Acabar con el juicio de Dios

Terminando con el enjuiciamiento

Desde la tragedia griega hasta la filosofía moderna se ha desarrollado una doctrina del enjuiciamiento. Lo que es trágico es menos la acción que el enjuiciamiento que la tragedia griega instituyó desde un inicio como un tribunal… Rompiendo con la tradición judeo-cristiana, Spinoza efectuó la crítica y tuvo cuatro grandes discípulos que la llevaron más adelante: Nietzsche, D. L. Laurence, Kafka, Artaud. Estos cuatro habían sufrido personal, singularmente, enjuiciamientos. Ellos experimentaron ese punto infinito en el cual la acusación, la deliberación y el veredicto convergen…

Fue Nietzsche quien fue capaz de desnudar la condición del enjuiciamiento: la “conciencia de estar en deuda con la deidad”, la aventura de la deuda en cuanto deviene infinita y, por tanto, impagable. El hombre no apela al juicio, el enjuicia y es enjuiciable sólo en la medida en que su existencia está sujeta a una deuda infinita: la infinidad de la deuda y la inmortalidad de su existencia dependen una de otra, y en conjunto constituyen la “doctrina de juicio”… Es el acto de posponer, de llevarlo al infinito, lo que hace posible el enjuiciamiento… El poder de enjuiciamiento y de ser juzgado es dado a quien está en esta relación, en la que la lógica del enjuiciamiento se fusiona con la psicología del sacerdote como el inventor de la más sombría organización: yo quiero juzgar, yo tengo que juzgar…

Lo que es diferente al enjuiciamiento supone seres existentes que se confrontan unos con otros y redirigen, por medio de relaciones finitas, lo que meramente constituye el curso del tiempo. La grandeza de Nietzsche descansa en haber mostrado, sin ninguna duda, que la relación acreedor – deudor fue anterior a cualquier relación de intercambio. Uno empieza por prometer y deviene, entonces, endeudado no a un dios, sino a un socio… lo que crea algo nuevo en ellos, un afecto. Todo toma lugar entre socios y no hay un enjuiciamiento de Dios desde que no hay ni Dios, ni enjuiciamiento. Existe una justicia que está opuesta a todo enjuiciamiento, de acuerdo a la cual los cuerpos están marcados mutuamente, y la deuda está inscrita directamente en el cuerpo… La ley no tiene la inmovilidad de las cosas eternas, pero es incesantemente desplazada entre familias que tienen que derramar sangre o pagar con ella. Estos son los signos terribles que laceran o ensucian los cuerpos, las incisiones y pigmentos que revelan en la carne de cada persona que ellos poseen y son poseídos: un sistema entero de crueldad… En la doctrina del enjuiciamiento, por contraste, nuestras deudas están inscritas en un libro autónomo, sin que nunca se pague, la cuenta ha de devenir infinita… La doctrina libresca del enjuiciamiento es moderada sólo en apariencia, porque de hecho nos condena a una servidumbre sin término y anula cualquier proceso liberatorio… El sistema de crueldad, en cambio, expresa la relación infinita de los cuerpos existentes con las fuerzas que lo afectan… El sistema de crueldad se opone siempre a la doctrina del enjuiciamiento.

En el fondo, la doctrina del enjuiciamiento presume que los dioses dan suertes a los hombres y que los hombres, dependiendo de sus suertes, están listos para cualquier forma particular, para cualquier fin orgánico.

¿A qué forma me condena mi suerte? Pero también, ¿corresponde mi suerte a la forma que yo aspiro? Éste es el efecto esencial del enjuiciamiento: la existencia es cortada en pedazos, los afectos son distribuidos en montones, y entonces son relacionados con formas más altas, en el nombre de valores más altos. En un inicio, la doctrina del enjuiciamiento tenía tanta necesidad del falso juicio del hombre como del juicio formal de Dios. Pero dentro de la cristiandad no hay más suertes porque son nuestros juicios los que hacen nuestra suerte y ya no ninguna forma, porque es el juicio de Dios lo que constituye la forma infinita. En el límite dividirse a sí mismo en pedazos y castigarse a sí mismo deviene la característica del nuevo enjuiciamiento o de la tragedia moderna… Hemos devenido deudores infinitos de un solo Dios. La doctrina del enjuiciamiento ha revertido y reemplazado el sistema de afectos.

El mundo del enjuiciamiento se establece como en un sueño. Es el sueño que hace que las suertes se muevan y hace que las formas pasen en procesión. En el sueño, los juicios son lanzados en el vacío, sin encontrar la resistencia de un medio que los sujetara a las exigencias de conocimiento o experiencia. Ésta es la razón porqué el enjuiciamiento es, ante todo, conocer si uno está o no soñando… Una vez que dejamos las orillas del enjuiciamiento también repudiamos el sueño en favor de la “intoxicación”, como una marea que nos barre. Lo que buscamos, los estados de intoxicación (tragos, drogas, éxtasis), es un antídoto tanto al sueño como al enjuiciamiento. Ahí cuando nos apartamos del enjuiciamiento para ir hacia la justicia entramos en un dormir sin soñar. El dormir sin soñar en el que uno, sin embargo, no cae dormido, este insomnio que, no obstante, barre el sueño en tanto que se extiende el insomnio, éste es el estado de intoxicación de dioniasiaca, la manera de escapar del enjuiciamiento.

