El Anillo del Rey Salomon

PRÓLOGO DE “EL ANILLO DEL REY SALOMÓN”

Lo que llevé a cabo movido por la ira,

Creció con el ímpetu de la noche a la mañana,

Mas no perduró en la lucha con los elementos.

Lo que sembré movido por el amor,

Germinó con firmeza y maduró pausado,

Y gozó de la bendición del cielo.

PETER ROSEGGER

Para poder escribir sobre a vida de los animales se ha de tener una sensibilidad cálida y sincera hacia toda criatura viva. Yo creo poseer esta condición; pero no recuerdo los versos de Peter Rosegger con que encabezo este prólogo con el deseo de poner en relieve que este libro sea fruto de mi amor por los animales vivos, sino todo lo contrario, puesto que ha nacido del enfado que me producen muchos libros que tratan de animales. Debo confesar que si algo he hecho en mi vida movido por la ira, ha sido precisamente el escribir las historias que doy en estas páginas.

¿Qué es lo que me molesta? El montón de libros sobre animales, llenos de embustes e increíblemente malos, que se ofrecen hoy en todas las librerías; la turba de escritores que se atreven a contar cosas de los animales sin conocerlos. No pueden subestimar los errores que difunden las historias de animales escritas de manera irresponsable, especialmente entre la juventud sensible.

No vale objetar que las falsedades son simples licencias de una exposición artística. Desde luego, a los poetas les está permitido estilizar a los animales, lo mismo que cualquier otro objeto, según las necesidades de los procedimientos poéticos. Los lobos y la pantera, el inolvidable meloncillo “Rikkitikkitavi” de Rudyard Kipling hablan como hombres; la abeja “Maya” de Waldemar Bonsel es tan formal y cortés como una persona bien educada.

Pero estas licencias sólo pueden permitirse al que conoce realmente a los animales. Tampoco puede exigírsele, al que se dedica a las artes plásticas, que eleve la representación de un objeto hasta la exactitud científica. Pero mala cosa si no “conoce” y si su “estilización” es sólo un manto que pretende usar para encubrir su incapacidad.

Yo soy naturalista, no artista; de manera que no me voy a permitir semejantes licencias o “estilizaciones”. Por lo demás, creo que si se quiere convencer al lector de la belleza de un animal, no es necesario recurrir a tales libertades, pues basta con atenerse a los hechos, como en los más rigurosos trabajos científicos, ya que las verdades de la Naturaleza orgánica son de una belleza que inspira amor y veneración, y se nos ofrecen tanto más bellas cuanto más penetramos en sus detalles y particularidades. Es un desatino decir que la investigación positiva, la Ciencia, el conocimiento de las relaciones naturales, menguan el placer que procuran las maravillas de la naturaleza. Al contrario, el hombre se siente conmovido por la realidad viva de la naturaleza, y tanto más profundamente cuanto mayores son sus conocimientos sobre ella. No existe ningún buen biólogo, cuyos trabajos fueran coronados por el éxito, que no haya sido llevado hacia su profesión por aquel placer interior que deriva de contemplar las bellezas de las criaturas vivas, y que al mismo tiempo no sienta aumentar su placer en la Naturaleza y en el trabajo, a medida que se amplían sus conocimientos profesionales. Lo dicho se aplica a todas las ramas de la Biología, aunque de una manera especial para la investigación del comportamiento de los animales, a la que he dedicado mi vida de trabajo. Esta parte del estudio requiere familiarizarse directamente con los animales vivos, y pide, además, una dosis de paciencia tan extraordinaria, que no basta, para perseverar en ella, el simple interés teórico, sino que exige algo más: el amor que sabe ver, tanto en el comportamiento de los animales como en el del hombre, las relaciones que presentía. Y ya sólo me queda expresar el deseo de que este libro no resulte un fruto malogrado, pues aunque, hasta cierto punto, ha sido engendrado por un sentimiento de ira, éste no habría nacido, al fin y al cabo, sin aquel amor.

Konrad Lorenz

FUENTE: Konrad Lorenz, “El anillo del Rey Salomón (Hablaba con las bestias, los peces y los pájaros)”, Ed. RBA, Barcelona, 1993.pp.17-19

7 Commentsto El Anillo del Rey Salomon

  1. Vaelia dice:

    El artículo no apasiona, pero la idea no está mal.

    [url=http://www.elpais.com/articulo/cultura/insolita/historia/comparada/animales/hombres/elpepucul/20071031elpepicul_3/Tes]http://www.elpais.com/articulo/cultura/ins…elpepicul_3/Tes[/url]

    La insólita historia comparada de los animales y los hombres
    Una muestra indaga en las relaciones mutuas del ser humano y las bestias

    OCTAVI MARTÍ – París – 31/10/2007

    ¿En qué se diferencian los hombres de los animales? ¿Y en qué se nos parecen? La exposición Bêtes et hommes, abierta en un antiguo matadero del parque parisiense de la Villette hasta el 20 de enero, se interesa por contar la historia de unos y otros, poniendo énfasis en la “y”. En demostrar que ellos tienen su historia, muy a menudo dependiente de la nuestra pero, por una vez, contemplada desde su punto de vista o, cuando menos, por hombres que han intentado comprender la lógica del sapo, la vaca o la urraca. Obvio, si se tiene en cuenta cuánto hemos aprendido de los animales. La lima de uñas se inspira en las virtudes de la lengua de los gatos y algunas botas anfibias toman como modelo las patas de los escarabajos.
    En la antigua Grecia existía una forma de inteligencia, la metis, que nacía del contacto con los animales. Los griegos considerados listos eran comparados a un pulpo. ¿Por qué? Porque éste se camufla, cambia de forma, se adapta a las que encuentra en la naturaleza. “Es de nuestras presas de las que aprendemos nuestras estratagemas”, decía Ulises.

    En el parisiense parque de la Villette, en la gran nave industrial que ocupaba un antiguo matadero, se nos propone pues una exposición altamente filosófica. En 3.500 metros cuadrados se nos plantean cuatro grandes cuestiones: cómo los animales nos han transformado o qué hemos aprendido de ellos; el carácter “extranjero” del animal, sólo roto por quienes logran captar su lógica; el oficio de los animales, y las opciones que éstos nos imponen.

    Para discurrir sobre esas cuatro grandes áreas temáticas la comisaria de la exposición, la belga Vinciane Despret, se sirve de vídeos, gráficos, pinturas, fotografías y de la presencia de las propias bestias. Los artistas invitados -más de una treintena- imaginan en los animales cualidades que los científicos han confirmado después. O se sirven de ellos como símbolos.

    El profeta Isaías imaginaba un mundo en el que el lobo dormiría al lado del cordero; los ecologistas se conforman conque convivan. A lo largo del siglo XX, en nombre de una extraña alianza entre la razón y la fuerza, se ha justificado la conveniencia de olvidar la enseñanza de lenguas estimadas minoritarias; durante ese mismo siglo, por razones de supuesta lógica comercial, se han suprimido variantes de patatas, tomates o vacas. A principios del siglo XXI vuelven, junto con las lenguas minusvaloradas, los tomates de color y forma distinta, las patatas de Noirmoutier o Belles de Fontenay. O las vacas marginadas. En su día la Prim’Holstein parecía que tenía que dar más leche y carne que las bretonas, normandas, flamencas, fromentinas, bearnesas, ferrandesas o mirandesas, por sólo citarlas a ellas, pero hoy sabemos que cada una de esas, llamémosles “razas”, se adaptaba mejor al lugar y a las necesidades de los campesinos.

    Al mismo tiempo que desaparecen especies -e idiomas- el hombre descubre con espanto que ni puede ni debe acabar con los mosquitos, las ratas, las arañas o las serpientes, que el planeta es de todos, pero que está obligado a aprender a compartirlo de otra forma. Si no fuese por exposiciones como Bêtes et hommes podría parecer que es demasiado tarde.

  2. Vaelia dice:

    Fuente: [url=http://ngenespanol.com/2008/03/03/lo-que-piensan-los-animales/]http://ngenespanol.com/2008/03/03/lo-que-p…n-los-animales/[/url] (ahí para ver fotos también)
    Escrito por: Jennifer S. Holland el 03 de Marzo de 2008 | 6:00 pm

    Uek Cuervo de Nueva Caledonia
    Universidad de Oxford, Oxford, Reino Unido

    Resuelve problemas y crea y usa herramientas, habilidades cognitivas que previamente se creía que eran exclusivas de los primates.

