Contra un dios cosmopolita

Ciertamente: cuando un pueblo se hunde; cuando siente desaparecer de modo definitivo la fe en el futuro, su esperanza de libertad; cuando cobra consciencia de que la sumisión es la primera utilidad, de que las virtudes de los sometidos son las condiciones de conservación, entonces también su Dios tiene que transformarse. Ese Dios vuévese ahora un mojigato, timorato, modesto, aconseja la «paz del alma», el no-odiar más, la indulgencia, incluso el «amor» al amigo y al enemigo. Ese Dios moraliza constantemente, penetra a rastras en la caverna de toda virtud privada, se convierte en un Dios para todo el mundo, se convierte en un hombre privado, se convierte en un cosmopolita… En otro tiempo representó a un pueblo, representó la fortaleza de un pueblo, todas las tendencias de agresión y de sed de poder nacidas del alma de un pueblo: ahora es ya meramente el Dios bueno… De hecho, no hay ninguna otra alternativa para los dioses: o son la voluntad de poder – y mientras tanto serán dioses de un pueblo – o son, por el contrario, la impotencia de poder – y entonces se vuelven necesariamente buenos…

El Anticristo. Friedrich Nietzsche. Alianza, Madrid, 2006, págs. 46-47.

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