potencia genésica del bucráneo la vida puede resurgir tanto en el plano humano como en el animal. Desde esta perspectiva podemos comprender ya la aparición última en el festejo de Acehúche de dos personajes, hoy olvidados a causa de una vieja prohibición episcopal, el galán y la madama, que ejecutaban una serie de escenas eróticas supuestamente orientadas a la procreación.

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NOTAS

(1) GRANDE DEL BRIO, R.: El lobo ibérico: biología y mitología. Madrid, 1984. Págs. 250 ss.

(2) OVIDIO: Fastos, IV. 785 ss.

(3) CARO BAROJA, J.: La estación de amor. Madrid., 1987. Págs. 292-293.

(4) FRAZER: La rama dorada. México, 1979. Págs. 706-707.

(5) DOMINGUEZ MORENO, J. M. .”Rituales de fuego solsticial en Ahigal, Cáceres”, Revista de Folklore, 3,1 (1983); Págs. 48 ss.

(6) GRANDE DEL BRIO, R.: op. cit., 251.

(7) V. M. D., 1979.

(8) Rómulus, XXI, 8.

(9) GRANDE DEL RIO, R.: op. Cit.,251.

(10) FRAZER, 642.

(11) ALBIÑANA: Confinado en Las Hurdes. Madrid, 1933. Pág. 336.

(12) FERNANZ CHAMON, A. L.: “El Jarramplas de Piomal y el Taraballo de Navaconcejo”, en Narria, 23-24 (1975), Pág. 4955.

(13) GUADALAJARA SOLERA, S.: Lo pastoril en la cultura extremeña. Cáceres, 1984. Pág. 191.

(14) Este nombre se aplica en las tierras leonesas a la vaca encelada, apta para ser cubierta, lo que entra de lleno en el contexto de nuestro trabajo.

(15) DOMINGUEZ MORENO, J. M.: Cultos a la fertilidad en Extremadura. Mérida, 1987. Pág. 19.

(16)J. P., 1988.

(17) BLAZQUEZ, J .M.: Primitivas Religiones Ibéricas, II. Madrid, 1983. Pág. 248.

(18) JORDA CERDA, F.: “Restos de un culto al toro en el arte levantino”, en Zephyrus, XXVI-XXVII (1976), 187 ss.

19) DOMINGUEZ MORENO, J. M.: “La fiesta del toro de San Marcos en el oeste peninsular”, en Revista de folklore, 7,2 0987), 49 ss.

La Sombra del Lobo

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REVISTA DE FOLKLORE, Caja España, Fundación Joaquín Díaz
Año: 1998 Tomo: 18a Revista número: 207 Páginas en la revista: 89-95

Autor: CHARRO GORGOJO, Manuel Angel

Tema: Zoología

Título del artículo: LA SOMBRA DEL LOBO


El lobo podrá, tal vez, ser erradicado de su ambiente natural por el hombre, pero a éste le resultará mucho más difícil desterrarlo del mundo de la imaginación.
(R. Grande del Brío)

El carácter maligno del lobo ha predominado, sobre sus cualidades positivas: protagonista de un amplio folklore terrorífico, de cuentos infantiles que personalizan el mal, el enemigo público número uno de las aldeas, el estigmatizado por la crueldad y la perfidia.

El lobo ha cobrado especial importancia en las leyendas populares con una presencia siniestra y frecuentemente invisible, siempre al acecho de las hogueras de los campamentos del primer hombre. Pero es a partir del Período Neolítico cuando en todo el hemisferio occidental este cánido juega un papel importante en las concepciones religiosas de todos los pueblos primitivos. Para muchos de ellos este animal representaba el espíritu maligno de los muertos que amenazaban a los vivos, una sombra de los infiernos.

Mientras que para los seres humanos el león ha sido el símbolo del valor, al lobo se le ha tildado de cruel durante siglos. Todo lo abominable, como la sed de sangre, la traición, la cobardía, se ha atribuido a este cánido salvaje por la mente popular.

Hoy en día perviven en la tradición oral multitud de leyendas y creencias que asignan al lobo ciertas funciones atípicas y que no son naturalmente propias. Se realizará una reflexión sobre las mismas y se intentará desvelar muchas de las concepciones establecidas en torno al lobo que han persistido hasta el presente.

PARADIGMA DEL REINO ANIMAL

En numerosas creencias de los indios norteamericanos se pone de relieve el carácter totémico del lobo, es un símbolo de tradición y dignidad, que infundía fuerza y sabiduría a los chamanes. Para otros grupos humanos que viven cerca del lobo, como los Inuits, este animal es un “hermano” cuyos métodos de caza intentan imitar. El depredador es una criatura respetada, un ejemplo, hasta un ser enviado por un dios para enseñar a cazar. Así en todas las sociedades de cazadores y agricultores primitivos, el lobo es un hermano.

Esta actitud cambió cuando el hombre se hizo ganadero y creó un mito alrededor del lobo. Era el ser maligno que aprovechando la noche, daba muerte a sus indefensas ovejas. Esta enemistad radical es posible que haya comenzado a arraigar en la mente de los pueblos, en una fase de vida semipastoril, por la importancia que en ella tiene el cuidado del ganado, aun tratándose de una población predominantemente agrícola.

Los romanos veían a los lobos como símbolo del amor y sacrificio maternos. También la aparición de un lobo en la batalla se consideraba señal de una futura victoria, ya que al lobo se le relaciona con Marte, dios de la guerra. En cambio, los espartanos, antes de la batalla de Leuktra temieron la derrota cuando unos lobos irrumpieron en sus rebaños.

Entre los pieles rojas de la época de los pioneros del oeste americano era común que los más audaces guerreros y los mejores cazadores llevaran el nombre de este carnívoro. Lobo-Rojo, Lobo-gris y otras denominaciones dejan patente la admiración que el hombre primitivo sentía por la resistencia, la fuerza, la inteligencia y la bravura del lobo. Para los griegos el lobo encarnaba el valor y la fuerza. En la Iliada, (Rap. IV), al describir el combate entre teúcros y aqueos, dice Homero: “Como lobos se acometían y unos a otros se mataban…”.

Para el hombre primitivo los animales no sólo le proporcionaban su propia subsistencia, también con su ingestión adquirían las virtudes del propio animal: unas veces su velocidad y agilidad, otras su fuerza. Así una leyenda norsa, cuenta que Ingiald, hijo del rey Aumund, era tímido en su juventud, pero después de comerse el corazón de un lobo se volvió muy intrépido.

Durante siglos el lobo gris vagó por los boscosos montes de Norteamérica como una poderosa presencia en el mundo de los espíritus de los indios Buclands quienes creían que podían transformarse a veces en hombre y a veces en cuerpo.

Ningún indio cheroqui se arriesgará a matar a un lobo, si tiene algún medio de evitarlo; pues cree que la parentela de la fiera muerta seguramente vengará su muerte y que el arma con la que le mató quedará absolutamente inútil para siempre, a menos que sea purificada y exorcizada por un curandero. Congruente con la idea de que el que mata un animal se expone a la venganza sangrienta de uno de los suyos, el cazador primitivo hace regla respetar la vida de los animales fieros y peligrosos.

Bóckier (1688) destaca que el lobo posee varias virtudes como la vigilancia y la precaución, por lo cual se ha adoptado el nombre y la figura de este animal en los escudos. También se hallan representadas en los estandartes romanos y dacios. Siglos más tarde, durante el período fascista, no fue casualidad que Hitler eligiera al lobo como símbolo de la astucia, la fuerza y el poder. Hitler tenía su guarida del lobo en Prusia y sus “escuadrones de lobos”. No le faltaba razón pues el lobo dentro de la manada se subordina sin vacilar a un poderoso líder por el supuesto bien de todos.

A finales del siglo XVII, el excéntrico Luis XIV, tuvo una idea pintoresca. Para aniquilar a la nación inglesa, lo único necesario era desembarcar en aquel país un ejército de 10.000 lobos. Como sólo uno de estos animales es capaz de devorar a un hombre en dos días, en un año habrían acabado con los 700.000 habitantes que por esa época poblablan las islas.

SIMBOLISMO DEL LOBO EN EL ARTE Y LA LITERATURA

En la iconografía europea de la Edad Media, es frecuente ver a los brujos presentarse a los aquelarres disfrazados de lobo, mientras que las brujas, llevan ligas de piel de lobo. En nuestro país sirve de montura a las brujas, frecuentemente con la cabeza girada hacia la cola. La creencia en los licántropos está atestiguada desde la antigüedad. Así de Grecia proviene la más antigua leyenda, según la cual el rey arcadio Licaón para saber si los invitados que tenía en su palacio eran realmente dioses, tal como ellos aseguraban, mató a su propio hijo y mezcló su carne con la de carnero preparado para el banquete. Así fue servida a los huéspedes y Zeus, que descubrió el horroroso crimen, metamorfoseó a su autor. El término licantropía hace alusión a la transformación de seres humanos en lobos. Es propia de sociedades guerreras y responde originariamente a ritos de iniciación.

Heródoto y Plinio refieren que los pertenecientes a la tribu escítica de los neroi se convertían una vez al año en lobos, para volver a recobrar la figura humana. Es probable que tras esta idea subyazca el recuerdo de un tótem de la tribu en figura de lobo. También Gengis Khan se jactaba de descender de un lobo escogido de color gris azulado engendrado por el alto cielo.

Aunque Plinio desacreditara la licantropía, durante la Edad Media se siguió creyendo en ella, pero no comenzó a rechazarse de forma general hasta el siglo XVIII. En las aldeas de la sierra de La Culebra (Zamora), las abuelas todavía cuentan con la boca llena de miedo, frente a la chimenea, la historia del séptimo varón de una familia de campesinos que se vio afectada por la licantropía y atacaba por igual a personas y bestias. También en un cortijo de Cazorla llamado “los locos” decían que sus moradores tenían un libro mágico que leían al revés y se convertían en lobos. La leyenda en torno a ellos, ha sido fruto del aislamiento y tradicional rechazo social al que estuvieron sometidos los descendientes de una familia morisca.

La tradición del hombre-lobo viene recogida a través de un personaje mitológico denominado guizotso. Una leyenda vizcaína relata que fue visto en un paraje donde vivía una mujer y cierto día vieron cómo la bestia salvaje se lanzaba contra dicha mujer. Aunque le advirtieron de su presencia, habiéndose retrasado en su huida hacia su casa, alcanzó a su víctima y le arrancó los pechos.

Son muchas las historias de hombres-lobos que se cuentan como ciertas, reales y verdaderas en casi todas las comarcas de Galicia. El lobishome es el hombre que por una causa más o menos preternatural o mágica, se convierte en lobo y vive como tal durante un tiempo, se caracteriza por su ensañamiento y crueldad, especialmente con los seres de la especie humana.

La doble condición del hombre lobo ha sido muy a menudo utilizada para poner de relieve la doble naturaleza que está en cada uno de nosotros, el comportamiento humano y el bestial, éste último oculto por la cultura: por una parte el hombre, que representa un mundo de sentimientos, de razón y de cultura; por otra, el lobo, un mundo de instintos salvajes que carece de cualquier barrera cultural e ideológica.

El hombre prehistórico no ha sido pródigo en las representaciones del lobo en el arte rupestre. Frente a la abundancia de figuras de otros mamíferos, el lobo es una especie rara y sólo aparece entremezclada con otras especies.

Son muy frecuentes las representaciones de lobos dentro del mundo ibérico en la decoración pictórica de las cerámicas, en la escultura, en los relieves, en la orfebrería y en la numismática. Se da incluso en los escudos y en los pectorales de las armaduras de los dioses y guerreros. Una de las representaciones más expresivas de lobo es el busto del guerrero de la Alcudia (Fig. 1). Aquí este animal tiene un valor totémico y relaciona la idea de la muerte con la inmortalidad del héroe dispuesto a entrar en combate. El lobo es una imagen, un motivo, una criatura dotada de valores apotropáicos e íntimamente relacionada con la muerte.

En una página miniada de la Divina Comedia que forma parte de un manuscrito del siglo XIV, la loba simboliza la codicia y la ambición de poder, representa el apetito desmedido y sin límites que todo lo destruye, y provoca en el hombre tal pavor, que le hace retroceder de nuevo a la oscuridad del abismo, a la eterna noche del bosque del error, del que ingenuamente creía haberse salvado. Aquí la loba adquiere el carácter de una bestia apocalíptica.

Una xilografía alemana de 1492 relaciona al hombre, en sus distintos estados vitales, con ciertas especies animales y el lobo se corresponde con el hombre de sesenta años de cabellos sanos. En el último período de su vida, Tiziano pinta “La alegoría de la prudencia”, donde aparecen tres cabezas de animales y tres de hombres que simbolizan los tres momentos sucesivos del Tiempo, representados a través de las tres edades del hombre y que se ponen en relación con la memoria, la inteligencia y la providencia encarnadas por el lobo que devora el pasado, el león que conoce el presente y el perro que vigila el futuro.

Relatos legendarios acerca de niños abandonados o perdidos, que fueron criados por lobos se conocen tanto en el folklore europeo como en la India, quizá inspirados en la leyenda de Rómulo y Remo amamantados por una loba. Una leyenda eslava relata el amamantamiento de los gemelos Walifora; en Alemania, la leyenda habla de Wolfdieterich, héroe alimentado por una loba. Un cuento ruso refiere la historia de Iván Karolievic, el niño que sobrevive amamantado por una loba. Este animal era su propia madre, transformada a causa de las hechicerías de una bruja.

Modernamente Kipling en su Libro de la selva describe las peripecias de Mogwli, el niño hindú amamantado por una loba, con su peculiar gracia e ingenuidad, que posteriormente se populariza en el cine. Los indios quieren ver en estas narraciones niños abandonados en la jungla, que fueron adoptados por lobos, bondad y altruismo al amamantar hijos de su peor enemigo (fig 12). En distintos pueblos la loba ha desempeñado el papel de nodriza a lo largo de la historia de la humanidad.

En todas las civilizaciones, la loba es un símbolo de la fecundidad. En Anatolia las mujeres estériles invocan al lobo para tener descendencia y los pastores nómadas como los yakutos de Siberia aprecian los bezoares de dicho animal por el poder que otorga a las mujeres para quedar embarazadas.

Cuenta Plutarco que durante las fiestas lupercales, celebradas el 15 de enero en la falda del monte Palatino, dos jóvenes muchachos completamente desnudos se precipitan por toda la ciudad persiguiendo a las mujeres y golpeándolas con tiras de piel de lobo y de macho cabrío.

El lobo participa también en la fundación de una ciudad. Un oráculo griego había predicho a Athamas, rey de Beocia, que establecería su nueva capital allí donde unos lobos le darían de comer.

