Nietzche hablando del rayo…

Cuando por primera vez fui a los hombres cometí la tontería propia de los eremitas, la gran tontería: me instalé en el mercado.

Y cuando hablaba a todos no hablaba a nadie. Y por la noche tuve como compañeros a volatineros y cadáveres; y yo mismo era casi un cadáver.

Mas a la mañana siguiente llegó a mí una nueva verdad: entonces aprendí a decir «¡Qué me importan el mercado y la plebe y el ruido de la plebe y las largas orejas de la plebe!»

Vosotros hombres superiores, aprended esto de mí: en el mercado nadie cree en hombres superiores. Y si queréis hablar allí, ¡bien! Pero la plebe dirá parpadeando «todos somos iguales».

«Vosotros hombres superiores, -así dice la plebe parpadeando- no existen hombres superiores, todos somos iguales, el hombre no es más que hombre, ¡ante Dios todos somos iguales!».

¡Ante Dios! – Mas ahora ese Dios ha muerto. Y ante la plebe nosotros no queremos ser iguales. ¡Vosotros hombres superiores, marchaos del mercado!

¡Ante Dios! – ¡Mas ahora ese Dios ha muerto! Vosotros hombres superiores, ese Dios era vuestro máximo peligro.

Sólo desde que él yace en la tumba habéis vuelto vosotros a resucitar. Sólo ahora llega el gran mediodía, sólo ahora se convierte el hombre superior – ¡en señor!

¿Habéis entendido esta palabra, oh hermanos míos? Estáis asustados: ¿sienten vértigo vuestros corazones? ¿Veis abrirse aquí para vosotros el abismo? ¿Os ladra aquí el perro infernal?

¡Bien! ¡Adelante! ¡Vosotros hombres superiores! Ahora es cuando la montaña del futuro humano está de parto. Dios ha muerto: ahora nosotros queremos -que viva el superhombre.

Los más preocupados preguntan hoy: «¿Cómo se conserva el hombre?» Pero Zaratustra pregunta, siendo el único y el primero en hacerlo: «¿Cómo se supera al hombre?»

¿Tenéis valor, oh hermanos míos? ¿Sois gente de corazón? ¿No valor ante testigos, sino el valor del eremita y del águila, del cual no es ya espectador ningún Dios?

El que ve el abismo, pero con ojos de águila, el que aferra el abismo con garras de águila: ése tiene valor. —

No me basta con que el rayo ya no cause daño. Yo no quiero desviarlo: debe aprender – a trabajar para mí.

Hace ya mucho tiempo que mi sabiduría se acumula como una nube, se vuelve más silenciosa y oscura. Así hace toda sabiduría que alguna vez debe parir rayos.

Para estos hombres de hoy no quiero yo ser luz ni llamarme luz. A éstos – quiero cegarlos: ¡ rayo de mi sabiduría! ¡Sácales los ojos!

No queráis nada por encima de vuestra capacidad: hay una falsedad perversa en quienes quieren por encima de su capacidad.

¡Especialmente cuando quieren cosas grandes! Pues despiertan desconfianza contra las cosas grandes, esos refinados falsarios y comediantes:

-hasta que, finalmente, son falsos ante sí mismos, gente de ojos bizcos, madera carcomida y blanqueada, cubiertos con un manto de palabras fuertes, de virtudes aparatosas, de obras falsas y relumbrantes.

¡Tened en esto mucha cautela, vosotros hombres superiores! Pues nada me parece hoy más precioso y raro que la honestidad.

Tened hoy una sana desconfianza, ¡vosotros hombres superiores, hombres valientes! ¡Hombres de corazón abierto! ¡Y mantened secretas vuestras razones!

Guardaos también de los doctos! Os odian: ¡pues ellos son estériles! Tienen ojos fríos y secos, ante ellos todo pájaro yace desplumado.

Ellos se jactan de no mentir, mas incapacidad para la mentira no es ya, ni de lejos, amor a la verdad.

Y si alguna vez la verdad venció allí, preguntaos con sana desconfianza: «¿Qué fuerte error ha luchado por ella?»

¡Si queréis subir a lo alto emplead vuestras propias piernas! ¡No dejéis que os lleven hasta arriba, no os sentéis sobre espaldas y cabezas de otros!

¿Tú has montado a caballo? ¿Y ahora cabalgas velozmente hacia tu meta? ¡Bien, amigo mío! ¡Pero también tu pie tullido va montado sobre el caballo!

Cuando estés en la meta, cuando saltes de tu caballo: precisamente en tu altura, ¡darás un traspié !

Tímidos, avergonzados, torpes, como un tigre al que le ha salido mal el salto: así, hombres superiores, os he visto a menudo apartaros furtivamente a un lado. Os había salido mal una jugada.

Pero vosotros, jugadores de dados, ¡qué importa eso! ¡No habéis aprendido a jugar y a hacer burlas como se debe! ¿No estamos siempre sentados a una gran mesa de burlas y de juegos ?

Y aunque se os hayan malogrado grandes cosas, ¿es que por ello vosotros mismos – os habéis malogrado? Y aunque vosotros mismos os hayáis malogrado, ¿se malogró por ello – el hombre? Y si el hombre se malogró: ¡bien! ¡adelante!

¡Tened valor, qué importa! ¡Cuántas cosas son aún posibles! ¡Aprended a reíros de vosotros mismos como hay que reír!

Por qué extrañarse, por lo demás, de que os hayáis malogrado y os hayáis logrado a medias, vosotros semidespedazados! ¿Es que no se agolpa y empuja en vosotros – el futuro del hombre?

