Microfisica del Poder

Una breve historia del poder.
de los procesos de obediencia y mando en el reino animal
a los procesos de obediencia y mando en los individuos.

1. Introducción
2. La naturaleza del poder
3. Las relaciones de poder
4. Tipos de poder
5. Disposición al mando y a la obediencia
6. Algunas consecuencias de las relaciones de poder en los individuos y en los grupos sociales
7. Conclusiones
8. Bibliografía

I. Introducción
La obediencia y el mando son dos fenómenos que han estado presentes en el desarrollo de la humanidad y hasta en los animales. Ha sido objeto de muchos estudios y, sin embargo, casi siempre o no se les considera en sus verdaderas dimensiones o, sencillamente, no se le asigna la importancia debida. Lo cierto es que, si comprendiéramos el poder, comprenderíamos mucho lo inmensamente bello que existe en los actos de los individuos y lo inmensamente diabólico que esconden sus acciones. El juego del poder se concretiza en las grandes acciones y también en las pequeñas y es, precisamente, en los detalles donde se encuentra la verdadera intención que encierra la lucha por el poder. No estoy diciendo que la lucha por el poder sea dañina; lo criticable es cuando el poder se convierte en un medio para obtener beneficios para unos pocos. El poder, entonces, siendo el objeto de estudio de la política, constituye una categoría fundamental para entender las relaciones entre los individuos y entre las naciones, y nos revelará fenómenos de autoridad sutiles y complejos que permean los procesos sociales. El análisis de los procesos sociales permite observar que siempre y, en muchos casos, de forma inconsciente, los individuos se encuentran en situación de mandar o de obedecer, o de ambas cosas a la vez. Muchas veces estas relaciones de dominio o sumisión son muy difíciles de visibilizar. Por eso, una investigación profunda sobre el poder debe comprender tanto la actitud del que manda (del jefe) como la actitud del que obedece. No es conveniente considerarlas por separado: las relaciones de poder son producto de ambas.
El término poder, bajo la concepción que se entenderá en este trabajo, debe interpretarse como un conjunto de relaciones entre las personas, no el poder que ejerce el hombre sobre la naturaleza o sobre los animales. Podemos afirmar, parafraseando a Morgenthau (Morgenthau, Hans J. S.F. p. 49), siendo la aspiración del poder el elemento distintivo de la política, la política en los grupos sociales es por necesidad una política de poder.
El propósito de este trabajo, debido a su carácter introductorio, es el de motivar a profundizar en el tema del poder, como una manera de desentrañar las verdaderas causas e intenciones, muchas veces disimuladas, que mueven a los individuos y grupos sociales a actuar de determinada forma y, por lo tanto, a entender la esencia de la discrepancia entre las actitudes que se manifiestan verbalmente y la conducta que se observa en la realidad. Mucho de verdad tiene la afirmación siguiente: si quieres conocer a alguien, dale poder. No dudo que el conocimiento del poder, su origen, su naturaleza y su evolución constituye un instrumental teórico-metodológico para reconceptualizar el conflicto en las organizaciones y para repensar y reconstruir nuevos mapas mentales dinámicos que den forma y paso a nuevos paradigmas para el estudio del comportamiento organizacional. En realidad, el estudio del poder es un tema muy interesante, a la vez que muy apasionante. Para aquellos que estén interesados en conocer más sobre las relaciones de poder en las organizaciones, una lectura recomendable es un trabajo denominado Poder, conflicto y mediación en las organizaciones – o la promesa, siempre postergada, de amor- de Marcela Rendón Cobián y Luis Montaño Hirose, publicado en El Orden Organizacional. Poder, estrategia y contradicción, Universidad Autónoma Metropolitana – Iztapalapa, mayo de 1987, México.

II. La naturaleza del poder
Las manifestaciones del poder se encuentran en el reino animal. Es conocido que muchos animales orinan en ciertas áreas para demarcar su territorio y otros, como las ratas, que orinan sobre los cuerpos de sus parejas, posiblemente, como una señal que indique que es parte de su propiedad. Los procesos de sumisión se manifiestan por medio de convenciones hereditarias y, en la disputa por el poder, en muy raras ocasiones, se llega a la agresión real. A menudo – plantean Carl Sagan y Ann Druyan – podemos observar en el comportamiento del animal una ambivalencia, una tensión entre inhibición y desinhibición del mecanismo agresivo (Sagan y Druyan, 1993, p. 187-188). La agresividad, como una de las manifestaciones del poder en los humanos y en los animales, la naturaleza la utiliza como una estrategia de supervivencia:
En las acciones de la Naturaleza-dijo Marco Aurelio-, no se encuentra mal alguno.” Los animales no son agresivos porque sean salvajes, bestias o malvados –esas palabras explican muy poco-, sino porque ese comportamiento proporciona alimento y defensa contra los depredadores, porque espacia la población y evita el hacinamiento y porque tiene un valor de adaptación. La agresión es una estrategia de supervivencia que ha evolucionado para servir a la vida. Coexiste, especialmente en los primates, con la compasión, el altruismo, el heroísmo y el tierno y sacrificado amor hacia las crías. También éstas son estrategias de supervivencia. Eliminar la agresión sería una tontería, aparte de un objetivo inalcanzable: es un elemento demasiado profundo de nosotros mismos. El proceso evolutivo ha actuado para alcanzar el nivel de agresión correcto –ni demasiado, ni demasiado poco- con los inhibidores y desinhibidotes adecuados. Procedemos de una mezcla turbulenta de inclinaciones contradictorias. No debería sorprendernos que en nuestra sicología y nuestra política prevaleciera una tensión de elementos opuestos semejante (Sagan y Druyan, p. 196)
La geometría más observada de una jerarquía de dominación, tanto en los animales como en los humanos, es la lineal o en línea recta. Las jerarquía lineales son más visibles en las grandes corporaciones. En los animales, este tipo de jerarquía se puede observar con más facilidad entre las aves de corral y en algunos animales, como los mamíferos, es parte importante de la vida social masculina. En los grupos humanos y animales está presente este tipo re relación: el gerente delega en los gerentes medios, éstos en los jefes de divisiones y así sucesivamente. Igual sucede con los animales: hay unos que mandan, son los animales alfa y otros que obedecen, que están más abajo y que no tiene a quien mandar, son los omega. Es muy raro observar que un macho comience siendo un alfa, sino que debe ganarse el ascenso a través de la conducta de dominación, tiene que ganarse los galones. Los animales y los humanos que forman parte de una jerarquía lineal deben saber dominar a los que están abajo y someterse a los que están arriba. En ellos coexisten dos fuerzas opuestas: la tendencia a la dominación y la tendencia a la sumisión. En algunos animales, la hembra puede saber quién es el macho sin conocerlo de antemano:
Sin preguntar nada sobre su educación , familia, perspectivas financieras o sus buenas intenciones, todas las hembras desearon ansiosamente tener relaciones sexuales con el macho dominante. ¿Cómo pudieron enterarse las hembras? La respuesta, al parecer, es que podían oler la dominación. Existe literalmente una química entre los hámster: el olor del poder. Los machos dominantes emanan un cierto efluvio, una feromona que no tienen los machos subordinados…..El ex secretario de Estado de los Estado Unidos, Henry Kissinger, no famoso precisamente por su aspecto, explicaba la atracción que una bella actriz sentía por él diciendo: “El poder es el mayor afrodisíaco.” (Sagan y Druyan, p.207)
Para unos, el poder en sí mismo no es bueno ni malo, depende del uso que se haga de él. Para Nietzsche, por ejemplo, el poder es bueno en sí mismo:
¿Qué es bueno? Todo lo que aumenta en el hombre el sentimiento de poder, la voluntad de poder, el poder mismo.
¿Qué es malo? Todo aquello en lo que se origina la debilidad.
¿Qué es la felicidad? El sentimiento de que el poder crece, de que se vence una resistencia.
No sosiego, sino más poder; no paz por encima de todo, sino guerra; no virtud, sino habilidad (virtud al estilo del Renacimiento, virtú, virtud sin moralina).
Los débiles y fracasados deben perecer: primera tesis de nuestro amor a los hombres. Y además hay que ayudarles a ello ( Nietzsche, Friedrich, 1999, p. 21).
En términos similares se expresa Maquiavelo sobre el uso de la crueldad, como método de obtener el poder del estado y mantenerlo:
Creo que depende del bueno o malo uso que se hace de la crueldad. Llamaría bien empleada a las crueldades (si a lo malo se le puede llamar bueno) cuando se aplican de una sola vez por absoluta necesidad de asegurarse, y cuando no se insiste en ellas, sino, por el contrario, se trata de que las primeras se vuelvan todo lo beneficiosas posible para los súbditos. Mal empleadas son las que, aunque poco graves al principio, con el tiempo antes crecen que se extinguen (Maquiavelo, Nicolás, p.40, 1999)
Gorki, sin embargo, afirmaba que el poder es dañino para la persona. No hay peor veneno que el poder, decía. Albert Einstein odiaba el autoritarismo a tal grado que, a la edad de quince años, abandonó la escuela para reunirse con su familia en Italia, por considerarla autoritaria. Después que Einstein ganara el premio nobel de Física en 1921, dijo lo siguiente: Para castigar mi desdén por la autoridad, el destino me convirtió en una autoridad (citado por Thorpe, Scout, en Cómo pensar como Einstein, 2001, p. 17)
A pesar que muchos afirman que ha habido algunos avances en la eliminación de las relaciones asimétricas entre los individuos y entre las naciones, todavía se observa que la existencia del dominio del macho alfa y la sumisión de los omegas es un fenómeno muy presente en nuestras sociedades, con matices muy diferentes.
Traslademos, ahora, nuestra observación a los hombres y dejemos en paz a los animales, al menos por un momento. Digo por un momento, porque, cuando se establecen las diferencias entre los seres humanos y el reino animal, una diferencia que se supone que existe es la religión. Se piensa que sólo el hombre tiene religión. Un examen más profundo de las relaciones de dominio y sumisión entre los animales alfa y los omega puede conducirnos a pensar que, quizás, una predisposición religiosa generalizada sea una característica presente también en los animales.
Hemos visto que la autoridad no es una característica exclusiva de los humanos y que tiene condicionamientos y raíces biológicas que pertenecen tanto a los humanos como a los animales; es decir, instintos que pueden ser sociales, sexuales, agresivos, etc. Antes de continuar, recordemos algunos conceptos de poder.
Emile Littré (1863-1873) definía el poder como la capacidad de hacerse obedecer; así se le entiende, por lo general. En teoría así es; pero, ello supone identificar el estudio de la autoridad con el de la sicología del jefe y, en este sentido, tendríamos que entrar a estudiar la literatura sobre lo que es el jefe, situación que no contribuiría mucho a esclarecer las ideas sobre el poder, puesto que la literatura existente sobre la concepción del jefe frecuentemente lo describe no como es, sino más bien cómo el autor piensa que debe ser. Si aceptamos que el poder es una característica inherente al jefe, podríamos caer en engaños: para explicar el sueño producido por el opio hay que analizar la acción de los alcaloides sobre las células nerviosas y no invocar “la virtud somnífera” del opio, que es precisamente el problema y no su solución. (Marsal, Maurice, p. 13, 1971)
La autoridad de un individuo puede compararse a los conceptos de derecha e izquierda. ¿A qué lado del camino está situada la universidad, a la derecha o a la izquierda? Es imposible dar una respuesta de forma inmediata. Si uno camina del puente hacia el volcán, la universidad estará al lado izquierdo y si, por el contrario, camina del volcán hacia el puente, estará a la derecha. El poder es un concepto que adquiere sentido únicamente al indicar las condiciones en que se desarrollan las relaciones. Un estudio, entonces, de la naturaleza del poder resulta ser más significativo si se realiza, no basado en los atributos de un jefe, sino más bien en una relación que se establece entre él y otros individuos o entre individuos y él. Por otra parte, el poder supone, por lo menos, dos personas. La autoridad de A no existe sino hasta que aparece B, y algo más, que es muy importante: y precisamente porque se trata de B y no de otra persona, de C, por ejemplo.
Los conceptos poder y autoridad son empleados, en muchas ocasiones, como sinónimos. En Administración, se establecen diferencias entre ambos términos. Para Robbins (1987), la autoridad es un derecho cuya legitimidad se basa en la posición de figura de autoridad en la organización. La autoridad forma parte del puesto. El poder, por otra parte, se refiere a la capacidad de un individuo para influenciar decisiones (Robbins, Stephen P. p. 214). En este sentido, la autoridad es una dimensión del poder. Si bien es cierto que un individuo, haciendo uso de su autoridad en una organización que le confiere una posición legítima, puede ejercer influencia en las decisiones, no es necesario que posea autoridad para ejercer influencia. Muchas secretarias ejecutivas tienen bastante poder, a pesar de que tienen poca o ninguna autoridad. Para fines de este trabajo, no estableceremos diferencia entre autoridad y poder.