De todos los animales antropófagos de los cuentos es, sin duda, el principal protagonista. Durante milenios ha constituido un peligro real para los niños que se aventuraban solos en el bosque.

Cuentos infantiles célebres como el de los tres cerditos y Caperucita Roja encuentran su origen en los relatos más antiguos, compuestos para asustar a los niños con el fin de ponerlos en guardia contra lobos reales.

El lobo de Caperucita Roja de Perrault queda impune después de haber devorado a la heroína y a la abuela (Fig. 3). En las versiones de este mismo cuento de los hermanos Grimm el lobo es por el contrario castigado. Un cazador le raja el vientre de donde salen indemnes la heroína y la abuela.

Especialistas en mitos indoeuropeos han creído reconocer en este lobo, el demonio volador de ambrosía de la leyenda del dios Thor. La tarta y el tarro de mantequilla evocan el alimento de la inmortalidad. Según E. Fromm, Caperucita roja simboliza la pubertad, la menstruación y el descubrimiento de la sexualidad. El acto sexual es presentado como el acto canibalesco por el cual el macho devora a la hembra. Este relato hace surgir el conflicto entre los dos sexos, pues se dice de una joven que ha hecho el amor con un hombre que “ha visto el lobo”. Queda por saber ¿si la historia de este lobo ha sido inventada por un hombre, como la mayor parte de los mitos o por una misteriosa cuentista?

En el Physiologus, el lobo es un animal astuto y maligno que en su encuentro con el hombre se finge inválido para después atacarle. También aparece recogido este simbolismo en las fábulas del lobo que predica a las ovejas y del lobo y la grulla. La expresión “el lobo con piel de oveja” hace referencia a las personas astutas y tramposas que al encontrarse con las personas buenas, fingen como si llevase una vida inocente y sin malas intenciones, pero su corazón está lleno de amargura y astucia. Salvo casos aislados, de dudosa tradición en su mayor parte, el lobo suele aparecer en el repertorio de cuentos populares castellanos, por lo común en compañía del zorro, es el tonto, el inocente, el bobalicón, que siempre resulta engañado por su astuto compañero, quien se complace en ponerlo en ridículo. Esta idea aparece ya expresada por Esopo, Fedro y otros fabulistas modernos. En la Biblia, en las fábulas y refranes son frecuentes las citas en que las artes empleadas por el lobo para devorar a las ovejas son consideradas como símbolo del engaño. Los fabulistas clásicos ponen en evidencia la naturaleza falsa y mentirosa del lobo para conseguir su presa como la conocida fábula agonal de Esopo titulada “El lobo y el cordero”. De las mismas fuentes se sirvieron los emblemistas del siglo XVI para condenar la gula, pues en los Emblemas moralizantes de Hernando de Soto, presenta a dos lobos quienes, disputando sobre un corderillo muerto, no prestan atención a la zorra que disimuladamente se lo apropia.

El temor al lobo es universal, asociado a la profundidad de las cavernas y al espesor de los bosques, carnicero fúnebre en el mundo celta, aparecía en el caso de los Galos sentado sobre su cuarto trasero y devorando un muerto.

En los Abruzzos (Italia) cuentan los pastores una leyenda, según la cual los lobos en esta zona son especialmente grandes, con enormes estómagos y rasgos salvajes; su carne es de color verde y sus ojos brillan en la noche más que cualquier estrella del cielo.

Una vieja creencia, según la cual si un hombre encuentra a un lobo en su camino, ha de despojarse de sus ropas, golpear el suelo con los pies y batir dos piedras, a fin de recuperar el ánimo y la voz perdida y espantar a la fiera, es recogido en varias obras y está presente en los Comentarios al Apocalipsis de Beato de Liébana.

El terror del hombre hacia el lobo está genéticamente grabado en la memoria colectiva de la especie. Desde los más antiguos tiempos se considera que el inquietante brillo de sus ojos provoca el “mal de ojo”. El marqués de Villena señalaba en su Tratado de aojamiento que puede servir de ejemplo la vista infecta lobuna, que viendo primero al hombre le hace perder la voz. Esto hace sin duda por lo venenoso de su vista, y aún hoy son incontables los casos de personas que sin haber visto a la fiera, simplemente con presentir su cercanía, cuentan cómo se les ha erizado el pelo.

La expresión atribuida a personas marginadas de “lobo solitario”, quizás tenga su fundamento en la descripción recogida sobre este animal en el Libro de las utilidades de los animales: “Es característico suyo el ir solo y no ser sociable” aunque tiene poco que ver con la realidad, pues la manada de lobos que vagan por los bosques nórdicos es una sociedad cerrada y exclusiva, cuyos miembros se guardan fidelidad hasta la muerte. Sin embargo, el dicho “meterse en la boca del lobo” tiene su base en la práctica coordinada de la manada de lobos de cazar conejos apostándose varios individuos a la entrada de la conejera y los demás baten el campo para obligar a los conejos a refugiarse en su madriguera.

Desde hace más de una década las observaciones realizadas sobre manadas de lobos dan al traste con la célebre sentencia del filósofo Hobbes: “El hombre es un lobo para otro hombre”, presentando a este cánido como símbolo de egoísmo y cuando nos referimos a la comunidad humana cada uno de sus miembros busca la destrucción de los demás en beneficio propio. Sin embargo, los lobos forman una comunidad mantenida por estrechos vínculos de amistad y de colaboración para hacer frente a las condiciones más hostiles.

Un proverbio chino dice que el lobo y el pei se unen en la maldad. En cierta ocasión, el lobo y el pei fueron juntos a robar un cordero y por la colaboración entre ambos lograron agarrar un cordero por encima de la cerca. Esta expresión se usa para describir a las personas que se ponen de acuerdo para propósitos ilícitos.

El lobo ha encontrado un amplio eco en el refranero popular enseñándonos sus costumbres biológicas, como la astucia, su instintiva necesidad de caza y sus costumbres depredadoras. Sirvan de ejemplo los siguientes: “La casa del lobo, donde le toma la noche”; “Muda el lobo la lana, más no la maña”; “El lobo no come carne que muere, sino la que por su pie hubiere”; “Cuando el lobo va a hurtar, lejos de su casa va a cazar”.

Ningún otro carnívoro ha logrado ser el origen de leyendas, cuentos, refranes populares y hasta románticas novelas alimentando la fantasía de los niños.

MALDICIÓN Y SACRALIZACION DEL LOBO

El lobo ha gozado de una reputación contradictoria, con una visión negativa, presentando un significado sanguinario, destructor, perverso y demoníaco y otra positiva como justiciero y poseedor de numerosas virtudes mágicas. Tal vez, porque en el viejo continente no se conserva ningún carnívoro que amenaza la vida humana, ésta sea la razón de su ambivalencia interpretativa.

En las tradiciones de los pueblos europeos, el lobo es la representación de la gran bestia, enemiga acérrima del genero humano, voraz, rápida, astuta y difícil de vencer. Por estas consideraciones los pastores de rebaños y manadas de ganado de los primeros habitantes de los poblados prehistóricos tuvieron que defenderse contra él.

En el Antiguo Testamento los profetas calificaban al lobo de criatura abominable y sanguinaria. Ello es comprensible, pues habían nacido en el seno de pueblos agricultores y pastores. En Ezequiel 22, 27 los enemigos sanguinarios y malvados son comparados con este animal: “Los jefes de la ciudad son como lobos ávidos de presa; derraman sangre y matan a las personas para amasar más y más dinero” y en Sofonías, 3, 3: “Sus jefes son como leones rugientes; sus jueces como lobos nocturnos que no dejan nada para la mañana”. En el Génesis 49, 27 Jacob anuncia a Benjamín el carácter guerrero y feroz que tendrá su tribu: “Benjamín es lobo rapaz que a la mañana devora la presa y a la tarde divide los despojos”.

Según la tradición iniciada por los Evangelios, los lobos son falsos profetas (Mt. 7, 15), enemigos del rebaño del buen pastor (Juan 10, 12) y se les considera herejes como San Euquerio, obispo de Lyon, quien señala explícitamente: “Lupus diabolus vel haereticus”.

La mala imagen del lobo tuvo su origen en la Edad Media, cuando las presas comunes de lobos y hombres fueron reclamadas exclusivamente por el cazador bípedo. De esta manera al lobo no le quedó más remedio que alimentarse con los animales domesticados de los campesinos. ¡Que vienen los lobos! Fue a partir de entonces uno de los más comunes gritos de alarma. Los hombres inventaron toda clase de trampas y se creó una nueva categoría profesional: los luparius, cazadores de lobos, que a su vez criaban grandes perros para echárselos a su padre ancestral. Carlomagno llegó al extremo de exigirles a sus caballeros no sólo la lucha contra los sajones sino también contra los lobos salvajes.

En la Europa medieval, los lobos eran asociados con las brujas y la peste negra, perseguidos hasta casi la extinción e incluso quemados en la hoguera. También se instaura con todo su simbolismo de animal diabólico y es tomado por los maestros canteros de las iglesias y catedrales románicas como modelo para reproducir imágenes y escenas en el marco de la alegoría. Con frecuencia, las fauces del lobo han simbolizado la entrada en el reino de las sombras o como conductor hasta el mismo de las almas de los difuntos. Para los antiguos etruscos, el dios de la muerte tiene orejas de lobo y Osiris resucita en forma de lobo para ayudar a su mujer e hijo a vencer a su malvado hermano.

En Roma se presenta asociado a Marte como símbolo de destrucción y muerte; también se le identifica con Apolo, que aparece como un cósmico devorador de astros. Esta creencia reaparece tanto en Asia septentrional, donde los Yakutos explican las fases lunares recurriendo a la voracidad del lobo, como en las aldeas francesas donde se dice que el lobo aulla a la luna.

Los hindúes relacionan este animal carnicero, devorador insaciable, con el pecado, mientras que su hembra simboliza el deseo sexual. En su iconografía se ve como animal de mal augurio y se atribuye a las divinidades en su aspecto siniestro.

El lobo alcanza en la mitología nórdica la máxima expresión de ferocidad. Engendrado por Loki, dios de los infiernos, el lobo Fenrir es calificado de bestia sanguinaria, peligrosa incluso para los propios dioses. En la tradición germánica se ha transmitido el sentido de subversión que se atribuía al lobo, hasta el extremo de aplicarse a los individuos dentro de la sociedad, cuyo comportamiento estuviera en contra de la norma establecida.

Un grupo de leyendas presenta al lobo como justiciero, pues según Baronio, en el año 617, una manada de lobos se presentó en un monasterio y devoró a varios frailes herejes. Los lobos enviados por Dios despedazaron a los ladrones sacrílegos del ejército del Duque de Urbino que habían venido a robar el tesoro de la Casa Santa de Loreto. La cabeza de San Edmundo el mártir, rey de Inglaterra, era guardada y defendida por un lobo de las bestias salvajes. San Oddo, abad de Cluny, asaltado en un peregrinaje por unos zorros, fue liberado y escoltado por un lobo; de la misma forma en Herodotos se cuenta que los lobos servían de guías para los sacerdotes de Ceres. Un lobo habiendo devorado dos yeguas que tiraban de una carreta fue obligado por Eustorgino a dejar la carreta en su sitio y a obedecer sus órdenes. San Norberto obligó a un lobo a dejar libre a una oveja tras tenerla entre sus fauces y posteriormente a cuidar todos los días del rebaño sin tocarlo. San Francisco de Asís transforma al lobo sanguinario y feroz que tenía atemorizados a los habitantes de Gubbio en el pacífico “hermano lobo” que le acompaña en sus peregrinaciones. Este hecho lo inmortalizó Rubén Darío en su poesía. Únicamente a los santos les es otorgado el poder de convertir en piedad la ferocidad del animal mediante su dulce presencia.

Entre las virtudes mágicas del lobo, cuenta Plinio el Viejo, que entre los romanos estaba arraigada la creencia que el pelo final de la cola de los lobos poseía propiedades afrodisíacas. También era costumbre colgar del cuello de los niños un diente del lobo para evitarle los sufrimientos de la dentición. La misma creencia persistía sobre el pescuezo de un caballo proporcionándole una resistencia ilimitada.

En la provincia de Girgenti, actual Agrigento (Sicilia) se hacían zapatos con la piel del lobo para niños pues los padres tienen la creencia de que crezcan fuertes, valientes y belicosos. Todas aquellas personas que monten animales con esos zapatos son curadas de sus dolencias. En una fábula de Esopo, el zorro recomienda la piel del lobo como remedio para sanar al león enfermo.

Los genios menores, como Mormo, en la mitología griega tienen cierta relación con el lobo, con cuya presencia se amenazaba a los niños pequeños, haciéndoles creer que dicho personaje tenía poder para dejarles cojos.

Los aztecas creían que los huesos del lobo poseían propiedades mágicas y los empleaban para efectuar punciones en el pecho de los moribundos con el fin de devolverles la vida.

Frazer afirma, con carácter general, que sobre el lobo pesa el mismo tabú que para el nombre de los muertos, de los espíritus malignos o de algunos dioses. El tabú puede llegar hasta su visión. Así en la comarca leonesa de la Cabrera se cree que un pastor que haya visto al lobo debe de abstenerse de mirar a las mujeres y a los niños de corta edad, pues en caso de hacerlo le transmitirá un hechizo maligno. Esta creencia tiene su origen en que el brillo de sus ojos causa males con su mirada. Plinio señala al respecto que los ojos de la cabra y del lobo resplandecen y echan luz. Menciona la creencia de que en Italia la mirada de los lobos es dañina, y que si miran a un hombre antes de ser vistos, le quitan momentáneamente el uso de la voz. San Isidro recoge la superstición extendida entre los campesinos según la cual el hombre pierde la voz, en presencia de un lobo, si éste lo ve primero. De aquí que, cuando alguien guarda silencio repentinamente, se emplee el dicho de “el lobo del cuento”. Para Fierre de Beauvais los ojos de este animal, que brillan en la noche, son las obras del Diablo, que parecen bellas y agradables a los hombres que han perdido la razón.

No sólo poseían cualidades benéficas las distintas partes del cuerpo, sino también propiedades maléficas. Así una creencia indostánica refiere que la sangre del lobo esterilizaba la tierra allí donde caía.

En las zonas del sur de Portugal y en el noroeste de la Península se creía que los amuletos de diente de lobo engarzados en una pieza de plata servían para evitar “el mal de ojo”.

En el ámbito rural persiste la tradición popular según la cual mientras esté vivo el lobo, hay que preservarse de él y frente a esta criatura diabólica, nada mejor que un conjuro. Entre los más populares se recita el “Responso de San Antonio” en zonas tan diversas como Guadalajara, Madrid o León. Y no sólo se cree en su eficacia para preservar del lobo al ganado, sino que también se utiliza para adivinar el animal u objeto que se haya extraviado.

