Un enemigo del pueblo

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En Un enemigo del pueblo, el autor relata la historia del doctor Thomas Stockmann y de una ciudad cuyo balneario es la principal atracción turística y el motor de la economía local.

El Dr. Stockmann es una de esas personas que poseen firmes principios y sucede que descubre en el agua una bacteria contaminante, capaz de poner en riesgo la salud de toda la población. A partir de ello se propone advertir a los demás acerca de semejante peligro.

Esta decisión lo enfrenta a los poderosos de la ciudad, a los periodistas y a los medios de comunicación, incluso a su propio hermano, el alcalde. Los pobladores y las autoridades parecen más preocupados por los inconvenientes económicos que la desinfección del agua acarrea y por la posible pérdida de clientes del balneario, que por la salud de las personas. De esta forma confrontan intereses económicos que priman sobre la salud del pueblo.

El doctor combate encarnizadamente contra todos los sectores poderosos de la comunidad, diciendo aquello que nadie desea oír. Se lo señala como traidor y todo el pueblo complota para hacer imposible la vida de Thomas y la de su familia, llegando incluso a ponerlos en riesgo.

(Pasan EJLIF y MORTEN.)

SEÑORA STOCKMANN.
— ¿Habéis terminado las clases tan temprano?

MORTEN.
— Es que hemos tenido una riña con los otros chicos en el recreo, y…

EJLIF.
— Porque ellos se metieran con nosotros.

MORTEN.
— Sí, y entonces el señor Korlund ha dicho que sería conveniente que nos quedásemos en casa algunos días.

DOCTOR STOCKMANN. (Chasca los dedos y baja de la mesa.)
— ¡Mejor! Me alegro. No volveréis a pisar la escuela.

LOS NIÑOS.
— ¿No? ¿Nunca?

SEÑORA STOCKMANN.
— Pero, Tomás…

DOCTOR STOCKMANN.
— Nunca. Les enseñaré yo mismo. Ya no tendréis que estudiar nada de nada; pero, eso sí, haré de vosotros hombres libres y superiores. Para ello, Petra, necesitaré tu ayuda, ¿me oyes?

PETRA.
— Cuenta conmigo, papá.

DOCTOR STOCKMANN.
— Instalaremos la escuela en la sala donde me insultaron llamándome enemigo del pueblo. Pero se requerirá que vengan más alumnos aún; me hace falta lo menos una docena de muchachos para empezar.

SEÑORA STOCKMANN.
— No los encontrarás en toda la ciudad.

DOCTOR STOCKMANN.
— ¡Eso, lo veremos! (A sus hijos.) ¿No conocéis vosotros algunos granujillas?

MORTEN.
— Sí, papá, yo conozco algunos.

DOCTOR STOCKMANN.
— ¡Magnífico! A ver si puedes traérmelos. Quiero ensayarme con ellos. A veces se encuentran verdaderos prodigios.

MORTEN.
— ¿Y qué vamos a hacer cuando seamos hombres libres y superiores?

DOCTOR STOCKMANN.
— Entonces, hijos míos, iréis a la caza de lobos, que por aquí abundan.

SEÑORA STOCKMANN.
— Con tal que no sean los lobos los que te cacen a ti, Tomás…

DOCTOR STOCKMANN.
— ¿Qué locuras estás diciendo, Catalina? ¿Cazarme? ¿A mí, que ahora soy el hombre más poderoso de la ciudad?

SEÑORA STOCKMANN.
— ¿Poderoso?… ¿Tú?

DOCTOR STOCKMANN.
— Sí. Y hasta me aventuro a decir que soy uno de los hombres más poderosos del mundo.

MORTEN.
— ¿De veras, papá?

DOCTOR STOCKMANN. (En voz baja.) ¡Chis! ¡Silencio! Todavía es un secreto; pero vengo de hacer un gran descubrimiento…

SEÑORA STOCKMANN. (Extrañada.)
— ¿Otro descubrimiento?

DOCTOR STOCKMANN.
— Sí, otro. (Congregando a todos en torno suyo.) Helo aquí. Escuchad. El hombre más poderoso del mundo es el que está más solo.

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