El sistema físico y la crueldad se opone también a la doctrina teológica del enjuiciamiento desde un tercer aspecto, a nivel del cuerpo. Esto es así porque el enjuiciamiento implica una verdadera organización de los cuerpos a través del cual este enjuiciamiento actúa: los órganos son tanto jueces como juzgados, y el poder de Dios no es nada más que el poder para organizar lo infinito. Mientras tanto, el cuerpo del sistema físico de la crueldad es completamente diferente, escapa del enjuiciamiento en tanto que no es un organismo, y está privado de esta organización de los órganos a través de la cual uno juzga y es juzgado. Donde nosotros alguna vez teníamos algún cuerpo vivo, Dios nos ha hecho un organismo. Artaut presenta su “cuerpo sin órganos”, que Dios ha robado de nosotros para defraudarnos con un cuerpo organizado sin el cual su juicio no podría ser ejercido. El cuerpo sin órganos es un cuerpo afectivo, intensivo, anarquista que consiste solamente de poros, zonas, umbrales y gradientes. Está atravesado por una vitalidad no orgánica, poderosa. La manera de escapar el enjuiciamiento es convirtiéndose en un cuerpo sin órganos, encontrando nuestro cuerpo sin órganos. Éste había sido el proyecto de Nietzsche: definir el cuerpo en su devenir, en su intensidad como el poder de afectar o ser afectado, esto es, como la voluntad de poder.

Una cuarta característica del sistema de crueldad se sigue de lo anterior: combate, combate por todas partes; es el combate el que reemplaza el enjuiciamiento. Sin duda el combate aparece como un combate contra el enjuiciamiento, contra sus autoridades y personal. Pero más profundamente, es el combatiente en sí mismo quien es el combate: el combate es entre sus propias partes, entre las fuerzas que subyugan o son subyugadas, o entre los poderes que expresan esta relación de fuerza… Los combates externos, estos combates – contra, encuentran su justificación en los combates – entre que determinan la posición de fuerzas en el combatiente. El combate – contra trata de destruir o repeler una fuerza (luchar contra “los poderes diabólicos del futuro”), pero el combate – entre, en contraste, trata de tomar posesión de una fuerza para hacerla propia. El combate – entre es el proceso mediante el cual una fuerza se enriquece a sí misma por medio de su toma de control de otras fuerzas, reuniéndolas en un nuevo conjunto: un devenir. Donde quiera que alguien nos quiera hacer renunciar al combate, lo que nos ofrece es una anulación de la voluntad, una deificación del sueño, un culto a la muerte.

Pero el combate no es una guerra. La guerra es solamente un combate – contra, una voluntad de destrucción, un juicio de Dios que convierte la destrucción en algo justo. El juicio de Dios está del lado de la guerra y no del combate. En la guerra, la voluntad de poder significa meramente que la voluntad quiere la potencia como un máximo de poder o dominación. Para Nietzsche es el grado más bajo de la voluntad de poder, la enfermedad… En contraste, el combate es una vitalidad no orgánica, poderosa, que suplementa la fuerza con la fuerza, y enriquece aquello de lo que toma control.

Un poder es una idiosincrasia de fuerzas, un centro de metamorfosis. Esto es lo que Lawrence llama un símbolo, un compuesto intensivo que vive y se expande, que no tiene significado, pero que nos hace girar hasta que controlemos el máximo posible de fuerzas en cada dirección, cada una de ellas recibe un nuevo significado al entrar en relación con las otras. Una decisión no es un juicio, no es la consecuencia orgánica de un juicio: ella brota vitalmente de un remolino de fuerzas que nos llevan al combate. Resuelve el combate sin suprimirlo o terminarlo. Es el relámpago apropiado a la noche del símbolo.

El combate no es un enjuiciamiento de Dios, sino es la forma como terminar con Dios y con el enjuiciamiento. Nadie se desarrolla a través del enjuiciamiento, sino a través de un combate que implica el no enjuiciamiento. La existencia y el enjuiciamiento parecen estar opuestas en cinco puntos: crueldad versus tortura infinita, dormir o intoxicación versus el sueño, vitalidad versus organización, la voluntad de poder versus la voluntad de dominio, el combate versus la guerra. Lo que nos perturba es que renunciando al enjuiciamiento, tenemos la impresión de privarnos de cualquier medio para distinguir entre los seres existentes, como si todo fuera entonces de igual valor. Pero, ¿no es acaso el enjuiciamiento el que presupone valores más altos, criterios existentes para siempre, de manera tal que nunca podemos aprender lo que es nuevo en un ser existente, ni siquiera sentir la creación como un modo de existencia? Tal modo es creado vitalmente, a través del combate, en el insomnio del dormir, no sin cierta crueldad hacia sí mismo… El enjuiciamiento previene la emergencia de cualquier nuevo modo de existencia porque se crea a sí mismo a través de sus propias fuerzas, a través de las fuerzas que es capaz de controlar… Aquí, quizá, descanse el secreto, traer a la existencia, crear, y no juzgar. Si es tan repulsivo juzgar no es porque todo sea de igual valor, sino por el contrario porque lo que tiene un valor puede ser hecho o distinguido sólo a través de desafiar al juicio. No es una cuestión de juzgar otros seres existentes, sino de sentir cuando ellos están de acuerdo o desacuerdo con nosotros, esto es si ellos nos traen fuerza o si ellos nos retornan a las miserias de la guerra, a la pobreza del sueño, a los rigores de la organización. Como Spinoza había dicho, es un problema de amor y odio, y no de enjuiciamiento.

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