La mayor utilidad del politeismo

La mayor utilidad del politeísmo. Que el individuo establezca su propio ideal y que de él derive su ley, sus alegrías y sus derechos: es probable que este haya sido considerado hasta ahora como el más enorme de todos los extravíos humanos y como la idolatría en sí; de hecho, los pocos que se atrevieron a él han necesitado siempre a sus propios ojos una apología, y esa apología rezaba habitualmente: «¡no yo!, ¡no yo!, ¡sino un dios a través de mí!». El maravilloso arte y la maravillosa fuerza de crear dioses -el politeísmo- era aquello en lo que esa pulsión podía lícitamente descargarse, aquello en lo que se limpiaba, perfeccionaba y ennoblecía; pues originalmente era una pulsión vulgar y poco grata a la vista, emparentada con la obstinación, la desobediencia y la envidia. Ser enemigo de esa pulsión al propio ideal: ésta era antes la ley de toda moralidad. Había entonces una sola norma: «el hombre», y todo pueblo creía tener esta única y última norma. Pero por encima de sí y fuera de sí, en un lejano mundo superior, era lícito ver una pluralidad de normas: ¡un dios no era la negación de otro dios o la blasfemia contra él! Aquí estuvieron permitidos por primera vez los individuos, aquí se honró por primera vez el derecho de los individuos. La invención de los dioses, héroes y superhombres de todo tipo, así como de seres paralelos al hombre y de subhombres, de hadas, centauros, sátiros, genios y diablos, fue el inestimable ejercicio previo a la justificación del egocentrismo y la jactancia del individuo: la libertad que se concedía al dios respecto de los otros dioses se daba en último término a uno mismo respecto de las leyes y costumbres y vecinos. El monoteísmo, en cambio, esta rígida consecuencia de la doctrina de un solo hombre ajustado a una norma -así pues, la fe en un dios ajustado a una norma, mientras que todos los demás son dioses falsos y de mentira-, ha sido quizá el mayor peligro que ha corrido el género humano hasta ahora: implicaba la amenaza de aquella detención prematura que, en lo que podemos ver, la mayor parte de las demás especies animales ya han alcanzado hace mucho, por cuanto todas ellas creen en un solo animal ajustado a norma y que constituye el ideal de su especie, y han traducido la eticidad de la costumbre, de modo definitivo, en carne y hueso. En el politeísmo estaba prefigurada la libertad de espíritu y la pluralidad de espíritus del hombre: la capacidad de hacerse ojos nuevos y propios, y una y otra vez nuevos y cada vez más propios, de tal manera que el hombre es el único entre todos los animales para el que no hay horizontes y perspectivas eternos.

La gaya ciencia. Friedrich Nietzsche. Edaf, Madrid, 2002, págs. 222-223.

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