Hombre de Tepexpan

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Origen del Hombre Americano

A partir del descubrimiento de América, diversas conjeturas se han vertido sobre el origen del hombre del Nuevo Mundo. Numerosos hallazgos de fauna fósil relacionada con implementos y restos óseos humanos encontrados en distintas regiones del continente han sido motivo de estudio para determinar la edad del hombre de América: en Alaska, hay evidencias que se remontan a 30 mil años; en California, a 27 mil; en México, a 22 mil; en Perú, a 18 mil; en Venezuela, a 14 mil; en Chile, a 11 mil y a 11 mil 700 en la Patagonia. Otra serie de hallazgos se acercan más a nuestros tiempo, pero ninguno corresponde al modelo de los antropoides que, de alguna manera, permitiera afirmar que éstos evolucionaron hasta alcanzar la forma humana.

Algunos especialistas coinciden en señalar que el poblamiento del continente americano es relativamente joven en relación con el resto del mundo, y que éste se dio por la inmigración de grupos humanos asiáticos que atravesaron el Estrecho de Bering.

Entre las teorías que se han formulado para explicar el poblamiento de las tierras americanas, algunas poseen bastantes fundamentos científicos y otras son muy aventuradas; entre las más aceptadas destacan especialmente tres: la del origen autóctono, la del origen único y la del origen múltiple.

Origen autóctono

Esta teoría establece el origen del hombre sobre la tierra en América y no en el Viejo Mundo. Después de haber aparecido en ella, puebla los demás continentes por rutas y periodos que nunca fueron precisados y que más bien incrementaron las incógnitas.

El defensor de esta teoría, entre otros, fue el argentino Florentino Ameghino, quien remite el origen de la especie humana a las pampas sudamericanas.

El ologenismo o génesis global es una alternativa de la teoría autóctona: sostiene que el hombre apareció sobre la tierra en distintos lugares y al mismo tiempo.

Origen único

Esta hipótesis sostiene que la raza americana tiene un origen único, emparentada con grupos asiáticos de raza amarilla que habrían llegado al nuevo continente por el Estrecho de Bering. Estos viajeros poseían un desarrollo primitivo de civilización.

Esta teoría se inclina por la homogeneidad racial presente en los indígenas americanos, ya que la mayoría presentan rasgos físicos semejantes como el color de la piel, los ojos semirrasgados y el color oscuro del cabello grueso.

Uno de los precursores de estos postulados, el norteamericano Alex Hrdlicka, sostiene que las primeras emigraciones de asiáticos hacia América ocurrieron dentro del holoceno, es decir, hace unos 10 mil o 15 mil años. Asimismo, Hrdlicka argumenta que el poblamiento tardío de las tierras americanas se debió a que la parte nororiental de Asia también registró un poblamiento en época ya avanzada; dichos inmigrantes pudieron provenir de la costa oriental de Asia.

Origen múltiple

El antropólogo Paul Rivet señaló que los primeros pobladores del Nuevo Mundo provenían de Australia y Melanesia y, como prueba, expuso la similitud entre las lenguas australianas y las tribus ona de la Tierra del Fuego; para Rivet, los australianos habían llegado a América del Sur bordeando el Antártico.

La teoría que más ha logrado unanimidad entre los antropólogos y estudiosos de la prehistoria y de la América antigua es la que argumenta que el origen humano de este continente se originó por la emigración desde Asia, a través del Estrecho de Bering, de grupos predominantemente mongoloides que, aunque primitivos, poseían una lengua, conocían el fuego y varias técnicas importantes para la supervivencia como la elaboración de flechas, el desuello de animales para la comida y el aprovechamiento de las pieles para protegerse del frío.

Es muy probable que la emigración haya empezado en el pleistoceno, en la última de las glaciaciones cuando, por contracción y presión del hielo, el nivel del mar descendió hasta permitir la formación de un paso firme por donde cruzaron los asiáticos que tal vez venían persiguiendo a su presa o huyendo de sus enemigos.

De ser posible esta hipótesis, el poblamiento humano en América habría ocurrido entre 25 mil y 75 mil años atrás.