En algunos lugares de Galicia se ha conservado la creencia de que el lobo no puede devorar el brazo derecho de sus víctimas debido a que es con ese brazo con el que se hace la señal de la cruz; otros dicen que la parte derecha representa a Dios, y la parte izquierda al demonio.

Entre los indios niska, de la Columbia Británica, que están divididos en cuatro clanes principales, uno de ellos el del lobo, el novicio en su iniciación es devuelto por un tótem animal de artificio. Lo esencial del rito en estas ceremonias parece ser la muerte violenta del novicio en su carácter de hombre y su resurrección bajo la forma del lobo que será de allí en adelante su espíritu guardián.

El aspecto sacralizante de algunas manifestaciones culturales en torno a dicho cánido se produce en algunas regiones de Europa, donde se cree que los lobos devoran a los demonios malignos. La invitación que en el transcurso de un ágape se hacía al lobo y al viento cierzo, dejando un asiento libre para él, guardaba relación con los ritos de preservación de los ganados, según era tradición en las tierras de Zywiec (Polonia).

En las vecindades de Feilenhof (Prusia Oriental), cuando veían un lobo corriendo por los campos, los campesinos acostumbraban a observar si llevaba el rabo tieso o arrastrando por el suelo. Si lo llevaba arrastrando iban tras él dándole las gracias por traerles una bendición y le colocaban algún bocado sabroso delante, pero si llevaba el rabo erguido, le maldecían e intentaban matarle.

Ningún otro animal tiene un papel tan destacado en los mitos y leyendas de los pueblos septentrionales como el lobo. Su poder y astucia fueron labrando una imagen legendaria. No es extraño que con el paso del tiempo haya despertado nuestra imaginación, incluso se oculta en el fondo de la mente humana como un terror obscuro y distante.

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El Atavismo del Lobo

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REVISTA DE FOLKLORE, Caja España, Fundación Joaquín Díaz
Año: 1986 – Tomo: 06b – Revista número: 70 Páginas en la revista: 111-118

Autor: CRUZ GARCIA, Oscar

Tema: Zoología / Animales

Título del artículo: EL ATAVISMO DEL LOBO

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Escribió en cierta ocasión Unamuno que toda persona intelectualmente inquieta tiene, en numerosas ocasiones a lo largo de su vida, la sensación de ir acompañada, de llevar su existencia protegida y alumbrada por una verdadera procesión -como si de una “Santa Compaña” galaica se tratase- de fantasmas bienhechores, maestros en el mejor sentido de la palabra, que revelan nuestra más genuina identidad personal, al hacer surgir, en los centros más activos de la conciencia, los primeros procesos de autoconocimiento. Poco importa que las razones que originan esos procesos sean más científicas en unos casos, más poéticas en otros; se trata fundamentalmente de seres que, de alguna manera, se nos han hecho indispensables e insustituibles, ya que ellos, y sólo ellos, nos han puesto en las manos la luminaria capaz de alumbrar el camino que conduce a nuestra sima interior donde, oscuramente, misteriosamente, alienta el enigma de nuestra triple condición individual, popular y humana.

Personalmente, incluyo en esa nómina de almas maestras acompañantes a: Jean-Jacques Rousseau, Miguel de Unamuno, Antonio Machado, Federico García Lorca, María Zambrano, Américo Castro, Julio Caro Baroja… y Carl Gustav Jung. Este último, recién descubierto, tiene la ventaja no sólo de constituirse en un verdadero maestro según la acepción anteriormente expuesta, sino de ser además -y ello produce una mayor emoción intelectual si cabe- el primer hombre de ciencia que, al menos, ha sentado las bases para explicar, con suficiente fuerza de convicción, el proceso psíquico al que me he referido más arriba, asimilándolo al viaje personal que el ser humano emprende, provisto de la necesaria luz, a las incógnitas profundidades de su alma; es decir, y empleando ya el propio lenguaje “jungiano”, el proceso por el cual se relacionan conciencia e inconsciente.

Carl Gustav Jung (1875-1961), es un médico y psicólogo suizo, de cultura alemana, que reconoció tempranamente, en la vanguardia de la investigación psiquiátrica europea de principios de este siglo, la aportación científica fundamental de Sigmund Freud. Sin embargo, no tardó mucho en declararse disidente del movimiento psicoanalítico puesto en marcha por el maestro de Viena, al “desexualizar” la libido e interpretar las neurosis más como situaciones de perturbación anímica provocadas por emergencias súbitas de contenidos inconscientes, que como afloramientos de conflictos psicosexuales reprimidos o larvados a través del tiempo. Esta distinción, cuya importancia es inútil resaltar, le llevó a intuir la existencia, más allá del inconsciente individual estudiado por Freud, de un inconsciente colectivo, impersonal y objetivo, de naturaleza energética, que ocupa la zona más recóndita e ignorada de esa entidad espacio-temporal que es el alma humana, que se ha estructurado a lo largo de los tiempos por acumulación y estratificación de vivencias milenarias comunes a toda la Humanidad, y que se encuentra en estado dialéctico permanente de coincidencia / oposición con la conciencia individual, personalizada y subjetiva de cada ser humano (1).

Como todo conjunto energético, este inconsciente colectivo está formado, de manera discontinua en cuanto a cantidad y calidad, por unidades o “cuanta” que Jung designa con el nombre de arquetipos -del griego “arkhe” = principio u origen, y “tupos” = tipo o modelo-, es decir, de factores condicionantes originarios, que ya Platón en su tiempo representó como Ideas-Modelos.

Estos arquetipos o unidades de energía no tienen, en principio, valoración moral ninguna; no son en sí mismos ni buenos ni malos. Su acción benéfica o maléfica depende, únicamente, de la forma en que ese “cuantum” energético traspasa el umbral de la conciencia para hacerse visible, es decir, imaginable. Toda persona psíquicamente activa puede experimentar, sobre todo en sus sueños o fantasías, esa especie de “trasvase” entre inconsciente tenebroso y conciencia luminosa; un estímulo exterior cualquiera puede activar inesperadamente el arquetipo, haciendo fluir hacia la conciencia su contenido energético, que se representa en ese momento como una imagen) generalmente de naturaleza mítico-arcaica, dotada de una expresividad o lenguaje particular, fundamentalmente de carácter poético-simbólico. Y al contrario, la imagen arquetípica desactivada puede desvanecerse en cuanto representación, y su poso emocional, al atravesar en sentido contrario el umbral límite, puede recaer en el campo energético que le corresponde dentro del inconsciente (1).

El esquema anteriormente descrito para la vida psíquica de un individuo, suele reproducirse a escala generacional o histórica -no en vano está tratando la ciencia psicológica de escrudiñar en ese universo llamado inconsciente colectivo humano cuyas coordenadas espacio-temporales son sin duda relativas- cuando imágenes arquetípicas generadoras de emociones gozosas o aterradoras, conscientes entre nuestros antepasados y que luego se han vuelto inconscientes con el paso del tiempo, reintegrándose a los arquetipos que las produjeron, vuelven a manifestarse en la conciencia, constituyendo a modo de una herencia mítica, olvidada o perdida por toda una serie de generaciones intermedias. A este fenómeno se le llama atavismo (del latín “atavus” = abuelo en cuarto grado). Puede decirse entonces que los efectos generales producidos por la irrupción de imágenes arquetípicas en la conciencia son benéficos cuando, debidamente asimilada, la imagen supone un enriquecimiento de la personalidad, y maléficos cuando desintegran esa personalidad por falta de acondicionamiento mental para una invasión brusca y excesiva de energía inconsciente. Esta radical ambigüedad de la representación arquetípica ha tenido como consecuencia, entre otras causas de no menos relieve y que luego referiremos, el que el Hombre intuyera siempre que dicha representación es de naturaleza dual, que la imagen por ella producida se manifiesta como nimbada de luz lunar, ya que la propiedad más visible de este astro es la de poseer permanentemente una doble faz clara/oscura, propiedad asimilada de inmediato a la doble presencia de caracteres positivos/negativos en el arquetipo representado (1). De su propia experiencia clínica, así como de su conocimiento de la Historia de las Religiones y de la Literatura Alquímica -la Alquimia supone tanto una exploración psíquica cuanto una investigación sobre la estructura de la materia-, deduce Jung la existencia de un arquetipo primordial y cualitativamente superior en el piélago del inconsciente humano, de un campo vibratorio máximo en el que se acumula la mayor cantidad de energía vital del Hombre. Es al mismo tiempo el generador más completo y eficaz de su actividad existencial, capaz de provocar desde la más simple respuesta al puro imperativo fisiológico, lo que sería propiamente su actividad instintiva, hasta la más completa vivencia mística de unificación cósmica, lo que sería fundamentalmente su actividad espiritual. Esta alta concentración energética que el Hombre se representa no sólo corno capacidad vital, sino también, y de forma muy especial, como origen y destino de su vida, es la llamada por Jung ARQUETIPO MADRE o arquetipo de la maternidad; llegando a afirmar el psicólogo suizo que su fuerza es tal, que condiciona en mayor o menor medida la actividad latente de los múltiples arquetipos restantes, y concluir que si la conciencia es la cara masculina del alma humana, por efecto de la educación paterna o “paternalizada”, el inconsciente es su cara femenina, a causa de la herencia genética materna (1).

Nada de extraño tiene, por otra parte, que la vivencia milenaria de la maternidad haya concentrado tal cúmulo de energía sobre su arquetipo, ya que la Mujer Madre no sólo es creadora -por concepción, gestación, parto y primera nutrición- de vida, sino también de cultura, al convertirse en el ser que, por primera vez, tejió la fibra vegetal, moldeó y coció el barro, y plantó la semilla en la tierra. Todo ello dio como resultado el que, en tiempos prehistóricos, el Hombre, al percibir en su primera y balbuciente conciencia la vibración arquetípica materna, espiritualizara su misterio y convirtiera su imagen en el numen primigenio y sagrado por excelencia: la Gran Madre (2).

Aún pueden verse en las salas de los museos etnológicos, dedicadas a exposición y estudio de utensilios de uso más común y cotidiano en la vida material de los pueblos, representaciones insólitas, pero no por ello menos tradicionales, de este numen vuelto familiar. Así, en una rueca siciliana de madera con más de un siglo de antigüedad, se observa, labrada en su extremo superior, la figurilla tosca pero expresiva e inconfundible de una Diosa Madre disponiéndose a dar el pecho, mientras que el resto del objeto, rocadero y mango o varilla de rotación, aparece liso y sin rastro alguno de decoración (3). Es evidente que el artesano autor de la pieza quiso, consciente o inconscientemente, es decir, “atávicamente”, dar un significado espiritual a la tarea para la cual fue creada, y lo expresó por medio de un simbolismo claro: puesto el utensilio en posición vertical, listo para funcionar, la talla de la Madre señala al Cielo, su residencia privilegiada por encarnar el misterio único del don de la Vida, mientras que el vástago giratorio señala a la Tierra, origen de todo sustento y última morada mortal del Hombre; entre ambos, en la cruz del rocadero, se desarrolla, retuerce e hila el curso de la existencia humana. Ese es precisamente el significado dado por los antiguos al ser y actividad de una de las Parcas, siendo la célebre triada una de las genuinas representaciones negativas del arquetipo materno, como veremos en seguida.

Si toda representación arquetípica es por naturaleza dual y ambigua, si la luz que difunde en la conciencia puede ser tanto solar como lunar, tal afirmación no puede sino reforzarse en el caso concreto del arquetipo materno, precisamente el de mayor contenido energético de nuestro inconsciente colectivo. Porque siempre supo el Hombre oscuramente, sin darse muy exacta cuenta de ello, es decir, de forma no consciente, que la Madre puede llegar a tener una imagen tan maléfica como benéfica; en virtud de esa dolorosa y acongojante contradicción que preside cósmicamente todo, el don de Vida es finalmente don de Muerte, la Matriz es al mismo tiempo Tumba, el Amor se vuelve inopinadamente Destrucción, y el deseo de Gloria puede no ser más que la máscara del apetito de Abismo.

Dice Jung, más o menos textualmente, no sin angustia: -La Madre espera siempre al término del camino, junto a la morada última, hierática y muda, ya que Ella tampoco conoce la respuesta (1). Por otra parte, la imagen ambivalente benéfica/maléfica del arquetipo materno puede proyectarse a veces, y con una fuerza increíble, sobre la Madre de la Madre, es decir, la Abuela, que, desdoblada en el transcurso del tiempo por la implacable verticalidad religiosa que sitúa escatológicamente a los Justos en un “supramundo” celestial y a los Pecadores en un “inframundo” ctónico, se transforma por un lado en la Abuela Divina, Santa Ana, imaginada en ocasiones ocupando una posición jerárquicamente superior a la de la misma Hija/Madre María -existe en el Museo de la Catedral Vieja de Salamanca una talla en madera policromada que representa a Santa Ana llevando sobre sus rodillas a María que sienta, a su vez, sobre las suyas al Niño-, y por otro en la Abuela del Diablo, la Bruja que convoca los supuestos aquelarres rurales y nocturnos (1 y 2).

¡Qué magnífica representación maligna del arquetipo materno la conseguida por nuestro Fernando de Rojas, a fines del siglo XV, con su insuperable personaje de Celestina!

¡Qué terrible la alcanzada por el universal Francisco de Goya, a principios del siglo XIX, con su negra pintura de Saturno -más exacto sería decir Saturna- devorando a sus hijos!

Siempre que se ha cernido sobre cualquier colectividad humana la amenaza de destrucción y el presentimiento de su cortejo de horrores apocalípticos, toda vez que el Hombre, en cualquier tiempo o lugar, se ha sentido poseído por la fiebre obsesiva del sacrificio, ha habido testigos sensibles, hombres de arte por lo general, que han sabido relacionar la oscura premonición del desastre con el lenguaje, a veces más trivial y cotidiano pero simbólico, de los signos vitales externos. Aquel enano deforme y monstruoso, cuyo oficio consistía en fabricar botas y odres con pellejos de animales, encontrado y pintado por Ignacio Zuloaga en Sepúlveda a principios de este siglo, era un pobre ser que vivía en el límite entre la vigilia lúcida y la noche oscura del alma, que jamás en su mísera vida pronunció ni una sola palabra -mutismo absoluto que aterraba al Unamuno agonista contra la Muerte-, que no existía como yo individual por estar aún simbólicamente inmerso en las aguas amnióticas anteriores a la vida consciente. Ortega y Gasset veía alucinado en el vinazo bronco y espeso que transportaban los cueros de aquel lastimoso botero sepulvedano, sangre peleona, emanación bruta de una tierra secularmente martirizada, que no tardaría en derramarse y fluir dramáticamente por todos los cauces abiertos en la piel del país. Y es que se podría decir, utilizando un lenguaje analógico más propio de las representaciones arquetípicas, que los crisis de celos y venganza de la Gran Madre, por abandono o falta de estímulo en el Hombre de su energía inconsciente, suelen acabar trágicamente en sacrificios colectivos de sus hijos.

