Mitología Moderna

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American Gods

Neil Gaiman
Headline Feature, 2001

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Esperaba con auténticas ganas el nuevo trabajo de Neil Gaiman. He sido un seguidor incondicional del escritor desde su etapa de guionista de cómics, cuando relevó de forma magistral a Alan Moore en Miracleman: The Golden Age, y luego con el archiconocido Sandman, pasando después a su faceta como escritor: un libro de relatos algo irregular y dos novelas, Stardust y Neverwhere, que me habían dejado muy buen sabor de boca y ganas de más.

Su nuevo libro, American Gods, es el relato de una guerra: un conflicto a muerte entre los viejos dioses (dioses de panteones más o menos conocidos como el nórdico o el egipcio, junto a multitud de dioses y héroes de lo más oscuro) y los nuevos: la televisión, la informática, etc.

Dicho conflicto es visto a través de los ojos del protagonista: Shadow, un exconvicto que es reclutado por Odín como chico de los recados en una gira por América en busca de los antiguos dioses, reclutándolos para la inminente batalla. Las bases del conflicto parecen claras: los nuevos dioses mediáticos han desplazado a los antiguos, que no reciben la adoración suficiente (el alimento de los dioses) y deben vivir de las migajas. Así, en lugar de seres poderosos, la mayoría de los dioses con los que Shadow se cruza son personas ancianas, decrépitas, que recuerdan un pasado mejor, un pasado en el que recibían adoración y sacrificios.

Me ha resultado muy curioso que el protagonista, Shadow, tenga como afición los trucos de magia con monedas. Curioso porque, en esencia, eso es este libro. Un juego de manos, y poco más. Gaiman nos presenta un conflicto ridículo (¿acaso es necesario que vengan la TV y la informática para que a Odín se le dejen de hacer sacrificios humanos?), y se escabulle de presentar a los dioses de las religiones vigentes en la actualidad. Uno, mientras está leyendo sobre Odín, Shiva, Horus y demás, no hace más que preguntarse que pensarán Yahvéh o Alá (por ejemplo) sobre todo esto. Es evidente para cualquier lector avezado que meterlos como personajes de la trama hubiera sido complicado, como mínimo; y no sólo en cuanto a aspectos literarios se refiere. Pero siempre existen recursos, que un buen escritor como Gaiman debió usar para, al menos, justificar su ausencia. No es lógico que los viejos dioses se quejen de falta de adoración y digan que toda esa adoración la reciben los nuevos, mientras el lector piensa en iglesias y en mezquitas llenas de feligreses. Debe ser que si no hay sacrificios, no vale.

Por otro lado, a pesar de estos problemas del argumento, es innegable que Gaiman sabe escribir. Los diálogos son muy buenos, hay personajes muy cuidados y, en cuanto a capacidad técnica, el libro deja buen sabor de boca. Intercalados en la trama hay una serie de interludios, dedicados en su mayoría a mostrar cómo los viejos dioses llegaron a América. Dichos interludios pueden leerse como pequeños cuentos independientes, ya que no tienen nada que ver con la trama principal, y son lo mejor de la novela sin discusión. En particular el relato del comercial árabe y el djinn en Nueva York. Delicioso.

Este hecho le hace a uno preguntarse si realmente Gaiman estaba preparado a dar el salto a la literatura general. Sus cuentos cortos son en general muy buenos, pero el sentimiento que me ha provocado esta novela es de decepción. Si no fuera por Neverwhere, pensaría directamente que Gaiman no está preparado aún para argumentos tan extensos. Podría argumentarse que su serie de cómics Sandman es un argumento harto extenso, pero si se considera con cuidado veremos que en realidad se compone de arcos argumentales de unos cinco a ocho números, enlazados entre sí. La estructura de una novela larga es algo más complicado.

Carlos Manuel Pérez

Coraline

Coraline
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Neil Gaiman
Ilustraciones de Dave McKean
Título original: Coraline
Trad. Raquel Vázquez Ramil
Salamandra, 2003
Explicaba Neil Gaiman en una entrevista: “Recuerdo que cuando era un crío leí algunos libros, escritos por adultos, acerca de la niñez o desde la perspectiva de un niño. Y al leerlos pensaba: ¿Por qué no se acuerdan? No hace tanto que esta gente tenía ocho o diez años, no pueden tener más de cincuenta… Son sólo cuarenta. ¿cómo es que se han olvidado?”

A Neil Gaiman le gusta retarse a sí mismo. No se entiende de otra forma que dejase el confortable colchón que le proporcionaba la historieta, en la que era un autor reconocido y referencial, para apostar por sí mismo como novelista. El caso es que tras American Gods, el Hugo, el Stoker y el Nebula ya podía darse por satisfecho. Pero decidió volver a lanzarle un órdago a su talento. Y ganó. El resultado es Coraline.