En cuanto al elemento melanesio, son varias las comparaciones antropológicas, etnográficas y lingüísticas entre los nativos americanos y los grupos humanos de Oceanía; de los elementos culturales en común destacan: la cerbatana y la honda; el remo en forma de muleta, las embarcaciones hechas con haces de cañas y decorado de proa con dibujos de ojos; las hamacas, los mosquiteros y la almohada de madera, además del tambor de madera, el arco y la flauta de pan.

Existen otras teorías que han tratado de explicar el poblamiento americano; sin embargo, han tenido poca aceptación por su marcado empirismo, como la del origen africano y la del origen oceánico.

Al respecto, hay pocas pruebas de que los africanos hayan estado en América, porque las características de los indios contrastan notablemente con las de la típica raza negra del África.

En cuanto al origen oceánico, varios estudiosos del siglo pasado —Eichtal, Lang y Daniel Wilson, entre otros— sostenían que los polinesios fueron los primeros pobladores del Nuevo Mundo, quienes gracias a las corrientes marinas llegaron a Sudamérica y después pasaron al norte.

Poblamiento del Altiplano del Valle de México

De las culturas que habitaron el Valle de México antes de la llegada de los españoles se tienen muchas noticias, tanto acerca de sus costumbres como del periodo en que nacieron, florecieron y decayeron. No obstante, poco se sabe de la autenticidad del origen de los primeros pobladores.

En el siglo XIX, el geógrafo y naturalista alemán Alexander von Humboldt se dedicó a estudiar el pasado de México a través de los viajes que hizo a distintas regiones del país; sin embargo, muy poco o casi nada se ocupó de los antiguos habitantes, más bien se interesó por las grandes civilizaciones.

Humboldt consideraba que los primeros habitantes civilizados del centro de México habían sido los toltecas, pero que a la llegada de éstos ya existían otros pobladores; además, señaló que el hombre americano había llegado de Asia. Sobre estas hipótesis, Humboldt no entró en detalles.

A partir de los hallazgos de algunos restos óseos prehistóricos, la antropología ha tratado de calcular el tiempo en que el Valle de México recibió a sus primeros pobladores; los restos, en muchas ocasiones, han sido acompañados de instrumentos de hueso y piedra.

Los huesos humanos más antiguos pertenecen a una época precerámica, y de ellos destacan los fragmentos de cráneo humano en el Peñón de los Baños; un cráneo infantil en el Cerro de Xico, asociado con fauna pleistocénica; el Hombre del Pedregal, y el Hombre de Ixtlán.

En 1947 fueron encontrados los restos del Hombre de Tepexpan; en 1984, en Chimalhuacán, fue encontrado un esqueleto del sexo masculino, cuyas características denotan rasgos mongoloides que reafirman la procedencia asiática del hombre americano.

De ser cierta la teoría de que el poblamiento del Nuevo Mundo se debió a la inmigración de grupos asiáticos que cruzaron el Estrecho de Bering, se deduce que al entrar por el norte del continente se distribuyeron hacia el sur y comenzaron a ocupar las tierras que más les favorecían para la supervivencia. Es probable que los primeros pobladores procedieran de tribus y grupos humanos distintos y que, por cruzamiento, alianzas y conflictos entre ellos, aunado a las variables condiciones ecológicas, aparecieron culturas muy diferenciadas, desde familias muy rudimentarias y nómadas hasta estados imperiales y grandes culturas autóctonas, como la olmeca, la tolteca, la teotihuacana, la zapoteca, la mixteca, la maya y la azteca, en México, y la inca, en Sudamérica.

Hay quienes aseguran que fueron los toltecas –descendientes de los teotihuacanos, cuando su cultura decayó– los creadores del primer estado militarista de Mesoamérica y, cuando éstos vinieron a menos, su herencia pasó a manos de distintos grupos que se hacían llamar “toltecas”, con el propósito de justificar sus conquistas y linaje.

Posiblemente los auténticos toltecas, en el año 800 de nuestra era, partieron de la región montañosa del centro hacia El Salvador y Nicaragua, en Centroamérica, mientras que otro grupo conducido por un dirigente de nombre Mixcóatl se habría dirigido al valle de Morelos, en el siglo X de nuestra era.