    Shanthi Elefante asiático
    Zoológico Nacional, Washington, DC

    Retiene recuerdos a largo plazo y lazos sociales; posee sentido del yo.

    ¿Qué ve un elefante cuando mira el espejo? A sí mismo, al parecer –una habilidad mental que sólo se sabía que existía en seres humanos, monos y delfines–. En estudios con espejos, los elefantes asiáticos primero exploran el espejo como un objeto, pero quizás al hacerlo se percaten de que se ven a sí mismos. Se mueven de manera atípica y tocan repetidas veces una marca pintada en su cabeza que no verían sin el espejo. “Estas son indicaciones muy convincentes de conciencia de sí mismo”, dice Diana Reiss, de la Universidad Hunter.

    Azy Orangután
    Great Ape Trust de Iowa, Des Moines

    Muestra complejidad cognitiva y adaptabilidad que rivalizan con las de los chimpancés; en estado salvaje, la especie mantiene tradiciones culturales.

    “Azy posee un intelecto complejo –dice Rob Shumaker de su sujeto de estudio, y amigo de 25 años–. Los orangutanes tienen la misma capacidad cognitiva que los grandes monos africanos, o incluso los superan en algunas tareas”. Azy no sólo comunica sus pensamientos con símbolos abstractos en el teclado, sino que también demuestra una “teoría mental” (entendimiento de la perspectiva de otro individuo) y hace elecciones lógicas y pensadas que muestran una flexibilidad mental de la cual algunos chimpancés carecen. En su estado natural, los orangutanes mantienen tradiciones culturales innovadoras: algunos grupos elaboran herramientas para hurgar a fin de extraer insectos de los agujeros en los árboles; otros usan hojas como paraguas o como servilletas, las amontonan a manera de almohadas o se cubren las manos con ellas cuando trepan por un árbol espinoso. Además, en raras circunstancias, los orangutanes tuercen hojas, las lían y las arrullan como si fueran muñecas.

    Astatotilapia burtoni
    Universidad de Stanford, Stanford, CA

    Determina el rango social por medio de la observación, un eslabón en el proceso de desarrollo del razonamiento lógico.

    En ciertos peces Astatotilapia burtoni, los machos ven a otros pelear para juzgar su potencial para competir. Los machos subordinados pueden adoptar colores femeninos para consumir a escondidas el alimento de otro. “Hacen todo esto a las ocho semanas de edad, con un cerebro del tamaño de un chícharo pequeño”, dice Russell Fernald, quien estudia la manera en que las situaciones alteran las células cerebrales de los peces.

    Alex Loro gris africano
    Universidad de Brandeis, Waltham, MA

    Contaba; conocía colores, formas y tamaños; tenía un dominio básico del concepto abstracto de cero.

    Edward Oveja Leicester de lana larga
    Hopping Acres Farm, Bruceton Mills, WV

    Las ovejas reconocen rostros individuales y los recuerdan a largo plazo.

    Dígales a las ovejas que todas se parecen y quizá deseen ser diferentes. Al igual que los primates, las ovejas, en estudios, reconocen diferentes caras (alrededor de otras 50 ovejas y 10 seres humanos) y aún las distinguen dos años más tarde. Las caras familiares las tranquilizan y pueden reconocer expresiones tanto contentas como enojadas (prefieren las primeras). Estas son habilidades sofisticadas en un animal que en general no se distingue por su intelecto, dice Keith Kendrick, del Instituto Babraham.

    Arístides Lémur de cola anillada
    Centro de Lémures de la Universidad de Duke, Dirham, NC

    Despliega habilidades que ofrecen información sobre los precursores evolutivos de las secuencias de recuento y de ordenamiento.

    Aun cuando los lémures de cola anillada o makis son más primitivos que otros primates, tienen impresionantes habilidades numéricas. Elizabeth Brannon, de la Universidad de Duke, informa que los animales repiten secuencias arbitrarias con la nariz en una pantalla táctil y pueden discriminar entre cantidades. “Hacen cientos de intentos”, dice, mejorando continuamente conforme “aprenden a aprender”.

    Betsy Perra collie de la frontera
    Viena, Austria

    Retiene un vocabulario en aumento constante que rivaliza con el de un niño que empieza a andar.

    ¿Qué tanto pensamiento hay tras esos ojos? Mucho, en este caso. Betsy, de seis años de edad, puede asociar nombres a objetos específicos más rápido que un gran mono; su vocabulario es de 340 palabras y sigue en aumento. Su intelecto quedó de manifiesto desde muy joven: a las 10 semanas podía sentarse cuando se le pedía que lo hiciera, y pronto aprendió nombres de objetos y se apresuraba a ir por ellos –pelota, cuerda, papel, caja, llaves y docenas más–. Ahora relaciona por lo menos a 15 personas con su nombre real, y en pruebas científicas se ha probado que tiene habilidad para asociar fotografías con los objetos que representan. Dice su propietaria: “Ella es un ser humano con figura de perro. Estamos aprendiendo su lenguaje, y ella está aprendiendo el nuestro”.

    JB Pulpo gigante de Pacífico
    Acuario Nacional de Baltimore, MD

    Tiene una personalidad bien definida, usa herramientas, reconoce a individuos.

    Con un cerebro relativamente grande y brazos diestros, se sabe que los pulpos bloquean sus guaridas con rocas y se entretienen disparando agua a blancos de botellas plásticas y al personal de laboratorio (la primera conducta de juego reportada en un invertebrado). Incluso pueden expresar emociones básicas al cambiar de color, dice Roland Anderson, del Acuario de Seattle.

    Kanzi Bonobo
    Great Ape Trust de Iowa, Des Moines

    Adquirió el lenguaje de manera espontánea; hace herramientas del nivel de los primeros seres humanos.

    El joven Kanzi empezó a aprender el lenguaje por sí solo, al observar a los científicos que intentaban entrenar a su madre. A los 27 años de edad, el bonobo “habla” usando más de 360 símbolos del teclado y entiende miles de palabras habladas. Forma oraciones, sigue instrucciones nuevas, y elabora herramientas de piedra –modifica su técnica dependiendo de la dureza–. Incluso toca el piano (alguna vez tocó con Peter Gabriel). Haga a los seres humanos vivir durante 15 generaciones cono bonobos, dice William Fields de Great Ape Trust, y los “bonobos se harían menos bonobos y las personas, menos humanas. En realidad no somos tan diferentes”. Un ejemplo perfecto de esto es que Fields ahora analiza las vocalizaciones de Kanzi: “Creemos que quizá esté diciendo palabras en inglés, simplemente demasiado rápido y con un tono demasiado agudo como para descifrarlas”.

    Momo Tití común
    Universidad de Viena, Austria

    Aprende de otros y los imita.

    Los titíes comunes pueden imitar las acciones de otros, una de las formas más complejas de aprendizaje (incluso tienen un sentido de “permanencia de objeto”, saben que algo fuera de su vista aún existe). Pero, dice Friederike Range, de la Universidad de Viena, los lapsos breves de atención de los primates tal vez evitan que desarrollen conductas más complejas.

    Psychobird Urraca azuleja
    Universidad de Cambridge, Cambridge, Reino Unido

    Recuerda el pasado, planea para el futuro.

    No permita que el cerebro del tamaño de una nuez lo engañe. Las urracas azulejas hacen algo de razonamiento real, dice Nicky Clayton, profesora de la Universidad de Cambridge. Cambian de lugar la comida que han escondido si otra urraca las ve ocultarla, recordando cuando ellas mismas fueron ladronas. Clayton dice que las urracas también basan las reservas de alimento en el hambre futura, independientemente de las necesidades actuales.

    Maya Delfín tursión o tonina
    Acuario Nacional en Baltimore, MD

    Destaca en la comunicación y la conducta imitativa.

    Imitadores con recuerdos a largo plazo, una fuerte comprensión del vocabulario y la sintaxis, y una vena creativa, los delfines son flexibles cognitiva y conductualmente. “Tienen un cerebro con conocimiento general amplio y habilidades en varias áreas, como nosotros. Manipulan su mundo para hacer posibles las cosas, dice Louis Herman, de la Universidad de Hawai.

