Sobre la crueldad de verdaderamente enseñar

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Sobre la crueldad de verdaderamente enseñar ciencias de la computación
Edsger W. Dijkstra.

La segunda parte de esta charla denota algunas de las consecuencias científicas y educacionales provenientes de la idea de que las computadoras representan una novedad radical. Para darle contenidos claros a esta asunción, tenemos que ser mucho más precisos acerca de lo que queremos decir en este contexto con el uso del adjetivo “radical”. Lo haremos en la primera parte de esta charla, en la cual vamos a proveer evidencia que respalde nuestra suposición.

La manera usual en la cual hoy planificamos para el mañana es en el vocabulario de ayer. Lo hacemos porque tratamos de avanzar con los conceptos que nos son familiares, los cuales han adquirido un significado en nuestra experiencia pasada. Por supuesto, las palabras y los conceptos no encajan precisamente porque nuestro futuro difiere de nuestro pasado, pero las estiramos un poco. Los lingüistas están bastante familiarizados con el fenómeno en el cual los significados de las palabras evolucionan a través del tiempo, pero también saben que este es un proceso lento y gradual.

Es el método más común cuando se trata de lidiar con la novedad: utilizando metáforas y analogías tratamos de vincular lo nuevo con lo viejo, lo novedoso con lo familiar. Bajo un cambio suficientemente lento y gradual, esto funciona razonablemente bien; en el caso de una discontinuidad aguda, sin embargo, el método colapsa: aunque podemos glorificarlo con el nombre “sentido común”, nuestra experiencia pasada ya no es más relevante, las analogías se tornan muy superficiales, y las metáforas se hacen engañosas en vez de reveladoras. Esta es la situación que caracteriza a la novedad “radical”.

Lidiar con una novedad radical requiere un método ortogonal. Uno debe considerar su propio pasado, las experiencias recogidas, y los hábitos formados en él como un desafortunado accidente de la historia, y debe acercarse a la novedad radical con la mente en blanco, rechazando conscientemente el intento de vincularla con lo que ya es familiar, debido a que lo familiar es desesperanzadamente inadecuado. Uno debe, con una especie de personalidad dividida, tomar una novedad radical como algo desasociado por propio derecho. Comprender una novedad radical implica crear y aprender un lenguaje extraño, el cual no puede ser traducido a nuestra lengua materna. (Cualquiera que haya aprendido mecánica cuántica sabe a lo que me refiero.) No hace falta decirlo, ajustarse a las novedades radicales no es una actividad muy popular, ya que requiere mucho trabajo. Por la misma razón, las novedad radicales no son por sí mismas bienvenidas.

A esta altura, bien se pueden preguntar por qué he prestado tanta atención y he gastado tanta elocuencia en una noción tan simple y obvia como una novedad radical. Mi razón es muy simple: las novedades radicales son tan perturbantes que tienden a ser suprimidas o ignoradas, al punto que la mera posibilidad de su existencia es generalmente negada antes que admitida.

Voy a ser breve en cuanto a la evidencia histórica. Carl Friedrich Gauss, el Príncipe de los Matemáticos pero algo cobarde, sin duda estaba al tanto del destino de Galileo –y probablemente podría haber predicho las acusaciones a Einstein– cuando decidió suprimir su descubrimiento de la geometría no Euclidiana, dejando que Bolyai y Lobatchewsky recibieran las críticas. Es probablemente más revelador ir un poco más atrás, a la Edad Media. Una de sus características era que “razonar mediante analogías” era descontrolado; otra característica era el total estancamiento intelectual, y ahora vemos porque ambas características van juntas. Una razón para mencionar esto es resaltar que, desarrollando un oído entrenado para las analogías no garantizadas, uno puede detectar una gran cantidad de pensamiento medieval hoy en día.

La otra cosa que no puedo resaltar lo suficiente es que la fracción de la población para la cuál el cambio gradual parece ser cualquier cosa menos el único paradigma de la historia es muy grande, probablemente mucho más grande de lo que esperarían. Ciertamente cuando comencé a observarlo, su número resultó ser mucho mayor de lo que esperaba.

Por ejemplo, la gran mayoría de la comunidad matemática nunca ha confrontado la suposición tácita de que hacer matemáticas va a continuar siendo básicamente el mismo tipo de actividad mental que siempre ha sido: los nuevos temas vendrán, florecerán, e irán como lo han hecho en el pasado, pero siendo lo que es el cerebro humano, nuestras formas de enseñar, aprender, y el entendimiento las matemáticas, la resolución de problemas y el descubrimiento matemático van a continuar siendo básicamente lo mismo. Herbert Robbins expone claramente por qué él descarta un salto cuántico en la habilidad matemática:

[blockquote] “Nadie va a correr 100 metros en cinco segundos, sin importar cuánto se invierta en entrenamiento y máquinas. Lo mismo puede decirse acerca del uso del cerebro. La mente humana no es diferente ahora de lo que era hace cinco mil años. Y cuando se trata de matemáticas, debe darse cuenta de que se trata de la mente humana a un extremo límite de su capacidad”.

