Origen Pagano de la Navidad

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De: glormun  (Mensaje original)
Enviado: 12/12/2005 21:57

Secretos de la Navidad.
Lo que llamamos “Navidad” es el resultado de una mezcla de tradiciones paganas muy coloridas e interesantes. Para empezar, no fue Jesús El Cristo el único que nació del seno de una virgen, pues nacer de virgen era, en muchos pueblos, uno de los signos a través de los cuales se manifestaban los “elegidos”.
También Krishna nació de una virgen llamada Devaki, en un establo de Nanden; y en igual forma Horus, que nació de la virgen Isis; Osiris, que nació de la virgen Neith; y según las tradiciones de muchos pueblos, lo mismo sucedió con otros personajes como Quetzalcoatl, Zoroastro, Buda, Apolonio, Huitzilopochtli, Pitágoras, Escipión El Viejo, Platón,
Karna, Alejandro El Grande.
En algunos casos, la fecundación era un hecho digno de la mejor poesía. Para poner unos cuantos ejemplos: Buda, convertido en un elefante blanco, se engendró a sí mismo en el sueño de su madre; Coatlicue, la madre de Huitzilopochtli, el “Guerrero del Sur” de los aztecas, fue embarazada por la pluma de un pájaro sagrado que cayó
sobre su regazo;
Shotoko Taishi, príncipe que dio al budismo un lugar destacado en Japón, fue concebido cuando Boddisattva, “Salvador del Mundo”, entró de un salto por la boca de quien más tarde sería su madre, mientras esta bebía de un pozo;
el héroe mítico Maleiwa, del pueblo Wayuú, fue concebido luego de que a su madre la embarazara un trueno;el héroe irlandés Cucchulain fue engendrado tres veces y las tres veces su madre volvió a ser virgen tan pronto este salió al mundo.
Pero sigamos: en los albores de la era cristiana nadie estaba seguro de la fecha en que había nacido Jesús. Era evidente que en diciembre y enero se daban -y se dan- las temperaturas más bajas (hasta 0,1 bajo cero, en grados Celsius) y las precipitaciones más altas (hasta 187 milímetros) en Tierra Santa, de tal manera que resultaba imposible que los pastores durmieran a cielo descubierto mientras cuidaban el ganado, según escribió san Lucas -médico sirio convertido al cristianismo muchos años después de la desaparición de Jesús-, pues durante esta época, incluido febrero, hombres y ganado pernotaban bajo techo.
Era entonces absurdo que el censo de población decretado por Quirino, gobernador de Siria (todo parece indicar que Jesús nació 6 años antes de su nacimiento oficial, pues los censos se llevaban a cabo cada 14 años y el último había sido en el 20 AC), se llevara a cabo durante estas fechas, en medio del frío y la lluvia, pues los caminos anegados y resbaladizos habrían hecho imposible el desplazamiento de los miles de peregrinos que se dirigían a sus lugares de origen, como era el caso de José y María.
Así pues, se comenzó a especular con las fechas: 16 o 20 de mayo, 9, 19 o 20 de abril, 29 de marzo o 29 de septiembre hasta que en el año 334, el Papa Julio I dictaminó que Jesús había nacido el 25 de diciembre, y punto.
No era por supuesto una fecha escogida al azar pues coincidía con las festividades que se realizaban en muchos pueblos durante el solsticio de invierno, esto es durante el retorno del sol en el hemisferio norte.
En esta misma época, los antiguos egipcios celebraban el nacimiento del dios solar Horus, los celtas encendían fogatas en las colinas para honrar al dios-sol Baal, y con igual propósito se llevaban a cabo las ceremonias vikingas en honor de Odín, las Saturnalias romanas, y el nacimiento del dios Indo-iraní Mithra.

Fue de esta forma que el nacimiento del Jesús El Cristo fue fácilmente asimilado al retorno del sol, al regreso de la LUZ (El Cristo dice (Juan 8,12; 9,5): “Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no andar en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”; y más adelante: “Entre tanto que estoy en el mundo, luz soy del mundo”.
Es sabido además que durante la Edad Media fue llamado “Sol Justitiae” y “Sol Invictus”).
Puestos a desentrañar “coincidencias”, cabe decir que a ésta se sumó otra pues -según antiguas tradiciones esotéricas- la fecha de la muerte de El Cristo se calculó de acuerdo con las posiciones del sol y la luna durante el equinoccio de primavera, que es cuando muchas religiones de la antigüedad celebraban la muerte y resurrección de sus dioses: entre los más conocidos la del dios egipcio Osiris, que solía representarse con los brazos extendidos,como si estuviera crucificado.
Pero sigamos nuestro viaje: otro elemento pagano de la Navidad es el árbol. Muchos pueblos les han rendido culto a un puñado de árboles considerados sagrados por distintos motivos. El más común, desde Grecia hasta Noruega, era
el roble, los antiguos griegos solían celebrar sus compromisos más importantes bajo la sombra de un roble, árbol sagrado que era considerado representante del dios Zeus: de ahí proviene la costumbre de “tocar madera” para protegerse de algún “mal”, pero con el devenir del cristianismo se cambió al macizo roble por el abeto pues, según los misioneros, la forma triangular de la enramada correspondía al Padre, el Hijo y el Espíritu Santo (los hindúes ya hablan mucho antes de Brahma, Shiva y Vishnú como de la trinidad celestial).