    Abejas

    Las abejas han sorprendido a los científicos desde hace tiempo con sus comportamientos sociales (bailando las direcciones hacia una fuente alimenticia, trabajando en tándem con miles de compañeros de colmena, con trabajos especializados dentro y fuera de la colmena). También impresionantes son sus complejas memorias: las abejas pueden aprender y memorizar rutas locales, puntos de referencia y cuándo florecen diferentes flores –lo que les permite visitar el mismo sitio al mismo tiempo el siguiente día, mejorando su eficiencia de búsqueda.

    Perros de Pradera

    Esta pequeña cara está al frente de un pequeño cerebro –pero uno que hace grandes e impresionantes cosas. Los perros de la pradera Gunnison, los cuales viven en colonias en el sudoeste americano, son una de las principales presas de zorros, coyotes, halcones, gatos, serpientes, águilas y hurones. Con Slobodchikoff, de la Universidad del Norte de Arizona, ha demostrado que los perros de la pradera han evolucionado tanto llamadas de alarma como conductas de escape específicas a cada depredador. Esas llamadas incluso contienen información descriptiva acerca del tamaño, color y velocidad del depredador, lo que les da a otros miembros de la colonia una poderosa imagen del enemigo antes de que ataque.

    Abejas

    Parecen revolotear de flor en flor, pero los murciélagos que se alimentan de néctar son mucho más pensativos de lo que parecen. Estudios de Glossophaga soricina revelan que los murciélagos recuerdan las ubicaciones de sitios donde la comida está agotada, memorizando hasta 40 sitios previamente visitados –lo cual les ayuda a decidir dónde buscar alimentación.

    Ratas

    No se apresure en chillar de repulsión: las ratas son sorprendentemente inteligentes y, actualmente, son bastante parecidas a nosotros. Se ríen cuando les hacen cosquillas, son sociables, aprecian (y hasta anticipan) el sexo. También conocen sus propios límites intelectuales, llamados metacognición: característica que se pensaba sólo los simios tenían. En exámenes auditivos en los cuales las ratas eran premiadas por sus respuestas correctas, no se les daba nada por sus respuestas incorrectas, y se les daba un pequeño premio por admitir “No sé”, optaron por los premios seguros (aunque magros) de “No sé” cuando carecían de confianza en su juicio. Nada mal para mugrientas alimañas callejeras.

  3. Vaelia dice:

    Fuente: [url=http://librodenotas.com/deloanimallohumanolodivino/15199/conciencia-animal-de-la-muerte]http://librodenotas.com/deloanimallohumano…al-de-la-muerte[/url]
    por José Fco Zamorano Abramson

    Cuando era niño me quedaba horas contemplando cómo las hormigas transportaban los cadáveres de sus compañeras de regreso al hormiguero. Me preguntaba por qué lo hacían y fácilmente asumí que era porque deseaban llevar de regreso a sus congéneres a modo de duelo. Me imaginaba qué podrían sentir mientras lo hacían, e interpretaba que lo que ellas sentían era tristeza y dolor por sus compañeras mientras las transportaban. Aunque no podía ver sus lágrimas o escuchar sus lamentos llegaba a esta conclusión producto de mis experiencias humanas. ¿Por qué otra razón habrían de hacerlo?

    Nunca se me olvidará tampoco un documental que vi siendo niño en el que se descubría y filmaba por primera vez el caso de una especie de termitas que depositan y cubren con piedras a sus muertos, hecho al que, por lo que tengo entendido, aún no se le encuentra ninguna explicación convincente.

    Entre los recuerdos de mi niñez también se encuentran los tábanos, pesadilla de las vacaciones, que no dejaban de picarnos en todo el verano. Como la mayoría de los niños experimentaba con distintas formas de eliminarlos –un ensayo básico de supervivencia para defendernos de una especie programada a extraernos la sangre–. Lo que descubrí fue que los tábanos hacían caso omiso a la muerte o al posible sufrimiento de sus semejantes. Por más que sus cadáveres estuvieran esparcidos por el suelo, o por más que algunos agonizantes siguieran intentando moverse y seguir picando, los demás caminaban encima de los cadáveres y aún con media vida y mutilados seguían comportándose como si nada estuviera pasando a los demás o ningún peligro les acechara a ellos mismos. Me asombraba la gran diferencia que había entre éstos y las abejas, que se comportaban de una forma completamente distinta: como se te ocurriera matar o incluso asustar a una de ellas en defensa propia, le habías declarado la guerra a toda la colmena.

    En el caso de los animales domésticos también encontré notables diferencias. Mientras que las gallinas podían seguir tranquilamente picoteando el maíz en frente de las compañeras que estaban siendo sacrificadas para la olla, los cerdos se ponían muy nerviosos e intentaban escapar. Para mí esto también era un claro indicio de que de alguna forma los cerdos “se daban cuenta” de que algo perjudicial les estaba pasando a sus compañeros y que quizá también les podía ocurrir lo mismo a ellos. Una vez me entrometí en un matadero y observé que las vacas también se alteraban e incluso intentaban retroceder cuando estaban siendo transportadas por la cinta mientras podían oler la sangre y ver como faenaban a sus compañeras. El caso es que así entendí en mi niñez que cada especie animal reaccionaba de forma distinta frente al mundo que le rodea, que tienen, en definitiva, realidades muy distintas ante la experiencia de la desaparición de sus semejantes y quizá sobre la conciencia de la muerte en sí misma.

    Básicamente, llegué a entender que las reacciones ante la muerte de un semejante cambian bastante cuando se han establecido vínculos emocionales entre animales, animales sociales. Sorprendente es el caso de una especie de periquito llamados “inseparables”, quienes pueden llegar incluso a la muerte al dejar de alimentarse voluntariamente ante la muerte de su pareja. Konrad Lorenz describió numerosos ejemplos, entre sus parejas de gansos, de individuos que se apartaban del grupo y rehusaban a establecer una nueva pareja tras la muerte de su compañero o compañera.

    El movimiento ambiental en USA debe su existencia en gran parte a las reflexiones y conclusiones de un cazador de lobos que durante el cumplimiento de su labor de eliminar a las poblaciones de lobos de Norteamérica persiguió por meses a la pareja reproductora líder del clan hasta que logró atrapar y dar muerte a la hembra. Llevó el cadáver a su rancho y la sorpresa fue que durante toda la noche escuchó aullidos que le parecieron distintos a los que el siempre había escuchado en el campo, aullidos que en sus propias palabras “estaban cargados de tristeza”. El cazador estaba seguro que el macho había viajado kilómetros en busca de su pareja, y, al día siguiente, descubrió las huellas del macho cerca del cadáver de su compañera. Ese día salió en busca del lobo a quien logro atrapar. Cuando se disponía a dar el tiro de gracia miro a los ojos de lobo y desde ese preciso instante, según relata, dejó de cazar para siempre lobos, dedicando su vida la protección de la naturaleza. De ahí nació el movimiento ambiental en USA y de alguna manera el movimiento ecologista mundial. Y todo, al menos según cuenta la leyenda, por un macho de lobo que se expuso a su propia captura y muerte por no abandonar a su hembra.

    Esta fidelidad de los vínculos entre lobos y de lo que podría afectar para ellos la muerte de un compañero parece estar presente también en nuestros perros domésticos. Emblemático es el caso de Hachiko, un perro japonés en cuyo honor se erigió una estatua por esperar en el mismo lugar a su amo por más de diez años hasta que murió. O el yorkshire que tras la muerte de su amo nunca abandonó su tumba y vivió toda su vida hasta su propia muerte en el cementerio junto a su amo.

    Ahora, y sin restar su importancia a todas estas reacciones ¿cuál es la explicación de las mismas? ¿“extrañan” los animales y sienten de alguna manera la ausencia del ser querido o estamos ante una simple reacción ante un cambio en su medio, en su rutina?

    Mi realidad frente a la realidad de esos animales que transportaban sus muertos o que sufrían frente al sufrimiento se ha ido modelando desde mi infancia. Ahora sé, fruto del trabajo de los investigadores del comportamiento animal, que muchas de esas conductas podrían responder perfectamente a programas automáticos. Por ejemplo, en el caso de las hormigas, sería algo así como un programa barredor o limpiador de cadáveres de congéneres que se activa con claves del entorno específicas y cuyo fin, según la especie, es o bien limpiar el hormiguero de cadáveres, o bien construir un gran depósito de cadáveres que sirva materia orgánica al hormiguero. En el caso de las abejas, la reacción ante el daño a un semejante podría ser desencadenada por la liberación de feromonas específicas por parte del individuo afectado, señal de aviso de algún peligro para toda la colmena. ¿Es esto alguna forma de conciencia de la muerte o peligro de los semejantes?
    Por otra parte, cuando nos preguntamos por la reacción de un animal ante la ausencia de otro con el que ha mantenido alguna clase de vínculo afectivo, vemos que ésta es muy distinta al hecho que el animal tenga una reacción frente al cuerpo muerto de dicho individuo, o que asocie, pasado un breve período de tiempo, dicho cuerpo al individuo con vida. Lo más habitual es que la mayor parte de los animales no muestren interés por sus parientes muertos, ignorándolos por lo general.