III. Las relaciones de poder
Gramsci realizó grandes aportes al estudio de las relaciones de poder. Una de las categorías de análisis empleadas por él fue el concepto consenso para explicar los procesos de dominación y descubre nuevos instrumentos para analizar el poder, que se encuentra “difuso a través de la sociedad civil” y, por lo tanto, no es monopolio del estado (Gramsci, Antonio, p. 12, 1987). Otro concepto central de Gramsci es el de hegemonía, el cual define como el liderazgo cultural ejercido por la clase dirigente por lo que, también, es clave para comprender los procesos de dominación.
Michel Foucault plantea el poder como una relación. Analiza, en su libro Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión (1979), la dominación desde las relaciones de poder y la interrelación entre consenso y coerción. A Foucault, le interesa el poder en las instituciones más que en la economía: la micropolítica del poder. Hace suyo el interés de Nietzche por la relación entre poder y conocimiento, cree que el conocimiento genera poder al convertir a las personas en sujetos y al gobernarlos mediante el uso del conocimiento. En Historia de la sexualidad, (primer volumen,1980), Foucault se interesa de nuevo en la genealogía del poder. Para él, la sexualidad es un punto de transferencia especialmente denso para las relaciones de poder (1980, p. 103) y se preocupa en esclarecer la manera en que el sexo se introduce en el discurso y la forma en que el poder permea ese discurso. Para Foucault, el sexo lo explica todo. A través del conocimiento de la sexualidad, la sociedad ejerce más poder sobre la vida.
El poder implica relaciones; en ese sentido, está muy vinculado al concepto de estrategia. Esta última también denota un conjunto de relaciones que se establecen a lo largo de la cadena de mando entre los individuos para alcanzar los objetivos; con otras palabras, la estrategia se refiere al despliegue de recursos, movilización y tensionamiento de fuerzas, por lo tanto, el poder puede definirse como una función multiplicadora de recursos y movilización, tal como lo concebía el sociólogo Huber Blalock.
El poder, entendido como una relación de dominio del individuo sobre las mentes y las acciones de otros individuos, da lugar a varias situaciones (Marsal, Maurice, 1971):
1. Dada una relación, al cambiar los términos unidos por ella hay que esperar también, salvo excepciones, la modificación de la misma. Puede ser que el jefe y el empleado sigan siendo los mismos; pero, cada uno de ellos puede experimentar cambios rápidos y significativos (en sus valores, conocimientos, etc.) que provocan cambios, también, en la relación de autoridad. Cada vez es más difícil la capacidad para hacerse obedecer y ésta varía en el transcurso del tiempo, aumentando o disminuyendo. Ahora, no sería extraño que, cuando la persona autorizada para dar la señal de salida en una carrera dijera en sus marcas, listos, algún joven atleta le respondiera: ¿por qué?
2. La autoridad ejercida sobre ciertos individuos no es extensible a otras individuos. La obediencia de unos no implica automáticamente la obediencia de otros. Si un jefe tiene autoridad sobre A, no significa que la tenga automáticamente sobre B. La autoridad, como ya dijimos, está condicionada a la situación: si un jefe tiene autoridad sobre A, es precisamente por que es A y no otro individuo.
3. De la misma manera, si la autoridad se ejerce de acuerdo a una situación concreta y bajo un aspecto determinado, ésto no significa que pueda aplicarse a otras situaciones y a otros aspectos.
4. Debido a esa diversidad de aspectos y situaciones y, considerando que quien manda lo hace condicionadamente, en todos los individuos coexisten dos fuerzas opuestas, en mayor o menor grado: la tendencia a la dominación y la tendencia a la sumisión. El jefe militar manda como tal y obedece como esposo.
5. Preguntar si una persona tiene autoridad es algo indeterminado y, si se toma al pie de la letra, hasta carece de sentido. Ya explicamos que la tiene sólo en referencia implícita a unos individuos que obedecen y a unas situaciones que se suponen ya conocidas.

IV. Tipos de poder
Uno de los sistemas de clasificación más utilizados es el de Weber (1947). Para Weber existen tres clases de autoridad: Autoridad tradicional, carismática y racional-legal. La autoridad racional-legal se basa en la idea de que quienes están en posiciones más altas tienen derecho para ejercer poder sobre los que se encuentran debajo. La autoridad carismática se basa en las características personales de un individuo. La autoridad tradicional sucede cuando, en la organización, está presente una figura dominante, como el fundador; se origina en un sistema ancestral de creencias, es el caso de los individuos que acceden al poder debido a que proceden de familias importantes. Weber creía que sólo en el occidente moderno se había desarrollado la autoridad racional-legal y que únicamente en este tipo de autoridad podía existir la burocracia moderna en su pleno desarrollo. El resto del mundo tendía hacia sistemas carismáticos y tradicional.
Erich Fromm, (1982) habla de una autoridad racional y la inhibitoria. La autoridad racional representa la condición necesaria para ayudar a la persona sometida a la autoridad, como la relación que existe entre el maestro y el alumno. La autoridad inhibitoria, en cambio, constituye la condición de su explotación; tal es el caso de la relación entre el amo y el esclavo. En la primera, la relación tiende a disolverse y la distancia entre ambos es cada vez menor; en la segunda, la relación o se mantiene o se fortalece y la distancia entre las dos personas se hace, con el tiempo, cada vez mayor. Fromm también menciona que la autoridad, muchas veces, se manifiesta de manera anónima, casi invisible: se disfraza de sentido común, ciencia, salud síquica, normalidad, opinión pública. No emplea, aparentemente, ninguna presión, sino una tenue persuasión: ésta es su bebida favorita, por ejemplo.
Testa (OPS, 1986) establece el poder en tres dimensiones: poder político, poder técnico y poder administrativo. Por su parte, Maurice Marsal (p. 43, 1971) reconoce los siguientes pares de autoridad: colectiva e interindividual, impersonal y personal, oficial y oficiosa, tutelar y funcional, bruta y racional, absoluta y relativa.