* * *

Con motivo de la incorporación de España a las Comunidades Europeas, y de su consiguiente suscripción de toda clase de convenios de ámbito comunitario, vigentes más allá de los Pirineos, se ha agudizado en sectores de la sociedad española la polémica en torno a la aceptación, total o sólo parcial en ciertos aspectos, de la normativa elaborada en Europa Occidental respecto a Defensa y Conservación de la Naturaleza. La discusión se centra, al parecer, en el capítulo de caza, especialmente de caza de alimañas y, más concretamente aún, en el tema de la caza del Lobo.

Los naturalistas europeos occidentales tienen la certeza de que en tierras ultrapirenaicas no subsisten más allá de centenar y medio de ejemplares de esta especie; por ello, el Lobo europeo, presumiblemente en vías de extinción, ha sido declarado especie protegida en grado máximo, declaración que va automáticamente acompañada de la prohibición absoluta de atentar, por cualquier medio, contra su vida.

En España, por el contrario, aunque es fácil advertir una tendencia paralela a la desaparición progresiva del gran depredador ibérico, su población en cifras absolutas -millar y medio de ejemplares- supone una densidad comparativamente muy superior a la obtenida en tierras europeas occidentales. Esta es la causa de que en amplias zonas rurales esencialmente ganaderas de este país, y muy en especial en aquellas que lindan con la abrupta orografía cantábrica donde aún encama y caza un número respetable de estos animales, se hayan despertado recelos y suspicacias que podrían desembocar en protestas generalizadas, si se llegara a imponer una legislación cinegética totalmente restrictiva de una actividad, como la caza del Lobo, que no sólo constituye el ejercicio de un legítimo derecho de defensa del patrimonio de esas poblaciones, sino que se convierte también, en tiempos y lugares apropiados, en el pretexto para la celebración de auténticas fiestas rituales colectivas.

Para la Ciencia Naturalista, racional y metódica como toda ciencia, el Lobo es una especie que sufre como pocas la continua degradación de su ecosistema, degradación de la que el Hombre es único responsable. Si manadas de estos animales abandonan sus territorios habituales de caza y bajan hasta los “hábitats” humanos, causando estragos en los ganados y aun atacando en alguna ocasión a las personas, lo hacen empujadas por su necesidad, necesidad que ya no pueden satisfacer en su medio y circunstancia naturales. Y, al verse atacado en su vida y en su hacienda, el Hombre defiende su libertad, es decir, la posibilidad de satisfacer su propia necesidad, anulando la causa que pone en peligro esa libertad. Hasta aquí se desarrolla la interpretación del conflicto como un episodio más de la Historia humana, de la lucha del Hombre por la producción y reproducción de su vida material.

Ahora bien, al ser preguntado algún ganadero, de los residentes en cualquiera de las zonas virtualmente afectadas por la aplicación de la susodicha ley, sobre las razones que han motivado el que pueblos enteros participen en campañas totales de exterminio y erradicación del animal en cuestión, aquella persona respondió con estas o parecidas palabras, supongo que causando no poco estupor en algunos de sus interlocutores y oyentes: “Los Lobos son animales malos, que matan por el placer de matar. Si en alguna ocasión me robaran una res para devorarla, el daño sería hasta cierto punto tolerable. Pero no actúan así; cuando bajan del monte en manada, se comportan como verdaderos asesinos, que aniquilan los rebaños sin dejar una res viva, y luego vuelven a sus cubiles sin probar ni una sola tajada de la carne recién sacrificada”. Yo no sabría decir cuánto hay de realidad y cuánto de leyenda en afirmaciones tan contundentes como la anteriormente transcrita. Lo que sí parece claro es que el Lobo constituye, para muchas gentes, algo así como la encarnación del Mal sobre la tierra, un ser perverso surgido de no se sabe qué remotas profundidades, revestido de una apariencia de fiera insaciablemente carnicera y gratuitamente sanguinaria, la más nociva de las alimañas, que provoca el pánico más violento y atrae el odio más sañudo de todos cuantos pueda sentir el Hombre que vive en su indeseable vecindad. Pero toda esta vivencia de malignidad telúrica y fatal, que conmociona a buena parte de la Humanidad en presencia del Lobo, se debe, con toda seguridad, al hecho de que sobre ese animal se proyectan inconscientemente terrores colectivos ancestrales, cuyo origen sólo se puede buscar en contenidos arquetípicos de fluencia intermitente, es decir, atávicos.

La prueba está en que tan destructivo y cruel como el Lobo ha resultado ser el zorro en comunidades campesinas que han sufrido en sus corrales y viñedos los destrozos producidos por este último animal, daños posiblemente más frecuentes y a la larga más onerosos que los ocasionados por el Lobo, si tenemos en cuenta las mayores desvergüenza y afición al merodeo que caracterizan al zorro. Y sin embargo, a pesar de que el Hombre trata por todos los medios de reducirlo y devolverlo a su medio vital originario, este animal no ha llevado nunca sobre sí la marca infernal del Lobo.
Antes al contrario, ha sido objeto, durante siglos, por parte del pueblo -la amplísima base inferior de la sociedad-, de una proyección consciente que lo ha convertido en un trasunto de su propia filosofía y de sus más auténticas aspiraciones, en un héroe casero que encarnaba de forma muy peculiar su estricto sentido de la justicia.

En todo el folklore europeo existen muestras numerosas e inequívocas de esa especial simpatía con que es tratado este curioso personaje. El “Roman de Renart”, cumbre de la literatura francesa de los siglos XII-XIII y heredero, en parte, de toda esa rica tradición folklórica, no hace, a medio camino entre la parodia burlesca y la seriedad moralizadora, sino poner de relieve las mañas de que se vale Raposo -el zorro humanizado, astuto y socarrón, cuyo único patrimonio son una inteligencia privilegiada y un talante tempranamente subversivo- para salirse con la suya en un mundo dominado por la violencia y la estupidez feudales. Ni que decir tiene que el paradigma de esa sociedad cruel y pagada de sí misma es el Señor Lobo, al que Raposo hace una y otra vez víctima de las más terribles burlas y enloquecidos enredos, llegando en cierta ocasión, con la audacia y el empeño escarnecedor que le caracterizan, a hacer objeto de su más cruda lubricidad a la Señora Loba en persona. -figura literaria claramente invertida y vengadora del humillante derecho de pernada (4).

Pero nunca tuvo el animal terrífico y odiado la misma suerte que Raposo. Para mal, el Lobo ha sido considerado siempre como un animal sagrado, emanación del tenebroso mundo inferior, por las mismas o más poderosas razones que hayan podido serlo, en su día, el gato -se han hallado esqueletos de este último animal emparedado vivo en falsos pisos desde tiempos medievales- o el macho cabrío. Este carácter, a un tiempo sagrado y demoníaco, con que el Hombre reviste al Lobo, y que no resulta excesivamente difícil interpretar como derivado de la adscripción del animal al complejo arquetípico de la Gran Madre, puede rastrearse tanto en obras literarias, aun en las de más rigurosa contemporaneidad, cuanto en mitos y restos arqueológicos de la más remota antigüedad

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La Teja de los Lobos es un cuento o guión cinematográfico francés, a partir del cual rodó la Televisión del vecino país una película que, con el mismo título, pudimos ver doblada en nuestros receptores, hará ahora poco más de diez años (5). En él se narra la peripecia acaecida en una aldea francesa del departamento de “Creuse” -antigua provincia de Marche”, al noroeste del Macizo Central- a causa de un ataque insospechado de Lobos, desesperados por el hambre, a todo ser vivo que osase asomarse fuera de los muros de casas y establos, convenientemente fortificados dadas las desoladas circunstancias del momento. En estas ocasiones extraordinarias, en que la Vida se siente seria y dramáticamente amenazada, se revela, tras un primer instante de sorpresa, no sólo la auténtica valía de las personas, sino también lo que podríamos llamar su aura psicológica, es decir, la perspectiva ancestral en que se sitúan sus emociones y los actos que éstas originan.

Así la acción del cuento original se desarrolla en torno al hogar, familia y morada material, de la abuela Teobalda, que parece presidir con su sabiduría milenaria toda la organización defensiva de la pequeña comunidad contra los Lobos. Personaje misterioso y unánimemente respetado, figura trazada como con buril sobre un claroscuro consecuente y deliberado, la Abuela, fiel a su representación arquetípica, preserva la Vida de sus familiares y vecinos, a cambio de hundir las raíces de su experiencia y conocimiento lobunos en la terrenidad más atroz y la carnalidad más morbosa; a veces da la impresión de que podría desdoblarse fácilmente en dos seres opuestos: por un lado Madre amante del Hombre, y por otro Madre terrible, y máxima jerarquía, de la manada. Entre paréntesis, ésta sería una base no desdeñable para iniciar una investigación psicológica sobre la licantropía, obsesión generalizada a nivel popular en amplias regiones del planeta.

Como muestra de todo lo anteriormente expuesto, no puedo resistir la tentación de transcribir la receta de la “lobada”, especie de bálsamo útil contra las mordeduras de las fieras, que sólo sabe prepara la abuela Teobalda, ya que ella es la única que conserva secreto: “grama y menta silvestre, tila, salvia y retama blanca, grasa de cordero y “sanie”, añadida cuando la mezcolanza, puesta al fuego, hierve y adquiere un color totalmente blanco” (5). Con el nombre de sanie se designa literalmente, tanto en español como en francés, a la materia purulenta que supuran las úlceras y llagas no curadas, aunque en este caso concreto los campesinos de la antigua “Marche” francesa llaman sanie al moho del queso fuertemente fermentado o queso azul de las montañas de Auvernia, lindantes con su tierra.

Leal a esa doble personalidad solar/lunar que la caracteriza, la vieja Teobalda, maestra en el conocimiento de la Naturaleza, sabe como una bruja de las propiedades de todo tipo, que tiene la flora que la rodea. Ella se encarga de recoger y quemar en su chimenea la hierba insólita que ahuyenta a las fieras, que forma con su humareda una especie de círculo mágico de neblina protectora alrededor de la casa, círculo en el que el Lobo no se atreve a penetrar

La casa de la abuela conserva también otro originalísimo elemento constructivo, un detalle cuyo secreto se pierde en la noche de los tiempos y que los constructores populares han olvidado por completo: la teja para Lobos. El ingenioso artificio debió consistir en una o, mejor, dos tejas colocadas de una forma muy peculiar entre sí y en relación con el resto del tejado, de tal manera que sólo un viento bien caracterizado podía transformarlo en una especie de instrumento musical, haciéndole emitir primero un largo silbido que iba aumentando en intensidad y agudeza hasta traspasar los límites de audición, para mudarse luego en un gemido más grave y estabilizado. Ese viento tan especial, que hacía funcionar la teja, es el anunciador del desastre, el indicador de que en el monte está cayendo tal temporal que toda forma de Vida, sobre todo depredadora, se ha hecho allí imposible, y que los Lobos no tardarán en bajar hasta los espacios habitados por el Hombre y sus ganados. Que el escritor francés, autor del cuento que comentamos, no ha inventado nada, se puede comprobar leyendo las notas del viaje que el soriano Avelino Hernández, el zamorano Miguel Manzano y el segoviano Ignacio Sanz realizaron recientemente a tierras de Aliste, en el occidente de la provincia de Zamora lindando ya con Portugal (6). Por aquellos lugares, todavía quedan pastores que puedieron informar a los viajeros de la existencia entre ellos de una antigua tradición, según la cual se prevenía la llegada del temible animal colocando en las cubiertas tejas para Lobos, de naturaleza y funcionamiento muy parecidos a los descritos en el susodicho cuento. El hecho de que coincida un mismo sistema de alerta contra las fieras, en áreas geográficas y espacios culturales tan diferentes y alejados entre sí, nos da una idea de la antigüedad y extensión de esa específica necesidad que ha sentido el Hombre de protegerse de un peligro, universal y colectivamente reconocido como real, origen de un temor cuya vivencia milenaria ha lastrado para siempre el inconsciente humano.

Pero sigamos con nuestro cuento o guión cinematográfico. El hijo de la Teobalda, llamado Alix -nombre galo, lo cual no deja de ser ya significativo de por sí-, heredero en parte de la ancestral sabiduría de su madre, es el curandero de la aldea, el hombre que tiene el don de conocer con sus manos las múltiples formas de unir los huesos rotos o devolver a su sitio las coyunturas dislocadas de personas y animales. Su ciencia, admitida por todos los campesinos de los alrededores, aunque no raya a la altura de la de la Abuela -Ella sabe, pero no como su hijo, sabe del misterio más inexplicable, aquél que sólo una mujer que ha dado a luz puede comprender-, lo convierte, sin embargo, en un superviviente ya desdibujado, pero siempre dramático, del antiguo druidismo celta. Gesto de verdadero druida, y gesto patético por lo que encierra de resistencia frente a una Historia irreversible, es el acto de depositar el cadáver del primer Lobo abatido, a la puerta de la iglesia católica. Como lo es igualmente, y luego veremos en qué míticas y oscuras razones se basa, el hecho de meter en el ataúd que encierra los restos mortales del anciano asesinado por las fieras, una pata de Lobo que le sirva de viático en su última jornada hasta el reino de los Muertos. Son gestos de reminiscencias paganas, residuos de la vieja religión dominante entre los celtas galos antes de la cristianización impuesta por Roma, en la que la Gran Madre o, por lo menos, sus más característicos atributos naturales recibían el culto debido. Pero tras los hombres con dogmas llegaron, por desgracia, los hombres con armas y con hachas, todos los que, de una u otra forma, han diezmado las especies animales de montes y llanos, derribando los árboles y arrancando las plantas sagradas, destruido las piedras de la revelación y contaminado las fuentes del misterio. Contra todo ello se rebela instintiva, agónicamente, el druida Alix, hijo de la abuela Teobalda, a pesar de saber con absoluta certeza que su lucha está, desde hace siglos, irremediablemente perdida

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Veamos ahora qué nos dicen del Lobo la más antigua mitología y su transcripción al mundo del arte que le es, en mayor o menor grado, contemporáneo.