    Los pocos casos en que al parecer existe algún grado de reacción, si se me permite decirlo, que pueda sugerir algún concepto o entendimiento del hecho de la muerte de un semejante, los encontramos en algunos de los mamíferos sociales que poseen los cerebros más complejos. Por ejemplo, se ha observado a madres chimpancés, gorilas y delfines transportar por días los cadáveres de sus hijos, quizás sin darse cuenta que están muertos o quizás simplemente rehusándo a abandonarlos. Se cuenta un caso de una madre gorila que pasados varios días, y cuando el cuerpo de su cría mostraba claros indicios de deterioro, llego al extremo de comérselo. Además, en todas estas especies los individuos han mostrado cambios de conducta asociados a la muerte de algún animal con el que estaban vinculados, como buscar a sus compañeros en los lugares que solía frecuentar o retirarse del grupo y dejar de participar por días en las dinámicas sociales. Estos comportamientos son, para muchos, claros indicios de que el animal recuerda y extraña al individuo que ha desaparecido. El hecho de no abandonar a los semejantes en problemas, enfermos o moribundos, es llevado al extremo en los cetáceos, quienes pueden morir en masa con tal de no abandonar a uno de los suyos. Esto es conocido por balleneros quienes, en el pasado, han arrastrado a veces a crías moribundas a un costado de la embarcación para hacer que la madre o el grupo los siguiera adonde ellos quisieran y se se sigue utilizando, por ejemplo, en las Islas Faroes, en Dinamarca, para atraer a todo el grupo a la costa donde estos animales son asesinados por el pueblo en una cruel tradición popular.

    Pero de todos los ejemplos, el de los elefantes es el que más nos suele impresionar, quizás por su semejanza con algunos de los duelos humanos. Los elefantes, al encontrarse con los restos de otro elefante muerto se muestran agitados, tensos y excitados. Con sus patas y trompa los escudriñan, huelen y tocan los restos óseos de otros semejantes. ¿Tendrán los elefantes además del apego afectivo a su pariente algún concepto de la muerte o solamente actúan por curiosidad al encontrar objetos inusuales?

    Para intentar esclarecer este problema se estudiaron 19 grupos distintos de elefantes de una reserva en Kenia y sus reacciones ante la presencia de cráneos y huesos de elefantes dejados a propósito a su paso. Se realizaron tres experimentos. En el primero, se investigó la respuesta de los animales a los cráneos, los colmillos y trozos de madera. En el segundo, se investigó la respuesta de los elefantes frente a una variedad de cráneos de rinoceronte, búfalo y elefante. En el tercero, se estudió la reacción de grupos de elefantes que habían perdido a su matriarca ante la presencia del cráneo de la misma frente a la de otros procedentes de elefantes no emparentados.

    Lo que se encontró es que los animales mostraron mucho más interés por las piezas de marfil que por los objetos de madera, mucho más por los craneos de elefante que por los de otros animales y, sobre todo, mayor interés por los de parientes frente a los de no parientes.

    Si bien su interés por los colmillos probablemente se deba a sus experiencias con elefantes vivos, lo que no se sabe realmente es cómo los elefantes eran capaces de distinguir los huesos de los elefantes con los que están emparentados, ya que supuestamente su olor ya se había extinguido. (No obtante, si hubiera sido por el olor podría no ser muy distinto a nuestro reconocimiento visual de nuestros parientes). Los resultados y conclusiones de estos experimentos se han visto reforzados por observaciones de campo de conductas naturales en las que se ha visto a los elefantes detenerse ante el cadáver y permanecer hasta varios días silenciosos, y aparentemente entristecidos, olfateando y acariciando el cuerpo o los huesos de sus parientes, e incluso defender estos restos ante cualquier intruso como si se tratra de un familiar con vida. Uno de los comportamientos que más impresiona es que además muchas veces los cubren con tierra y hojas, como una especie de tumba del cuerpo sin vida.

    Al igual que los chimpancés o los delfines, los elefantes son especies en las que sus individuos viven durante mucho tiempo y tienen fuertes relaciones sociales tanto entre familiares como entre los distintos miembros de una manada, con presencia de actos altruistas, es decir, con la ayuda a otros miembros del grupo, comprometiendo incluso la seguridad personal. En el caso de los elefantes, estas características podrían explicar, en parte, su gran interés por los restos de otros elefantes. ¿Son acaso estos ritos semejantes en algún grado a los ritos de duelo que prácticamos los humanos?

    Como diría Blas Pascal “no es conveniente enseñarle al hombre su parentesco con el animal sin señalarle al mismo tiempo su grandeza”. Ahora sabemos, gracias a las excavaciones en la sierra de Atapuerca, que por lo menos hace 300.000 años que los seres humanos despedían a sus muertos de forma consciente mediante un ritual. A partir de entonces la especie humana ha continuado elaborando una gran diversidad cultural de rituales, se ha planteado innumerables preguntas y ha desarrollado diferentes visiones o concepciones de lo que es la muerte. Ahora, salvo todos estos envases culturales, y salvo la compleja elaboración de ritos, creo que aún permanecemos, en términos de contenidos, bastante ignorantes a qué significa realmente y qué ocurre en el proceso de morir. En la base de todos nuestros rituales y explicaciones estamos tan presos como los elefantes, los chimpancés, el gorila, los delfines y demás animales al dolor provocado por la ausencia y la pérdida de un ser querido, el cual solamente puede ser paliado con representaciones, si se me permite, ”creaciones” mentales y, por lo tanto, imaginarias, de lo que nos ocurre después de la muerte. En cuanto a lo que realmente ocurre, y salvo unos cuantos “iluminados” que supuestamente han regresado de ésta (pero que no nos pueden transmitir la experiencia al igual que no se puede transmitir el sabor de una manzana a quién no la haya probado), creo que aún estamos en el mismo nivel de ignorancia que las demás especies, salvo por la diferencia, abismal, en todo caso, de que nos hacemos la pregunta y nos inventamos las respuestas.

  4. Vaelia dice:

    Fuente: [url=http://librodenotas.com/deloanimallohumanolodivino/13895/prejuicios-bestiales]http://librodenotas.com/deloanimallohumano…icios-bestiales[/url]
    por José Fco Zamorano Abramson

    Es prácticamente inevitable que proyectemos nuestra realidad humana, para bien o para mal, en toda la naturaleza que nos rodea y que, por lo tanto, atribuyamos con cierta frecuencia propiedades humanas al resto de los seres vivos (y no vivos) que coexisten junto a nosotros. Muchas de estas atribuciones no son solamente productos del mero capricho personal, del aprendizaje y/o de las creencias de cada cultura, sino que también tienen profundas raíces en nuestra información genética. En este juego de interacción de información prejuiciosa, tanto genética como cultural, existen especies que, según porten o carezcan de rasgos que simbolicen, evoquen, nos recuerden o nos sugieran de alguna manera, explícita e implícitamente, virtudes o defectos humanos, han salido extremadamente beneficiadas, según el lugar y la época; otras, por el contrario, enormemente perjudicadas, mientras que otras, por su parte, han recibido el beneplácito de la indiferencia permanente.