Porque Coraline es un libro para niños. Y supera esas reticencias de Gaiman sobre la literatura para niños escrita por adultos que hemos rescatado para arrancar este texto. Gaiman es lo bastante inteligente como para comprender que, aunque tenga toda la imaginación del mundo -y la documentación: es padre de tres hijos-, no puede meterse en la cabeza de una niña y salir airoso del envite. Por lo tanto, opta por narrar el libro en una tercera persona afectuosa pero no demasiado intrusiva con la psicología de su protagonista. De esta forma, ocurre que Gaiman describe las acciones y los sentimientos de Coraline, pero no se atreve nunca a ponerle enunciado a sus pensamientos. Hay una sabia distancia entre el narrador y lo narrado, entre el adulto que escribe y los niños que leen.

Coraline es un libro de terror para niños. Lo que hace más arriesgada la apuesta de Gaiman con su propia pericia. Dice el autor que es la obra, de cuantas ha escrito en cualquier medio, de la que está más orgulloso. Y se entiende en tanto que Coraline es un libro casi perfecto. Casi perfecto porque no sobra ni falta nada, porque tiene las páginas justas que demandan la historia (lo que no ocurría en American Gods, excesiva e hinchada a mi juicio). Casi perfecto porque es muy difícil pretender escribir terror para niños y ser efectivo. Gaiman lo consigue. Y esto no es demasiado sorprendente, porque ya desde Sandman sus historias podían contener elementos terroríficos pero nunca resultaban desagradables, sórdidas. Siempre había una punto de humanidad, aun cuando se estuviese desarrollando una situación espeluznante. Es una de las características de estilo de Gaiman como autor. Coraline es también un libro casi perfecto porque hasta ahora a Gaiman siempre podíamos haberle reprochado no ser un narrador especialmente brillante a nivel estilístico. Pero hasta esa tara es superada en Coraline, que está redactada con una prosa trasparente (y sencillísima: no olvidemos la audencia a la que va dirigido en libro).

Coraline es un libro muy inglés, en cuanto a referencias, personajes y atmósfera. Y funciona, en cierta forma, como reverso tenebroso de Alicia en el País de las Maravillas. Coraline es una niña que pasa encerrada en su nueva casa los últimos días del verano a causa de la lluvia. Sus padres trabajan y no le prestan demasiado atención. La niña recorre la casa curioseando y encuentra a una puerta que la lleva a través de un túnel a una casa, reflejo de la suya, donde están unos padres que no son los suyos pero que se comportan de modo más atento con ella, lo que devendrá en pesadilla. La excusa argumental da a Gaiman la oportunidad de demostrar sus aptitudes para crear un universo irreal regido por una lógica interna fácilmente asumible por el lector. Un mundo de magia en estado puro. Gaiman bebe de fuentes mitológicas inglesas difíciles de rastrear pero reconocibles en otros contemporáneos que han cultivado el género “infantil-siniestro”, como Gorey o Tim Burton. (Incluso no es difícil leer Coraline e imaginarla reproducida en pantalla con la animación que Burton produjo en Pesadilla antes de Navidad).

Que tiemble J.K. Rowling. Neil Gaiman ha llegado a reclamar lo que era suyo. (No es casual, a ese respecto, que la editora en castellano de Coraline sea Salamandra, la misma que la de Harry Potter.) Lo hará presentando como aval este libro que iba a llamarse Caroline y que cambió de título por un error de tecleado que el autor no quiso corregir.

Valentín Vañó

Stardust

Stardust
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Neil Gaiman
Título original: Stardust
Trad. Ernest Riera
Col. Brainstorming nº 7
Norma Editorial, 2001
Neil Gaiman ha revolucionado el mundo del cómic con su serie Sandman, una potentísima exploración del subconsciente, los mitos y la fantasía que ha generado una gran cantidad de secuelas e imitaciones. En ella, Gaiman ha combinado el aspecto más grotesco del mundo de los superhéroes con una mitología propia que bebe en muchas ocasiones del mundo de los cuentos de hadas y las rimas infantiles. La novela Stardust podría haber sido perfectamente una saga más dentro del universo de Sandman si Gaiman hubiera simplemente incluido una aparición del señor de los sueños o de cualquier otro de las decenas de personajes y secundarios que pueblan su obra maestra. A fin de cuentas, y como dice Rafael Marín, Sandman se sostiene tan bien sin ilustraciones que uno duda si adscribirlo al universo del cómic es clasificarlo correctamente. Sin embargo, Gaiman ha elegido escribir un capítulo aparte, que mantiene, con todo, un aire de familia con la corriente principal de su, perdóneseme la pedantería, obra secuencial (como sucede, en general, con toda su narrativa).