Lo más remoto, profundo, estelarmente alto del hombre, su fuerza inmensa: ¿no hierve todo eso, chocando lo uno con lo otro, en vuestro puchero?

¡Por qué extrañarse de que más de un puchero se rompa! ¡Aprended a reíros de vosotros mismos como hay que reír! Vosotros hombres superiores, ¡oh, cuántas cosas son aún posibles!

Y, en verdad, ¡cuántas cosas se han logrado ya! ¡Qué abundante es esta tierra en pequeñas cosas buenas y perfectas, en cosas bien logradas!

¡Colocad pequeñas cosas buenas y perfectas a vuestro alrededor, hombres superiores! Su áurea madurez sana el corazón. Lo perfecto enseña a tener esperanzas.

Levantad vuestros corazones, hermanos míos, ¡arriba! ¡más arriba! ¡y no me olvidéis tampoco las piernas! Levantad también vuestras piernas, vosotros buenos bailarines, y mejor aún: ¡sosteneos incluso sobre la cabeza!

También en la felicidad hay animales pesados, hay cojitrancos de nacimiento. Extrañamente se afanan, como un elefante que se esforzarse en sostenerse sobre la cabeza.

-¡Olvida, pues, el poner cara de atribulados y toda la tristeza! ¡Oh, qué tristes me parecen hoy incluso los payasos !

Si yo soy un adivino y estoy lleno de aquel espíritu vaticinador que camina sobre una elevada cresta entre dos mares, —

que camina como una pesada nube entre lo pasado y lo futuro, — hostil a las hondonadas sofocantes y a todo lo que está cansado y no es capaz ni de vivir ni de morir:

dispuesta en su oscuro seno a lanzar el rayo y el redentor resplandor, grávida de rayos que dicen ¡sí! , ríen ¡sí!, dispuesta a lanzar vaticinadores resplandores fulgurantes:

— ¡bienaventurado el que está grávido de tales cosas! ¡Y, en verdad, mucho tiempo tiene que estar suspendido de la montaña, cual una mala borrasca, quien alguna vez debe encender la luz del futuro!

Oh, cómo no iba yo a anhelar la eternidad y el nupcial anillo de los anillos,

Nunca encontré todavía la mujer de quien quisiera tener hijos, a no ser esta mujer a quien yo amo:

¡Pues yo te amo, oh eternidad!

Si alguna vez mi cólera destrozó sepulcros, desplazó mojones señaladores de límites e hizo rodar viejas tablas, ya rotas, a profundidades cortadas a pico:

Si alguna vez mi escarnio aventó palabras enmohecidas y yo vine como una escoba para arañas cruceras y como viento que limpia viejas y sofocantes criptas funerarias:

Si alguna vez me senté jubiloso allí donde yacen enterrados viejos dioses, bendiciendo al mundo, amando al mundo, junto a los monumentos de los viejos calumniadores del mundo:

Oh, ¿cómo no iba yo a anhelar la eternidad y el nupcial anillo de los anillos, —

¡Pues yo te amo, oh eternidad!

Si alguna vez llegó hasta mí un soplo del soplo creador y de aquella celeste necesidad que incluso a los azares obliga a bailar ronda de estrellas;

Si alguna vez reí con la risa del rayo creador, al que gruñendo, pero obediente, sigue el prolongado trueno de la acción:

Si alguna vez jugué a los dados con los dioses sobre la divina mesa de la tierra, de tal manera que la tierra tembló y se resquebrajó y arrojó resoplando ríos de fuego: —

pues una mesa de dioses es la tierra, que tiembla con nuevas palabras creadoras y con divinas tiradas de dados: —

¿cómo no iba yo a anhelar la eternidad y el nupcial anillo de los anillos

¡Pues yo te amo, oh eternidad!

Si yo soy amigo del mar y de todo cuanto es de especie marina, y cuando más amigo suyo soy es cuando, colé­rico, él me contradice:

Si en mí hay aquel placer indagador que empuja las velas hacia lo no descubierto, si en mí placer hay un placer de navegante:

Si alguna vez mi júbilo gritó: La costa ha desaparecido — ahora ha caído mi última cadena —

lo ilimitado ruge en torno a mí, allá lejos brillan para mí el espacio y el tiempo, ¡bien! ¡adelante! ¡viejo corazón! —

Oh, ¿cómo no iba yo a anhelar la eternidad y el nupcial anillo de los anillos, —

¡Pues yo te amo, oh eternidad!

Si alguna vez extendí silenciosos cielos encima de mí, y con alas propias volé hacia cielos propios:

Si yo nadé jugando en profundas lejanías de estrellas, y mi libertad alcanzó una sabiduría de pájaro: —

— y así es como habla la sabiduría de pájaro: ¡Mira, no hay ni arriba ni abajo! ¡Lánzate de acá para allá, hacia adelante, hacia atrás, tú ligero! ¡Canta! ¡no sigas hablando!

— ¿Acaso todas las palabras no están hechas para los pesados? ¿No mienten, para quien es ligero, todas las palabras? Canta, ¡no sigas hablando!

Oh, ¿cómo no iba yo a anhelar la eternidad y el nupcial anillo de los anillos, —

¡Pues yo te amo, oh eternidad!

Friedrich Nietzsche

3 Commentsto Nietzche hablando del rayo…

  1. Banned Chipola dice:

    Salve Nietzche, Salve Zaratustra.

  2. Mauricio Javier dice:

    Simplemente….

    Asi hablo Zaratustra!

  3. TATANKA dice:

    Exquisito Nietzche, con su aguila y su serpiente…