Al suceder una serie de fricciones entre los sectores militares y los religiosos, por el control del estado, el poderío tolteca asentado en Tula –su ciudad más importante– comenzó a debilitarse y, a raíz de ello, emergieron cinco estados toltecas en el Valle de México: Azcapotzalco, Xaltocan, Acolhua, Colhuacán y Xico.

En la lucha diaria por conservar sus dominios territoriales en la altiplanicie central, los toltecas habrían de enfrentar las embestidas de otros grupos humanos, entre ellos, el más importante fue el de los mexicas, quienes consolidaron la cultura prehispánica más importante del Valle de México.

Mesoamérica

Después de los desplazamientos, los pobladores que venían de Asia se asentaron gradualmente en el continente Americano: Canadá, Estados Unidos de Norteamérica, México, Centro y Sudamérica.

En los primeros tiempos, su condición de nómadas les permitió compartir determinados elementos culturales con otros grupos; posteriormente, la vida sedentaria los enfrentó a diversos medios naturales que los llevaron a desarrollar diferentes niveles de cultura.

Desde 1910, a la fecha, se han realizado numerosos estudios sobre el México antiguo que tratan de explicar la estructura y la dinámica de los pueblos que lo conformaron.

En 1940, Paul Kirchhoff, en términos culturales y geográficos, definió el área que hoy ocupa el país y parte de Centroamérica. De manera convencional dividió el territorio en dos zonas: Aridoamérica y Mesoamérica; la primera, localizada al norte de la República Mexicana, al norte de Mesoamérica, se le llama así por el tipo de suelo: seco, árido y poco productivo para la agricultura.

Los habitantes de Aridoamérica no lograron desarrollar una agricultura constante, por ello se dedicaron a la caza, a la pesca y a la recolección. Algunos grupos, como los yaquis y pápagos de Sonora, los tarahumaras de Chihuahua y los coras y huicholes de Nayarit, lograron cultivar terrenos pequeños y se iniciaron en la cestería y en trabajos de alfarería.

Mesoamérica quedó comprendida al norte entre los ríos Sinaloa, por el noroeste, y el Pánuco, por el noreste; al sur limitó con el río Motagua, el golfo de Nicoya y la península del mismo nombre, en la actual Costa Rica. Es la parte central del continente americano, escenario geográfico de numerosas culturas cuyas relaciones propiciaron influencias recíprocas.

La frontera entre Mesoamérica y Aridoamérica no era una simple línea que separaba de un lado los campos cultivados y del otro los secos matorrales, sino una zona grande y cambiante, dominada unas veces por los recolectores y otras por los cultivadores. Que el control estuviera de un lado o de otro dependía, en buena medida, de que la zona ocupada tuviera o no contactos con bases exteriores.

Existen indicios de que el cultivo se extendió, durante cierto periodo, mucho más lejos, hacia el norte. En la costa del Pacífico, el cultivo y la vida de las comunidades llegó hasta el río Sinaloa; en tiempos más remotos, parte del Bajío era explotada por los cultivadores. Una franja estrecha de cultivos se extendía a través de Zacatecas y Durango hasta los límites de lo que hoy es Chihuahua. Esta franja llegaba hasta los límites del desierto.

La Quemada era un centro fortificado en la cima de una colina, al suroeste de la ciudad de Zacatecas. Ahí se encuentran vestigios de un templo, con pirámides, juego de pelota y un patio rodeado de muros. Más al norte, en Chalchihuites, se localiza un lugar semejante a La Quemada. Asimismo, en Loma de San Gabriel, en la frontera de Chihuahua y Durango, hay otra réplica del conjunto arquitectónico de La Quemada.

Estos grupos tienen influencia tolteca y teotihuacana. Además, en la región norte de Meztitlán es posible que hayan practicado una agricultura basada en el riego.

El Hombre de Tepexpan

En Tepexpan, Estado de México, desde septiembre de 1946 se realizaron diversos descubrimientos de fauna prehistórica que culminaron en febrero de 1947 con el hallazgo de los restos óseos que se conocen con el nombre de Hombre de Tepexpan.