En Stardust encontramos un pueblo, Muro, que hace de límite entre la campiña inglesa y el reino de Faerie. En él vive el joven Tristran Thorn, producto del cruce entre un humano y una elfa que se encontraron en la noche en que, una vez cada siete años, se celebra una feria a la que acuden habitantes de ambos mundos. Una promesa hecha en un momento de pasión a la chica más bonita del lugar llevará a Tristran a atravesar el muro que da nombre al pueblo e internarse en el país de las hadas en busca de una estrella fugaz caída. En su camino encontrará a los seres más extraordinarios, tanto benévolos como maléficos, y progresará en sus aventuras a la manera de los cuentos de hadas, siendo recompensado (o no) por sus buenas acciones según la particularísima lógica de Faerie, y ganando en el proceso conocimientos sobre sí mismo y su especial herencia compartida. Gaiman se atiene estrictamente a las clásicas narraciones infantiles en cuanto a la estructura de la novela, que termina como tiene que terminar cualquier historia sobre muchachos que parten a hacer fama y fortuna (y si el lector no se espera el final, es que desatendió en su momento a Andersen, Perrault y los Grimm). Sólo se aparta de ellas en dos ocasiones: para acentuar la crueldad de ciertas situaciones, algo en lo que Gaiman se complace a menudo, quizá buscando equipararse a las versiones primitivas y sin expurgar de los cuentos de hadas; y para hacer apartes posmodernos, irónicos y autorreflexivos. El conjunto está maravillosamente compensado, la sensación de intemporalidad se combina estupendamente con las rupturas de la norma, y en general esta novela resulta una lectura de lo más deliciosa. Cabe reseñar, en todo caso, que los primeros capítulos, donde asistimos a la descripción de ese lugar entre cotidiano y maravilloso que es Muro, superan a los posteriores, más convencionalmente fantásticos.

La única pega que se le puede poner a esta edición de Norma es que, sencillamente, no tiene comparación con la versión ilustrada de la misma historia publicada previamente. Las magníficas ilustraciones de Charles Vess se complementan tan bien con las palabras de Gaiman que resulta incomprensible que éstas últimas hayan aparecido por separado. No obstante, si no se dispone del Stardust completo de Gaiman y Vess para comparar, se puede disfrutar de esta novela que se lee de un tirón y que sin duda proporcionará mucha diversión al lector.

Luis G. Prado

Lovelock

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Lovelock
Orson Scott Card y Kathryn H. Kidd
Título original: Lovelock
Trad. Rafael Marín
Col. Nova Scott Card nº 6
Ediciones B, 1995
A Orson Scott Card le sienta bien escribir con otros autores. Del talento de un hombre honrado surge una de las escasas colaboraciones sinceras entre dos escritores, uno renombrado y otro desconocido, aparecidas en el mundo de la ciencia-ficción.

Acostumbrados a los excesos y engaños de estafadores del mundillo como Clarke, Farmer y Silverberg, que persisten en el descaro de publicar con su nombre novelas escritas por otros, Card es una auténtico ejemplo de honestidad que, por cierto, ha beneficiado mucho a su reciente narrativa, bastante maltrecha tras series como Alvin Maker o alargados innecesarios como los realizados en últimas entregas de la serie de Ender.

Inmerso, de unos años para acá, en un bache creativo serio, abocado a autoplagiarse y repetir esquemas, Lovelock es un soplo de aire fresco en la digna producción del mormón.

La aguda percepción emocional de la autora Katrhyn Kidd ha dotado a los personajes de esta novela de un delimitado perfil psicológico al que Card no nos tiene demasiado acostumbrados. Los personajes no son tan blandos, tan sensiblotes como otras veces. Son personas de verdad. Desde un punto de vista narrativo, la mezcla de talentos ha resultado extraordinaria.

Lovelock es un mono capuchino genéticamente alterado cuya labor es la de trabajar y servir de mascota, apoyo, cerebro auxiliar y memoria viviente a una célebre científica que se embarca con su familia en el Arca, una nave que parte de la Tierra para colonizar otros mundos.

En esta agradable novela, Lovelock será el narrador de un relato en el que se cuestiona la sociedad, las relaciones familiares, el espíritu humano e incluso el sentido de la vida de una forma profunda y poco común en el universo de la ciencia-ficción.

Deseoso de lograr la independencia y el derecho a vivir como un ser pensante independiente, el mono Lovelock mantiene una doble vida e inicia en sus horas libres lo que bien puede definirse como un proceso de autorrealización, no exento de tropiezos y errores.