Si retrocedemos en el tiempo, a contracorriente de la Historia, observaremos que nuestra actual representación de la Divinidad, absolutamente masculina y patriarcal, como corresponde a tiempos históricos en que el Hombre lucha por la supremacía de la conciencia, no ha podido surgir sino de otra representación más antigua, femenina y matriarcal, propia de un estadio de la evolución humana aún en gran medida inconsciente, en tiempos anteriores a la Historia. Evidentemente, el paso de una a otra representación no se ha producido de forma instantánea o inmediata, sino a través de un sinnúmero de procesos, a cual más complejo y dilatado en el tiempo. Y las imágenes que el Hombre se ha ido formando lenta pero inexorablemente de ese paso, no pueden ser, por idénticas razones, más dispares.

En épocas de primitivismo imaginario y tosquedad figurativa aún grandes, la Diosa Madre aparece cubierta de apéndices fálicos, queriendo el Hombre de antaño, al hacer surgir estas excrecencias antinaturales del cuerpo sagrado, darle un simbólico carácter viril. Posteriormente se asocia, en la misma aura divinal, a la Madre con el Hijo Amante, emanación masculina de sí misma; o, mediante una elaboración conceptual más sutil, se desdobla sexualmente á la Diosa para formar con su doble masculino una especie de desposorio o apareamiento celestial, conocido con el nombre de sizigia, palabra de origen griego -significa literalmente unión o emparejamiento bajo un mismo yugo- que se aplicará con el tiempo al hecho de encontrarse la Luna en conjunción/oposición con el Sol. Fácil resulta comprobar, una vez más, cómo en la imagen macrofísica, astral, se proyecta perfecta y secularmente la representación mítica, propia del arquetipo inconsciente. El paso siguiente consiste, como era sencillo de suponer, en divorciar la unión conyugal de la sizigia, haciendo permanecer a la figura masculina en la claridad ilimitada del Cielo, y descender a la figura femenina hasta la oscuridad profunda de la Tierra, donde preside el reino de los Muertos (1 y 2).

Pues bien, una de las más antiguas sizigias de que tenemos noticia, transmitida formalmente por las tradiciones célticas, es la constituida por la pareja divina Lusina/Lug, que concretó en sí misma, de forma sincrética, todas las creencias y conocimientos de los ligures, pueblo antiquísimo y poco conocido, originario de la Liguria itálica desde donde se extendió a buena parte de la cuenca mediterránea, y predecesor en el tiempo y en la cultura de todos los grandes civilizadores posteriores. Por esas mismas tradiciones sabemos que el animal que mejor encarnaba a la Divinidad entre los ligures, aquél que consagraban en sus cultos a Lusina/Lug era precisamente el Lobo (7). Desde un punto de vista fónico, y puede que como resultado de alguna perdida relación filológica, existe una indudable relación entre el ligur “Lug” y el latino “Lupus” (=Lobo).

De forma subsidiaria, aunque en la línea general de lo hasta aquí expuesto, es interesante observar que esa Lusina, hemisferio femenino de la sizigia ligur, se transforma con el tiempo en “Mélusine”, númen telúrico por excelencia del campo y del folklore franceses, hada bienhechora adoptada por la casa de “Lusignan” -reparemos en la semejanza fónica entre “Lusina” y “Lusignam”-, como abuela fundadora y protectora ,de su ilustre linaje, que tuvo jurisdicción feudal sobre las antiguas provincias de “Marche” y “Angoumois”, precisamente la misma región de Francia donde transcurre la acción del cuento o guión anteriormente comentado. Y no hace falta ser experto en heráldica para suponer, con suficiente viso de verosimilitud, que el blasón principal de las armas de “Lusignan” debió ser el Lobo, ya que si por un lado la familia se creía descendiente directa del hada “Mélusine”, por otro no tendría más remedio que aceptar como totem al animal que, con mayor naturalidad, la representaba y sustituía.

Por otro lado, es conocida la íntima vinculación del Lobo con el Hades o reino de ultratumba en la religiosidad etrusca, coincidiendo en este aspecto con las creencias de griegos y celtas. En ciertas urnas de enterramiento halladas en la actual región de Toscana, antigua Etruria, de la península itálica, sobre todo en las datadas a partir del siglo IV antes de nuestra era, no es raro encontrar esculpidos, en los relieves que las adornan, Lobos, cuyo carácter funerario es indiscutible, que acompañan a las almas de los Muertos en su viaje a las profundidades infernales. En alguna ocasión, es el Lobo mismo quien representa a la Divinidad imperante en el “inframundo” escatológico, la Hécate de los griegos: otra imagen negativa del arquetipo materno primordial. En otras, el animal sustituye al propio difunto, o proporciona auténtico carácter de tal a los seres cuyos restos guardan estos sarcófagos, hasta el punto que no es inusual ver representada a la persona fallecida cubierta con una piel del animal infernal, es decir, disfrazada de lobo, disponiéndose a iniciar el viaje fatal (8). Recordemos, a este respecto, el gesto atávico y seguro, inspirado en emociones milenarias, del campesino Alix junto al ataúd del vecino asesinado por la manada enloquecida, en el cuento o guión más arriba analizado.

Asimismo, la pátera -plato llano y ancho utilizado en antiguos cultos- hallada en Tivisa, en la provincia de Tarragona, y joya del arte ibérico del siglo III antes de Cristo, lleva grabada en la superficie de sus combadas paredes, además de las consabidas escenas de sacrificios de animales, la donación por parte del oferente del plato, allí representado, de una granada, símbolo de inmortalidad, a la Divinidad reinante en el Hades, esta vez en versión masculina: Plutón. En el “umbo” o convexidad central de la pátera, llama inmediatamente la atención, por la fuerza y seguridad del trazado, una gran cabeza de Lobo, repujada aparte y luego incorporada al centro del disco -con las fauces muy abiertas mostrando la doble fila de puntiagudos dientes, el hocico chato y las arrugas muy pronunciadas en torno al mismo, las orejas pequeñas y recortadas, y las cuencas de los ojos vacías- (8), una cabeza, en suma, de una ferocidad inusual, vehementemente deseada y plenamente lograda por la genialidad del artífice. Esta imagen sorprendente del Lobo, situada en un entorno preciso sobre la pátera de Tivisa, confirma de nuevo el carácter sagrado y las propiedades sobrenaturales que el Hombre ha atribuido a este animal desde la más arcaica antigüedad.

De esta rápida incursión por la literatura, la mitología y el arte, se deduce que el terror colectivo y milenario que inspira el Lobo se debe menos a su propia naturaleza animal que al hecho de haberse proyectado sobre él, desde el fondo de los tiempos, contenidos arquetípicos surgidos de la más activa energía del inconsciente humano. Si por una parte, la arqueología descubre la íntima relación de la fiera con la faz oscura e infernal de la representación del arquetipo Madre, por otra la más moderna literatura puede aún revelar, de forma atávica, la intensa vinculación del Lobo con el amor/odio que siente el Hombre por la Naturaleza, radical encarnación materna.

El holocausto del gran animal cazador, emprendido y proseguido sistemáticamente por la Humanidad a través de la Historia, no consigue sino “alobar” al Hombre, hacerle protagonista de aquello a lo que más teme, y al volverle verdugo de su propio verdugo, convertirlo en víctima inconsciente de la matanza. Ya que al exterminar al Lobo, no sólo atenta contra el animal de carne y hueso, sino también, y más trágicamente aún, contra su propia sombra, la cara oscura, y no por oscura menos real, de su alma.

Y esto es precisamente lo que Jung consigue dilucidar con su investigación psicológica: la imperiosa necesidad que tiene, o debería tener, el Hombre de asumir su parte de sombra para alcanzar y mantener un equilibrio psíquico estable. Si la irrupción violenta de energía inconsciente en la conciencia -la caída del cielo sobre nuestra cabeza, decían los antiguos galos- puede acarrear el despedazamiento de la personalidad individual: la Locura y la Muerte, ello no quiere decir que la reacción de signo absolutamente contrario de estreñir al máximo el paso de esa energía, tenga resultados psíquicamente beneficiosos. Sólo el inconsciente colectivo humano es capaz de vivificar cada conciencia individual, y de sobra sabemos todos, por desgracia, a qué clase de catástrofes generalizadas conducen las conciencias imperativa o voluntariamente resecadas y esterilizadas. A la luz de la deslumbrante intuición “jungiana”, vivir consiste esencialmente en no interrumpir ese “trasvase” continuo de energía, en cuantías razonablemente tolerables, entre los dos polos de la psique humana. Y empezar a vivir es ver -volver a ver, como lo hacía el Hombre primigenio, no sólo con los sentidos sino con todo el ser, como si de un milagro se tratase, no por repetido menos insólito y maravilloso-, ver, por ejemplo, al milano remontar el vuelo, por encima de la leve ondulación térrea, hendida por las arroyadas, de los campos cuadriculados en amarillo rastrojo, pardo barbecho y negro ceniza, bajo el horno añil sin límites de un cielo pintado de nubes barridas.

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Las notas, o números entre paréntesis, remiten a la siguiente bibliografía que puede servir de aclaración o ampliación del texto escrito.

(1) Carl Gustav JUNG: Arquetipos e inconsciente colectivo. Colección Biblioteca de Psicología Profunda. Paidós, 1984.

(2) Erich NEUMANN: The great mother. An analysis of the archetype. Translated by Ralph Manheim. Bollingen Series XLVII. Princeton University Press 1963.

(3) Jeanne et Michel SONKIN: L’objet paysan. Sa beauté, son mystère. Editeur Charles Massin (sans date).

(4) Le roman de Renart (anonyme). Editions Pierre Belfond, 1966.

(5) Jean-Marc SOYEZ: La teja de los lobos. Ediciones Amaika, 1976.

(6) Avelino HERNANDEZ, Miguel MANZANO e Ignacio SANZ: Crónicas del Poniente Castellano. Ediciones Ambito, 1985.

(7) Juan García ATIENZA: Claves ocultas de la Historia. Colección Tercer Milenio. Editorial Latina, 1980.

(8) José María BLAZQUEZ: Imagen y mito. Estudios sobre religiones mediterráneas e ibéricas. Ediciones Cristiandad, 1977.

Visita al manicomio de animales

[url=http://www.soho.com.co/wf_InfoArticulo.aspx?IdArt=8681]http://www.soho.com.co/wf_InfoArticulo.aspx?IdArt=8681[/url]

Por: JOSÉ ALEJANDRO CASTAÑO

Por culpa del hombre existen micos que no quieren treparse a los árboles, águilas que se creen gallinas, y tigrillos con las garras amputadas. Son animales que no actúan como deberían, y por eso un grupo de expertos busca en un centro psquiátrico, en las afueras de Montería, la mejor forma de devolverlos a su hábitat como lo que son, como animales silvestres.

Los indios sioux de Norteamérica creían que las pupilas de un águila eran tan profundas que la tierra entera cabía en ellas. Animales, montañas, ríos, mares, árboles, nubes. Eran ventanas, creían, por las que dios se asomaba a contemplar su creación. Por eso, antes de hacerse guerreros, los varones de la tribu debían buscar un águila, ponerse frente a ella, mirarla fijamente y esperar a que el animal les observara el alma. Los sioux creían que los ojos insondables de las águilas podían descifrar el espíritu de un hombre y saber si era digno de respeto. Yo ahora observo al ave enjaulada y trato de que ponga sus ojos en los míos. Es una pescadora, una de las rapaces más grandes del continente. Alas cafés, pecho muy blanco, ojos de un amarillo intenso, pupilas negras, pico curvo, garras largas de cuatro dedos, una atrás, reversible, para ensartar los peces de los que se alimenta. Sus alas extendidas quizás midan lo mismo que un jugador de baloncesto. Pero no las abre. Ella permanece encogida, con la cabeza hacia abajo y la mirada inquieta, sin detenerse en ningún punto. No está enferma, nada le duele. Es solo que se cree gallina. La culpa es de un hombre que la tuvo encerrada en el patio de su casa en Tierralta, Córdoba. Era casi un pichón y él creyó ingenioso meterla en un guacal con pollos para engorde. El animal nunca aprendió a volar ni a cazar y en cambio casi cacarea. Hace meses la Policía al fin la rescató y ahora permanece en esta jaula de un centro de atención de fauna silvestre en Montería, una especie de manicomio para fieras. ¿Pierden la cordura los animales?

Santiago Monsalve es médico veterinario y dirige esta suerte de sanatorio psiquiátrico en las afueras de Montería, muy cerca del camino que lleva a una de las fincas donde el Presidente de la República colecciona caballos pura sangre. La ropa de Monsalve no se parece al clima vaporoso de esta sabana enorme, inundada aquí y allá por lagunas que se rebosan en invierno. Ochenta kilómetros al norte está el mar. El calor se escurre por la espalda. Él viste camisa a cuadros, manga larga, jeans de mezclilla, gafas Ray Ban, tenis Converse. Él, como los animales que intenta salvar, también lleva una etiqueta de metal. Es una argolla que alguien le ensartó en la nariz. Monsalve huele a colonia, una dulce que se mezcla con el orín de las jaulas que señala a su paso. Titíes, guacamayas, pericos, tortugas, monos, tigrillos, tucanes, águilas, coatíes, pumas y un leopardo hembra, todos, unos más, otros menos, enfermos de una locura no siempre temporal. Humanización, así le dicen, y los síntomas son reconocibles.

“Águilas con el pico cercenado, tigrillos con las garras amputadas, micos sin cola, guacamayas con las alas cortadas, felinos con los dientes arrancados”, enumera Monsalve, después se quita el sudor acumulado en la frente con el dorso de la mano. No todos los síntomas de humanización son obra de sujetos mal encarados, armados con sierras y cuchillos y las mejillas salpicadas de sangre. En realidad, advierte el médico veterinario, mucha de la locura impuesta a los animales es obra de gente en apariencia bondadosa: padres cariñosos que compran un mono tití para el cumpleaños de su hija, abuelos juguetones que no pueden evitar llevarse a casa una lora para su nieto preferido, esposos enamorados que de pronto imaginan que el mejor regalo de aniversario es un oso perezoso para colgar en el patio de su casa, una mujer en plan de conquista que aspira a sorprender a su novio con un tigrillo bebé, el compañero de oficina que el día bobo del amor y la amistad ya no quiso regalar un bonsái sino una tortuga envuelta en papel de celofán. Toda gente buena. Y ningún lugar es tan propicio para irse de compras de fauna salvaje como las carreteras del país que, lo mismo que cualquier centro comercial, también tienen su época de promociones. La Troncal de la Costa, por ejemplo, con nombre de outlet, es el gran bazar donde todo se consigue, especialmente en Semana Santa y Navidad, épocas en que la humanidad se supone más humana y medio millón de carros y de buses se atiborran de familias felices rumbo al mar. Pero el comercio casi siempre ocurre de regreso, que es cuando la gente compra los suvenires, esas constancias de viaje que no deben faltar si se quiere convencer a los vecinos de que el bronceado no es de una finca en las afueras. Esa tal vez sea una pista de cómo comienza todo: como una necesidad de ostentación. Todos los hemos visto.

