Carnívoros y evolución

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La alimentación de nuestros antepasados

El cambio de dieta del ‘Australopithecus garhi’, hace 2,5 millones de años, pudo ser el momento clave en la evolución humana para el mayor desarrollo del cerebro

Autor: Por ELENA PIÑEIRO Fecha de publicación: 13 de marzo de 2008

¿El primer carnívoro?

El ‘Australopithecus garhi’, una especie de homínido que existió en uno de los períodos más interesantes de la evolución -el que contempla el cambio de ‘Australopithecus’ a humano-, fue con toda probabilidad el primero en comer carne, de acuerdo con una investigación publicada en Science. El paso de alimentarse de frutos y semillas a comer carroña pudo ser una de las claves en la evolución de nuestra especie. Los restos fósiles de ‘A. garhi’ (que significa “sorpresa” en la lengua etíope afar) fueron descubiertos en Etiopía en 1996 por un equipo de 40 científicos dirigidos por el antropólogo americano Tim White y el paleontólogo etíope Berhane Asfaw. Esta historia comienza hace tres millones de años con una especie de chimpancé bípedo y vegetariano y acaba hace dos millones de años con un individuo humano (del género ‘homo’), carnívoro y con una masa encefálica considerable.

Para los investigadores, una de las características más destacables de aquellos lejanos homínidos es que fueron los primeros seres vivos que utilizaron instrumentos de piedra para romper los huesos de animales muertos y alimentarse de una sustancia de gran valor energético y nutritivo como es el tuétano. El paleoantropólogo Juan Luís Arsuaga en su libro ‘Los aborígenes. La alimentación en la evolución humana’ describe cómo se debió de dar aquel cambio de dieta y las consecuencias que el hábito de comer carroña traería miles de años después para nuestra especie.

Las proteínas y el desarrollo del cerebro

Según Leslie Aiello, científica y directora del departamento de antropología del University College de Londres y presidenta de la Fundación Wenner-Gren para Investigaciones Antropológicas, además del cerebro hay otro órgano que le resulta muy costoso al organismo en términos de consumo de energía: el sistema digestivo. Si se pudiera reducir su participación en el gasto energético del cuerpo humano, se ahorraría mucha energía, que quedaría disponible para invertir, por ejemplo, en el cerebro. Un cerebro muy grande y un aparato digestivo voluminoso no suelen darse simultáneamente en un mismo ser vivo. Y aquí es donde entra en juego la alimentación cárnica.

Para poder acortar el tubo digestivo y reducir la superficie intestinal de absorción del alimento, habría que prescindir de la fibra y sustituirla por un alimento más fácil de asimilar y más energético: la carne. De esta forma se aportan muchas más calorías en menos volumen de sustancia para digerir, por lo que se realiza menos trabajo. Por ejemplo, habría que tomar casi medio kilo de frambuesas silvestres para obtener la energía que pueden aportar 100 gramos de carne. Las proteínas de los restos musculares, la piel de animales muertos y las 9 kilocalorías por gramo que aporta la grasa del tuétano bien pudieron ayudar a que los ‘Australopithecus’ pudieran resistir mejor las duras condiciones de aquella época.

Asimismo, al comer un alimento más energético podrían llegar más lejos, engendrar más descendientes y hacer que sus genes se perpetuaran. Según Arsuaga, el consumo de productos animales no redujo el tamaño del intestino ni aumentó el peso del cerebro automáticamente. Cuando, generaciones después del primer homínido carnívoro, apareció un individuo mutante con un tubo digestivo más corto, éste pudo sobrevivir gracias a que la dieta que heredó no era exclusivamente vegetal. Por otra parte un mutante de tubo digestivo corto experimentó, además, un aumento de su masa encefálica, con el resultado de que el homínido pudo tener un cerebro más grande sin desequilibrio del metabolismo corporal.

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