La novela brilla sobre todo en el aspecto psicológico de los personajes. La descripción de los integrantes de la familia de la científica, en la que el mono es acogido, es soberbia. Los personajes son vívidos, en su imperfección, casi demasiado reales. El modo en que Lovelock analiza los hechos desde su neutralidad animal, y la forma en que su emotividad consciente se ve desbordada por los acontecimientos, convierten al animal en un ser tan humano como sensible, uno de los más encantadores y complejos personajes de la historia del género. Solo el mérito de crear un ser tan inolvidable es la excusa obligada para recomendar este libro encarecidamente.

Lovelock deja en el lector la huella imborrable de un libro fresco, a la altura de la mejor producción de Card. Además, el cambio de temática y registro supone un giro en la narrativa del norteamericano que despierta nuevas expectativas en cuanto a la valoración de su trayectoria literaria.

Según los editores, Lovelock tendrá cumplidas continuaciones que ya esperamos con verdadera ansiedad. Y si, como parece, se mantienen a la altura del primer libro, tendremos entre manos una de las más originales y renovadoras sagas de la ciencia-ficción moderna.

Parece una torpeza decir algo así refiriéndose a Card, pero Lovelock es toda una revelación.

Eugenio Sánchez Arrate

La voz de los muertos

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La voz de los muertos
Orson Scott Card
Título original: Speaker for the Dead
Trad. Rafael Marín
Col. Nova CF nº 1
Ediciones B, 1988
La voz de los muertos es el segundo volumen de una de las sagas más importantes de la ciencia-ficción y ha recibido innumerables críticas tanto a favor como en contra. En ella, Card afronta un tour de force de personajes (Novinha y sus hijos) en cuyas complejas relaciones afectivas debe encajar el joven Ender. Y junto a ello y a la raza extraterrestre de los cerdis o “pequeninhos”, el virus de la descolada y toda la parafernalia emotiva que rodea a un xenocida como Ender, nos encontramos con esa nueva “religión” de los Portavoces de los Muertos que sirven como sacerdotes a quienes no creen en ningún dios y sin embargo creen en los valores humanos. Y por si ello fuera poco, aparece Jane, la inteligencia artificial nacida del nexo de ansibles que comunican la galaxia. Se trata de una novela singular, que a mi entender debe ser estudiada desde diferentes perspectivas antes de enjuiciarla globalmente; como continuación de El juego de Ender, como obra independiente y como parte de la serie de Ender.

Como heredera directa de El juego de Ender, novela que transcendió el círculo de la ciencia-ficción y obtuvo gran éxito entre el público general, La voz de los muertos resultó fallida. El escenario, los personajes y el tiempo de la acción habían cambiado radicalmente, al igual que el argumento, pero no fueron sustituidos por otros que llegaran de igual forma al lector. Sólo se conservaron los elementos más ajenos al espíritu original del relato (la evolución de Ender como soldado y eventualmente genocida). Así, los que esperaban una continuación no la hallaron más que en el hecho de que Ender, ya adulto, se encuentra afrontando -entre otras cosas- el problema de recuperar la raza de los insectores. En realidad esta novela iba a ser independiente, pero Orson Scott Card vio la forma de aprovechar un argumento que no despegaba del todo para adaptar a Ender a la situación, según comenta él mismo, con lo que mató dos pájaros de un tiro. La contrapartida es que el éxito arrollador del primer libro se disipó y hubo una desilusión generalizada, especialmente entre los lectores menos asiduos de la ciencia-ficción, que abandonaron la serie. Una lástima, porque el cambio no fue, en términos de calidad literaria e interés, a peor.

Viendo La voz… como obra independiente no se pueden negar sus numerosas virtudes. No es de extrañar que cosechara tanto el Hugo como el Nebula, pues reúne el escenario logrado, los personajes realistas y la especulación inteligente que son denominador común de la mejor ciencia-ficción. De forma hábil y convincente, Card aborda la cuestión del entendimiento entre diferentes especies, siendo ya clásica la distinción entre ramen y varelse para diferenciar las que pueden establecer algún tipo de comunicación y las que no, lo que lleva a plantear varias cuestiones morales. En Lusitania, un planeta extraño, donde la religión es un factor muy a tener en cuenta, el trato de los humanos con los “pequeninhos” les lleva a comprenderse mejor a sí mismos, pero todo tiene un precio, especialmente para quien aniquiló una raza entera. Interesante, coherente, bien resuelta, La voz de los muertos es un clásico que se cuenta entre la mejor producción de este autor.