    Es un hecho estudiado que ojos grandes y cabeza grande en relación al tamaño del cuerpo, proporciones que se dan en nuestros bebés en sus primeros años, nos predisponen a los adultos a sentimientos de simpatía y ternura hacia ellos. Esta misma proporción se da también en los cachorros de muchos mamíferos y parece cumplir la misma función. Esta característica, por ejemplo, se ha seleccionado artificialmente por los criadores y creadores de muchas razas de perros y gatos de compañía como el perro pekinés, buldog y el gato persa, entre otros, quienes deben su éxito entre los humanos, en gran parte, a esta similitud, en términos de proporciones, con el rostro de un bebé humano. Estos estímulos desencadenantes (ojos grandes y redondeados y cabeza grande) también son utilizados en la mayoría de los iconos de Disney o en el canario Piolín, que evoca ternura en la mayoría (salvo raras excepciones, como el caso de su eterno enemigo el gato silvestre y el de quien escribe). Siguiendo estas mismas proporciones, los ojos grandes del oso panda –debido a las manchas negras oculares que rodean el verdadero ojo– lo han asociado erróneamente con un animal tierno y simpático, siendo el carácter este oso, muy por el contrario, arisco y solitario. Esta atribución provoca que sea uno de los animales que más mordeduras ocasiona a los visitantes en los zoológicos, ya que la gente tiende a intentar acariciarlo a través de los barrotes. En este mismo sentido, los prejuicios también confunden a la gente que cree que los delfines son siempre amistosos y están siempre felices y dispuestos a jugar. La clave está en que no tienen músculos faciales y, por eso, su rostro posee una “sonrisa permanente”, que en absoluto refleja su estado emocional. La sonrisa es un estímulo tan importante en nuestra propia comunicación que nos cuesta no sonreír al ver un delfín y tendemos fácilmente (al menos algunos) a querer interactuar con este animal, cuando la realidad es que, muchas veces por el estrés provocado por el cautiverio, pero también en vida libre, pueden no estar del mejor humor. Esto, sumado al temperamento particular de cada individuo, ha causado bastantes ataques graves en los acuarios, tanto a entrenadores como al público en general que se ha aventurado a nadar junto a ellos.

    Prejuicios de este tipo han llegado a extremos ridículos. La oposición entre lo que proyectamos en el águila y el camello son ejemplos claros. Debido a la forma de sus ojos y su proporción con el tamaño de la cabeza, el águila siempre nos ha parecido de naturaleza inteligente, altiva y de carácter valiente, estando junto a león en muchos de los escudos patrios y estandartes de guerra. El camello, por su parte, por la forma de su nariz y proporción de ésta con el rostro, no ha sido nunca precisamente un símbolo de belleza, valentía o inteligencia. Sin embargo, gran parte del cerebro del águila está dedicada a la visión y no a procesos cognitivos de complejidad superior, caso muy distinto al camello o al de muchas otras aves, como las gallinas, las palomas y sobre todo los cuervos y los loros que gozan, por el contrario, de menos “status intelectual”. En cuanto a la valentía, no es que las águilas sean de naturaleza cobarde, pero quienes merecerían realmente estar en los estandartes de guerra son justamente los camellos, ya que estos han jugado muchas veces un rol decisivo, junto a los elefantes, en los cuerpos de caballería de grandes ejércitos, tales como el de los famosos jinetes persas.

    Estos prejuicios están también en la base de algunas fobias a animales que, hasta cierto punto, están justificadas desde una perspectiva evolutiva. Entre ellas, el rechazo universalmente generalizado a las serpientes y a las arañas debido a su potencial venenoso o las ratas, por ser en algunos casos portadoras de enfermedades. Este rechazo natural seguramente potenció, injustificadamente, que la serpiente se asociara al demonio. Pero la serpiente también ha sido venerada como símbolo de transformación, inmortalidad, sabiduría y, para nuestra cultura occidental, de medicina y salud, convirtiéndola en el símbolo arquetípico por excelencia de lo que Carl Jung denominó el inconciente colectivo. Es curioso que este mismo conocimiento que porta la serpiente se transmutara en un valor negativo para la mayoría de las interpretaciones del antiguo testamento, asociándola con la tentación a caer en el pecado, a la sexualidad vista en forma negativa (quizás por su forma fálica), con la parte obscura de la mujer (como representación de la parte incontrolable de la tierra y la naturaleza) y la naturaleza perversa de la curiosidad por el conocimiento. Es probable que todo esto haya influido en la mala reputación de que actualmente gozan y que sean consideradas alimañas que pocos se inclinan a conservar y proteger y que la mayoría no dudaría en exterminarlas indiscriminadamente si se encuentran próximas a un asentamiento humano. Lo que vale para la serpiente se ha extendido, lamentablemente, para la mayoría de los reptiles, quienes son considerados primitivos, solitarios, poco evolucionados y poco inteligentes, cuando los árboles genealógicos actuales no les dan un origen más antiguo que el de las aves y o el de los primeros mamíferos. Además, algunas especies de lagartos han demostrado en experimentos recientes tener una vida social relativamente compleja, la capacidad de aprender de la experiencia e incluso la capacidad de jugar.

    Prejuicios como los comentados llevaron también a que en el pasado los gatos terminaran siendo perseguidos y casi exterminados en Europa por la Iglesia Católica hacia mediados del siglo XIII, por considerarlos símbolos del diablo y el cuerpo metamórfico de las brujas. Los gatos eran animales salvajes que comenzaron su proceso de domesticación hacia el año 3000 a. C. para controlar la abundancia de ratones alrededor del grano que existía en Egipto. Posteriormente, se convirtieron en un símbolo de adoración e incluso se prohibió matarlos so pena de muerte. Luego, fueron ligados al paganismo de la Edad Media a través del culto de la diosa Freya, diosa del amor y de la curación según la mitología nórdica, y, al ser confundido con la divinidad misma, se convirtieron en la base de las “purificaciones” de la Iglesia. La Iglesia alentó de tal forma la persecución de los gatos que su quema en las hogueras de la noche de San Juan llegó a convertirse en un espectáculo. El aniquilamiento de los gatos fue de tal magnitud que cuando la peste negra azotó Europa en el siglo XIV, causando más de veinticinco millones de muertos, apenas quedaban ejemplares para luchar contra las ratas, principales propagadores de la enfermedad. Así que por eliminar una peste que solo existía en nuestros prejuicios ¡nos adjudicamos una peste real! Afortunadamente, la necesidad de su existencia se reivindicó a partir del siglo XVII justamente debido a su habilidad para la caza de ratas.

    Prejuicios como este siguen teniendo hoy en día bastante poder. Se cree habitualmente que los tiburones son animales enormes, feroces y crueles que adoran la carne humana, cuando, muy por el contrario, suelen atrapar presas bastante más pequeñas que ellos, y la carne humana les atrae muy poco por la gran cantidad de huesos (frente a las focas, por ejemplo, no tenemos suficiente carne ni grasa). Por el contrario, los tiburones desempeñan un papel crucial en los océanos al alimentarse de animales heridos o enfermos. A pesar de esto hemos dado a los tiburones la mala reputación de “asesinos feroces y sanguinarios”, y esta sigue siendo la idea que tiene mucha gente sobre ellos (además la expresión de su rostro puntiagudo y el hecho de mostrar los dientes es señal de agresión para nosotros y nos atemoriza bastante). Si bien es cierto que muchos tiburones son capaces de matar a una persona, los humanos sólo nos convertimos en objeto de ataque por casualidad, al ser confundidos los bañistas o los submarinistas con presas. En caso de darse cuenta de que se trata de un ser humano, lo que intentan hacer generalmente es huir. Esta mala fama ha dado como resultado que en el mundo se maten cada año unos 100 millones de tiburones, y que hasta un 80% de sus especies estén en peligro de extinción. Este trato resulta bastante injusto cuando, en contraste, sólo tenemos una media de doce ataques mortales a personas por año, ¡menos que el número de personas que mueren a causa de mordeduras de perro, picaduras de avispas, abejas, rayos o resbalones en la bañera! Es decir, las abejas, nuestras grandes amigas que tienen a la simpática Maya como representante, matan más gente por sus picaduras que las que matan los odiados y temidos tiburones. Sorprendentemente, en un hospital de U.S.A. se concluyó que el animal que mas urgencias causaba por mordidas era… ¡otro ser humano!

    Así que, ¡cuidado con las apariencias!, siga sonriendo si quiere al delfín, total, eso no tiene ninguna consecuencia grave, pero no olvide que eso no quiere decir que éste realmente le esté devolviendo la sonrisa, cuidado con las abejas y con acariciar sin tomar precauciones al dulce oso panda y más que no bañarse en el mar por miedo a los tiburones, ¡piénselo dos veces antes de ducharse en una bañera!