[/blockquote] Déjenme darles un ejemplo más de la desconfianza generalizada sobre la existencia de las novedades radicales y, por consiguiente, de la necesidad de aprender cómo lidiar con ellas. Es el accionar educacional que prevalece, para el cuál el cambio, casi imperceptible, parece ser el paradigma exclusivo. ¡Cuántos textos educacionales no son recomendados porque apelan a la intuición del estudiante! Constantemente tratan de presentar todo aquello que podría ser una emocionante novedad como algo tan familiar como sea posible. Conscientemente tratan de vincular el material nuevo con lo que se supone es el mundo familiar del estudiante. Ya empieza con la enseñanza de la aritmética. En vez de enseñar 2 + 3 = 5, el horrendo operador aritmético “más” es cuidadosamente disfrazado llamándolo “y”, y a los pequeños niños se les dan muchos ejemplos familiares primero, con objetos claramente visibles como manzanas y peras, que lo son, en contraste al uso de objetos numerables como porcentajes y electrones, que no lo son. La misma tonta tradición es reflejada a nivel universitario en diferentes cursos introductorios de cálculo para los futuros físicos, arquitectos, economistas, cada uno adornado con ejemplos de sus respectivos campos. El dogma educacional parece ser que todo está bien siempre y cuando el estudiante no se dé cuenta de que está aprendiendo algo verdaderamente nuevo; generalmente, el presentimiento del estudiante es de hecho correcto. Considero como un serio obstáculo la falencia de una práctica educativa en preparar a la próxima generación para el fenómeno de novedades radicales. [Cuando el Rey Fernando visitó la conservadora universidad de Cervera, el Rector orgullosamente aseguró al monarca con las palabras: “Lejos esté de nosotros, Señor, la peligrosa novedad de pensar”. Los problemas de España en el siglo que siguió justifican mi caracterización del problema como “serio”]. Demasiado para la adopción por parte de la educación del paradigma de cambio gradual.

El concepto de novedades radicales es de importancia contemporánea ya que, mientras estamos mal preparados para lidiar con ellas, la ciencia y la tecnología no se han mostrado expertas en influirlas sobre nosotros. Ejemplos científicos antiguos son la teoría de la relatividad y la mecánica cuántica; ejemplos tecnológicos modernos son la bomba atómica y la píldora. Durante décadas, los primeros dos ejemplos dieron lugar a un torrente de corrientes religiosas, científicas o de otra manera cuasi-científicas. Día a día podemos observar el profundo error de enfoque con el cuál los últimos dos ejemplos han sido abordados, ya sea por nuestros políticos y líderes religiosos o por el público en general. Demasiado para el daño hecho a nuestra paz mental por las novedades radicales.

Traje esto a colación debido a mi convencimiento de que las computadoras automáticas representan una novedad radical y de que sólo identificándolas como tal podemos identificar todo lo irrelevante, los conceptos errados y la mitología que las rodea. Una inspección más a fondo revelará que esto es todavía peor, a saber, que las computadoras automáticas engloban no sólo una novedad radical sino dos de ellas.

Habiendo descripto –en los términos más amplios posibles, lo admito– la naturaleza de las novedades computacionales, debo ahora proveer la evidencia de que tales novedades son, de hecho, radicales. Lo haré explicando una serie de fenómenos que de otra manera serían extraños por la frustrante –pero, como ahora sabemos, condenada– ocultación o negación de su aterradora extrañeza.

La popularidad de su nombre es suficiente para hacerla sospechosa. En lo que denominamos “sociedades primitivas”, la superstición de que conocer el verdadero nombre de alguien otorga un poder mágico sobre él no es inusual. Difícilmente somos menos primitivos: ¿por qué persistimos en contestar el teléfono con el poco útil “hola” en vez de nuestro nombre? Tampoco estamos por encima de la primitiva superstición de que podemos tener cierto control sobre algún demonio malicioso desconocido llamándolo por un nombre seguro, familiar e inocente, tal como “ingeniería”. Pero esto es totalmente simbólico, así como demostró uno de los fabricantes de computadoras de los EE.UU. hace unos años cuando contrató, una noche, cientos de nuevos “ingenieros de software” mediante el simple mecanismo de elevar a todos sus programadores a ese exaltante rango. Demasiado para ese término.

La práctica está impregnada de la confortable ilusión de que los programas son simplemente dispositivos como cualquier otro, la única diferencia que se admite es que su fabricación pueden requerir un nuevo tipo de expertos, a saber: programadores. Desde allí hay sólo un pequeño paso hasta medir la “productividad del programador” en términos de la “cantidad de líneas producidas por mes”. Esta es una unidad de medida muy costosa, porque anima a escribir código insípido, pero hoy estoy menos interesado en qué tan tonta es una unidad, aún desde un punto de vista puramente empresarial. Mi punto hoy es que, si deseamos contar líneas de código, no deberíamos verlas como “líneas producidas”, sino como “líneas gastadas”: el sentido común actual es tan tonto como contabilizar esa cuenta del lado erróneo del balance.

Además de la noción de productividad, también el control de calidad sigue estando distorsionado por la confortable ilusión de que funciona con otros aparatos como lo hace con los programas. Han pasado ya dos décadas desde que se señaló que el testing de programas puede convincentemente demostrar la presencia de errores, pero nunca puede demostrar su ausencia. Después de citar devotamente este comentario bien publicitado, el ingeniero de software vuelve al orden del día y continúa refinando sus estrategias de testing, tal como el alquimista de antaño, quien continuaba refinando sus purificaciones crisocósmicas.

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One Commentto Sobre la crueldad de verdaderamente enseñar

  1. admin dice:

    Queda cortado, leer en link original.