V. Disposición al mando y a la obediencia
Nietzche se preguntaba:
¿Qué es lo que induce a los seres vivos a obedecer y mandar, y a que obedezcan incluso cuando mandan? ….. Siempre que he visto un ser vivo he encontrado voluntad de poder; hasta en la voluntad del siervo encontré voluntad de ser señor. Al más débil le induce su voluntad a servir al más fuerte, porque esa voluntad quiere dominar lo que es más débil aún: se trata de un placer del que no quiere privarse ( Friedrich, Nietzche, p. 106, 2000)
Para el análisis de los mecanismos de sumisión y dominación, nos basaremos en el libro El miedo a la libertad de Erich Fromm (1982). El autor es el representante del psicoanálisis de Freud; pero, considera los factores sociales, los valores y las normas éticas en el estudio de la personalidad total. E. Fromm plantea que la forma más nítida de los mecanismos de sumisión y dominación pueden observarse en los impulsos sádicos y masoquistas. Para algunos estudiosos del tema, el deseo de dominar a los demás parecía natural y, en muchos casos, bueno. Hobbes, por ejemplo, veía como inclinación general de la humanidad la existencia de un perpetuo e incesante deseo de poder que desaparece solamente con la muerte. Maurice Marsal (1971) cuenta la siguiente anécdota: “¿Qué sabes hacer?”, preguntan a Diógenes, apresado y vendido por unos piratas. “Mandar a hombres”, responde; y añade, dirigiéndose a su interlocutor: “Pregunta si hay aquí alguien que desee comprar un dueño”.
El primero que estudió los impulsos sádicos y masoquistas fue Freud. El consideraba que los impulsos sádicos y masoquistas existirán siempre juntos, a pesar de su aparente contradicción. A principio, Freud planteó la hipótesis de que el sadomasoquismo es fundamentalmente un fenómeno sexual; posteriormente, la modificó en el sentido de que el sadomasoquismo se trata de un fenómeno ajeno a la sexualidad, ya que el factor sexual es resultado de la fusión del instinto de muerte con la libido.
E. Fromm se pregunta: ¿cuál es la raíz común de las tendencias masoquistas y de las sádicas? Inmediatamente se plantea la hipótesis: tanto los impulsos masoquistas como los sádicos tienden a ayudar al individuo a evadirse de su insoportable sensación de soledad e impotencia. Ambos impulsos, el masoquismo y el sadismo coexisten, se encuentran siempre mezclados, de tal manera que, en muchos casos, resulta difícil determinar qué aspecto del mismo se halla en función en un momento dado. En ambos existe la hostilidad, la destructividad; sin embargo, en el sadismo, la hostilidad es, por lo general, más consciente y se expresa de una manera más directa; en cambio, en el masoquismo es, muchas veces, inconsciente y se expresa de manera indirecta. Lo dicho anteriormente, no significa la identificación del sadismo con la destructividad, a pesar de que se encuentra mezclado con ella. Un individuo es destructivo cuando pretende destruir al objeto, librarse de él; mientras el sádico quiere dominarlo, no destruirlo. Aunque habrá casos en que el sádico pretende destruir. Es más, el sadismo puede aparecer, en algunos casos, sin carácter destructivo, más bien amigable. Este sadismo amigable muchas veces es confundido con el amor (quien te ama, te hará sufrir) Al respecto, debemos decir que no hay que confundir poder con violencia; aunque la violencia es una característica de aquél, no todo poder es violento. En los animales, por ejemplo, el alfa puede tener el deseo de atacar a un inferior, un beta, que le ha ofendido; si este último ofrece gestos de sumisión propios de la especie, el alfa se ve obligado a perdonarle. Estos gestos de inhibición son muy parecidos a un código de moral (Sagan y Druyan) En los humanos, con características sadomasoquistas, muchas veces, cuando la persona le muestra posturas y gestos de sumisión, más crueles son los ataques contra ella. Para el sadomasoquista, el “enemigo” se transforma en lo inhumano.
Lo dicho hasta aquí puede interpretarse que el sadismo es idéntico al apetito de poder. Quien piense de esa manera, estaría cometiendo un error; sin embargo, a pesar de que no es posible hacer idénticos a ambos, sí es posible afirmar que la voluntad de poder es la expresión más significativa del sadismo. Esta voluntad de poder no tiene su fundamento en la fuerza del individuo sino en la debilidad; debilidad expresada en la incapacidad del individuo de experimentar la vida de una manera espontánea y amable. El individuo con carácter sadomasoquista presenta una fuerte tendencia al autoritarismo: ….. la persona sadomasoquista se caracteriza siempre por su peculiar actitud hacia la autoridad. La admira y tiende a someterse a ella, pero al mismo tiempo desea ser ella misma una autoridad y poder someter a los demás (Fromm, Erich, p. 188, 1982)
Es la actitud hacia el poder la característica principal de la persona autoritaria; por eso, los individuos e instituciones que carecen de él merecen su desprecio:
La sola presencia de personas indefensas hace que en él surja el impulso de atacarlas, dominarlas y humillarlas. Mientras otro tipo de carácter se sentiría espantado frente a la mera idea de atacar a un individuo indefenso, el carácter autoritario se siente tanto más impulsado a hacerlo, cuanto más débil es la otra persona (Fromm, E., p. 193)
El autoritarismo se vale de muchos disfraces para ocultar sus impulsos destructivos hacia los otros: amor, deber, igualdad, conciencia, patriotismo, unidad, dignidad y muchos otros medios. A aquellos que, en nombre de la igualdad y la justicia, buscan venganza y destrucción, Nietzsche les dirige el siguiente mensaje:
Predicadores de la igualdad, lo que os hace pedir a gritos igualdad no es más que el delirio tiránico de vuestra impotencia; y, de esta forma, vuestra tiránica concupiscencia se disfraza de virtud. Vanidad amargada y envidia reprimida –vanidad y envidia que quizá heredasteis de vuestros padres- surgen en vosotros como llamas y quimeras de venganza… Yo os aconsejo, amigos míos, que desconfíes de quienes se sienten tan inclinados a castigar. Son gente de mal corazón y de mala ralea, a sus ojos se asoman el verdugo y el sabueso. Desconfiad de los que se pasan toda la vida hablando de su justicia. No es sólo miel lo que falta en sus palmas; y, si se consideran los “buenos y justos”, no olvidéis que, para ser fariseos, únicamente les falta el poder (Nietzsche, Friedrich, 2000, pp.92-93)
A veces, la persona autoritaria se revela contra un grupo de autoridades y, al mismo tiempo, someterse a otras autoridades a las que considera que pueden satisfacerle sus anhelos masoquistas. En todos los casos, la actitud destructiva de este tipo de personas representa el mecanismo de huida de un insoportable sentimiento de impotencia que experimenta cuando se compara con otros individuos y, por eso, quiere eliminarlas, destruirlas. Es más, esta condición de impotencia que siente frente a otras personas, va acompañada, también, de angustia y frustración de la vida, situación que impide el pleno desarrollo de sus potencialidades, la seguridad interior y la espontaneidad. Fromm establece una relación entre el impulso de la vida y el de destrucción; éstos no son mutuamente independientes, sino que son inversamente proporcionales: cuanto más plenamente se realiza la vida, tanto menor es la fuerza de la destructividad. Esta es producto de la vida no vivida.

VI. Algunas consecuencias de las relaciones de poder en los individuos y en los grupos sociales
Las relaciones de poder pueden desencadenar los procesos siguientes: sumisión, identificación, interiorización y oposición.
Sumisión
La disposición a someterse, a acatar las órdenes de otros sin ofrecer resistencia pueden estar motivadas por varios factores. Podría deberse a un cansancio y resignación, producto de la experiencia del individuo de derrotas pasadas, a la desconfianza en los dirigentes y en las organizaciones. Esta actitud de resignación no va acompañada de la aceptación pasiva por parte de la persona; más bien, indica un estado de impotencia frente al poder, sin llegar a tener ninguna identificación con la autoridad y está a la espera de que existan las condiciones mínimas para revelarse contra ella. Acata la autoridad mientras no puede hacerle frente; sabe, por experiencia, que no puede actuar si no existe el apoyo para su causa, pues sin este apoyo está nuevamente condenado al fracaso. No tiene prisa; pero, tampoco dispone de mucho tiempo. Sabe muy bien que esta situación debe ser coyuntural para que no tome impulso y que después resulte difícil detenerla, de manera que se debe actuar con mucha precisión y buen juicio. Si la situación lo obliga a ser sumiso, debe saber moverse con mucha rapidez y astucia entre los dédalos del poder. Es oportuno recordar, en este aspecto a Maquiavelo:
De manera que, ya que se ve obligado a comportarse como bestia, conviene que el príncipe se transforme en zorro y en león, porque el león no sabe protegerse de las trampas ni el zorro protegerse de los lobos. Hay, pues, que ser zorro para conocer las trampas y león para espantar a los lobos. Los que sólo se sirven de las cualidades del león demuestran poca experiencia (Maquiavelo, Nicolás, 1999, p. 67-68)
Identidad
En este caso, el individuo deja de ser el mismo y se transforma en una persona idéntica a las demás y actúa tal como los poderosos esperan que lo haga. Es tal su identificación con los otros que resulta muy difícil distinguirlos entre sí. Al despojarse de su personalidad, se convierte en un autómata más y para compensar la pérdida de la personalidad, el individuo se conforma con su situación y busca el reconocimiento de los demás:
Es lo que les pasa siempre a los débiles: se extravían en su camino; y al final la fatiga les hace decir: ¿De qué ha servido caminar, si todo es igual?’’ A esa gente le gusta que le digan que nada merece la pena, que no se debe querer nada. Eso es predicar a favor de la esclavitud. Zaratustra, hermanos, viene como viento fresco e impetuoso para todos los cansados del mundo, pues va a hacer estornudar a muchas narices (Nietzsche, Friedrich, 2000, p.180)
Este proceso de automatización convierte al individuo en un ser inseguro y desamparado; de aquí que él busque la protección y esté dispuesto a someterse (incluso muy entusiastamente y con orgullo) a aquellas autoridades que le ofrecen seguridad y protección. Se somete al poderoso y, al mismo tiempo, se actúa como él; a pesar de que acepta el poder de los otros, no internaliza sus valores y las normas involucradas. En opinión de Erich Fromm, fue este proceso de identificación de la clase media con el poder alemán que caracterizó el núcleo del movimiento nazi.
Interiorización
A través de este proceso, llamado también proceso de socialización, el individuo hace suyos los principales valores del sistema dominante, se apropia de ciertas características que refleja el sistema de poder y se operan ciertos cambios en la conducta del individuo que tienden a ser más o menos permanentes. Estas características pueden ser denominadas como: valores, motivos sociales, actitudes, creencias, etc.
Los grupos que poseen recursos y, por tanto, poder, suelen imponer a la sociedad su sistema de ideas, el sistema de ideas de los que carecen de recursos es un sistema impuesto. Como el yo del individuo se encuentra debilitado, la persona es incapaz de darse cuenta de su inseguridad y de reconocer que los pensamientos y las emociones no son realmente de ella, sino que han sido recibidos desde afuera, interiorizados a través de instrumentos especializados en crear en los individuos el conformismo, la apatía, el temor y la aceptación pasiva del poder establecido. En muchos casos, los individuos llegan hasta admirar y servir a su opresor; admiración y servilismo que son productos de su temor hacia el poderoso. Existe una red bien organizada de instituciones, difundidas en la sociedad, encargadas del proceso de alienación de las personas. Instituciones como la iglesia, el estado, la familia, la escuela, la universidad, partidos políticos, los hospitales, las empresas son algunos de los mecanismos especializados en este proceso de socialización del conformismo. El individuo se convierte en un autómata: piensa, siente y quiere de acuerdo a lo que los demás piensan, sienten y quieren. De esta manera, el individuo cree que existe una relación de armonía con los poderosos, colabora con ellos y está dispuesto a defender los intereses de los que tienen el poder, porque cree que son sus propios intereses los que están en juego. Pierde, así, los últimos vestigios de su personalidad.
Oposición
Es una reacción de rechazo a la autoridad, de inconformidad con el poder. No consideraré esta acción de rechazo a la sumisión como propia de un delincuente, como en muchos casos se hace, para tipificar conductas desviadas y justificar ciertas acciones represivas por parte del sistema de poder. Más bien, la considero como una forma de rebeldía ante una situación abusiva del ejercicio del poder. Más que una conducta desviada, la tipifico como una conducta normal que permite al individuo luchar para dignificar su existencia y lograr su verdadera libertad, con la conquista de la identidad que le ha sido despojada. El que se revela contra el sistema de poder asfixiante es un quebrantador de las tablas de valores dominantes y es, también, un creador de nuevos valores que promueven la existencia de un nuevo hombre. Conoce que no está solo en esta tarea y, también, sabe que lo etiquetarán de inmoral, de delincuente. En este campo de relaciones conflictivas siempre existen dos grupos: los que siempre son solidarios y los lisiados mentales, los mediocres, los eternos opositores al cambio. Conoce de los riesgos y que lo novedoso y el cambio siempre generan oposición; pero, los quebrantadores de valores son creadores, duros y no desean nada gratis. Sólo los mediocres prefieren las cosas fáciles y gratis y se opondrán a todo aquello que indique cambio: Hay muchos que mueren demasiado tarde y algunos que mueren demasiado pronto. Aún nos resulta extraña esa máxima: “¡Morir a tiempo!”…..Pero,¿cómo puede pretender morir a tiempo quien nunca ha vivido a tiempo? (Nietzsche, Friedrich, 2000, p.70)