  5. Vaelia dice:

    Fuente: [url=http://librodenotas.com/deloanimallohumanolodivino/12182/animal-un-termino-que-perdio-su-significado]http://librodenotas.com/deloanimallohumano…-su-significado[/url]
    por José Fco Zamorano Abramson

    Uno de los paradigmas más generalizados respecto a nuestra concepción de los animales proviene de la visión experimentada por Rene Descartes el 10 de noviembre de 1619. Descartes, que era creyente, afirmó haberla recibido del “ángel de la verdad”. Su visión, la de un mundo de apariencia mecánica gobernado enteramente por leyes universales escritas en el lenguaje de las matemáticas, sin espontaneidad ni libertad inherente, dio lugar a la teoría mecanicista de la naturaleza. De esta manera, a la naturaleza se le extirpo el alma y con ello, los animales, las plantas y también el cuerpo humano, pasaron a ser máquinas inanimadas. La única parte del mundo material no enteramente mecánica del universo era una pequeña región del cerebro humano, la glándula pineal, en la que la mente consciente y racional del ser humano interactuaba de alguna manera con la maquinaria del sistema nervioso. Anteriormente, el alma se hallaba en el cuerpo o el cuerpo en el alma, pero a partir de este momento, el alma comenzó a existir solo en el cerebro humano.

    Esta visión de los animales carentes de alma, que atañó a toda la naturaleza, fue el paradigma principal de la revolución científica del siglo XVII y aun hoy día es compartida por gran parte de los científicos modernos. Como consecuencia, los animales no poseen ya alma ni propósitos propios y toda su conducta está sujeta únicamente a leyes mecánicas.

    La gran paradoja etimológica es que la palabra animal deriva de la palabra latina “animalis” que significa “lo que vive”, además de “animus” que se traduce como “ser dotado de respiración o del soplo vital”, también llamado “ánima”. Es decir, animal sería aquel ser dotado de ánima, esto es, de alma. Esta palabra posee la misma raíz de la palabra “animar” la cual significa energizar, llenar de respiración, de vitalidad.

    Resulta significativo, además, el hecho de que la palabra latina psyche del término griego psykhe, o psiche (el aliento de vida) provienen del verbo psychein, que significa “soplar”, por lo que el término significa soplo, aliento, ánimo (alma). Los griegos creían que en el instante de morir un ser humano exhalaba su último aliento, y éste abandonaba los restos corporales volando en forma de mariposa, de ahí la representación en la mitología de la diosa Psiquis como una adolescente con alas de mariposa. Esta relación entre soplar y espíritu aparece ya en La Biblia, en la que encontramos varias referencias al “espíritu” de Dios en forma de aliento o soplo. Por ejemplo, en el Génesis se menciona que Dios le dio la vida a Adán soplando, traspasándole su aliento, su ánimo, su espíritu. En la actualidad, cuando alguien muere, se dice que “expira”, que exhala su último aliento, que deja ir el alma.

    La Psicología (estudio de la psykhe) sería, por tanto, etimológicamente hablando,“el estudio del alma”, la “ciencia del alma”, y si animal significa “el que tiene alma” entonces la Psicología es el estudio del alma en los seres “animados” es decir el estudio de la “Psiquis o alma de los animales”, humanos y no humanos.
    Relacionado con el significado de alma se encuentra la palabra “espíritu”, la cual procede del latín spiritus (soplo, aire respirado, aliento), del verbo spirare (spiratus), que significa “soplar el viento”, y por extensión metafórica, respirar, alentar, suspirar, exhalar. Lo que en griego se denominaba pnéuma.
    Y siguiendo con las paradojas, la palabra “Biología”, la cual proviene del griego bio (vida) y logía-+ (ciencia) y que originalmente hacía referencia a la vida como “historia o desarrollo espiritual” se utiliza hoy en día solamente para el estudio de la vida orgánica y principalmente desde una visión reduccionista y mecanicista, quedando y manteniéndose completamente separada del estudio del espíritu (o alma, según hemos señalado). El ejemplo original lo tenemos en la palabra “biografía”, que no se refiere a la vida orgánica, sino a la historia. La vida orgánica, por el contrario, era designada por la palabra griega zoé, (zôon) referida a la vida animal, vida animada, con la cual se ha construido la palabra zoología, limitada al reino animal.
    En este punto y a modo de resumen, podemos llegar a las siguientes equivalencias: soplo vital = aliento = alma = anima = animal / Alma = psiquis = espíritu

    Según el diccionario de la Real Academia Española, la palabra animal significa: el ser orgánico que vive, siente y se mueve por propio impulso. Esta definición nos remite a la presencia de sensaciones, percepciones, necesidades, emociones e incluso sentimientos, la presencia de una personalidad, de una “subjetividad”, una estructura que refleja el mundo desde su propia determinación estructural, desde su propio sistema nervioso.

    Por lo tanto, si el alma o ánima es la vida que existe y fluye entre los seres animados (a diferencia de los inanimados), entonces todos los animales estamos provistos de alma, ya que todos los animales tenemos y compartimos un nivel de existencia “anímica”.
    Obviamente la definición etimológica no es ni el único ni el principal criterio a tomar en cuenta a la hora de realizar distinciones entre lo que caracteriza a los seres vivos y objetos inanimados y a lo que nos distingue del resto de las especies (si así fuera podríamos llegar a decir decir que los “neumáticos” poseen un “alma espiritual”, ya que esta palabra proviene del griego pneumaticos). Dicho esto, creo que entender el origen de la palabra animal nos aporta un interesante “punto de partida” para cuestionar algunas concepciones, que surgiendo con posterioridad al origen de las palabras, han cambiado el verdadero sentido de éstas llevándolas en algunos casos al polo opuesto de su significado original. En la actualidad el mecanicismo cartesiano extirpó el alma a los animales (los dotados de alma), y su enfoque reduccionista ha llevado a que conceptos como alma o espíritu sean tabúes para la ciencia, al menos para una parte muy importante de ella. ¿debemos mantener la paradoja?

  6. Vaelia dice:

    El fragmento resaltado hace referencia – de nuevo- a E.T. Seton y “Old Lobo”.

    http://rojointenso.net/mybb/?p=2633

  7. Vaelia dice:

    [url=http://www.geocities.com/krousky/Espanol/Articu11.htm]http://www.geocities.com/krousky/Espanol/Articu11.htm[/url]

    ¿Pueden pensar los animales?

    El libro The Parrot’s Lament, de Eugene Linden, plantea que los animales usan la inteligencia para burlarse de los humanos.

    Fuente: TIME. Septiembre 15 de 1999

    (TIME) — Cuando Fu Manchú se escapo la primera vez, los empleados del zoológico lo atribuyeron a un error humano. Hacía un día espléndido y los orangutanes del zoológico de Omaha habían estado jugando en su espaciosa jaula al aire libre.

    Poco después, ante la mirada atónita de los cuidadores, Fu y su familia se encontraban subidos a los árboles, junto a la jaula del elefante. Se supo después que la puerta que conecta la sala de calderas con la jaula de los orangutanes había quedado abierta.

    Jerry Stones, jefe de los guardianes, reprendió severamente a su personal y el incidente se olvidó. Sin embargo, cuando volvió a hacer buen tiempo, Fu Manchu se volvió a escapar. “Estuve a punto a despedir a alguien”, recuerda Stones.

    Al día siguiente, gracias al aviso de los vigilantes desesperados por conservar su empleo, Stones logró atrapar a Fu Manchu con las manos en la masa.

    El joven simio bajó por una abertura de ventilación hasta una fosa seca. Luego empujó la parte inferior de la puerta de la caldera con todas sus fuerzas hasta lograr abrir una pequeña ranura. Introdujo un alambre por la apertura y levantó la manija hasta que la puerta se abrió.

    Al día siguiente, Stones notó que Fu tenía algo brillante en la boca. Al acercarse, comprobó que se trataba ni más ni menos que de la ganzúa usada para sus salidas, perfectamente oculta entre el labio y la encía.

    Las fugas de Fu Manchu acapararon los titulares de los periódicos en 1968, pero sus astutos trucos no impresionaron demasiado a los científicos dedicados a buscar evidencias de procesos mentales elevados en los animales.

    Por aquel entonces, la mayoría de los estudios sobre inteligencia animal tenían como propósito enseñar a los simios a usar lenguajes humanos y a ningún científico le importaban mucho las hazañas de aquel Houdini peludo.

    Tampoco a mí. En 1970 comencé a seguir de cerca los resultados de los estudios sobre inteligencia animal, en especial los relacionados con chimpancés que habían aprendido a usar palabras humanas.

    Esta especialidad dio un giro de 180 grados cuando dos psicólogos, R. Allen y Beatrice Gardner, se dieron cuenta de que los simios tenían problemas formando los sonidos para modular las palabras.

