Milan Kundera

De “La Insoportable Levedad del Ser” M. Kundera

Descartes dio un paso decisivo: hizo del hombre (y no de la mujer entiéndase) dueño y señor de la naturaleza. Pero existe sin duda cierta profunda coincidencia en que haya sido precisamente él quien negó definitivamente que los animales tuvieran alma: El hombre es el dueño y señor mientras que el animal dice Descartes- es sólo un autómata, una máquina viviente, machina animata. Si el animal se queja, no se trata de un quejido, es el chirrido de un mecanismo que funciona mal. Cuando chirría la rueda de un carro, no significa que el eje sufra, sino que no está engrasado. Del mismo modo que hemos de entender el llanto de un animal y no entristecernos cuando en un laboratorio experimentan con un perro y lo trocean vivo.

No hay nada más conmovedor que ver a las vacas cuando juegan. Teresa las mira con simpatía y piensa que la humanidad vive a costa de las vacas, del mismo modo en que la tenia vive a costa del ser humano. El ser humano es un parásito de la vaca, así definiría probablemente un no-ser humano a un ser humano en su zoología.

En el mismo comienzo del Génesis esta escrito que Dios creo al hombre (= ser humano) para confiarle el dominio sobre los pájaros, los peces y los animales. Claro que el Génesis fue escrito por un hombre y no por un caballo. No hay seguridad alguna de que Dios haya confiado efectivamente al hombre el dominio de otros seres. Mas bien parece que el hombre invento a Dios para convertir en sagrado el dominio sobre la vaca y el caballo, que había usurpado. Si, el derecho a matar un ciervo o una vaca es en lo único que la humanidad coincide fraternalmente, incluso en medio de las guerras más sangrientas.
Ese derecho nos parece evidente porque somos nosotros los que nos encontramos en la cima de esa jerarquía. Pero bastaría con que entrara en juego un tercero, por ejemplo un visitante de otro planeta al que Dios le hubiese dicho, y toda la evidencia del Génesis se volvería de pronto problemática. Es posible que el hombre uncido a un carro por un marciano, eventualmente asado a la parrilla por un ser de la vía Láctea, recuerde entonces la costilla de ternera que estaba acostumbrado a trocear en su plato y le pida disculpas (¡tarde!) a la vaca.

Teresa acaricia constantemente la cabeza de Karenin, que descansa tranquilamente sobre sus rodillas. Para sus adentros dice aproximadamente esto: No tiene ningún merito portarse bien con otra persona. Teresa tiene que ser amable con los demás aldeanos porque de otro modo no podría vivir en la aldea. Y hasta con Tomas tiene que comportarse amorosamente, porque a Tomas lo necesita. Nunca seremos capaces de establecer con seguridad en que medida nuestras relaciones con los demás son producto de nuestros sentimientos, de nuestro amor, de nuestro desamor, bondad o maldad, y hasta que punto son el resultado de la relación de fuerzas existente entre ellos y nosotros.

La verdadera bondad del hombre solo puede manifestarse con absoluta limpieza y libertad en relación con quien no representa fuerza alguna. La verdadera prueba de la moralidad de la humanidad, la más honda (situada a tal profundidad que escapa a nuestra percepción), radica en la relación con aquellos que están a su merced: los animales. Y aquí fue donde se produjo la debacle fundamental del hombre, tan fundamental que de ella se derivan todas las demás.
Sigo teniendo ante mis ojos a Teresa, sentada en un tronco, acariciando la cabeza de Karenin y pensando en la debacle de la humanidad. En ese momento recuerdo otra imagen: [color=#00FF00]Nietzsche sale de su hotel en Turín. Ve frente a él un caballo y al cochero que lo castiga con el látigo. Nietzsche va hacia el caballo y, ante los ojos del cochero, se abraza a su cuello y llora.
Esto sucedió en 1889, cuando Nietzsche se había alejado ya de la gente. Dicho de otro modo: Fue precisamente entonces cuando apareció su enfermedad mental. Pero precisamente por eso me parece que su gesto tiene un sentido más amplio. Nietzsche fue a pedirle disculpas al caballo por Descartes. Su locura (es decir su ruptura con la humanidad) empieza en el momento en que llora por un caballo.
Y ése es el Nietzsche al que yo quiero, igual que la quiero a Teresa, sobre cuyas rodillas descansa la cabeza de un perro mortalmente enfermo. Los veo a los dos juntos: ambos se apartan de la carretera por la que la humanidad, ama y propietaria de la naturaleza, marcha hacia delante.

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