VII. Conclusiones
Como se habrá notado, he utilizado varias citas de Friedrich Nietzsche. Ello se debe a que este autor es uno de los que han estudiado el tema del poder desde un pisto de vista filosófico. El mismo Foucault (1969), cuando plantea la expresión “genealogía del poder,” retoma con mucha precisión, ideas de Nietzsche, a quien considera un filósofo del poder.
La autoridad per se no es dañina. Pretender eliminarla, sería una tarea inútil e imposible, es inherente a nuestra condición humana. En el estudio de las relaciones de poder en las organizaciones, habrá que considerar que la autoridad presenta distinta naturaleza de acuerdo con la intención de quien la ejerza. Existen personas que usan su poder para sus propios intereses, para destruir, para dañar. Es la autoridad esclavizante, propia de las personas sadomasoquistas. Hay otras, en cambio, que emplean su poder para la consecución de una causa común. De igual manera, existen dos formas de obediencia: la servil y la libre. Por eso, es muy importante estudiar muy detenidamente el poder, particularmente la naturaleza de la obediencia.
Todos los sistemas sociales, y particularmente el nuestro, funcionan a través de un red de reciprocidades de obediencia común. En todos ellos existe un marcado diferencial de poder que caracteriza toda la red de relaciones y es, precisamente, el fenómeno de la obediencia que nos develará todo un conjunto de fenómenos que operan tras la conducta humana. Estamos “programados” por una compleja, densa, difusa e impalpable red de autoridades superestructurales de la sociedad (escuela, universidad, partidos políticos, iglesias, estado, familia, medios de comunicación, instituciones, organizaciones, hospitales, tribunales) para creer y para hacer lo que se dice, para aceptar sin mucho análisis y cuestionamiento sus “verdades”. Estas instituciones, que conforman lo que Foucault denominó “un sistema de micropoderes,” tienen la función de congelar las conciencias de los individuos a través de procesos subliminares de condicionamientos, que inhiben la actividad creadora del individuo y lo hacen renunciar a su deseo de libertad, ejerciendo un control internalizado, el cual es, en muchos casos, la forma más represiva de control. No es fácil visibilizar este proceso, debido a su compleja red de relaciones que se yuxtaponen y se imbrican unas en otras, y cuyo resultado es un individuo educado con una mentalidad opuesta al desarrollo pleno de sus facultades y a su misma práctica.
La función de la educación está muy bien condensada en la frase, atribuida a Bernard Shaw, y que Gabriel García Márquez cita en su famosa obra Vivir para contarla: “Desde muy niño tuve que interrumpir mi educación para ir a la escuela”. Albert Einstein se refirió al papel de la educación de la siguiente manera: lo único que interfiere con mi aprendizaje es mi educación (Thorpe, Scout, 2001, p. 16)
Aunque el poder puede existir en las situaciones conflictivas y no conflictivas, por lo general, las personas actúan, en lo que Michel Foucault describe como la “microfísica del poder” con innumerables puntos de enfrentamiento. De aquí que sea muy importante estudiar, con profundidad, las relaciones que suceden entre los individuos y los grupos sociales, en un contexto determinado, para descubrir los procesos de obediencia y mando: la relación entre los dominantes y los dominados y, principalmente, la relación de los dominados entre sí. Es importante, en este aspecto, que los profesionales analicen, con mucho cuidado, cuál es su ubicación en esta “microfísica del poder”, cuál es su práctica concreta en estas relaciones de poder para entender la dinámica de los movimientos sociales, de los grupos sociales que operan al interior de las organizaciones, de las intenciones que subyacen en las conductas de las personas. El conocimiento de cómo opera el poder en un contexto específico facilitará al individuo saber si su práctica es coherente con determinado movimiento social.
Hemos planteado anteriormente cómo la disposición a obedecer y la disposición a mandar existen en todos los individuos al igual que en los animales, con matices e intensidades distintas. A algunas personas les gusta más mandar que obedecer y a otras, lo contrario. ¿Cuál es más fácil de las dos? Para algunos estudiosos del tema, es más fácil obedecer que mandar. Yo no estoy tan seguro que esa sea la regla general, en individuos normales. Hemos visto cómo en la disposición al mando y a la sumisión influyen aspectos genéticos (ADN) y sociales, y que aún en la carga genética existen diferencias: individuos que vienen dotados de una carga genética mayor hacia el mando que otros. La dinámica de la autoridad es muy compleja.
La humanidad tiene la responsabilidad, responsabilidad derivada del principio de la selección natural, de la preservación y superación del individuo. La decisión es nuestra: o nos destruimos o nos desarrollamos. El principio de la selección natural no entiende de sentimientos. El panorama no es muy alentador. Y no es que seamos pesimistas; pero, las masacres, el odio, la envidia, la destrucción, el egoísmo son una constante en la ecuación del “desarrollo humano” y en el desarrollo organizacional. En efecto – dice el autor portugués, Premio Nobel de Literatura 1998, José Saramago – yo no sé quien soy. Pero, más que el yo me preocupa el otro, ese otro al que siempre definimos como enemigo. Por eso, la vida pacífica entre los seres humanos no existió nunca y, si existió alguna vez, no duró mucho. Esforzarnos por comprender al otro, que es nuestro semejante, es lo decisivo.
Las naciones alfa imponen sus razones a los países omega y son las primeras las que definen los términos de las ecuaciones que rigen el destino de las segundas, y los gobernantes de los países omega se rinden, incluso con orgullo, a la voluntad de los gobernantes del país alfa. Este proceso se repite, con distintas dimensiones y características, en las organizaciones de todo tipo. Nuestras conciencias están secuestradas, igual que nuestro lenguaje, nuestra identidad perdida. Muy bien lo dijo recientemente, en una entrevista, el ganador del premio Nobel de Literatura 2002, el escritor húngaro, Imre Kertész, con relación a cómo los sistemas secuestran el lenguaje: No, sigue secuestrado. Los medios y los periódicos crean su propio lenguaje en el que el individuo está perdido. Tenemos que volver al lenguaje del individuo. En el discurso aprendí que en un momento de mi vida decidí que mi única realidad era yo. Creo que todo el mundo debería tener ese momento, la libertad total del ser. Debemos rescatar nuestra propia identidad y debemos estar dispuestos a hacerlo por duro y difícil que sea el camino: Debe considerarse que no hay nada más difícil de llevar a cabo, ni éxito más dudoso, ni más peligroso de manejar, que iniciar un nuevo orden de cosas (Maquiavelo, Nicolás) La construcción de una nueva cultura y una nueva ética planetaria no es una opción, es una obligación. Una cultura y una ética que promueva y fortalezca el potencial de resistencia, con creatividad, ante sistemas dominantes que prohiben a las personas una vida digna, una educación que libere y no que domestique. Esa es nuestra misión. Misión que se desdobla en: misión individual y misión grupal. No bastan las buenas intenciones. De buenas intenciones está lleno el infierno.

Bibliografía
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Fernando Guerrero

8 Commentsto Microfisica del Poder

  1. TATANKA dice:

    El concepto de poder en Foucault
    Aquiles Chiu Amparan

    Es importante acuñar una noción de poder que no haga exclusiva referencia al gubernativo, sino que contenga la multiplicidad de poderes que se ejercen en la esfera social, los cuales se pueden definir como poder social. En La verdad y las formas jurídicas, Foucault es más claro que en otros textos en su definición del poder; habla del subpoder, de “una trama de poder microscópico, capilar”, que no es el poder político ni los aparatos de Estado ni el de una clase privilegiada, sino el conjunto de pequeños poderes e instituciones situadas en un nivel más bajo. No existe un poder; en la sociedad se dan múltiples relaciones de autoridad situadas en distintos niveles, apoyándose mutuamente y manifestándose de manera sutil. Uno de los grandes problemas que se deben afrontar cuando se produzca una revolución es el que no persistan las actuales relaciones de poder. El llamado de atención de Foucault va en sentido de analizarlas a niveles microscópicos.

    Para el autor de La microfísica del poder, el análisis de este fenómeno sólo se ha efectuado a partir de dos relaciones: 1) Contrato – opresión, de tipo jurídico, con fundamento en la legitimidad o ilegitimidad del poder, y 2) Dominación – represión, presentada en términos de lucha – sumisión. El problema del poder no se puede reducir al de la soberanía, ya que entre hombre y mujer, alumno y maestro y al interior de una familia existen relaciones de autoridad que no son proyección directa del poder soberano, sino más bien condicionantes que posibilitan el funcionamiento de ese poder, son el sustrato sobre el cual se afianza. “El hombre no es el representante del Estado para la mujer. Para que el Estado funcione como funciona es necesario que haya del hombre a la mujer o del adulto al niño relaciones de dominación bien especificas que tienen su configuración propia y su relativa autonomía”.

    El poder se construye y funciona a partir de otros poderes, de los efectos de éstos, independientes del proceso económico. Las relaciones de poder se encuentran estrechamente ligadas a las familiares, sexuales, productivas; íntimamente enlazadas y desempeñando un papel de condicionante y condicionado. En el análisis del fenómeno del poder no se debe partir del centro y descender, sino más bien realizar un análisis ascendente, a partir de los “mecanismos infinitesimales”, que poseen su propia historia, técnica y táctica, y observar cómo estos procedimientos han sido colonizados, utilizados, transformados, doblegados por formas de dominación global y mecanismos más generales.

    En Los intelectuales y el poder, Foucault argumenta que después de mayo de 1958, los intelectuales han descubierto que las masas no tienen necesidad de ellos para conocer –saben mucho más–, pero existe un sistema de dominación que obstaculiza, prohibe, invalida ese discurso y el conocimiento. Poder que no sólo se encuentra en las instancias superiores de censura sino en toda la sociedad. La idea de que los intelectuales son los agentes de la “conciencia” y del discurso forma parte de ese sistema de poder. El papel del intelectual no residiría en situarse adelante de las masas, sino en luchar en contra de las formas de poder allí, donde realiza su labor, en el terreno del “saber”, de la “verdad”, de la “conciencia”, del “discurso”; el papel del intelectual consistiría así en elaborar el mapa y las acotaciones sobre el terreno donde se va a desarrollar la batalla, y no en decir cómo llevaría a cabo. En La microfísica del poder indica que “el poder no es un fenómeno de dominación masiva y homogénea de un individuo sobre los otros, de un grupo sobre otros, de una clase sobre otras; el poder contemplado desde cerca no es algo dividido entre quienes lo poseen y los que no lo tienen y lo soportan. El poder tiene que ser analizado como algo que no funciona sino en cadena. No está nunca localizado aquí o allá, no está nunca en manos de algunos. El poder funciona, se ejercita a través de una organización reticular. Y en sus redes circulan los individuos quienes están siempre en situaciones de sufrir o ejercitar ese poder, no son nunca el blanco inerte o consistente del poder ni son siempre los elementos de conexión El poder transita transversalmente, no está quieto en los individuos”. Aunque este párrafo pudiera hacer pensar que Foucault disuelve, desintegra el principal tipo de poder, el estatal, o que no lo reconoce, en otro apartado habla del concepto de subpoder, de los pequeños poderes integrados a uno global. Reconoce al poder estatal como el más importante, pero su meta es tratar de elaborar una noción global que contenga tanto al estatal como aquellos poderes marginados y olvidados en el análisis.

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  2. TATANKA dice:

    La producción social del deseo

    El deseo es entonces una producción social. La producción deseante se organiza mediante un juego de represiones y permisiones. Tal juego carga energía libidinal en la sociedad. La carga de deseo es “molar” en las grandes formaciones sociales y “molecular” en lo microfísico inconsciente. Lo molar es deseo consciente, representación de objetos de deseo, y se origina a partir de los flujos inconscientes del deseo o cuerpo sin órganos.

    El cuerpo sin órganos es el inconsciente en su plenitud, esto es, el inconsciente de los individuos, de las sociedades y de la historia. Se trata del deseo en estado puro, que aún no ha sido codificado, que carece de representación o de “objeto de deseo”. Es el límite de todo organismo; porque cuando ya se es organismo, la pulsión inconsciente está codificada, aunque el cuerpo sin órganos siga delimitando el plano de organización de los individuos. El cuerpo sin órganos no es erógeno, porque “erógeno” o “sexual” ya son codificaciones. Como antecedente conceptual el cuerpo sin órganos de Deleuze y Guattari tiene como antecedente histórico la voluntad de poder nietzscheana y –cambiando lo que hay que cambiar- la sustancia de Spinoza. El cuerpo sin órganos es un inconsciente no personalizado que palpita en cualquier forma viva.