    Por tanto, seleccionaron a una chimpancé joven llamada Washoe y decidieron enseñarle el código para personas sordas utilizado en los Estados Unidos. Washoe terminó aprendiendo más de 130 palabras. Pero lo que es más importante es que sabía lo que significaban.

    El éxito de Washoe hizo que se llevaran a cabo más estudios e hizo célebres a simios como Koko, el gorila, y Chantek, el orangután.

    Las investigaciones también desataron en los círculos científicos un feroz debate, que continúa hasta nuestros días, acerca de la naturaleza de la inteligencia animal. Baste con decir que ha sido más fácil derrotar al Comunismo que conseguir que los científicos se pongan de acuerdo en qué quiso decir Washoe hace treinta años cuando al ver un cisne en un lago hizo los signos correspondientes a “pájaro de agua”.

    ¿Estaba inventando una frase para describir al ave o simplemente generó dos signos independientes asociados con la escena que tenía ante sus ojos?

    A lo largo de los años he escrito varios artículos y dos libros sobre los experimentos en inteligencia animal y la polémica que los rodea.

    He podido presenciar de cerca los problemas a que se enfrentan los científicos al intentar examinar fenómenos tan difíciles de aprehender como el lenguaje y la formación de las ideas. ¿De verdad piensan los animales? ¿Acaso tienen conciencia de sí mismos?

    Algunos filósofos y científicos se ofenden incluso con la pregunta misma, ya que se pisa el terreno fronterizo que separa a los hombres de las bestias. Pero, como señala Donald Griffin, de la Universidad de Harvard, descartar el estudio de la conciencia animal nos impide comprender a otras especies. “Si la conciencia es importante para nosotros y existe en otras criaturas”, señala Griffin, “es probable que también sea importante para ellas”.

    Ante la frustración que me provocaba este interminable y estéril debate ideológico, me pregunté si no habría alguna manera mejor de penetrar en la mente de los animales que los experimentos que intentaban enseñarles los signos y los símbolos humanos.

    Fue entonces cuando conocí la historia de Fu Manchu y me di cuenta de algo que hoy me parece obvio: si los animales pueden pensar, es probable que lo hagan mejor cuando les conviene a ellos, no cuando un científico les pide que lo hagan.

    Así fue como me lancé a explorar el mundo de la inteligencia animal desde el otro lado.

    Comencé a conversar con gente que trabajaba con animales a nivel profesional: veterinarios, zoólogos, empleados de zoológicos como Jerry Stones, entre otros. Aunque la mayoría de ellos no estudia la inteligencia animal en sí, se topan con ella, o la falta de ella, día tras día.

    Cuando dos o más cuidadores se ponen a hablar, no faltan las anécdotas de cómo sus protegidos intentaron burlarse de ellos, engatusarlos o sorprenderlos de alguna manera.

    Abundan las historias de animales que engañan y manipulan a sus guardianes o que negocian con ellos, y otras de una comprensión y confianza que superan el abismo que separa a las especies. Y si los cuidadores han tomado un par de copas, no faltarán, desde luego, los relatos de algún escape de película.

    Estoy convencido de que todas estas historias sacan a relucir otra faceta de lo que es una nueva puerta de entrada a la inteligencia animal: las proezas mentales de las que hacen gala los animales estando en cautiverio y frente a la especie dominante del planeta, es decir, los humanos.

    ¿Qué quieres a cambio de esa banana?

    Los animales cautivos a menudo pasan a ser estudiosos de los humanos que controlan sus vidas.

    Los grandes simios, en particular, están siempre alerta para aprovechar situaciones que les reporten alguna ventaja, por ejemplo, cuando alguien arroja u olvida algún elemento útil o valioso dentro de su jaula. Los animales con más experiencia reconocen el concepto de valor, y lo equiparan a “algo que yo tengo y que tú quieres”, y explotan esas oportunidades para obtener el máximo provecho.

    En una ocasión, cuando Charlene Jendry, del zoológico de Columbus, se encontraba en su oficina, recibió la noticia de que un gorila macho, llamado Colo, apretaba en sus manos un extraño objeto.

    Cuando Charlene llegó a la jaula, le ofreció algunos maníes, pero el chimpancé no reaccionó. Charlene se dio cuenta de que lo que quería era negociar. Entonces le ofreció un trozo de piña.

    Sin mirarla a los ojos, Colo abrió la mano y le mostró -como un traficante de artículos robados a su cliente- que tenía un llavero. Charlene respiró tranquila al ver que no se trataba de nada peligroso ni valioso, y le dio a Colo el trozo de fruta. Pero como buen negociador, Colo rompió el llavero y le entregó tan sólo un eslabón de la cadena, pensando quizá: “¿Por qué darle todo si puedo conseguir un pedazo de piña por cada parte?”.

    Si los animales demuestran cierta habilidad para el negocio del trueque, ¿no podrán hacerlo también con el dinero?

    Un orangután llamado Chantek demostró que es posible durante un estudio sobre el lenguaje de signos realizado por la psicóloga Lyn Miles en la Universidad de Tennessee.

    Chantek aprendió más de 150 palabras, pero eso no es todo. El simio dedujo que si limpiaba su habitación y hacía otros quehaceres domésticos, podía ganar monedas que luego canjeaba por golosinas y paseos en el auto de Lyn.

    Chantek parecía entender el concepto del dinero más allá de meras transacciones, y no era ajeno a las nociones de inflación y falsificación.

    Al principio, Lyn usaba fichas de póquer como moneda de curso legal, pero Chantek decidió incrementar sus recursos monetarios partiendo las fichas en dos. Cuando Lyn comenzó a usar pequeños aros, Chantek se procuró trozos de papel de aluminio e intentó falsificarlos. Además, Lyn intentó enseñarle al orangután otras prácticas más virtuosas como el ahorro, el compartir y la caridad.

    Cuando visité a Chantek en el zoológico de Atlanta, su hogar actual, no fui testigo de ningún acto caritativo de su parte, pero presencié un ejemplo de compartir que daría envidia a cualquier capitalista. Cuando Lyn le dio a Chantek un racimo de uvas y le pidió que las compartiera con ella, Chantek las engulló todas de un solo bocado.

    Pero después, al recordar las lecciones de Lyn, procedió a entregarle la rama, pero sin ninguna fruta.

    ¿Qué se deduce de esto? La naturaleza nos ha equipado para manejar números y asignar un valor a las cosas, pero estas habilidades humanas también pueden hallarse de forma más limitada en nuestros parientes más cercanos.

    Cuando viven en libertad, los simios comparten, negocian y hacen obsequios, y saben manejarse a la perfección en esa especie de bazar primitivo que es el zoológico.

    El buen samaritano

    ¿Por qué querría un animal cooperar con un ser humano? Los conductistas responderían que los animales cooperan cuando aprenden, mediante refuerzos positivos y negativos, que les conviene hacerlo.

    Yo, personalmente, no creo que ahí termine la cosa.

    Con los humanos, no hay duda, la recompensa intangible que supone el respeto, la dignidad y el éxito puede resultar mucho más motivadora que las gratificaciones materiales. Del mismo modo, para los animales la autoestima que obtienen de la cooperación podría ser más importante que conseguir una galleta.

    Gail Laule, una consultora en conducta animal de Active Environments Inc., utiliza un sistema de premios para alentar a los animales a hacer una determinada cosa, pero reconoce que no son muñecos de cuerda que responden ciegamente a las tentadoras golosinas.

    “Es mucho más fácil trabajar con un delfín cuando partimos de que es inteligente… Eso es lo que ocurrió con Orky”, señala Laule, refiriéndose a su labor con uno de los delfines gigantes conocidos como orcas o ballenas asesinas.

    “De todos los animales con los que he trabajado, Orky era el más inteligente. Sabía evaluar la situación y actuar según su criterio”.

    Como por ejemplo, la vez que ayudó a salvar a un miembro de su familia.

    Corky, la pareja de Orky, dio a luz a fines de los años 70, pero el bebé no se desarrollaba bien y los cuidadores decidieron retirarlo del estanque para administrarle una terapia de emergencia.

    La situación se complicó cuando llegó el momento de devolverlo al estanque. El operador de la grúa que transportaba la camilla no podía ver bien la pileta, y la colocó a pocos metros por encima del agua.