¿Qué significa este segundo volumen para la serie de Ender? Es el intento de hacer una transición difícil. Del escenario relativamente pequeño del primer libro (el centro de entrenamiento, una especie alienígena de la que se sabe poco o nada) se pasa, tres mil años en el futuro, a todo un planeta, varias razas complejas y un universo en conflicto, además de personajes ya conocidos a los que se suman otros muchos. En este punto Card mantiene todavía el control, que perderá definitivamente en los siguientes títulos, al hincharse el globo argumental por encima de sus posibilidades. Pero en La voz… las variables se mantienen bajo control, de forma que podría haberse aprovechado magníficamente para poner el punto final a la serie. Sin embargo, al querer tan obviamente el autor explicar y matizar sus ideas sobre el enfrentamiento entre seres inteligentes -que pueden parecer excesivamente simples en El juego…-, se perfila ya el futuro de la saga de Ender, una cuesta abajo inevitable de calidad.

En resumen, La voz de los muertos es una gran novela de ciencia-ficción. Irremediablemente asociada a su predecesora, causó bastante decepción en algunos círculos, y sin embargo tanto críticos como aficionados al género la premiaron con efusión. Algunos consideran que es mejor que El juego de Ender, y no seré yo quien les lleve la contraria. Por desgracia, su lectura hace presagiar decepcionantes continuaciones y el estancamiento de una obra, la serie de Ender, que podría haber sido definitiva y se quedó en mediocre.

Miguel J. Francés

El juego de Ender

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El juego de Ender
Orson Scott Card
Título original: Ender´s Game
Trad. José María Rodelgo
y Antonio Sánchez
Libro Amigo Ciencia Ficción nº 9
Ediciones B, 1987
En El juego de Ender hay un libro blanco y un libro negro. El libro blanco es el que habla de la historia de un grupo de pasiones que se organizaron para derrotar a una amenaza para los seres humanos. El libro negro es el que relata las amplias prerrogativas de la supervivencia racial sobre los individuos, e incluso sobre otras razas. Ambos se mezclan y los lectores disfrutan de una densa historia sobre la personalidad de uno de los más originales y productivos héroes-dioses de la ciencia-ficción: Ender Wiggin.

Ender es el tercero de tres hermanos que han sido seleccionados por la Flota Internacional como posibles estrategas para la guerra contra los insectores. Desde el inicio de su educación, Ender es observado para calibrar sus posibilidades, y finalmente es invitado a ingresar en la Escuela de Batalla a la edad de seis años. En la Escuela recibirá una despiadada instrucción con vistas a prepararle para el papel más importante de la lucha, que él desconoce. Deslumbra a sus compañeros y profesores con sus habilidades en los juegos de guerra y con su nueva concepción de las peleas en gravedad cero. Es ascendido a la Escuela de Alto Mando para recibir las enseñanzas del mayor estratega de la historia, Mazer Rackham, con el que practica en simulaciones de más alto nivel. Finalmente descubre… pero eso deberán averiguarlo los lectores por su cuenta.

El grueso del libro se ciñe a la parte de la formación militar de Ender. La historia elegida para la educación de los futuros guerreros no puede ser más acertada, y aquí Card hace gala de su agudeza psicológica. Escoge al ser humano en la etapa en que posee más creatividad y es más capaz de reacciones sorprendentes, que son las únicas armas que pueden servirles frente al superior armamento y número de los insectores. Los niños son introducidos en un universo que no les resulta repulsivo porque forma parte de su mundo, y a la vez esconde una utilidad como representación de auténticas batallas: los juegos. Protegidos por la sociedad familiar de la Escuela de Batalla, los niños viven simulacros de guerras sin la presión de la realidad, lo que permite a los mayores utilizar sus ágiles mentes en el mejor momento de sus vidas.

En esa escuela se perfila la personalidad hermética de Ender, mucho más atractiva que en entregas posteriores, donde asumirá conscientemente su papel redentor. En El juego de Ender es un chico que se dedica a analizar lo que le rodea rápidamente para dominar la situación con los medios de que disponga, ya sean poco o muchos. Es un ejemplo de adaptación y de superación del medio: cuando aprende a jugar (págs. 70 y 71 de la edición de Libro Amigo) viendo cómo lo hacen los chicos mayores, me recuerda a esos fenómenos de las máquinas de marcianitos de cuando yo era pequeño, del tiempo en que las maquinitas eran un divertimiento público, casi social, y no íntimo como ahora. Hasta aprende a hablar como los chicos mayores enseguida (pág. 71). Reconozco que en mi caso esta característica de Ender hizo más mella de la que podría haber hecho cualquier otra de un héroe espectacular. Por el tiempo en que leí la novela, se me figuró que el héroe serio y circunspecto que no parecía actuar hasta que la situación necesitara su control, era una figura excitante y seductora que dominaba todo argumento de película o de libro. A ese tipo de personajes me remitió Ender cuando me sumergí en la lectura de este primer libro de la serie. Sin embargo, ya en esta obra se advierte la obsesión de Card por conformar una personalidad vital paralela a la de un Jesucristo moderno: Ender tendrá seguidores, muchos enemigos, e incluso un Judas en la persona de Bonzo Madrid, compañero de la Escuela que, como el Mesías, deberá morir para que el destino se cumpla.