    La matriz de toda carga de energía libidinal social es el delirio. Delirio, aquí, no se entiende como categoría psicológica individual, sino como categoría histórico social. El delirio se desplaza entre dos polos, uno tiende a homogeneizar el deseo de las grandes poblaciones desde los centros de poder y el otro trata de huir de esa masificación deseante codificada, siguiendo alguna posible línea de fuga del deseo (molecular). El delirio es el movimiento de los flujos del deseo. Puede ser paranoico, esquizofrénico o perverso. Pero tampoco estas categorías refieren a entidades psicológicas individuales, ni tienen connotación de “enfermedad” (por lo menos, no de enfermedad subjetiva), se trata de distintas modalidades del deseo que se manifiestan en lo social.

    Que el deseo es codificado por el poder, significa que quienes ejercen un poder buscan “interpretar” el deseo de aquellos sobre los que ejercen hegemonía. Es decir, darle una representación para que se haga consciente. De manera tal que al codificar el deseo se torne manejable. Se torne también previsible y “despotencido” para los cambios. Es de gran utilidad para quienes ejercen densamente poder, que las personas se apeguen a ciertas representaciones del deseo. Es en función de esas representaciones, que es efectivo el márketin.

    El deseo, en sí mismo, esto es sin representación, no tiene objeto, es ciego. Simplemente desea. “No sé lo que quiero, pero lo quiero ya”, dice un tema de Luca Prodan. Pero cuando el deseo es manipulado para ejercer dominio sobre las personas, se lo rotula, se etiqueta, se le pone nombre . Los sujetos, entonces, “saben lo que quieren”, aunque siguen sin saber que ese deseo les fue impuesto. Por ejemplo, en el capitalismo, se codifica el deseo como mercadería para ser consumida. De este modo, se aporta al sistema capitalista y se facilita la tarea de gobernar. Lo primero, porque se fortalece el dispositivo económico neoliberal, y lo segundo, porque se borran las diferencias, ya que se supone que son fuente de conflictos.

    Los romanos antiguos y los españoles de la primera modernidad conocieron las ventajas de anular las diferencias. Los primeros construyeron un imperio obligando a sus súbditos a que hablasen una sola lengua, el latín. Los segundos establecieron su poderío exigiendo que sus colonizados, no sólo hablaran una sola lengua, el castellano, sino también que profesaran una sola religión, la católica.

    La energía libidinal o deseante tiene entonces dos caras: una molar, macrofísica, totalizante, aglutinada según los intereses del poder hegemónico; la otra molecular, microfísica, singularizante, esparcida por los tortuosos vericuetos del cuerpo social. Las singularidades deseantes (por ejemplo, una persona) ni siquiera son individuos. Hay multiplicidad de ellas en cada individuo. Cada uno de nosotros concentra una multiplicidad de “modos de ser” en relación al deseo. Nos atrae el bello de una persona, el cuello de otra, las nalgas de un bebé, la morbosidad de un objeto, el olor dulce o rancio de una piel. Vamos constituyendo nuestro deseo con fragmentos de estímulos que orientamos hacia lo que creemos es el objeto de nuestro deseo. Dicho objeto no es sino la representación de algo que por sí mismo es irrepresentable.

    La energía libidinal se transmite, y recicla, a través de órganos acoplados a otros órganos que, para Deleuze, forman máquinas deseantes. El deseo circula constituyendo conexiones, pero también se producen cortes. Una boca hambrienta se acopla a un pezón dador de leche. Pero pasado cierto tiempo, se separan, se corta el flujo deseante. No existe una maquina “madre” y otra “hijo”, o existen únicamente como una multiplicidad de máquinas encajándose y desprendiéndose. La energía que moviliza las máquinas es del orden de las intensidades, es decir, la fuerza libidinal productiva.

    El corte de las intensidades deseantes es tan importante como el acople, de lo contrario, se molariza, se torna totalizante, se pega a una representación asfixiante, cuando no mortal. Si la boca hambrienta chupa y corta, produce una pulsión molecular. Pero si se quedara prendida al seno, se “fosilizaría” en su deseo. Tal es lo que ocurre en la película japonesa El imperio de los sentidos, de Nagisa Oshima, cuando la protagonista se queda “acoplada” a un pene sin vida. Lo que era deseo, devino locura.

    Tanto en el aspecto molar, como en el molecular, la intensidad es colectiva. El fantasma deseante es grupal. El niño no desea sino lo que otros desean. Un juguete abandonado se torna deseable en el preciso momento en que lo desea otro niño. A la vez, este segundo niño lo desea porque es de otro. El ejemplo, cambiando lo que hay que cambiar, se puede hacer extensivo a los adultos. Porque el objeto más deseado, es el que genera más deseo. El deseo puede plegarse a la gran masa social (molarizada) o encontrar una salida. Si lo logra, se torna micro, polivalente, múltiple (molecular). Inventa, crea, revoluciona, transgrede.

    Ahora bien, lo molar no se identifica con lo colectivo y lo molecular con lo individual. El microinconsciente (molecular) sólo conoce objetos parciales y flujos. Aunque puede haber realizaciones colectivas que no estén atrapadas por lo molar. Como los primeros recitales de rock de los hippies, las primeras rondas de las Madres de Plaza de Mayo en pleno Proceso Militar Argentino, las procesiones de antorchas de las adolescentes catamarqueñas en el caso María Soledad Morales. Esos acontecimientos constituyeron líneas de fuga. En ellos, el deseo encontró salidas no preestablecidas. Por el contrario, puede haber también acciones individuales que están molarizadas o que son reaccionarias .

    No toda codificación es cosificante. En la línea de fuga también se codifica, pero creativamente. Un artista haciendo una obra original puede codificarla, por ejemplo, como “escultura” o “pintura”, sin dejar por ello de producir intensidades deseantes liberadoras . Se pueden establecer relaciones sexuales de manera original, a pesar que el sexo es una codificación del deseo. Por otra parte, también se pueden practicar codificaciones preestablecidas que son productivas. Una persona que trabaja como voluntaria en un hospital, se “pliega” a un código hecho (“ser voluntario”) pero su actividad es expansiva del deseo (es decir, no coaccionante).

    Existen asimismo plusvalías de códigos, cuando una parte de una máquina captura para su propio código un fragmento del código de otra máquina. Es el caso de la planta que se vale de un insecto para fecundar. Su código “fecundar” captura el deseo del insecto, lo atrae simulando las características sexuales buscadas por él. Luego, el engañado retoma su vuelo sin advertir que se ha convertido en parte del aparato reproductor de la flor.

    En El Anti-Edipo, se denomina socius a la formación social en su conjunto. El socius es “cuerpo pleno” (o lleno). Desde este concepto, se piensa al ser humano más allá de su organismo biológico, porque sus órganos se conectan con la formación social. La sociedad, en cambio, es la codificación de los flujos del deseo. Las sociedades se distinguen unas de otras por los distintos códigos impuestos a su capacidad deseante. El flujo del deseo, en tanto pura intensidad libidinal productiva, es el límite del territorio del socius. Es como el océano que rodea una isla. La sociedad capitalista es la isla del deseo. Todo está codificado para ser consumido. Es como un enorme maquina de tritura, de devorar y asimilar deseo.

    Lograr escapar de la molarización del deseo es desterritorializarse. Abrir una línea de fuga. Zafar de las codificaciones . Ejercer lo inédito, liberar un deseo sin forma y sin función. La boca que habló por primera vez se desterritorializó respecto del territorio “comer”. Pero los sonidos articulados comenzaron a tomar forma de lenguaje y comenzaron a cumplir funciones. Es entonces cuando la boca hablante se reterritorializó. En el proceso de la lengua interviene así mismo la máquina abstracta. Es la que efectúa la conexión entre los contenidos semánticos y pragmáticos de una lengua y sus enunciados. Por ejemplo, en el pensamiento de Michel Foucault, se trata de las reglas de formación del discurso que interactúan con las prácticas sociales micropolíticamente.

    Esther Diaz

  3. TATANKA dice:

    Reflexiones post-anarquistas.

    (…)“El post-anarquismo no debe entenderse como una mera conjunción de anarquismo + postestructuralismo, por mucho que beba de ambos. Más bien se trata de una bandera con la que expresar el deseo de trascender los viejos hormes, de devenir-otro y de agenciar nuestros cuerpos en el flujo virtual y actual de la eterna diferenciación antagonista. Dejar atrás el mundo que nos abandona con todas sus hagiografías y reliquias para crear nuevos mundos a través del despliegue de las oportunidades del presente; cabalgar sobre las líneas de fuga y recombinarse con el otro amigo para innovar excesos por venir, galopar sobre las lisas mesetas y entre las punzantes alambradas de lo cotidiano, en esto consiste hoy la alegría de ser ‘anarquista’.”

    Generalizando, el anarquismo clásico partía de la idea que había construido la Ilustración sobre la naturaleza humana. Era según esta naturaleza, una y eterna, que existía un bien y un mal universal, más allá del tiempo y más allá del espacio. Como brillantemente entendió Stirner, lo que hacía la ilustración y el socialismo no era otra cosa que matar a Dios para colocar en su lugar otro juez igual de trascendente, abstracto y supremo. A este nuevo dios secular lo llamaron “la Humanidad”. El juez trascendente humanista descendía de la montaña con las tablas del dogma bajo el brazo, dictando la moral no ya por mandato divino sino por su correlato secular: la naturaleza, las necesidades, los derechos naturales. El problema, protestaba Stirner, es que la Humanidad abstracta no existe, es sólo un fantasma. Su planteamiento era demasiado solipsista como para poder aprehender la poietica de las relaciones que se dan entre los cuerpos y seguía demasiado apegado a la concepción cartesiana del sujeto, pero de alguna manera en su rechazo a Hegel se volvía contra el universalismo, la normalización y, como más tarde harían Nietzsche, Deleuze o Foucault, afirmaba la diferencia (la unicidad de los cuerpos), la voluntad y también cierta multiplicidad (aunque fuese entre sujetos-Uno). Stirner colocaba en el centro de la política el goce, la voluntad y el deseo y no ya la moral o la ley de la naturaleza humana. “¡Dios ha muerto! ¡Matemos ahora al hombre!” –Gritaba.

    Aunque de una forma muy diferente, esta sensibilidad por la multiplicidad y su contingencia será la que retomen los teóricos postestructuralistas surgidos del agenciamiento de enunciados, creencias y deseos de los años sesenta y setenta. Para los post-estructuralistas tenía una importancia capital el estudio de lo que para cualquier política de la experimentación debe ser primordial, esto es, el estudio de la producción de (nuevos) enunciados, la producción de mundos perceptivos y mundos vividos diferentes. Esta cuestión es clave para cualquier política revolucionaria: ¿Qué otra cosa es la revolución sino producir nuevos agenciamientos sociales, deseantes y culturales? Lo reaccionario es siempre aquello que se opone a lo revolucionario, y por tanto a aceptar que puede haber distintos planteamientos más válidos y que algún día, alguna vez, han de producirse otros que funcionen mejor que los primeros. Atendiendo a este estudio de la diferencia los postestructuralistas deconstruyen los universales, la moral o Juicio de Dios.

