Etica del Noble vs. Moral del Esclavo

Uno de los mejores ejemplos para entender la moral del esclavo en Nietzsche es el siguiente: Debemos imaginarnos un cordero provisto de lógica y que pudiera articular pensamientos racionales. Este cordero se expresaría mas o menos así sobre las aves de presa: “ Las aves de presa son malas; y el que es un ave de presa lo menos posibles, incluso todo lo contrario, un cordero, éste, ¿no será bueno? ¨ Genealogía de la Moral, I, 13. En este sentido el esclavo piensa : ¨ tu eres malo, luego yo soy bueno ¨ en oposición a la afirmación de origen noble : ¨ yo soy bueno, luego tu eres malo ¨. Son dos maneras de expresarse opuestas, en la primera es el otro quien hace el punto de referencia, en la segunda el punto de referencia es quien habla.

La palabra ” bueno ” o ” etico” comparte la misma raíz etimológica que ” noble “. Esto es entendible, ya que los nobles se veían así mismos como buenos, hombres eticos: ” La palabra esthlos significa por su raíz alguien que es, que tiene realidad, que es real, que es verdadero”. Genealogía de la Moral, I, 5.

Citando a Nietszche contrastamos las dos perspectivas, la ética del señor y la moral del esclavo.

Ética del señor:

” Aquel tiene conciencia de conferir honor a las cosas, de crear valores. Todo lo que halla en si lo honra; semejante moral consiste en la glorificación de si mismo. Sitúa en primer plano el sentimiento de la plenitud, del poder que quiere desbordar, el bienestar de una alta tensión interna, la conciencia de una riqueza deseosa de ofrecerse y prodigarse”. Son los buenos, es decir los hombres de distinción, los poderosos, los que son superiores por su situación y por su elevación de alma, los que se han considerado a si mismos como buenos, los que han juzgado buenas sus acciones, es decir de primer orden, estableciendo esta tasación por oposición a todo lo que era bajo, mezquino, vulgar”. Genealogía de la Moral, I, 2.

Moral del esclavo:

” Bueno es aquel que no hace daño a nadie, aquel que no ofende ni ataca a nadie, no lleva a cabo represalias y deja a Dios el preocuparse de la venganza, aquel que se mantiene oculto como nosotros, evita tropezar con el mal y , por lo demás, espera pocas cosas de la vida, como nosotros los pacientes, los humildes, los justos”. Genealogia de la Moral, I, 13.
Nietzsche diría que es así como nace un nuevo ” hombre bueno ” un ” bueno débil “.