Pero la mayor fuente de originalidad, al menos para mí, de El juego de Ender, reside en la pérdida de referencias terrestres en el movimiento sin gravedad. He aquí uno de los ejemplos más brillantes de que la ciencia-ficción de calidad es capaz de dar sustitutos a las concepciones humanas, sobre todo a los prejuicios de entorno/marco (llamo así a los que se dan por hechos en la descripción de sociedades o escenas extrañas a la humana; por ejemplo, dar por sentado que los extraterrestres van a tener forma humana). Desde el momento en que Ender sube al transbordador que le llevará a la Escuela, adquiere esa ventaja sobre los demás. Basándose en el aislamiento relativo frente al resto de los chicos, se encierra en sus propios pensamientos y no muestra un comportamiento suelto y relajado. Se dedica a examinar el exterior novedoso para él, y alcanza el conocimiento del que brotará su genialidad: “La gravedad puede tener cualquier dirección. La dirección que yo quiera” (pág. 50).

Con los premios que recibió la historia de Ender, es comprensible que aun hoy en día siga considerándose un texto clásico en la ciencia-ficción. El cuento “El juego de Ender”, publicado en 1977 en Astounding Science Fiction, fue propuesto para el Hugo. El juego de Ender (1985) y La voz de los muertos (1986) ganaron sendos Hugo y Nebula, siendo la primera vez que un autor se llevaba dos años seguidos los dos premios más importantes de la cf. No cabe duda de que fue una recompensa de justicia para una obra fabulosa.

Héctor Ramos

Observadores del pasado

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Orson Scott Card
Título original: Pastwatch
Trad. Rafael Marín
Col. Nova nº 109
Ediciones B, 1998
Hay escritores a los que el éxito y el reconocimiento no les sientan nada bien, y el ejemplo mas notable dentro del genero es el de Orson Scott Card. El autor de Esperanza del venado, La Casa del Canto, La saga de Worthing, los dos primeros libros de Ender y una multitud de cuentos excelentes ha logrado transformar la mayor parte de sus virtudes en defectos: de centrarse en los sentimientos y la psicología de sus personajes ha caído en la sensiblería y el sentimentalismo, de las relaciones humanas profundas y complejas de sus primeros libros a las propias de una telenovela y el mas rancio folletín… Y lo peor es que, a pesar de todo, sus novelas no son malas, tienen ideas enormemente aprovechables (que no siempre aprovechadas), y son casi siempre entretenidas y divertidas. Qué magnificas novelas habría escrito con el mismo material el Card de los primeros tiempos.

Observadores del Pasado es un ejemplo del tipo de novela que escribe Card en la actualidad. Un libro contradictorio; engancha y es entretenido pero, desde casi todos los puntos de vista, resulta fallido. Las amplias posibilidades abiertas por la existencia, en un futuro próximo, de una máquina de observación del pasado, quedan reducidas rápidamente al dilema de si se deben utilizar o no sus recientemente descubiertas capacidades para cambiar el curso de la Historia en un punto muy concreto: el descubrimiento de América.

Es raro que un escritor tan experimentado como Card, que en otros libros ha dado muestras de saber manejar tanto las ideas como los personajes más complicados, haya escrito una novela tan ingenua y superficial como ésta. Es un libro blando y poco riguroso en casi todos los aspectos: el problema moral de cambiar el pasado y hacer que una determinada línea temporal deje de existir, en teoría el centro y trasfondo de la novela, es tratado de forma pueril: dicho dilema va reduciendo su importancia en cada página hasta desaparecer ante la necesidad imperiosa de realizar dicho cambio. Así, no hay ninguna problema ético en realizar una acción necesaria. La Historia (aunque éste es un problema de la mayor parte de las ucronías) se cambia con relativamente poca dificultad. Adiós a las grandes fuerzas económico-sociales que formaron la Historia: un empujón aquí y otro por allí, y voilà, una línea temporal totalmente nueva. Los personajes, uno de los supuestos puntos fuertes de Card, apenas están esbozados y tienen, todos, absolutamente todos, la ridícula manía de enamorarse entre ellos a las diez paginas de conocerse.