    La moral es siempre reaccionaria. Es aquello que estipula qué es el bien y qué el mal, qué lo natural y qué lo contra-natura, qué lo normal y qué lo aberrante, y lo fija y nos atrapa en este encorsetamiento a través de las ideas trascendentes. Se puede decir que esto o lo otro es bueno o malo para conseguir tal o cual cosa que se desea, pero esto ya no sería un juicio moral sino funcional (a esta pragmática la llamaremos ética política). Partir de esta ética será la postura que defenderían, si bien de distinta manera y con distintas conclusiones, Stirner, Nietzsche, Deleuze y tantos otros. La moral, en cambio, no se expresa en estos términos. Para ella hay un Bien y hay un Mal independiente de los deseos de unos y otros, como también hay unos “intereses objetivos” independientemente de los deseos y subjetividades de los “interesados” (por ejemplo: el interés de la clase obrera sería objetivamente contrario al de la capitalista). El peligro en este tipo de pensamiento es evidente. Cuando el problema se plantea en términos de verdad esencial (moral o “intereses objetivos”) ya no es necesario atender a los deseos de los implicados. Por el contrario, cuando uno se aproxima a la realidad desde una ética-política construccionista uno puede comprender que los “intereses objetivos” son siempre subjetivos, que un obrero por mucho que sea obrero si desea el fascismo su interés real (subjetivo) descansará en la patria, el führer, etc. Un deseo cancerígeno, que aplasta los del resto y en última instancia un deseo suicida que destruye el propio cuerpo deseante, pero un deseo, no ideología ni “falsa conciencia” (…)

    [url=http://www.alasbarricadas.org/blackblogs/index.php?blog=8&cat=35]http://www.alasbarricadas.org/blackblogs/i…og=8&cat=35[/url]

  4. TATANKA dice:

    Postanarquismo
    De Wikipedia, la enciclopedia libre

    El postanarquismo se trata de una multiplicidad heterogénea de teorías políticas radicales que se articula, según los casos, con el pensamiento del postestructuralismo, el postmodernismo, el postcolonialismo, el postfeminismo y el postmarxismo, siempre con la intención de superar las nociones modernos del anarquismo y conservando, no obstante, el carácter anti-autoritario, el rechazo simultáneo al capitalismo y a la forma/Estado característico del anarquismo.

    El prefijo “post-” no significa “después del anarquismo”, sino que hace referencia a la ruptura respecto a las suposiciones aceptadas dentro de los marcos teóricos que emergieron durante la Ilustración. Esto significa un rechazo básico de las fundaciones epistemológicas de las teorías anarquistas clásicas, debido a su tendencia hacia nociones esencialistas o reducionistas, aún sin obviar las importantes excepciones a estos marcos teóricos (Emma Goldman, Max Stirner, etc.). Este tipo de acercamiento muestra que más que estar reprimidos por el poder, somos producidos por este, por consiguiente advierte a aquellos que luchan contra el poder (en la forma de dominación) acerca de como su resistencia con frecuencia deviene sobredeterminada por los efectos del poder. El postanarquismo argumenta también contra el anarquismo temprano que el capitalismo y el estado no son los únicos focos de dominación, y que por lo tanto se deben desarrollar nuevos enfoques que combatan las estructuras de dominación en red que caracterizan la modernidad-tardía.

    Algunos puntos comunes dentro del postanarquismo son:

    * La comprensión del sujeto como efecto de las relaciones discursivas, la performatividad el “deseo” o el “poder”
    * El rechazo respecto a la hipótesis represiva y la reconceptualización del poder
    * La desnaturalización del cuerpo y la sexualidad (ver teoría queer y postfeminismo)
    * La metodología y perspectiva de la genealogía
    * La deconstrucción de las oposiciones binarias de la filosofía occidental
    * La deconstrucción de los roles de género a través del feminismo post-estructuralista.
    * La concepción de la teoría como una caja de herramientas.
    * El rechazo a la forma/Estado y al capital en tanto que capturas del común y la singularidad.

    [url=http://es.wikipedia.org/wiki/Postanarquismo]http://es.wikipedia.org/wiki/Postanarquismo[/url]

  5. TATANKA dice:

    El Anticristo

    Este pequeño libro escrito en 1888 marca la posición del autor de transvalorar todos los valores. Una crítica radical de los valores del cristianismo con el osado diagnóstico de que éstos son los responsables por los achaques del mundo. Un experimento transvalorado, ya que aquí el cristianismo no es evaluado por la verdad de sus dogmas, pero sí como fenómeno moral que encabeza todo el proceso que civiliza al occidente; se posiciona fuera de estos valores buscando identificar el grupo de fuerzas que están presentes en su origen y que todavía permanecen. Quiere saber: lo que valen estos valores y para dónde nos llevan.
    Identifica en el cristianismo una interpretación del mundo puramente ficticia, sin ningún contacto con la realidad, al contrario, movida por el odio y por el resentimiento de esta misma realidad. Busca entenderlo desde su raíz judaica cuando ésta todavía poseía un Dios todopoderoso y que se transforma después en un buen Dios; cuando queda impotente delante del conquistador. La relectura que sus profetas hicieron de su pasado, en el exilio, traducida como obediencia o no a Dios, la causa de las grandezas y de los sufrimientos de un pueblo. La invención del pecado como forma de control sacerdotal sobre un pueblo.

    El papel de Jesús: Visto como un revolucionario anarquista que trae las buenas noticias en su práctica de vida, destruyendo toda la distancia entre Dios y el hombre. Jesús vino a enseñar una vida nueva y no una nueva fe. Su muerte en la cruz renueva el espíritu de venganza de sus apóstoles que no consiguen entender el motivo de tanta crueldad y necesitan encontrar a un culpado. Paulo encuentra en el signo Dios en la cruz la fórmula para la venganza y, invirtiendo todos las enseñanzas del maestro, que él ni siquiera conoció, crea una religión de odio a los valores aristocráticos que favorecen todo lo que es bajo, débil, impotente.

    Pablo consigue invertir las buenas noticias de Jesús creando una religión sacerdotal que vence a Roma, el modelo de civilización que triunfa con el cristianismo es un adiestramiento y domesticación del tipo hombre y la forma encontrada para llevarlo a cabo fue la enfermedad del animal hombre. Un experimento transvalorado que termina con una sentencia de condenación al cristianismo y marca el éxito de la transvaloración de su autor. Queda la pregunta: ¿Quién fue el anticristo? ¿Nietzsche, el primero que trasvaloró el cristianismo? ¿Pablo el que transformó las buenas noticias en la religión del resentimiento? ¿O Jesús, aquél que, con su vida, negó todos los valores defendidos por el cristianismo?

    [url=http://www.taringa.net/posts/downloads/878490/Nietzsche,-El-Anticristo-y-Aforismos_.html]http://www.taringa.net/posts/downloads/878…Aforismos_.html[/url]

  6. Leets dice:

    Tatanka tengo unos apuntes y referecias acerca de una investigacion de lo que es la autoridad y el poder enfocados en investigacion social, talvez te podria servir si te interesa como te los mando?

    Shine on

  7. TATANKA dice:

    depende de los autores me pueden interesar…las vertientes marxistas o de tipo dualista no me interesan tanto y son muy diferentes a la mirada nietzscheana. si quieres envíame un PM con los nombres de los autores o de que van los temas así te digo si me pueden interesar y como enviármelos.