Hombres y a veces mujeres se paran al lado de la vía con osos perezosos, titíes, loras, iguanas, armadillos, pavas, ocelotes.

—¡Lléveselo a la nena que es mancito, patrón!, —dice un muchacho de sombrero y de sandalias. La camisa muy húmeda.

—¿Y eso es qué? —pregunta un hombre tras el volante mientras termina de bajar el vidrio de su carro y se levanta las gafas de sol para contemplar el animal.

—Es un osito, una belleza. De ahí no crece mucho, vea pues, y nunca muerde. Le puede dar frutas y arroz —explica el vendedor, curtido en años de trajín. Una adolescente comienza a lloriquear en el puesto de atrás. Tendrá 14 años. El muchacho ve su oportunidad.

—Vea, patrón, que su hija quiere. Esto es mejor que un computador y le enseña más —insiste. La niña hace su parte.

—Papi: una amiga del colegio tiene uno y es divino, ¡supertierno! —dice ella con voz chillona. La venta se cierra con dos billetes de 10.000 y una botella de agua que la madre, humana, saca de una nevera portátil y le obsequia al vendedor parado sobre el asfalto tan caliente. Poco después el animal recibirá un nombre humano, de niño, tal vez, igual al de un primo, o al de ese amigo de la casa al que todos quieren mucho. Con el tiempo le comprarán una correa para el cuello y ropa de bebé y un canasto para dormir con motivos del Oso Yogui, y le obsequiarán juguetes para que se distraiga y le darán frutas y trozos de pan remojado en chocolate. Cuando la familia vaya de visita lo llevarán a él en su cunita y todos contarán entre risas que ‘Simón Martínez’ es muy aseado, que nunca es agresivo, que entiende cuando le hablan y que ahora, vea usted, es como otro hijo. La crueldad también puede ser así de entrañable y nadie darse cuenta. La bióloga Vivian Ochoa lo ha visto muchas veces.

Ella recuerda que en el manicomio de animales hay una mona capuchina que un humano torpe dijo querer mucho. La tuvo encerrada tanto tiempo jugando a que era su muñeca que el animal ya no sabe buscar comida por su cuenta. Llegó muy flaca al albergue, malnutrida por culpa de una dieta que quizás incluía galletas oreo y sobras de sopas y espaguetis. En libertad, dice Ochoa, los monos tienen un régimen alimenticio que incluye cientos de semillas diferentes. Para el caso de los titíes, por ejemplo, esa dieta es de al menos setecientos frutos, todos distintos entre sí. ¿De dónde sacó el hombre opresor y estúpido que el pan remojado en chocolate es dieta para loras, monos, osos perezosos? Pero el mayor reto de los biólogos del albergue no es enseñarle a comer a la mona por su cuenta, ojalá fuera eso. El animal enloquecido se sumerge en estados depresivos y se arranca los pelos de la vulva. A veces lo hace con tanta rabia que se desgarra la piel y grita de dolor. La pobre capuchina mira al vacío. No salta, no come, se muerde las manos, de pronto aúlla. Le ofrecen frutas, no las reconoce. ¿En qué piensa la mona? La misión del albergue es deshumanizar a los animales y, tras un proceso que siempre toma meses y dinero, intentar devolverlos a su hábitat. La capuchina, no importa lo que intenten, ya nunca volverá al bosque con los suyos. Deberá morir entre rejas por el amor de una familia que la convirtió en mascota.

****

Altos de Polonia es un caserío de veinte casas al borde de la Troncal de la Costa, a unos cuarenta minutos de Montería. Casi todas sus familias sobreviven del tráfico de fauna silvestre, especialmente de loros y de canarios y, a veces, de osos perezosos y de monos aulladores. Pero a esos animales ya no los cazan ellos porque en el bosque seco que aún les queda desaparecieron hace tiempo. Elías Morales cuenta que los micos y los osos los traen otros campesinos de muy lejos, y que se los dejan a ellos porque los turistas que regresan de Cartagena, de Santa Marta, de Tolú, de Coveñas, ya saben que en Altos de Polonia siempre hay un surtido de animales en promoción. Elías tiene nombre de profeta. Pronto cumplirá 53 años, tiene siete hijos, es flaco, de piel oscura, pelo indio, manos nervudas, pies descalzos. La Policía lo persigue a él y sus vecinos, dice, desde hace un tiempo, desde que comenzaron a salir esos comerciales en la televisión contra el tráfico de fauna silvestre. “Ahora a todos les dio por ser amigos de los loros”, se queja el hombre y se rasca la cabeza sudorosa. El otro día, cuenta Elías, un carro antimotines llegó hasta el caserío y un montón de policías con cascos y bastones se metieron a las casas, levantaron camas, esculcaron cajones, revisaron techos, movieron trastos. Nada quedó en su sitio. Elías dice que el tropel de botas pasó rápido porque en las casa de Altos de Polonia no hay mucho que esculcar. “¿Muebles? Casi nadie tiene. Las ollas son dos y la ropa es la que uno lleva puesta. Lo demás está en el suelo”, suspira el hombre. Su casa es de piso de tierra, techo de paja y espacio sin muebles. Apenas dos camas y el humo de la cocina que mancha los muros levantados con barro y caña brava. Hay un televisor sobre dos cajas de cerveza y jaulas vacías colgadas en el techo. El día que llegó la Policía la gente de Altos de Polonia perdió solo loritos. Nadie supo cuántos. Los antimotines se los llevaron en una caja sin contarlos. En Semana Santa todos temían que no los dejaran trabajar. Ellos, los vendedores de fauna, tienen sus derechos, dice Elías.

Sofanol Hernández cumplió 48 años, lleva 25 vendiendo fauna silvestre a los turistas que pasan y dice que consiguió su casa “a golpe de loro”, lo dice así, y después se encoge de hombros. Él también es flaco, de piernas bajo las cuales se adivinan las venas. Mueve las manos cuando habla y jura que no es ningún delincuente. “Ahora nos llaman traficantes. ¿Traficantes de qué?”. Sofanol dice que la vez que entró la Policía a Altos de Polonia aporreó a perros y a señoras y a niños. “Traficante es un señor con corbata que gana millones. Nosotros no tenemos más trabajo que el que nos dan los pajaritos. ¿Con qué alimentamos a los hijos?”, pregunta el hombre y se queda viendo a los tres funcionarios que han venido esta tarde a visitarlos para insistirles que ya no venden fauna al borde de la vía. A cambio les han propuesto crear una cooperativa. Esta es la cuarta de otras reuniones que ya tuvieron antes. Al principio, recuerda la trabajadora social Hedy Pestaña, ninguno de los campesinos quería saber nada de conservación. A ella, la primera vez que fue a hablarles, la amenazaron con un machete y la hicieron correr. Ahora esas mismas personas la escuchan hablar y a veces asienten con la cabeza. ¿Será posible que estas familias ya no comercien animales en vías de extinción? Pestaña cree que la única salida es que el Estado les brinde opciones de empleo, pero no por temporadas, cada que algún político depredador necesite votos. Esta tarde, por ejemplo, ella y sus colegas de la Universidad de Córdoba les han traído tablas para que los campesinos construyan nidos de picingos, un pato migratorio que llega a los lagos y ciénagas de Montería y que los paramilitares usaban para entrenar tiro al blanco. Cuatro tablas se requieren para un nido, cinco nidos por familia, cada uno se paga a 50.000 pesos. Es algo, suspira Pestañas, ojalá el comienzo de un caserío sin jaulas escondidas en los techos.

***

En el sanatorio hay un puma que un hombre tuvo por años en el solar de su casa en Lorica. Lo alimentó con cuido para perros, a él, que es un gato poderoso. El animal casi muere de desnutrición y perdió un colmillo por falta de vitaminas. Ahora el felino mueco ya no puede liberarse porque, además de que no puede cazar, aprendió a ronronear para pedirles comida a los humanos. Al parecer, el puma fue cazado por encargo en el Nudo de Paramillo, ese santuario ecológico que es la casa de cientos de guerrilleros narcotraficantes. Nadie sabe cuántos osos de anteojos y jaguares quedan en las selvas colombianas. Se sabe que los guerrilleros, además de deforestar miles de hectáreas de bosque irremplazable para sembrar coca y amapola, también fusilan fauna salvaje para alimentar a sus tropas. País de idiotas, se sabe. El médico veterinario Santiago Monsalve invierte semanas en tratar de devolverles la ferocidad y la agilidad a los animales recuperados por la Policía. A veces él y sus compañeros lo logran, por suerte, pero son casos excepcionales. Hace dos meses, por ejemplo, después de veinte semanas de insistencia, lograron agrupar una manada de titíes cabeza blanca entre once individuos rescatados. Solo cinco pasaron las pruebas de convivencia, agilidad y temor a los hombres que necesitan para vivir en el bosque. La clave de todo fue que entre el grupo de monos descubrieron una hembra líder que aún recordaba la dieta de semillas de la que se alimentan. Fue ella, la hembra alfa, quien escogió a los miembros de su manada. Finalmente, en un bosque seco, uno diminuto que las vacas de los ganaderos de Córdoba todavía no devoran, fueron dejados en libertad. ¿Pero será hasta cuándo?

Hace apenas unos días, la Policía encontró un león en una de las haciendas del paramilitar Carlos Mario Jiménez, alias ‘Macaco’. Al parecer, el mítico matón, también ganadero y hacendado de Montería, alimentaba al felino con la carne de los hombres que ordenaba matar. Pero esa es historia conocida. Se sabe hace tiempo que todos los narcotraficantes sucumben al gusto por las fieras, algunas de las cuales bautizan con nombres infantiles como ‘Copito’, ‘Cenicienta’ y el ‘Gato con Botas’. Esos animales humanizados con semejante crueldad jamás son liberados. Al león de ‘Macaco’, por ejemplo, lo mandaron al zoológico de Medellín, que se llama Santa Fe por alguna triste ironía, para convertirlo en animal de exhibición. En el manicomio de animales hay una hembra de jaguar que está loca, pero de otra forma. Santiago Monsalve cuenta que el mafioso que la compró siendo todavía cachorra nunca quiso alimentarla con carne humana y en cambio ordenó cortarle los colmillos y la última falange de cada dedo para evitar que le crecieran las garras. Después la liberó en el jardín de una de sus mansiones, tal vez porque sus manchas negras en forma de mariposa le hacían juego con los muebles, quién sabe. Ahora el felino permanece en una jaula de alambres y lanza manotazos sin peligro a los trabajadores que se le acercan. La jaguar ruge poderosa, pero de pronto se echa sobre la espalda, estira las patas y espera que alguno le sobe la panza. Alguien dirá que el gesto es tierno, pero no hay ternura en la boca y en las manos cercenadas a golpes de cincel y de alicate. ¿Quién le impuso a este felino imponente la ridícula condición de muñequito de felpa? Quién habrá sido, el muy animal.

Juan del Oso

Fuente: [url=http://www.mitcat.net/origens/index.htm]http://www.mitcat.net/origens/index.htm[/url]

Joan de lÓs (Juan del Oso)

Es una de las leyendas populares con más elementos míticos, extendida por toda Cataluña, sobretodo en los Pirineos. Juan es hijo de un oso y de una muchacha raptad por éste. El oso rapta a la mujer y la recluye en una cueva con la entrada protegida por una gran piedra. Al crecer, Juan puede apartar la piedra y regresar al poblado con su madre. Allí pide una vara muy pesada y sale al camino donde encontrará a un hombre que arranca pinos con las uñas (Arrancapins), uno que se abre paso empujando las montañas con la espalda (Regiramuntanyes) y uno que hace correr las nubes (Bufim-bufaina).
Los cuatro acuden a casa del Demonio y toman posesión de ella, mientras uno cocina y los otros trabajan en el huerto, se siente desde la chimenea un “Ay, que me caigo” y caen piernas, cabeza, tronco… hasta que se forma un demonio que se sienta, enciende la pipa, escupe en la olla y golpea al cocinero.
Esto lo repite hasta que le toca a Juan del Oso, que apalea al demonio maleducado con la vara y lo lanza a un pozo. Después de cenar, quieren bjar al pozo, sólo lo consigue Juan del Oso, y encuentra tres muchachas encantadas por el demonio, las reclama, luchan y pierde el demonio. Juan le corta una oreja y éste queda a su servicio. Los “compañeros” tratan entonces de traicionarlo pero Juan los apalea a los tres.

En otros lugares en el fondo del pozo hay una serpiente o un buey de fuego, así como puede ser un viejo el que se aparece.

Esta leyenda se puede emparentar con las figuras de los “peludos”: San Juan Peludo de Pollença, Nicolas el Velloso de Alemania, Wilfredo el Velloso e incluso con Hércules o la tribu pirenaica de los Beribracis (los hijos del oso), procedentes de la Europa central, quienes intrudujeron la cultura del hierro.

Virtudes Mágicas y Curativas del Lobo

[url=http://www.funjdiaz.net/folklore/07ficha.cfm?id=1104]http://www.funjdiaz.net/folklore/07ficha.cfm?id=1104[/url]

REVISTA DE FOLKLORE, Caja España, Fundación Joaquín Díaz
Año: 1992 Tomo: 12b Revista número: 142 Páginas en la revista: 123-125

Autor: DOMINGUEZ MORENO, José María.

Tema: Supersticiones / Medicina popular

Título del artículo: VIRTUDES MAGICAS Y CURATIVAS DEL LOBO EN EXTREMADURA
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El poder mágico que el extremeño atribuye al lobo no desaparece ni con la muerte del animal. Sus despojos seguirán conservando virtudes y serán utilizados para toda clase de remedios, en especial los que atañen a aspectos encuadrados en el campo del curanderismo. Conocido es cómo la Celestina guardaba en su laboratorio colmillos, gargantas, hígados, corazones y tripas del depredador, así como los ojos de las hembras, ya que conformaban los ingredientes habituales en las combinaciones mágicas. Mas no sólo esto es de utilidad en el lobo. Publio Hurtado señala la creencia común en Extremadura de que todo aquel que se cubre la cabeza con una piel de lobo o viste una prenda confeccionada con ella se verá libre de toda clase de temores y pasará a estar infundido de un gran valor (1). Este comportamiento hemeopático es muy patente en el hecho de que los mozos de Alcántara, al entrar en quinta, cosían a sus ropas un pelo de lobo, adquiriendo de esta forma un poder que emanaba del bichu.