One Commentto Etica del Noble vs. Moral del Esclavo

  1. TATANKA dice:

    Moral de señores y moral de esclavos

    Al reconocer las numerosas morales más o menos sutiles o burdas que han reinado o que reinan aún en la tierra, he encontrado algunos rasgos que se repiten en conjunto con cierta regularidad y que están ligados entre sí de tal modo, que al fin se me han revelado dos tipos fundamentales, de los que se desprende una diferencia fundamental. Hay una moral de señores y una moral de esclavos. Y me apresuro a añadir que en todas las civilizaciones superiores y un poco mezcladas se encuentran también tentativas de reconciliación entre esas dos morales, y más a menudo una mezcla desordenada de las dos, y malentendidos recíprocos, a veces ásperos conflictos hasta dentro de un mismo hombre y de una misma alma. La discriminación entre los valores morales nació bien sea en una raza dominante que saboreaba con plena conciencia el placer de saberse diferente de la raza dominada, o entre los súbditos, los esclavos, los inferiores de toda especie. En el primer caso, cuando son los señores los que fijan la normal del bien, los estados de alma altivos y orgullosos experimentan como una distinción y determinan la jerarquía. La aristocracia aparta de sí a los seres en quienes se manifiesta lo contrario de estos sentimientos altivos y orgullosos, y los desprecia. Observemos enseguida que en esta primera variedad de moral la antítesis bien y mal equivale a la antítesis «noble» e «innoble». El contraste «bueno» y «malo» tiene otro origen. Despreciamos al cobarde, al tímido, al hombre mezquino, al que no piensa más que en la estricta utilidad; asimismo al hombre desconfiado, al de mirada huidiza, al que se humilla, al canalla que se deja maltratar, al mendigo adulador y, sobre todo, mentiroso; es una creencia enraizada entre los aristócratas que el común del pueblo es mentiroso. «Nosotros los verídicos», tal era el nombre que se daban los aristócratas en la antigua Grecia. Es evidente que los calificativos morales se aplicaran primero a los hombres y después, por extensión, a los actos. También es un grave error entre los historiadores de la moral tomar por punto de partida problemas como este: «¿por qué el acto caritativo ha sido considerado como loable?». El aristócrata tiene el sentimiento íntimo de que él mismo determina sus valores morales, de que no tiene que buscar aprobación; él juzga. «Lo que me es perjudicial, es perjudicial en sí mismo». Tiene conciencia de que es él quien confiere honor a las cosas, quien crea los valores. Todo lo que encuentra en sí lo honra; semejante moral consiste en la glorificación de sí mismo. Pone en primer término el sentimiento de la plenitud, del poder que quiere desbordarse, el bienestar de una elevada tensión interna, la conciencia de una riqueza deseosa de dar y de prodigarse; el aristócrata también ayuda al desdichado, no por compasión la mayoría de las veces, sino impulsado por la profusión de la fuerza que siente en sí. El aristócrata reverencia en sí mismo al hombre poderoso y dueño de sí mismo, que sabe hablar y callarse, que le gusta ejercer sobre sí el rigor y la dureza y que respeta todo lo que es severo y duro. «Wotan ha puesto en mi pecho un corazón duro», dice una vieja saga escandinava; eso es hablar como se debe a un vikingo orgulloso. Semejante hombre se enorgullecería precisamente de no estar hecho para la compasión; por eso el héroe de la saga añade esta advertencia: “Aquel que desde la juventud no tiene un corazón duro, no lo tendrá jamás”. Los aristócratas y los valientes que piensan de este modo se hallan en las antípodas de la moral que ve en la compasión o en la abnegación o en el désintéressement el rasgo distintivo del acto moral. La fe en sí mismo, el orgullo de sí mismo, una hostilidad radical e irónica respecto al «desinterés» son efectivamente parte integrante de la moral de los nobles, así como un ligero desprecio y cierta desconfianza respecto a la compasión y a los «corazones cálidos».
    Solo los fuertes saben venerar; este es su arte, el dominio de su propia inventiva. El profundo respeto por la vejez y por la tradición –el derecho se basa por entero en este doble respeto-, el prejuicio favorable a los antepasados y desfavorable a las generaciones jóvenes caracteriza la moral de los poderosos; y cuando a la inversa, los defensores de las «ideas modernas» creen casi por instinto en el «progreso» y en el «porvenir», resultan cada vez menos respetuosos con la vejez, bastando esto para revelar el origen plebeyo de dichas «ideas». Pero lo que en una moral de señores repugna más al gusto del día, es el rigor del precepto según el cual no tenemos deberes más que hacia nuestros iguales, mientras que respecto de los inferiores y de los extraños podemos actuar como nos plazca o «como nos dicte el corazón», y, en todo caso, «más allá del bien y del mal»; esto en cuanto a la compasión y todo lo que se le parezca. La capacidad y la obligación moral de una gran venganza y una infinita gratitud, siempre entre iguales solamente, la sutileza de las represalias, el refinamiento de la noción de amistad, cierta necesidad de tener enemigos (para que sirvan de aliviadero a las pasiones como la envidia, la agresividad, la insolencia, y, en suma, para poder ser amigo verdadero de nuestros amigos); todo esto pertenece a la característica de la moral aristocrática que, como he dicho, no es la moral de las «ideas modernas», lo que hace que hoy en día esta sea difícil de cambiar y también de determinar y descubrir. Otra cosa sucede con el segundo tipo, la moral de los esclavos. Supongamos que las víctimas, los oprimidos, los que sufren, los esclavos, los que se sienten inseguros y cansados de sí mismos, se pusiesen a moralizar a su vez: ¿cuál sería el carácter común de sus estimaciones morales? Probablemente expresarían un pesimismo lleno de desconfianza respecto de toda la condición humana, tal vez la condenación del hombre y de su condición. El esclavo no ve con buenos ojos las virtudes del poderoso, se resiente de escepticismo y de desconfianza, una desconfianza refinada hacia el «bien» que honra al poderoso, y quisiera persuadirle de que la felicidad del poderoso no es real. Por el contrario, pone en primer plano y a plena luz las cualidades que sirven para aliviar a los que sufren el fardo de su existencia; lo que honra, en cuanto a él, es la compasión, la mano complaciente y siempre abierta, la bondad de corazón, la paciencia, la asiduidad, la humildad, la afabilidad, porque son las cualidades más útiles y casi los únicos medios de soportar el peso de la existencia. Una moral de esclavos es esencialmente una moral utilitaria. De ella procede la antítesis falsa del «bueno» y del «malo»: se llama malo lo que es poderoso, peligroso y hasta cierto punto temible, lo que es sutil y fuerte y no soporta el desprecio. En esta moral de esclavos es, pues, el «malo» quien inspira temor; en la moral de los señores, por el contrario, es el «bueno» a quien se le teme y quiere que se le tema, mientras que el «malo» es considerado como despreciable. El contraste llega a su apogeo cuando, conforme a la lógica de la moral servil, llegamos hasta atribuir un matiz de desprecio, por benévolo y leve que sea, a la idea del hombre “«bueno»”, porque el bueno, en el pensamiento de los esclavos, es aquel de quien no hay nada que temer: es bonachón, fácil de engañar, un poco tonto tal vez, un bonhomme. Siempre que prevalece la moral de los esclavos, el lenguaje tiene tendencia a aproximar el sentido de las palabras «bueno» y «tonto». Última diferencia fundamental: la necesidad de libertad, el instinto de felicidad y un sentido refinado de la libertad surgen de la moral y de la moralidad de los esclavos, del mismo modo que el arte y la exageración en las manifestaciones del respeto y de la abnegación son regularmente los síntomas de un modo aristocrático de pensar y de juzgar. Se deducirá fácilmente de esto por qué el amor pasión, nuestra especialidad europea, es evidentemente de origen aristocrático; sabemos que es invención de los caballeros-poetas provenzales, de aquellos hombres magníficos e ingeniosos del «gai saber», a quienes Europa debe tantas cosas, y tal vez su propia existencia.

    Más allá del bien y del mal. Friedrich Nietzsche. Edaf, Madrid, 2005, págs. 281-286.