  8. Leets dice:

    Poder autoridad y obediencia

    Cuando se habla de la obediencia inevitablemente se debe hacer referencia a dos fenómenos que han generado mucho interés en el área de la psicología social: el poder y la autoridad. Sin poder y sin autoridad no se generaría la obediencia. Russell (1949) menciona que desde el momento en que existía una organización de gobierno, algunos hombres tenían más poder que otros y se ejercía el derecho de castigar a quienes desobedecieran: surgían las figuras de autoridad.
    El estudio y definición tanto del poder (Cartwright, 1959; Homans, 1987) y la autoridad (Friedman, 1990) han generado mucha controversia y falta de consenso al respecto.
    Tradicionalmente, el poder se ha definido como la potencialidad de una persona para influir o controlar a otros dentro de un sistema (Cartwright, 1959; Goltz, 2003; Levinger, 1959; Raz, 1990b). Algunos autores han agregado a su definición que esta influencia se da a pesar de la resistencia de los influidos (Cohen, 1959; Weber, 1964). La autoridad se ha definido como el derecho legítimo de mandar y de ser obedecido (Friedman, 1990; Raz, 1990ª, 1990b; Wolff, 1990). De manera precisa, Raz (1990b) afirma que mientras el poder no es normativo y se refiere solo a la capacidad de hacer que otros hagan lo que uno desea, la autoridad sí lo es. Así (Levinger, 1959), el poder es un aspecto de una relación social informal basado en la capacidad de una persona para gratificar o privar de necesidades a otros, mientras que la autoridad es un aspecto de la estructura formal de un grupo basada en prescripciones de rol y fundadas en un sistema de normas de un grupo. Sin embargo, Levinger (1959) afirma que para mantener la autoridad en un grupo la figura de autoridad debe tener un mínimo de poder.
    Wolff (1990) ejemplifica la diferencia entre tener poder y tener autoridad con la escena de un asalto. Si A asalta a B y le pide su cartera amagándolo con una pistola, B entregará su cartera ya que considerará que la amenaza es peor que la pérdida del dinero. Decimos que A tiene poder sobre B, pero difícilmente se podría decir que A tiene autoridad sobre B ya que A no tiene derecho de demandar a B su dinero. En cambio, plantea Wolff, cuando el gobierno solicita a B el pago de impuestos, aunque B no quiera hacerlo, debe cumplir con una obligación. Aunque B pueda evadir el pago de impuestos reconoce la autoridad que el gobierno tiene sobre él.
    Según Milgram (1974) la obediencia es el mecanismo psicológico que liga a la acción individual con el propósito político. Este autor considera que la obediencia es el factor disposicional que une a los hombres a un sistema de autoridad y que cuando se dice que una persona obedece, significa que la acción que se lleva a cabo no corresponde a los motivos del actor, sino que se basa en los motivos de alguien que, jerárquicamente hablando, está más arriba que el actor. Weber (1964) por su parte, menciona que obedecer significa que la acción de una persona, la que obedece, se lleva a cabo como si el contenido del mandato se convirtiera en máxima de la conducta, sin tener en cuenta la opinión del que actúa sobre el valor del mandato como tal. Se podría decir, que los autores coinciden en el aspecto de que las opiniones del que obedece no son importantes, que hay un seguimiento no crítico de lo que se ordena. En este sentido, obedecer hace referencia a un seguimiento no cuestionado de lo que se ordena hacer. Según Milgram (1974) en un sistema de autoridad un mínimo de dos personas comparten las expectativas de que uno de ellos tiene el derecho de prescribir la conducta del otro (Milgram, 1974). En este sentido, en un sistema de autoridad, una de las partes ordena y la otra obedece.
    A pesar de la relación que tienen estos tres fenómenos, cada uno de ellos, por separado, ha generado trabajos que evalúan su papel en la conducta de los individuos. Se han utilizado una gran variedad de procedimientos para su estudio y han surgido taxonomías de clasificación que idealmente deberían permitir el entendimiento y/o conocimiento de los factores que intervienen en su adquisición, mantenimiento e incluso en su eliminación. A continuación se expondrá el trabajo que se ha realizado en la psicología social tradicional con respecto a cada una de estas tres áreas y se analizará la relación entre ellas para abordar el conocimiento empírico-conceptual de la obediencia.
    El poder.
    Carthwright (1959) afirma que cuando se pregunta a un psicólogo acerca del poder, frecuentemente responde refiriendo a ciencias políticas, sociología, economía o haciendo referencia a valores personales. Homans (1987) llevó a cabo una revisión acerca de las distintas definiciones de este fenómeno, definiciones en el ámbito sociológico y psicológico, y concluyó que lo que ha sido definido en la literatura como poder son en realidad diferentes mecanismos psicológicos.
    En cuanto a los procedimientos utilizados para estudiar éste y otros fenómenos sociales, Rangel (2003) menciona tres categorías para catalogar los procedimientos metodológicos que han sido utilizados en el área: 1) los procedimientos evaluativos que haciendo uso de instrumentos como cuestionarios o encuestas, obtienen datos que ubican la posición del fenómeno en un momento y en una población determinada; 2) los procedimientos tecnológicos que reportan experimentos en donde se trabaja con personas que presentan conductas indeseables relacionadas con el fenómeno de interés, en este caso, el poder, la autoridad y la obediencia, y que son expuestos a algún procedimiento terapéutico para que dejen de presentar este tipo de conductas, a la vez que incrementan la frecuencia de conductas deseables; y 3) procedimientos experimentales/observaciona-les cuyo interés reside en identificar los factores que intervienen en la adquisición, mantenimiento y eliminación de conductas que tienen que ver con el poder. Ningún procedimiento es mejor que otro, cada uno de ellos sirve a intereses distintos y en conjunto han permitido reunir datos que hacen posible entender un poco más los fenómenos psicológicos.
    En el caso del estudio del poder, se puede observar una tendencia en la utilización de procedimientos evaluativos (Wolfe, 1959; Zander, Cohen y Stotland; 1959) y experimentales (Cohen, 1959; French y Snyder, 1959; Levinger, 1959; Rosen, 1959; Stotland, 1959) que no se apegan a una postura teórica específica.
    Secord y Backman (1976) plantean una definición del poder social con base en el trabajo de French y Raven (1959), uno de los más representativos en el área:
    ” …es el poder de la persona P sobre la persona O, es una función conjunta de su capacidad de afectar los resultados de la persona O con la relación a sus propios resultados. De esta manera mientras más control tenga P sobre los resultados de O y mientras menos adverso sea ese control sobre sus propios resultados, mayor será el poder que tiene sobre O. De manera más clara, si P le puede dar a O algo importante a un mínimo costo para P, o si puede utilizar presión con poco costo, es probable que tenga un gran poder sobre O” (p. 243).
    Estos autores, al igual que Milgram (1974), afirman que el poder social no proviene directamente de las características personales del individuo poderoso, sino que depende de la relación entre los individuos y del lugar de la relación dentro del contexto de la estructura social, es decir, de su papel institucional.
    A diferencia de lo que se ha venido planteando acerca del poder, Secord y Backman, señalan una diferencia entre el poder y la influencia. Mencionan que una persona puede tener un gran poder social pero nunca utilizarlo. Sin embargo, en este momento cabría preguntarse ¿qué persona no utiliza el poder que tiene una vez que sabe que lo tiene o una vez que los otros reconocen su poder? O ¿Acaso cuando una persona está ante un individuo con poder no cambia su conducta? Aún en la mínima medida en que una persona cambie su conducta debido a la presencia de alguien con poder, podría afirmarse que éste se estaría utilizando. Una posible interpretación de lo que afirman Secord y Backman es que aún cuando las personas tienen poder, lo que no utilizan posiblemente es la autoridad legítima o ilegítima que pudieran tener sobre otras personas.
    Con respecto a las clasificaciones del poder, Russell (1949) menciona tres formas por medio de las cuales un hombre puede adquirir poder sobre otros. La primer forma es por la fuerza; la conquista militar producía frecuentemente en los conquistados una auténtica lealtad hacia sus dominadores. La segunda forma es por la propiedad de los medios de producción, que ejemplifica diciendo que desde los tiempos más remotos, quien gobernaba en el Nilo superior podía destruir la fertilidad del bajo Egipto, siendo este tipo de poder el más débil ya que los nuevos magnates no tienen ningún derecho tradicional o legítimo de superioridad. La tercera forma es por el prestigio, por carisma.
    La clasificación que ha generado mayor trabajo en el área del poder es la de French y Raven (1959) que identificaron los principales tipos de poder y los definieron de manera que pudieran compararse de acuerdo a los cambios que cada uno de ellos producía. Propusieron una taxonomía con cinco tipos de poder no independientes y que pocas veces se encuentran como tales en las situaciones reales. Mencionan que la mayoría de los actos de influencia incluyen una combinación de varias clases. Sin embargo, afirman que la identificación de estas formas puras es una ayuda útil para entender el poder en las relaciones sociales.
    La primera clase de poder es el de recompensa. Es el poder que es ejercido por O sobre P y está basado en la percepción de P de que O tiene la posibilidad de darle recompensas. De manera similar, una segunda clase de poder se llama poder coercitivo porque está basado en la percepción de P de que O puede castigarlo. El poder de recompensa tiene una propiedad que el poder coercitivo no tiene, que puede transformarse gradualmente en poder referente que está basado en la identificación. Este poder se basa en el grado en que P es atraído por O. El tercer tipo de poder es el legítimo de O sobre P que está basado en la aceptación de P de las normas internas y de los valores que dictan que O tiene un derecho legítimo para influir sobre P y que P tiene la obligación de aceptar esta influencia. Este tipo de poder en una organización formal es una relación entre oficios más que de personas: se acepta que O tiene autoridad porque tiene un oficio superior en la jerarquía. P puede considerar la legitimidad de los intentos de O para usar otros tipos de poder. En ciertos casos P considerará que O tiene el derecho legítimo para castigarlo; en otros no. En tales casos, la atracción de P por O disminuirá y el intento de influencia podrá generar mayor resistencia. Un punto interesante que sostienen Secord y Backman se refiere a la cantidad de poder legítimo que reside en la relación experimentador- sujeto, relacionándolo con la fuerza del poder que proviene de la posición institucionalizada del experimentador, demostrada dramáticamente por Milgram (1974). El poder referente se basa en la identificación de P con O. Si O es la persona hacia la cual P se siente atraída, P tendrá un deseo de estar asociada con O o de mantener la relación ya existente con éste. En esta medida P tratará de amoldar su comportamiento al de O, así el comportamiento de O estará influyendo en el comportamiento de P. Secord y Backman (1976) mencionan que el poder que se da entre padres e hijos sería un poder referente, mientras que el poder coercitivo es el que aplican los policías. Por otro lado, el poder referente puede ser negativo, y se da cuando O puede influir en P para que se comporte de manera opuesta a O. El quinto y último tipo de poder es el de experto, que está basado en la percepción de P de que O tiene algún conocimiento especial en una situación. Los reforzamientos obtenidos por P al reconocer el poder de experto de O incluyen sentimientos de confianza y seguridad de que la forma de acción que sigue es la correcta.
    El grado en que están relacionados estos cinco poderes, es algo que no se ha estudiado en gran medida, pero que ciertamente es importante. Un fenómeno interesante que resalta la necesidad de probar empíricamente estas categorías, es el Síndrome de Estocolmo que manifiestan algunos prisioneros hacia sus captores, en el que después de un periodo de tiempo prolongado, las víctimas empiezan a reaccionar de manera emocionalmente positiva hacia los criminales, ayudándoles a evitar su aprehensión, incluso enamorándose de ellos (Baron y Byrne, 1982). Este fenómeno contradice lo que plantean French y Raven (1959) acerca de que el poder coercitivo no puede transformarse gradualmente en poder referente, basado en la identificación del influido con la persona que tiene el poder.
    Haciendo una comparación entre las categorías de estas dos clasificaciones se puede observar que se habla de lo mismo en un diferente número de categorías. Russell habla del poder que te da la fuerza que podría equivaler a lo que French y Raven llaman el poder coercitivo; Russell habla del poder que te da el tener la fuente de riqueza, los medios de producción que podría equivaler a lo que French y Raven llaman el poder de recompensa, y por último, Russell habla del poder por el prestigio que te da el saber como hacer las cosas, que podría equivaler a lo que French y Raven llaman el poder de experto. Los otros dos tipos de poder que mencionan French y Raven, el referente y el legítimo se pueden dar en cualquiera de los otros tres niveles. Por ejemplo alguien se puede sentir identificado (poder referente) con el que tiene prestigio, el que tiene la riqueza o el que tiene la fuerza. En cuanto al poder legítimo, se refiere al poder que está basado en el consenso y la aceptación de que una persona tiene el derecho para influir sobre otra, calificativo que se puede dar en los tres niveles. Si se lleva a cabo una revisión histórica acerca del porqué las personas que se reconocen con poder lo han adquirido, se podrá llegar a la conclusión de que ha sido por la fuerza (en el caso de revoluciones), porque se tenía la fuente de riqueza o porque se sabía cómo hacer las cosas.