También el pellejo lobuno es utilizado con sentido apotropaico, defendiendo especialmente de los ataques del mismo lobo. En la localidad pacense de Segura de León los pastores solían llevar un trozo de piel cosido a la zamarra con la seguridad de que alejaba a las alimañas, al tiempo que los naturales de la comarca de la Vera colgaban estos restos a las puertas de los apriscos con idéntica finalidad (2). Tal vez sea éste el motivo por el que las melenas o almohadillas que les ponen a los bueyes bajo el yugo se hayan fabricado en muchas ocasiones con la piel de estos animales.

Aparte de las virtudes vigorizadoras y defensivas de la piel y de los pelos de los lobos, éstos participan igualmente de propiedades afrodisíacas. Plinio el Viejo ya se hacía eco de estas creencias entre los antiguos romanos (3), creencias que han pervivido en el folklore extremeño hasta muy entrado el primer tercio de este siglo. Las cenizas de un pelo de la oreja de una loba mezcladas con vino blanco e ingeridas por una mujer hacen que ésta acceda a los deseos sexuales de cualquier varón, según se pensó en Coria y en los pueblos de la comarca del Valle de Alagón. En Valdeobispo se acepta que lo anterior se consigue tocándola con el jopo o rabo del lobo, o simplemente metiéndole un pelo del hocico en el bolsillo.

El sentido dado al rabo del lobo se observa claramente en una vieja costumbre localizada en la Tierra de Granadilla. Las mujeres que ayudaban a los segadores escondían la cola de este animal al final del huerto. El hombre que primero llegaba al otro extremo se apoderaba del rabo y con él en la mano perseguía a alguna soltera para, según decían, “meterle el jopo endebajo de la falda” (4). Esta práctica de claras connotaciones eróticas no escapa a un análisis desde el supuesto significado del lobo como espíritu del grano o del cereal, en orden a los estudios de Frazer y Manhar.

A la grasa del lobo se le ha atribuido todo un poder de potenciación genésica. En Torrejocillo se creyó que untándose con ella el miembro viril se permanecía en continuo estado de erección. Por este motivo fue corriente en esta población cacereña y en la vecina de Portezuelo frotar los genitales de los corderos y de los machos cabríos con sebo de lobo. Tampoco las cabras escapaban a semejante uso, mediante el cual se le aseguraba una rápida preñez (5). Los recién casados de Montánchez y de Trujillo rociaban la puerta de la alcoba con esta grasa como medio para evitar la impotencia y la infertilidad emanada de posibles maleficios. Comportamientos análogos se localizan en distintas regiones centroeuropeas (6). En la comarca de Las Hurdes los emplastos y las fricciones de grasa de lobo eliminan los dolores musculares y los reúmas. Mezclada con aceite de oliva y leche forman en Campanario una pomada que, aplicada en forúnculos y en diviesos, hace que éstos desaparezcan. Con la grasa, después de estar tres noches al sereno, curan en Acehuchal las hemorroides.

La ingestión de algunas partes del lobo transmiten virtudes que le son inherentes. En Serradilla y Torrequemada le dan las orejas a los mastines para que las coman y adquieran un excelente oido. Quien come su carne cruda se ve poseído de una enorme fiereza, según la opinión generalizada de toda la comunidad extremeña. En toda la provincia de Cáceres son muy estimados los testículos de lobo como transmisores de potencia genésica. No obstante, este alimento es prohibitivo para las mujeres, ya que se piensa que por el simple hecho de comerlos quedarían embarazadas y gestarían un ser deforme que les desgarraría las entrañas (7). En el concejo de Caminomorisco los testículos de lobos se usaron como amuletos y su gran aceptación los convirtió en objetos mercantiles.

Los excrementos del lobo favorecen la concepción entre las cacereñas. Plinio apunta esta misma receta (8), aunque indica que tales excrementos han de mezclarse con leche de mujer. El hecho de que sea el lobo quien proporciona el excremento fecundador nos acerca al sentido mágico que se adivina en la propia explicación de los pacientes: por los excrementos adquiere la estéril la fertilidad del lobo. También con las heces de lobos machacadas y mezcladas con tierra del revolcadero del cánido se espolvorean las llagas y heridas para su curación (9). Tal práctica fue de uso corriente en toda la Alta Extremadura.

No faltan las ocasiones en las que las virtudes curativas del lobo eliminan las enfermedades y los males que ellos mismos causaron. En Ahigal y en Guijo de Granadilla sanan sus mordeduras recurriendo a un curioso procedimiento. Es necesario abatir al animal, quitarle los colmillos, triturarlos y dárselos de comer al herido tres veces durante tres días. Aseguran que el primer día se quita el dolor, el segundo se cierra la llaga y el tercero ya no queda la mínima señal de la cicatriz. Para curar las herpes en Hornacho el enfermo ha de revolcarse en el punto donde acaba de orinar un lobo, pero teniendo sumo cuidado de no salpicarse a los ojos ya que se quedaría ciego (10). En las poblaciones de la Sierra de Gata el tuberculoso se restablece bebiendo directamente la sangre de un lobo recién matado.

En Plasencia he constatado la creencia de que el hombre que ve un lobo no debe mantener contacto sexual de manera inmediata, ya que tal acción le acarrearía la impotencia. Sin embargo, nada le ocurre si tiene en su poder un pelo blanco de la barba de un lobo cazado por él mismo (11). La prohibición anterior se mantiene en Navalmoral, donde se teme que la relación íntima haría concebir un hijo peludo y dado a la rapiña. Pero el remedio también aparece en esta localidad y consiste en quemar o en cocer las ropas que se vestían en el momento de la visión (12). En Mérida la persona que se topa con un lobo es capaz de emitir una fuerza maléfica que produce el aborto en las mujeres embarazadas. Por la misma razón éstas deben evitar la mirada del depredador (13). Se da por seguro en Aldeanueva del Camino que la gestante que se encuentra con la alimaña parirá un licántropo, a no ser que se fije sobre el vientre una estampa de San Antonio de Padua hasta que se produzca el nacimiento del hijo. Llevando una garra de lobo en la faldriquera las mujeres de Mohedas de Granadilla evitan la esterilidad a que están condenadas por mantener relaciones íntimas después de haberse encontrado con el lobo en un descampado.

Los dientes, las garras y los huesos son otros tantos elementos aprovechables de estos cánidos. Existió una cierta convicción entre los extremeños de que adquirían el don de la invisibilidad si metían en la boca un hueso de una garra o un diente y no lo sacaban hasta desgastarlo completamente. Una garra colgada de la puerta o de la ventana de una vivienda, aseguran en Fuentes del Maestre, contrarresta todo tipo de hechizos brujeriles. En las cunas de los niños de Coria ataban garras lobunas porque actuaban como preservativos de maleficios y de artes diabólicas (14). Del mismo modo la ingestión de caldo hecho con garra de lobo le aseguraba a las gestantes de Ahigal el parto de niños que nunca serían atacados del mal de la luna.

Los elementos óseos de lobo también han sido empleados con otros muy variados fines. A principios de este siglo las curanderas de Casar de Cáceres todavía se servían de un hueso largo, ya fuera de las extremidades o de las costillas, para remover sus pócimas, en especial las destinadas a vigorizar sexualmente, por estimarse que el hueso transfería a la poción toda la fuerza genésica del lobo. Como se ve, la intención mágica tampoco ha escapado en esta oportunidad. En la población antes citada se confeccionaban unos llamados polvos del querer a base de huesos machacados; al ser ingeridos por cualquier hombre o mujer, despertaba en ellos una ciega pasión erótica hacia la persona que se los administraba. Las cualidades mágicas del hueso lupino aparecen en otra serie de ritualizaciones. De ellos se fabricaban punzones con los que se abrían los agujeros de las orejas de las niñas, como era usual en Garrovillas, Casas del Monte, Tornavacas y Villar de Plasencia, ya que así estos nunca se infectarían ni se cerrarían. Los huesos de las patas conformaron la materia prima para la confección de pequeñas agujas, que en Zalamea de la Serena servían para coser a la piel de los reumáticos un hilo de seda, consiguiéndose por semejante procedimiento la desaparición del dolor y la agilidad o movimiento del miembro entumecido (15). Los mismos efectos antirreumáticos se han conseguido en los pueblos del Valle del Alagón por el hecho de llevar puesto un anillo de hueso de este animal devorador .

Poseemos información acerca de buen número de manipulaciones efectuadas sobre huesos de lobos que tiene el poder de alejar no sólo a esta fiera sino también a todo tipo de alimañas. De este modo sucede con los badajos elaborados de este material y que, insertados en los cencerros que cuelgan de] cuello de los animales domésticos, evitan el riesgo de ser atacados por los depredadores. Es una creencia muy generalizada en las áreas pastoriles de las dos provincias extremeñas. En Santibáñez el Bajo y en otras poblaciones limítrofes aseguran que una flauta o pito hechos de cualquiera de las piezas óseas de un lobo goza de idénticas virtudes ahuyentadoras.

De entre los elementos aprovechables del lobo, como ya hemos indicado más arriba, destacan los dientes. De su especial utilización como amuletos se tiene constancia desde los tiempos prehistóricos. En Extremadura se emplearon hasta épocas muy recientes, generalmente engastados en plata, para favorecer la dentición de los niños, y en menor medida para vencer la convulsiones, el cólera y la rabia, y para desterrar el miedo. Por lo común se llevaban al cuello, aunque algunas mujeres de las Villuercas los cosían al dobladillo de los vestidos por considerar que de esta manera evitaban la concepción no deseada por cualquier motivo, creencia que también tuvo su vigencia en el mundo antiguo (16). Por el contrario, son muchos los hombres de las dos provincias extremeñas que han guardado en sus bolsillos dientes de lobos confiando en que su simbolismo fálico los hacía infatigables colgándoles del pescuezo o cosiéndole a la albarda una pieza dentaria del depredador.

Señala Leite de Vasconcellos que en Portugal, cuando se caza un lobo, se le cogen los dientes, un ojo, algunos pelos blancos de debajo de la barba y un poco de sangre, guardándose todo con sumo cuidado por resultar bueno para ciertas molestias físicas (17). Esta misma colección era colocada por los sordos de Valverde del Fresno bajo la almohada para eliminar la enfermedad.

NOTAS

(1) HURTADO, P.: “Supersticiones extremeñas”, en Revista de Extremadura, IV (Cáceres, 1902), pág. 451.

(2) Información de Pedro Sánchez, Jaraiz de la Vera.

(3) GRANDE DEL BRIO, R.: El lobo ibérico: biología y mitología. Madrid, 1984. Pág. 309.

(4) Información de Antonio Paniagua, Ahigal.

(5) Información de Arsenio Moreno, Torrejoncillo.

(6) WESTPHALEN, R. de: Petit Dictionnaire des Traditions Populaires. Metz, 1934.

(7) Información de Clemente López, Cáceres.

(8) BERMEJO BARRERA, J.: Mitología y mitos de la Hispania Prerromana. Madrid, 1982. Pág. 32, nota 52.

(9) Plinio (NH, XXVIII, 47) apunta que las cataratas se eliminan con excrementos de lobos, cenizas y miel ática.

(10) Información de Gonzalo Bravo, Guijo de Granadilla.

(11) Información de Francisco Hernández, Plasencia.

(12) Información de Aquilino Gutiérrez, Mérida.

(13) Información de Aquilino Gutiérrez, Mérida.

(14) Información de Eladio Asensio, Coria.

(15) Información de Clemente Sánchez, Zalamea de la Serena.

(16) DEREMBERG y SAGLIO: Dictionnaire des antiquités grecques et romaines, s. v. “amuletum”, pag. 254. Cit. LEITE DE VASCONCELLOS: Religöes da Lusitania, I. Lisboa, 1987. Pág. 120.

(17) op. cit., pág. 126, nota.

Receta rusa para convertirse en hombre lobo

[url=http://lascosasquenuncaexistieron.com/Articulos/51/receta-rusa-para-convertirse-en-hombre-lobo]http://lascosasquenuncaexistieron.com/Arti…-en-hombre-lobo[/url]

Quien desee convertirse en un oborot [hombre lobo en el folklore ruso], habrá de buscar en el bosque un árbol caído; deberá pincharlo con un pequeño cuchillo de cobre, y caminar alrededor del árbol repitiendo el siguiente hechizo:

Sobre el mar, sobre el océano, sobre la isla, sobre Bujan,
sobre los pastos vacíos luce la luna, sobre un tronco de fresno caído
en un bosque verde, en un oscuro valle.
Cerca del tronco vaga un lobo hirsuto,
en busca de ganado vacuno para sus agudos colmillos;
pero el lobo no entra en el bosque,
pero el lobo no se sumerge en el valle sombrío,
¡Luna, luna de cuernos de oro,
detén el vuelo de las balas, embota los cuchillos de los cazadores,
rompe los cayados de los pastores,
derrama un violento terror sobre todo el ganado,
sobre los hombres, sobre todo lo que se arrastra,
que no puedan coger al lobo gris,
que no puedan desgarrar su piel caliente!
¡Mi palabra es vinculante, más vinculante que el sueño,
más vinculante que la promesa de un héroe!

A continuación se salta tres veces por encima del árbol y corre al interior del bosque, transformado en lobo.

BARING-GOULD, Sabine (1865). The Book of Were-Wolves

Motivos para la reintroducción del lobo

[url=http://dionisa.lacoctelera.net/post/2009/06/20/el-problema-es-la-cadena-alimenticia-natural-esta-rota]http://dionisa.lacoctelera.net/post/2009/0…tural-esta-rota[/url]

“El problema es que la cadena alimenticia natural está rota”

Desde que en los años 80 del siglo pasado la administración decidiera favorecer las repoblaciones de ciervos en los cotos de caza de la provincia de Huelva, esta especie acampa a sus anchas sin sus depredadores naturales, entre los que destaca el lobo ibérico. Juan Romero, miembro de Ecologistas en Acción, explica que el problema en cuestión se produce porque la cadena alimenticia natural “está rota”. El depredador natural del ciervo es el lobo ibérico, una de las especies en peligro de extinción y que históricamente está considerada como peligrosa por los ganaderos que han luchado para erradicarla..

Así Romero considera que de reintroducir el lobo, antes se tendría que estudiar el modelo más conveniente para evitar que luego éste supusiera un problema, en este caso para los ganaderos. Desde luego, cree que la solución fácil es recurrir a los cazadores “para que acaben a tiros con los ciervos”. Romero insiste en que el lobo ibérico es el único que puede controlar las poblaciones de ciervos, otra cuestión es que interese o no. Otra de las vías de solución que apunta es tratar de reagrupar a los agricultores para que vallen los cultivos creando corredores ecológicos y teniendo en cuenta la facilidad que tiene el ciervo para saltar.