Este “tres” mágico caló muy bien en todas partes ya que era un número venerado por muchos pueblos, miles de años antes de la venida de Jesús. De esta manera bastante singular, se impuso el abeto y con el correr de los siglos el pino de plástico.
Durante esta época se había convertido en una costumbre milenaria adornarlos con piedras pintadas y telas de colores, con el doble propósito de “vestir” a los árboles que se habían quedado “desnudos” tras el otoño, esto es sin su respectivo “espíritu”, y por otro lado lograr que el “espíritu” que había escapado de los árboles regresara a dar sus frutos en primavera, como efectivamente sucedía para regocijo de todos.
De ahí surge toda esa parafernalia alrededor del arbolito de navidad que parpadea hipnóticamente durante las fechas navideñas y guarda bajo su “sombra” los famosos regalos.
Y ya que entramos al tema de los regalos, otro elemento pagano es, por supuesto, Papá Noel, que en un principio se trataba del Abuelo Invierno al que los vikingos agasajaban para que fuera benévolo, y llegado el momento, partiera sin resentimiento con el fin de dar paso a la nueva vida.
Una vez cristianizados -pero siguiendo la costumbre vikinga- los bretones lo denominaron Viejo Padre Navidad: uno de ellos se disfrazaba del personaje y con gran alegría el pueblo entero le ofrecía de comer y de beber en abundancia hasta su partida (algo muy parecido sucede con el Taita Carnaval
entre las poblaciones indígenas de los Andes ecuatorianos.
Este Taita -agente de abundancia y fertilidad- está asociado con la llegada de las lluvias y, aunque de origen ancestral, su presencia mítica se “mezcló” con la celebración del carnaval que trajeron los españoles a estas tierras).
Con el tiempo, el mítico Padre Invierno o Papá Noel, se confundió con la imagen de Nicolás, un hombre sumamente rico nacido en lo que hoy es Turquía y famoso por su generosidad con los más pobres, en especial con los niños.
Pues bien, este Nicolás que más tarde se transformó en obispo, y luego en santo, no solo ha sido durante siglos el santo más querido de los originarios del pueblo de Bari, Italia (¿se acuerdan de Nicola di Bari?) sino también “nadie sabe por qué- de los holandeses, quienes lo llamaron en su lengua Sinter Klaas (San Nicolás), y con este nombre pasó a América, más específicamente a Nueva Amsterdam, que luego los ingleses bautizaron como Nueva York. Con el tiempo y las aguas navideñas, Sinter Klaas se transformó en el famoso Santa Claus (jo jo jo), es decir en Papá
Noel, esto es, en el Padre Invierno…
A propósito de lo anterior, los lapones solían constatar cómo cada vez que estaba por llegar el invierno, los renos empezaban a bajar en manadas desde las montañas hasta los valles menos azotados por los vientos gélidos: puesto en metáfora, los renos precedían al (Padre) invierno.
Sabedor de esta creencia -o al menos así lo supone Desmond Morris-, el poeta norteamericano Clement Moore incorporó renos a su famoso poema “Una visita de San Nicolás”, allá por 1824.
Desde entonces los renos han precedido el carruaje de Papá Noel, y se teme que Rodolfo el reno, que tenía la nariz roja como un tomate, se sumó al séquito inspirado por el poema de Moore.
Los habitantes de este lado de América, a duras penas si hemos contribuimos a la Navidad con el pavo -del que los aztecas tenían grandes criaderos-. Una vez introducido en Inglaterra por David Strickland, éste obtuvo el derecho a poner como centro de su escudo familiar un pavo macho. Pese este pasaje kitch de la historia inglesa, durante años –
confundiendo el pavo de América con la gallina de Guinea- se creyó que habían sido los turcos quienes habían introducido el pavo en Inglaterra, de ahí su nombre en inglés: turckey (turco).
Al parecer, lo único cristiano de la Navidad es Jesús “El Cristo”, y de alguna manera el pesebre, que en el año 1224 fue incorporado por Francisco de Asís, con animales vivos y personajes disfrazados, para imitar la forma en que se celebraba la Navidad en Tierra Santa. Desde esa fecha, muchas casas nobles de Europa empezaron a competir entre ellas para diseñar el mejor pesebre cada año, hasta llegar a excesos verdaderamente surrealistas.
Luego esta costumbre se trasladó a América en donde se incorporaron figurillas de alpacas, cóndores, tapires y caimanes, amén de indios pastores, ángeles negros, ídolos precolombinos, así como chamanes amazónicos o emperadores incas en sustitución de algún Rey Mago, por lo general Gaspar.
Y ya que entramos en el tema de los Reyes Magos, precisemos que Melchor (soberano persa), Gaspar (rey de la India) y Baltazar (jeque de Arabia), fueron “interpretados” por el ecumenismo de la Edad Media, como Melchor (europeo: a caballo), Gaspar (asiático: sobre un camello) y Baltazar (africano: a lomo de elefante) con el propósito de que “cada rey representara a una parte de la Tierra hasta entonces conocida”, según señala el antropólogo Segundo Moreno.
De esta manera, señoras y señores, queda demostrado cómo la Navidad, fiesta especialmente diseñada para ser disfrutada por los niños, es una verdadero popurrí de tradiciones, mitos y ceremonias paganas. No olvidemos, sin embargo su sentido profundo, esto es el retorno arquetípico de la LUZ ESENCIAL: expresión de las fuerzas uránicas fecundantes, símbolo de la llegada cíclica del orden en medio del caos, pero sobre todo de la oportunidad que todos tenemos de una vida plena a todo nivel- tras el reinado de las sombras.

(Fuente: Revista Pagana , Chile Diciembre 2005)

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