    La autoridad
    La autoridad también ha sido un área polémica dentro de la psicología social (Friedman, 1990). Los procedimientos utilizados para estudiarla, en su mayoría, han sido evaluativos (Fuligni, 1998; Laupa, 1991; Laupa y Turiel,1993; Meyers, 1996; Smetana, 1995; Smetana y Bitz, 1996). No se encuentran fácilmente trabajos en los que, en lugar de hacer referencia a concepciones de los individuos, se observe su conducta ante situaciones en donde se manipule algún aspecto que tenga relación con la autoridad que un individuo ejerce sobre otro. Adams y Romney (1959) realizaron un análisis funcional de la autoridad, en donde la definen como el control conductual de una persona sobre otra.
    Tradicionalmente se ha definido a la autoridad como el derecho legítimo de mandar y de ser obedecido (Friedman, 1990; Raz, 1990ª, 1990b; Wolff, 1990). Tener autoridad, menciona Raz (1990ª) es tener permiso de hacer algo que generalmente está prohibido y/o tener el derecho de otorgar ese permiso. Bajo esta definición se considera importante cuestionar si las personas que tienen autoridad en realidad pueden hacer lo que está prohibido. La autoridad política, según Raz (1990ª) es la que tiene el derecho de mandar, el derecho de hacer leyes y regulaciones, el derecho de mandar y castigar a otros cuando no hacen lo que se les ordena.
    Un aspecto interesante que se plantea en la literatura sobre autoridad es la diferencia entre tener autoridad y utilizar la recompensa o el castigo para lograr que otros obedezcan. Razz (1990ª) y Russell (1949) coinciden en que la fuerza bruta por sí sola o cualquier cantidad de influencia o poder no es suficiente para constituir a una persona en una figura de autoridad. Un punto polémico en el área es que la autoridad, como un tipo peculiar de control que una persona ejerce sobre otros, se distingue de otros modos de influencia que generan cumplimiento, como el empleo de recompensas o castigos (Razz, 1990ª; Friedman, 1990). De hecho, autores como Friedman (1990) consideran que una persona recibe deferencia de otros porque reconocen y respetan su derecho legal para gobernar o por sus cualidades personales, así que si alguien es obedecido por miedo, prudencia o esperanza de recompensa, se podría considerar como un fracaso de la autoridad. Afirma que la autoridad debe ser obedecida por su solo derecho de mandar. Así, estos autores establecen una distinción entre coerción como un tipo de poder y la autoridad como el que tiene derecho de ser obedecido. Sin embargo, si nos remitimos a la vida real ¿podríamos encontrar casos de obediencia en donde tanto el miedo al castigo como la búsqueda de una recompensa no sean utilizados por una figura de autoridad? La mayoría de las veces actuamos ante la autoridad de un maestro por la obtención de una calificación aprobatoria o el miedo a una reprobatoria; ante la de nuestros padres por evitar los regaños, ¿Podemos decir que la autoridad fracasó si actuamos ante ella buscando recompensas o evitando castigos? El mismo Razz (1990b) afirma que el ejercicio del poder coercitivo no es ejercer autoridad; sin embargo, plantea que no hay duda alguna de que las autoridades deben y hacen uso tanto de las recompensas como del poder coercitivo.
    Desde el ámbito sociológico, Weber (1964) habló de la autoridad llamándola dominación. La definió como la probabilidad de encontrar obediencia a un mandato determinado contenido entre personas dadas. Para Weber, un mínimo de interés en obedecer, es esencial en toda relación auténtica de autoridad. La obediencia puede darse por la costumbre, por afecto, por intereses materiales o por motivos ideales (valores). A estos factores normalmente se le añade otro: la creencia en la legitimidad. Según sea la clase de legitimidad pretendida es fundamentalmente diferente el tipo de la obediencia, el cuadro administrativo destinado a garantizarla, así como el carácter que tome el ejercicio de la dominación y también sus efectos. Por eso, continúa Weber, parece adecuado distinguir las clases de dominación según sus pretensiones típicas de legitimidad: 1) de carácter racional: que descansa en la creencia de la legalidad de las órdenes y de los derechos de mando (autoridad legal); 2) de carácter tradicional: que descansa en la creencia cotidiana de las tradiciones que rigieron desde lejanos tiempos y en la legitimidad de los señalados por esa tradición para ejercer la autoridad; y 3) de carácter carismático: que descansa en la entrega extracotidiana a la santidad, heroísmo o ejemplaridad de una persona y a las órdenes creadas o reveladas por ella. Según Weber en el caso de la autoridad legal se obedecen las órdenes impersonales y objetivas legalmente estatuidas y las personas por ellas designadas dentro del círculo de su competencia. En el caso de la autoridad tradicional se obedece a la persona llamada por la tradición, en el círculo de lo que es consuetudinario. En el caso de la autoridad carismática se obedece al caudillo carismáticamente calificado por razones de confianza personal en la revelación, heroicidad o ejemplaridad, dentro del círculo en que la fe en su carisma tiene validez. Weber afirma que el que ninguno de los tres tipos ideales acostumbre a darse “puro” en la realidad histórica, no debe impedir la fijación conceptual en la forma más pura posible de su construcción.
    Weber (1964) consideró también la obediencia que se da ante una dominación ilegítima, es decir la que no está basada en el consenso, sino en la imposición unipersonal de una figura de autoridad. Afirmó que la obediencia a una dominación no siempre estaba orientada por la creencia en su legitimidad, ya que la adhesión puede fingirse por individuos y grupos enteros por razones de oportunidad, intereses materiales propios, o aceptarse como algo irremediable en virtud de debilidades individuales y de desvalimiento.
    Resumiendo, el poder puede obtenerse por la fuerza, la riqueza, el prestigio (conocimiento) o por la combinación de ellos. Este poder puede ser legítimo o ilegítimo. El poder legítimo se refiere al poder que está basado en la aceptación por consenso de que una persona tiene el derecho de influir sobre otras, mientras que el poder ilegítimo se obtiene por imposición. Cuando se delega el poder en otros e incluso en uno mismo, se habla de autoridad. Esa autoridad es legítima cuando proviene de un poder legítimo y se establece de acuerdo a las normas establecidas en una estructura social; es autoridad ilegítima cuando proviene de un poder ilegítimo, es decir, un poder que se impone a otros. La autoridad, como lo planteó Weber (1964) se puede legitimar por aspectos racionales/ legales, por tradición o por carisma; la autoridad que es ilegítima depende de una decisión unipersonal.
    La obediencia
    ¿Cómo se ha abordado la obediencia en la psicología social? ¿qué tipo de procedimientos han sido utilizados para estudiarla? ¿ cómo se ha definido teóricamente? Para su estudio se han utilizado procedimientos evaluativos (Lara Tapia, Gómez Alegría y Fuentes, 1992; Díaz Guerrero, 2000) y procedimientos tecnológicos (Ayala, Téllez y Gutiérrez, 1994; Ayala y Cols, 2001; Jones y Sloane, 1994; Richman y Cols, 1994; Yeager y Mclaughing, 1995; Marlon, Tinestrom, Olmi y Edwards, 1997; Robinson y Sheridan, 2000).
    Con certeza, el estudio más completo y sistemático que se ha realizado sobre obediencia a la autoridad es experimental, y fue realizado por Stanley Milgram (1974). Consideraba que los hombres nacíamos con un potencial para obedecer y que este potencial interactuaba con la influencia de la sociedad para producir un hombre obediente. Explicó la obediencia desde la cibernética que definió como ‘la ciencia de control’. Según Milgram la cibernética responde a la pregunta de ¿qué cambios deben ocurrir en el diseño de un organismo que lo mueven de un funcionamiento autónomo a la capacidad de funcionamiento dentro de una organización? Y afirmó que la pregunta que se debía responder en la obediencia era ¿qué cambios ocurren cuando la acción autónoma de un individuo es integrada en una estructura social donde funciona como un componente de un sistema más que cómo un individuo por sí solo? De una manera simplificada, Milgram plantea que cuando una persona entra en un sistema de autoridad no sigue viéndose como alguien que se sale de sus propósitos, sino como un agente que ejecuta los deseos de otra persona y por ello ocurren alteraciones en su conducta y en su funcionamiento.
    Según este autor para que una persona se transforme a un estado de agente, es decir, que ejecuta los deseos de otra persona sin cuestionamiento, y por lo tanto, obedezca, deben presentarse dos factores: 1) los antecedentes, como la familia, lo institucional, la escuela, etc., que nos han transmitido como funcionar dentro de un marco institucional, cómo la obediencia genera recompensas y la desobediencia genera castigos; y 2) los inmediatos, como la percepción de una autoridad legítima; entrar en un sistema de autoridad (reconocerla como tal); que haya una coherencia y coordinación de las órdenes con la función de la autoridad en la situación particular; una justificación ideológica del comportamiento que se manda lo que permite a la persona ver su conducta como sirviendo a un fin deseable.
    Para evaluar experimentalmente la obediencia, Milgram (1974) informó a sus sujetos que tomarían parte en un experimento sobre los efectos del castigo en el aprendizaje y la memoria. Los participantes debían administrar choques eléctricos a un sujeto confederado cada vez que éste cometiera errores en una tarea de aprendizaje simple. Los sujetos cada vez tendrían que administrar choques más fuertes, hasta llegar a los 450 volts. Cabe aclarar que el único choque real era de 45 volts y se administraba a los sujetos para convencerlos de que el estudio era verdadero. Los aprendices, que en realidad eran sujetos confederados, cometieron muchos errores, por lo que los sujetos rápidamente estuvieron en un dilema: seguir castigando o negarse a continuar, desafiando así las órdenes del experimentador y las reglas señaladas al principio de la situación. En los resultados, el 65% de los sujetos mostró total obediencia, es decir, el 65% de los sujetos administraron choques eléctricos hasta de supuestamente 450 volts al aprendiz. A pesar de que los sujetos protestaron y pidieron que terminara la sesión, siguieron administrando choques ante la insistencia del experimentador, aún ante las señales de dolor del sujeto confederado.
    Este estudio fue sólo el primero de una serie de trabajos que Milgram llevó a cabo para analizar los factores que influían en el fenómeno de obediencia (ver apéndice 1), que denominó obediencia destructiva debido a que los sujetos actuaban amenazando la integridad física de otras personas, en este caso administrando choques eléctricos (Blass,1991).
    Blass (1991) y Nissani (1990) reconocen que el trabajo de Milgram es una de las investigaciones más completas de la psicología social. Nissani, sin embargo, menciona que este trabajo es merecedor de dos críticas: 1) que la validez de estos estudios puede ser atribuida a la habilidad tanto del experimentador como del sujeto confederado para actuar y, por lo tanto, cabe la posibilidad de que los sujetos pudieran darse cuenta de la irrealidad de la situación, y 2) los sujetos creían que estaban participando en un estudio confiable y sabían que no dañarían a nadie, lo que fue mencionado por algunos sujetos. Señala que para que un estudio de esta naturaleza funcionara, los sujetos tendrían que haber cambiado su opinión sobre las situaciones experimentales. Además señala que se deben considerar las cuestiones éticas que surgen a partir de este tipo de experimentación.
    Es importante mencionar que la mayoría de los estudios de tipo observacional/ experimental sobre la obediencia, son replicaciones o variaciones de los experimentos llevados a cabo por Milgram y que por lo tanto pueden ser objeto del mismo tipo de críticas que se mencionaron anteriormente (Blass, 1996, Brant, 1980; Shanab y Llanilla, 1978 en Blass, 1991).
    Siguiendo con la definición de la obediencia que da Weber (1964), obedecer significa que la acción de una persona, la que obedece, transcurre como si el contenido del mandato se hubiera convertido, por sí mismo, en máxima de su conducta, sin tener en cuenta la propia opinión sobre el valor o desvalor del mandato como tal. En este sentido Milgram (1974) concuerda con lo que Weber afirma acerca de que las opiniones del que obedece no son importantes, sino que hay un seguimiento no crítico de lo que se ordena; en este sentido, obedecer quiere decir que no se cuestiona lo que se ordena. La obediencia es un seguimiento no cuestionado. Wolff (1990) a diferencia de Milgram (1974) considera que, aún bajo la obediencia, el actor es responsable de sus actos.
    Más recientemente, Baron y Byrne (1982) definieron la obediencia como la técnica más directa que una persona puede usar para modificar la conducta de otro: simplemente ordenarle que obedezca. Estos autores coinciden con los anteriores en la importancia de la figura de autoridad en la situación. Sin embargo, agregan un componente: la habilidad que posee la autoridad para administrar castigos fuertes a quienes desobedezcan, castigos que pueden o no ser explícitamente expresados. Como ya lo mencionó Razz (1990b), el ejercicio del poder coercitivo no es ejercer autoridad; sin embargo, plantea que no hay duda alguna de que las autoridades deben y hacen uso tanto de las recompensas como del poder coercitivo.