El libro es también absurdamente previsible. A la segunda línea de presentación de un personaje ya se sabe si es “bueno” o “malo”, el personaje marginado es siempre el más sabio y correcto, etc. A ratos, y para colmo de males, la novela se torna bastante aburrida y pesada, sobre todo en la descripción minuciosa, y también exasperante, de la vida de Colón; vida que, como españoles, tenemos bastante conocida.

Y después de todo lo dicho lo extraño es que Observadores del pasado no es una novela horrible. Es una novela que se puede y se deja leer, al igual que uno se entretiene viendo esas películas de gran presupuesto llenas de errores y fantasmas que te hacen pasar un rato agradable. Quizás, y resumiendo, sus peores características son que intenta abordar grandes temas, cosa que no consigue en absoluto, y se queda en entretenida novela de aventuras que engancha por lo mismo que todas las ucronías: por la extrañeza del podría ser, de los universos e historias alternativos. Y por ser una novela de Orson Scott Card, ya que algunos todavía esperamos mejores cosas de él.

Rafael Muñoz Vega

Thor

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Irena Sendler

Irena Sendler

Irena Sendler

Irena Sendler nació en Polonia en 1910, en un pueblo llamado Otwock a 23 kilómetros al sudeste de Varsovia.

Su padre, Stanislaw Krzyzanowski, un medico que contaba mayormente con pacientes judíos pobres, fue activista del partido socialista polaco (PSP). Sus ideas fueron una gran influencia para la joven Irena quien estudió literatura polaca, pertenecía a la izquierdista Unión de la Juventud Democrática, participó en protestas contra un “ghetto de escritorio” en salones de lectura y finalmente se unió al PSP.
Irena trabajaba como administradora superior en el Departamento de Bienestar Social de Varsovia que operaba los comedores comunitarios de la ciudad, cuando Alemania invadió el país en 1939.

Gracias a Irena, estos comedores no solo proporcionaban comida, asistencia financiera y otros servicios para huérfanos, ancianos y pobres; sino que sumaron la entrega de ropa, medicinas y dinero a las familias judías. Para evitar las inspecciones, se las registraba bajo nombres católicos ficticios y se las anotaba como pacientes de enfermedades muy contagiosas como el tifus o la tuberculosis.

Pero en 1942, con la designación de un área cerrada para alojar a los judíos, conocida como el gueto de Varsovia, las familias sólo podían esperar una muerte segura.

Horrorizada por las condiciones en que vivían los judíos, Irena se unió al Consejo para la Ayuda de Judíos, Zegota, organizado por la resistencia polaca. La joven fue una de las primeras organizadoras del rescate de niños judíos. En ese entonces 5000 personas morían mensualmente de hambre y enfermedades.

Irena logró obtener un pase del Departamento de Control Epidémico de Varsovia para poder ingresar al gueto en forma legal. Iba diariamente con el fin de reestablecer contactos, llevar comida, medicinas y ropa vistiendo un brazalete con una estrella como signo de su solidaridad para con los judíos.

Persuadir a los padres de separarse de sus hijos era una labor horrorosa para una joven madre como Irena. “¿Puedes asegurar que vivirá?” Irena recordaba a los angustiados padres preguntando. Pero sólo podía garantizar que morirían si se quedaban. “En mis sueños, todavía puedo oírlos llorar cuando dejaban a sus padres”, decía.

Tampoco era fácil encontrar familias que quisieran darle cobijo a niños judíos.

Comenzó a sacar a los niños en una ambulancia como victimas del tifus, pero enseguida bolsas de arpillera, cestos de basura, cajas de herramientas, cargamentos de mercadería, bolsas de papas, ataúdes… cualquier elemento se transformaba en una vía de escape en manos de Irena.

Otros métodos incluían una iglesia que tenía dos accesos, uno del lado del gueto y el otro en el lado ario de Varsovia. Los chicos entraban a la iglesia por un lado como judíos y salían por el otro como cristianos.

Irena logró reclutar al menos una persona de cada uno de los diez centros del Departamento de Bienestar Social. Con su ayuda, elaboró cientos de documentos falsos con firmas falsificadas dándole identidades temporarias a los niños judíos.

Era más fácil escapar del gueto que sobrevivir en el lado ario. El rescate de un niño requería la ayuda de al menos diez personas. Los niños eran los primeros transportados a unidades de servicio humanitario (pogotowie opiekuncze) y luego a un lugar seguro.

Luego les encontraba ubicación en casas, orfanatos y conventos. “Envié a la mayoría de los niños a establecimientos religiosos,” recordaba. “Sabía que podía contar con las hermanas.” Irena también tuvo una gran cooperación para ubicar a los más grandes: “Nunca nadie se negó a aceptarme un niño,” dijo.

Irena tomaba nota, por medio de una codificación, de los nombres de los niños y de sus nuevas identidades.