El investigador Helmut de Terra descubrió un esqueleto humano incompleto, acostado boca abajo, a una profundidad de 48 centímetros en el lecho seco del antiguo Lago de Texcoco. El cráneo, que estaba en buenas condiciones, es braquicéfalo. Los huesos encontrados, según la prueba del radiocarbono 14, datan de 11 mil años de antigüedad aproximadamente.

El profesor Javier Romero, del Instituto de Antropología e Historia, determinó que el Hombre de Tepexpan era un Homo Sapiens y que no pertenece a alguna especie antigua porque muestra, entre otras características, un mentón saliente, arcos superciliares poco señalados, igual volumen craneal que la especie sapiens, pero con la frente algo inclinada y baja.

Javier Romero encuentra semejanzas con los indígenas del tiempo arqueológico de México; pero como en nuestro país no había restos más antiguos del hombre, no era posible hacer otro tipo de analogías.

Romero indica que el esqueleto encontrado estaba orientado de noroeste a suroeste aproximadamente, mientras que los cadáveres enterrados en México en tiempos arqueológicos eran colocados de norte a sur y eran osamentas completas. Por tanto, no se trataba de un entierro, sino, por la apariencia, de un individuo que quedó en la capa cuando se formó ésta, y probablemente el esqueleto fue desgarrado y semidevorado por animales.

Las investigaciones antropológicas y arqueológicas del hombre antiguo en América datan de más de 150 años; se iniciaron en Norteamérica y en Argentina, mientras que en México dieron comienzo hace 111 años; así, el descubrimiento del Hombre de Tepexpan —en su momento el vestigio más antiguo e importante encontrado en México y en América Latina— es de suma importancia para la antropología, la prehistoria, la paleontología, la geología y la estratigrafía.

Con el perfeccionamiento de estas ciencias, se sabe ahora, que el Hombre de Tepexpan era mujer; además, con el hallazgo en 1907 en el suroeste de Alemania del Homo Heidelbergensis, que data de 220 mil años, se mostró que en el viejo mundo el hombre es mucho más antiguo que en el continente Americano.

El Hombre de Chimalhuacán

En marzo de 1984, el señor Felipe Aguirre realizaba una excavación para una fosa séptica en la colonia Embarcadero, en Chimalhuacán, Estado de México. Accidentalmente encontró huesos humanos, dio aviso a las autoridades del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), quienes procedieron a realizar estudios de los restos. Además, en ese lugar encontraron algunos huesos de animal con huellas de uso y varias lascas de obsidiana.

Posteriormente, un grupo de investigadores del Departamento de Antropología Física del INAH procedió a reconstruir la osamenta humana.

Una vez integrada la osamenta, se diagnosticó el sexo con base en la morfología de la pelvis, del cráneo y de los huesos largos principalmente. Todos los indicios señalaban que se trataba de los restos de un individuo del sexo masculino.

También fue posible calcular la edad. Es probable que la muerte del individuo haya ocurrido entre los 30 y 35 años; generalmente ese era el promedio de vida de los hombres que vivieron en el periodo precerámico o bien que los procesos biológicos de envejecimiento eran más rápidos, aunque el sujeto fuese más joven “aparenta” entre 30 y 35 años.

El esqueleto recuperado en Chimalhuacán es el más completo y mejor conservado de los 38 precerámicos encontrados hasta entonces. Todas sus características corresponden a las del Homo Sapiens moderno. En caso de que todas las pruebas antropológicas y arqueológicas coincidan, el de Chimalhuacán sería el resto humano más antiguo de México y tal vez de un área mayor. Data de más de 12 mil años.

Fuentes consultadas

González Jácome, Alba. Orígenes del hombre americano (seminario), SEP, México, 1988, S/P.
Lorenzo, José L. “Poblamiento del continente americano”, en la Historia de México, Salvat, México, 1986. T.1. pp. 27-54.
Martínez López Bago, Mario. Esplendor del México Antiguo, EUM, México, 1988, 1400 pp.
Mullerried, Federico K. G. “Acerca del descubrimiento del Hombre de Tepexpan”, en el Boletín bibliográfico de antropología americana, INAH, México, 1947, 8 pp.
Rivet, Paul. Los orígenes del hombre americano, FCE, México, 1960, 200 pp.
Wolf, Eric. Pueblos y culturas de Mesoamérica, Era, México, 1986, 256 pp.

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