En toda esta trama de conflicto entre especies naturales y los sectores primarios de producción, Romero recuerda que también hay intereses cinegéticos que han favorecido en los últimos la superpoblación de ciervos..
En esta cuestión distingue que, por una parte, está el cazador furtivo que abate una pieza para conseguir carne y, por otra, el que caza en busca de un trofeo y dispara indiscriminadamente hasta valorar cual es el mejor botín. En este apartado incluye también al que persigue la carne, se lleva los jamones y las paletillas del animal y deja el resto.

Para el representante de Ecologistas en Acción en lo que no cabe duda es en que el ciervo es una especie autóctona de la península y de la provincia de Huelva que se había reducido peligrosamente.

Uno de los problemas añadidos que se detectan ahora en los campos es que ha desaparecido la ganadería extensiva lo que ha hecho que esta especie pueda extenderse tanto como quiera, acabando con todo lo que encuentra a su paso, sobre todo las jóvenes repoblaciones forestales de castaños, alcornoques y especies mediterráneas, en general.

(…) [En] el antiguo orden de la cadena trófica, en la que los consumidores de vegetales eran principalmente animales salvajes-corzos, gamos, ciervos, muflones, jabalíes, conejos, etc- ahora reemplazados por el ganado doméstico del hombre. En diversos lugares del mundo los zoólogos han comprobado el importante papel del lobo como regulador de las poblaciones de sus presas, que de aumentar considerablemente acabarían en poco tiempo con la masa forestal. Los lobos, además, seleccionan maravillosamente a las presas, actuando sobre individuos jóvenes, muy viejos o enfermos, contrastando positivamente con la selección tan nefasta del cazador humano que acaba con los individuos más fuertes y vigorosos. El lobo, es así un regulador de la cantidad y calidad de los ejemplares sobre los que preda. Este equilibrio de la naturaleza se observa en casi todos los carnívoros, equilibrio perfecto establecido a través de millones de años para que el hombre lo venga a romper en sus afanes por la mal llamada caza deportiva y sobre todo por un continuo y abusivo plan de extensión ganadera, eliminando para ambos fines a sus posibles competidores por la carne.

El Lobo Hechicero

[url=http://www.funjdiaz.net/folklore/07ficha.cfm?id=1807]http://www.funjdiaz.net/folklore/07ficha.cfm?id=1807[/url]

REVISTA DE FOLKLORE, Caja España, Fundación Joaquín Díaz
Año: 1999 – Tomo: 19b – Revista número: 224 Páginas en la revista: 45-46

Autor: ALONSO RAMOS, José Antonio

Tema: Cuentos / Romances

Título del artículo: EL LOBO HECHICERO

Entre los relatos que narran transformaciones de hombres en animales, la del hombre-lobo ocupa un lugar destacado, especialmente por su contenido simbólico.

Esta es una versión de la leyenda del “lobo hechicero”, tradicional de Robledo de Corpes (Guadalajara).

TRANSCRIPCIÓN DEL ETNOTEXTO

Un señor era lobo-hechicero, pero no lo sabían en su familia. Y un día fue la mujer a llevarle la comida a la Casacaida. Cuando iba por el Alto Millarejo le salió un lobo y la esgarrapó toda la ropa y las medias…le…le estuvo mordiendo con los dientes…

Y luego, cuando bajó la mujer a llevarle la comida le dijo el hombre:

– Cómo has tardao tanto de… de venir?

Y entonces dijo la mujer:

– ¡Ay si vieras lo que me ha pasao!…, que me ha salido un lobo… y me ha estao… y me ha mordido y…

Y dice:

– ¡Ala! pero… No comes?

Dice:

– ¡Cómo voy a comer si no tengo ganas de comer!

Entonces el hombre se puso a comerse la comida y la mujer le vio los hilos de las medias que los tenía en los dientes. Entonces la mujer cogió, se fue al pueblo y luego el hombre se fue tras d’ella. Y el hombre, pues, fue a la iglesia y le dijo al cura -dice-:

– Señor cura, ¡confesión, confesión!

Y entonces el cura le dijo:

– No confieso yo a lobos.

Y al hombre, yo creo que lo mataron.

RECOPILACIÓN

Recopilada por José Antonio Alonso Ramos en Robledo de Corpes (Guadalajara) en 1988 y registrada en una casette.

INFORMANTE

Comunicada por Petra Ramos Lucía que entonces tenía 58 años, natural de Robledo de Corpes, de profesión actual sus labores y anteriormente pastora.

Aprendió esta leyenda en 1940 (aprox.) de su abuela paterna, María Nieves Gutiérrez, también natural de Robledo de Corpes, de profesión sus labores.

OBSERVACIONES

Se contaba a los niños, para entretenerlos a la hora de la comida.

Acerca de la realidad del relato la informante cuenta que a ella se la contaron como un suceso real y que cuentan que, antiguamente, existían muchos lobos-hechiceros en el pueblo.

Los topónimos que aparecen en el texto son reales y pertenecen al término municipal del pueblo.

EL ENTORNO DE LA LEYENDA

Robledo de Corpes es una localidad situada en el Norte de la Provincia de Guadalajara que, hasta hace poco, mantuvo una economía prácticamente basada en el autoabastecimiento. La ganadería fue una actividad importante especialmente la de ganado cabrío. A mediados de siglo casi todas las familias poseían animales, por lo que existía una organización social para atender las cabañas ganaderas.

Antiguamente, el bosque de roble debía ocupar grandes extensiones de terreno. Esto propiciaba la abundancia de lobos, animales muy temidos por todos, especialmente por los pastores que, con frecuencia, eran niños de muy corta edad. Se utilizaba el fuego para ahuyentarlos y tenemos noticias de que los pastores se avisaban, entre ellos, de su presencia mediante el toque del cuerno.

Hay otro relato que habla de un pastor que se mofaba de los demás gritando ¡Al lobo! ¡Que viene el lobo! y, cuando acudían el resto de los pastores, se reía de todos diciéndoles que era mentira, hasta que una vez ocurrió de veras, pero entonces ya nadie le creyó.

Con la desaparición del bosque se extinguieron prácticamente los lobos, pero aún quedaban zorros. Cuando alguien mataba un zorro se colgaba el animal de un palo y se iba gritando por el pueblo: ¡El aguilando la zorra! El cazador era obsequiado con huevos y otras viandas.

Otro aspecto de la tradición oral de Robledo es la presencia del conocido romance de “La Loba Parda” cuya versión recopilada dice así:

En el alto de aquel cerro
hay un pastor asentado,
hiciéndose una zamarra
para guardar su ganado.
Siete lobos vio venir
y una loba desfrenada,
a coger una borrega
que era hija de la blanca
sobrina de la (?)
cuñada de la calzada
que la tenían sus padres
para el día de la Pascua.
¡Arriba perros con yerros!
¡Arriba perra guardiana!
Si me coges la borrega
tienes la vida doblada.
No me mates pastorcito
por la Virgen Soberana,
ahí tienes ya tu borrega
sin faltarle una tajada.
Ya no quiero mi borrega
de tu boca ya fateada,
lo que quiero es tu pellica
para hacerme una zamarra,
de tus orejitas guantes
de esos que gastan las damas,
de tus patitas correitas
para atarme bien las bragas.

En un término del pueblo conocido por “Los Pajarones” existe aún una cruz de piedras en el suelo que, según la tradición, recuerda a un hombre que fue comido por los lobos.

COMENTARIO

Son muy comunes los relatos sobre hombres-lobo en Europa. En la Península Ibérica se han recopilado y analizado versiones, especialmente en el Noroeste-Galicia (1), Extremadura y Norte de Portugal, también en Asturias y País Vasco, e incluso en América Meridional y Las Azores (2).

Parece ser que el tema tiene claros antecedentes en Grecia y Roma (3).

Normalmente los protagonistas de los relatos son hombres, pero existe al menos una versión documentada en que es una mujer la que se transforma (4). Históricamente la brujería se ha asociado más con el sexo femenino, mientras que la hechicería ha estado más compartida por ambos sexos.

En nuestro ejemplo el hombre se transforma en lobo-hechicero. Por un lado es capaz de mantener una vida convencional, mientras se encuentra en el espacio urbano y familiar, pero se transforma, tanto física como mentalmente, cuando aparece en la naturaleza. Cuando vuelve al espacio urbano está transformado de nuevo, pues solicita el reencuentro con el orden mental -la confesión-, pero la comunidad, una vez conocida su doble vida, le impide el regreso al colectivo por medio del representante del orden religioso -el cura- y llega a acabar con su vida.

El lobo en algunas culturas es símbolo del mal, del caos y de la destrucción (5). Desde una óptica religiosa se han asimilado algunas representaciones del lobo con el pecado (6). Este parece ser el sentido de nuestro relato.

También el zorro es considerado a veces como animal diabólico (7).

____________

NOTAS

(1) RISCO, Vicente: “Creencias populares gallegas. El lobishome”, RDTP, T. I., CSIC, Madrid, 1944.

(2) Ver BLANCO GONZÁLEZ, Juan Francisco: Brujería y otros oficios populares de la magia, Salamanca, 1992, p. 272.

(3) BLANCO GONZÁLEZ, Juan Francisco: Op. cit., p. 270.

(4) En CAMARENA, Julio: “Cuentos Tradicionales de León”, Madrid, D. P. de León y Seminario Menéndez Pidal, UCM, 1991, n.° 94. El cuento lleva por título “La muchacha lobo” aparece como el tipo número 409 en el Catálogo Tipológico del Cuento Folklórico Español, de Julio Camarena y Máxime Chevalier.

(5) CIRLOT, J. Eduardo: Diccionario de símbolos, Barcelona, 1988, pp. 279 y 280.

(6) LÓPEZ, Ricardo: Símbolos, Vigo, 1993 y ss.

(7) CARO BAROJA, Julio: El Carnaval, Madrid, 1986, p. 353.

Además de la transmisora de la leyenda, el romance “La Loba Parda” fue comunicado por Basilio Barrio Moreno, pastor que nació en Robledo de Corpes en 1935.

Otros Animales “Hermosos y Desconocidos” :P

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La isla de los caballos salvajes

21 de Junio de 2009

Al sur de Rusia se encuentra un lago con una isla muy especial. Aunque aparentemente no hay nada que así lo haga presagiar, pues se trata de un lago de agua salada y una isla que no tiene más vegetación que una escasa capa de hierba. Si a todo esto le añadimos un riguroso clima continental, poco más se puede esperar que una tierra yerma y desolada.

Sorprendentemente, éste es el hogar de una misteriosa caballada salvaje de la que nadie conoce el origen y que tiene intrigados a los científicos.

En el inicio del río Manych (uno de los principales afluentes del Don), cuando éste queda embalsado por la presa de Proletarsk (???????????? ?????????????), se encuentra el lago Manych-Gudilo. En una de sus islas, conocida como Vodnii (??????) campa a sus anchas una gran manada de caballos salvajes de la que nadie conoce a ciencia cierta su origen.

Los primeros testigos de la presencia de caballos en la isla se remontan a principios de los años 50 del siglo pasado, cuando la zona aún no había sido inundada por la presa y ese territorio era una península que se adentraba en el lago.

Hay quien dice que esta caballada descendería de ejemplares que eran utilizados para pasturar ovejas que se habrían extraviado, otras versiones apuntan que su origen sería un pequeño grupo de caballos huídos de la granja de caballos del Don y hasta hay quien dice que procederían de un experimento de criadores que buscaban poner a prueba sus caballos dejándolos solos a su suerte. Sea como fuere, parece que ya nunca se sabrá cómo llegaron estos caballos a la isla. Lo que está claro es que, en 1954, cuando se cerró la presa de Proletarsk y la península se convirtió en isla por la subida de las aguas, esos primeros ejemplares quedaron allí atrapados.

Con el paso del tiempo y las generaciones, estos caballos olvidarían rápidamente lo que es una silla de montar, unas riendas y, en definitiva, la vida en contacto con humanos; convirtiéndose en auténticos caballos salvajes y una de las poquísimas comunidades de este tipo que habitan en una isla (como son los casos de la isla Sable de Canadá o la isla Chincoteague de Estados Unidos).

Otro aspecto a destacar de los caballos de la isla Vodnii es el hecho que son los últimos ejemplares puros de la raza Budionni, creada a iniciativa del mariscal de la Unión Soviética y héroe de caballería durante la Revolución Rusa Semión Budionni (????? ????????); quien buscaba crear un caballo militar perfecto. Se trata de caballos que destacan por su potencia y resistencia, muy valorados para uso deportivo y doma clásica.

Precisamente, lo que llama la atención de los científicos es la pureza y plena salud de estos caballos, que, a pesar de ser fruto de la procreación entre descendientes de un grupo muy reducido, no muestran signo alguno de malformaciones genéticas. Hay que tener presente que los más de 430 ejemplares que ha llegado a haber en la isla (en 2007), provienen de unos pocos que jamás recibieron ’sangre fresca’ desde el exterior. Además, un factor añadido a este enigma genético es el hecho que a finales de los años 80 la población llegó a ser de apenas unos veinte, a causa de la caza indiscriminada por parte de furtivos.

La frágil situación de los caballos de Vodnii cambió radicalmente cuando, en 1995, la zona fue declarada reserva de la biosfera y espacio natural protegido. La ausencia de depredadores y esta protección de la isla hizo que la población creciera exponencialmente.

En pocos años, los caballos pasaron a ser su propia amenaza; ya que su desmesurada población excedía la capacidad de sustento que les ofrece la isla. Como ya se ha dicho, en Vodnii no hay otra vegetación aparte de hierba (no hay ningún tipo de árbol o arbusto) y el agua del lago tiene un grado de salinidad tan alta que no es apta para el consumo. La única fuente de agua potable para los caballos es la que encuentran en estuarios que se forman cuando llueve y la que se acumula en lo que en su momento fueron balsas para uso agrícola y ganadero.

Los caballos de Vodnii mueren por causas naturales, inanición o víctimas de las duras condiciones climatolóicas de la isla, que tiene una amplitud térmica que puede abarcar desde -30ºC en invierno a +40ºC en verano.

Para garantizar la supervivencia de estos mustangs rusos, en los últimos años se ha instalado una cañería que bombea agua potable hasta unos abrevaderos instalados en la isla y se empiezan a estudiar medidas para regular su población, como llevarse algunos ejemplares a otros espacios naturales e incluso a granjas equinas.

Esperemos que con una mínima intervención de la mano del hombre, este tesoro fortuito de la naturaleza pueda ser protegido y sobreviva.