El único registro de sus verdaderas identidades lo conservaba en frascos enterrados debajo de un árbol de manzanas en el patio de un vecino, frente a las barracas alemanas. Tenía la esperanza de algún día poder desenterrar los frascos, ubicar a los niños e informarles de su pasado.

En total, los frascos contenían los nombres de 2.500 niños…

Finalmente lo nazis se dieron cuenta de sus actividades y, el 20 de octubre de 1943, Irena fue detenida y encarcelada por la Gestapo. Aunque era la única que sabía los nombres y las direcciones de las familias que albergaban a los niños judíos, soportó la tortura y se rehusó a traicionar a sus asociados o a cualquiera de los niños ocultos. Le quebraron los pies y las piernas. Pero nadie pudo quebrar su voluntad. Irena paso tres meses en la prisión de Pawiak donde fue sentenciada a muerte.

Mientras esperaba la ejecución, un soldado alemán se la llevó para un “interrogatorio adicional”. Al salir, le gritó en polaco “¡Corra!” Al día siguiente halló su nombre en la lista de los polacos ejecutados. Los miembros de Zegota habían logrado detener la ejecución sobornando a los alemanes. Irena continuó trabajando con una identidad falsa.

Al finalizar la guerra, Irena desenterró los frascos y utilizó las notas para encontrar a los 2.500 niños que colocó con familias adoptivas. Los reunió con sus parientes diseminados por todo Europa, pero la mayoría había perdido a sus familias en los campos de concentración nazis.
Irena Sendler a la edad de 91 años

Los niños sólo la conocían por su nombre clave Jolanta. Pero años más tarde cuando su foto salió en un periódico luego de ser premiada por sus acciones humanitarias durante la guerra “Un hombre, un pintor, me telefoneó,” dijo Sendler, “`Recuerdo su rostro’, dijo, ‘Eres tú quién me sacó del gueto.’ Tuve muchos llamados como ése”.

Irena Sendler no se considera una heroína. Nunca se adjudicó crédito alguno por sus acciones. “Podría haber hecho más,” dijo. “Este lamento me seguirá hasta el día que muera.”

En 1965 la organización Yad Vashem en Jerusalén le otorgó el título de Justa entre las Naciones y se la nombró ciudadana honoraria de Israel.

Luego de la guerra trabajó para bienestar social; ayudó a crear casas para ancianos, orfanatos y un servicio de emergencia para niños.

El maestro de la sobrevivencia y luchador humano

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Cuando era muy joven e impresionable encontré en una feria del libro un libro feo de la editorial Martínez Roca titulado ‘Sobrevivamos’. Lo había escrito un pastelero de Bielefeld (Alemania) llamado Rüdiger Nehberg. ‘Sobrevivamos’ era un libro sobre supervivencia, el arte antiguo de comer del campo (las ortigas hervidas saben como las espinacas), dormir al raso, cazar pájaros con trampas, saber orientarse sin brújula, hacer fuego con las manos, hacer arcos, pescar bajo el hielo, hacer balsas de troncos, plantar un camping, purificar agua y saber que conejos tienen mixomatosis y cuáles no mirándoles a los ojos (a causa de la infección, los conejos sufren una especie de conjuntivitis, el pus se concentra en los parpados y se quedan ciegos.)

Sobrevivamos era el segundo libro de Nehberg, que se hizo famoso por cruzar Alemania de Norte a sur en 1981 sin equipo y comiendo solo lo que la naturaleza le proporcionase. Mucho más importante que ser el principal divulgador de la supervivencia deportiva en Europa (se le apodaba Sir Vival), Nehberg era un ecologista furibundo y amable, defensor de los derechos humanos y de las tribus indígenas del amazonas (especialmente de los Yanomami) por los que cruzo el Atlántico primero en un barco de pedales y luego en un tronco para pedir su protección (y lo consiguió en forma de una reserva en el Amazonas).

Después de ayudar a los Yanomami, Nehberg fundo TARGET (http://www.target-human-rights.com), una organización que lucha contra la mutilación genital femenina en África, quizá la manifestación más repugnante de la ignorancia humana, una bestialidad que cada día afecta a 8,000 niñas. Gracias a su trabajo, una comisión de estudiosos del Islam encabezada por el Gran Mufti de Egipto publicó una Fatwa contra la mutilación genital que puede ser el principio del fin de la ablación femenina. Y sigue dándole y dándole.

Nehberg fue y es una inspiración, un amigo que te contaba sus trucos y paseaba contigo por entre los arboles de El Zancón de Melide. Tipo admirable, influencia imprescindible. Y por eso es un favorito mío. Ah, y es hoy el día que tengo el equipo preparado en la mesilla por si pasa algo.