    De repente, el bebé-ballena comenzó a vomitar por la boca y el espiráculo (el orificio de expulsión del agua). El mayor riesgo era que el bebé pudiera aspirar parte del vómito y contraer una neumonía fatal. Según Tim Desmond, uno de los colegas de Laura, era una situación desesperada porque los cuidadores se encontraban fuera de su alcance, a nivel del agua, y no podían hacer nada.

    Orky venía observando el proceso de cerca y, aparentemente, comprendía cual era el problema. Se colocó debajo de la camilla para que uno de los cuidadores pudiera pararse sobre su cabeza y llegar hasta el bebé.

    Esto fue extraordinario, señala Tim, porque no se le había entrenado a llevar gente sobre la cabeza, como hacen otros animales de acuario. Orky, manteniéndose firme gracias al sorprendente poder de su cola, hizo de plataforma para que el cuidador pudiera llegar hasta el enganche de la correa. Después de abrirlo, el bebé de 190 kg. se deslizó al agua y pudo recibir ayuda.

    El cuidador siempre muerde el anzuelo

    Desgraciadamente, es más fácil encontrar evidencias de inteligencia animal en su conducta artera que en las muestras de solidaridad o amor.

    Las artimañas más sofisticadas consisten en hacer creer a los demás algo falso, lo cual, a su vez, implica el conocimiento de que los estados mentales de los demás pueden manipularse.

    El psicólogo británico Andrew Whiten de la Universidad de St. Andrews, en Escocia, se refiere a esta capacidad como “el Rubicón mental”, es decir, la característica fundamental que separa a los humanos y los otros grandes simios del resto del reino animal.

    Si bien los psicólogos han estudiado diversas formas de manipulación animal, los cuidadores caen víctimas de ella a diario.

    Helen Shewman, del zoológico Woodland Park de Seattle, recuerda que un día, cuando echó una naranja por la puerta de la comida para Meladi, uno de las orangutanes hembra, ésta la miró a los ojos y estiró la mano, en lugar de hacerse a un lado.

    Helen pensó que la naranja había ido a parar a algún lugar inaccesible y le dio otra.

    Cuando Meladi se alejó, Helen descubrió que llevaba la primera escondida en la mano.

    Tawan, el macho dominante de la colonia, había observado el juego y al día siguiente hizo lo mismo, fingiendo que no había recibido ninguna naranja.

    “¿Seguro que no tienes una?”, preguntó Helen. Tawan se quedó mirándola fijamente y estiró la mano. Helen se ablandó y le dio otra. A los pocos segundos, se dio cuenta de que escondía la primera naranja bajo el pie.

    Larguémonos de aquí

    Aunque no exista animal que no haya intentado escapar del cautiverio, los orangutanes son los maestros de este arte.

    Además de usar ganzúas, estos simios fabrican guantes aislantes con paja para protegerse de las cercas electrificadas.

    Sus conocimientos en la materia llegan a tal punto que los cuidadores recurren a ellos para probar las nuevas jaulas, con la certeza de que si un orangután no encuentra la salida, ningún otro simio podrá.

    Pero, ¿cómo lo hacen? La clave de su éxito podría residir en su temperamento paciente y observador.

    El zoólogo Ben Beck señaló una vez que cuando se le da un destornillador a un chimpancé, intenta usarlo para todo menos para destornillar. Cuando se le da a un gorila, en cambio, éste da un paso atrás horrorizado, como pensando: “¡Dios mío! ¡Va a lastimarme!”. Al rato, intentará comérselo y terminará por olvidarse de él. Pero los orangutanes lo esconden y, cuando no hay moros en la costa, se ponen a desarmar la jaula.

    Aparte de las ingeniosas evasiones de Fu Manchu, una de las fugas más memorables fue la de Jonathan, un joven orangután del zoológico de Topeka.

    Jonathan llevaba cierto tiempo confinado en un área de espera y aquello no le hacía ninguna gracia.

    Los vigilantes no estaban demasiado preocupados, ya que la jaula estaba asegurada con una sofisticada puerta tipo guillotina que se abría verticalmente y se manejaba a distancia con presión neumática. Al cerrarse, la parte superior de la puerta quedaba encerrada entre dos planchas. Como medida de precaución adicional, un cuidador introducía una varita de metal por una especie de ojo de cerradura existente en las planchas y en la parte superior de la puerta. Una vez introducida, la varita, de unos 13 cm, se daba la vuelta, de modo que era necesario volverla a colocar en su posición inicial para empujarla hacia fuera y abrir la escotilla. Semejante sistema de seguridad habría bastado para contener a muchos humanos y, por supuesto, a un simio.

    Pero he aquí que una voluntaria que solía ir a jugar con un bebe orangután en una jaula vecina vio a Jonathan manipular algo en la parte alta de la jaula.

    Cada vez que el cuidador Geoff Creswell iba a investigar, se encontraba a Jonathan sentado en un rincón, de lo más tranquilo.

    Hasta que un día, Creswell se quedó helado al toparse con el enorme simio en un corredor, fuera de su jaula. Después de administrarle un tranquilizante y de encerrarlo de nuevo, descubrieron que había logrado voltear a la varita con un trozo de cartón. Así pudo empujarla hacia fuera y quitar el seguro de la jaula.

    La fuga de Jonathan demostró que los simios cuentan con un verdadero arsenal de capacidades mentales superiores. Jonathan ocultó su plan ante los humanos que lo cuidaban (aunque no pensó que la voluntaria de la jaula de al lado pudiera delatarlo), descubrió cómo funcionaba el mecanismo de bloqueo, y diseñó una herramienta para abrirlo. Pero lo más impresionante de todo es la planificación y perseverancia que requirió semejante proeza.

    Sally Boysen, una psicóloga de la Universidad Estatal de Ohio, estudió hasta qué grado la capacidad de razonamiento de un chimpancé depende de sus deseos.

    En un experimento con dos chimpancés, se mostraron dos platos con cantidades diferentes de golosinas a una de ellas, Sheba. El plato que señalara Sheba sería para la otra, Sarah, por lo que aquella tenía que elegir el pequeño para conseguir (quedarse) la porción más grande.

    Al ver los platos, Sheba siempre elegía el más grande, que terminaba en boca de Sarah.

    Pero cuando usaron fichas en lugar de comida, Sheba entendió en seguida que al señalar el más pequeño conseguiría la porción más grande. Aparentemente, en presencia de la comida, el apetito de Sheba superaba su capacidad para razonar. Cuando desaparecía la tentación, recuperaba su capacidad cognitiva y la utilizaba para conseguir el objeto de su deseo.

    El mismo experimento se realizó con niños. Los de cuatro años entienden que al señalar la porción pequeña de comida, recibirán la más grande, pero los de tres años todavía no son capaces. Esto sugiere que en algún momento durante el proceso de maduración humana las capacidades cognitivas del niño se desarrollan hasta entender que la continencia puede recibir su recompensa. “Durante toda una tarde, Sheba reaccionaba a veces como un niño de tres años y a veces como uno de cuatro, según utilizáramos comida de verdad u otro elemento”, señala Boysen.

    Aunque la inteligencia animal se vea entorpecida por muchas trabas, vemos que cada cierto tiempo consigue manifestarse con estallidos de genialidad. Son innumerables las criaturas que se valen de sus capacidades no sólo para procurarse comida y competir con sus semejantes, sino también para engañar y seducir a los humanos que se cruzan en su camino. Y cuando hacen algo extraordinario, nos permiten comprender mejor de donde proceden nuestras propias capacidades, y cómo debe sentirse al ser un orangután o una orca.

    Pero, ¿qué es la inteligencia? Si la vida se basa en la continuidad de las especies y la inteligencia está a su servicio, entonces no les llegamos ni a la suela del zapato a las tortugas marinas, que tienen el cerebro del tamaño de un guisante, pero nos precedieron y consiguieron sobrevivir el impacto del asteroide que causó la extinción de los dinosaurios.

    La historia ha demostrado que, una vez que la mente se libera de controles religiosos, culturales y físicos, funciona mejor y más rápido, y puede modificar todo lo que la rodea.

    Quizá por esto, las capacidades mentales superiores, aunque presentes en otras criaturas, se encuentran limitadas a un círculo más cerrado. De todas maneras, es reconfortante saber que otras especies aparte de la nuestra son capaces de tomar distancia y evaluar el mundo que las rodea, aunque sus horizontes sean limitados comparados con la perspectiva más temeraria y peligrosa que, para bien o para mal, caracteriza a la raza humana.

    ©1999 por Eugene Linden.