Cita de ¨ El Manatial¨

Cita

—Lo siento. Perdóneme. Es algo en que justamente pensaba. He estado meditándolo desde hace mucho tiempo, y, particularmente, en estos días, cuando me tendía sobre la cubierta y me pasaba todo el día sin hacer nada.
—¿Pensando en mí?
—En usted entre muchas otras cosas.
—¿Qué ha decidido?
—Yo no soy altruista, Gail. No decido nada para los otros.
—No se preocupe por mí. Me he vendido a mí mismo, pero no he tenido ilusiones acerca de ello. Nunca he llegado a ser un Alvah Scarret. Él cree, en realidad, en todas las cosas que el público cree. Yo desprecio al público. Ésa es mi única vindicación. He vendido mi vida, pero a buen precio: el poder. Nunca lo he utilizado. No he podido concederme un deseo personal. Pero ahora soy libre. Ahora lo puedo emplear en lo que yo quiera. Para lo que crea. Para Dominique. Para usted —Roark se volvió. Cuando miró de nuevo a Wynand, contestó solamente:
—Eso espero, Gail.
—¿Qué ha estado pensando en todo este tiempo?
—En el principio que hay detrás del decano que me echó de Stanton.
—¿Qué principio?
—El que destruye el mundo. De lo que hemos estado hablando. Del verdadero altruismo.
—¿No existe el ideal del cual hablan ellos?
—Ellos no tienen razón.. Existe, aunque no en la forma que ellos se imaginan. Es lo que no he podido comprender en la gente durante mucho tiempo. Ellos no tienen personalidad. Viven en otros. Viven una vida de segunda mano. Observe a Peter Keating.
—Mírelo usted. Yo odio sus porquerías.
—He observado… lo que queda de él, y me ha ayudado a comprender. Está pagando el precio y se pregunta por cuál pecado cometido y se dice a si mismo que ha sido demasiado egoísta. ¿En qué acto o en qué pensamiento suyo ha sido él mismo? ¿Cuál fue su objeto en la vida? La grandeza, a los ojos de los demás. La fama, la admiración, la envidia; todo lo que procede de los demás. Los demás le dictaron convicciones, pues él carecía de ellas; se satisfizo con que los demás creyesen que las tenía. Los demás constituyeron su móvil poderoso y su principal interés. No quería ser grande, sino que lo creyesen. No quería ser arquitecto, sino que lo admirasen como tal. Pidió prestado a los otros para impresionarlos. Ése fue su altruismo real. Traicionó a su yo y se dio por vencido, pero todo el mundo lo llama egoísta.
—¡Sí! ¿Y no es la raíz de toda acción despreciable? No es egoísmo, sino precisamente la ausencia del yo. Mírelos. El hombre que engaña y miente, pero que conserva una fachada respetable. Él se sabe deshonesto, pero los otros creen que es honesto, y de eso deriva su propio respeto, de segunda mano. Un hombre que adquiera crédito por una obra que no le pertenece. Se sabe mediocre, pero es grande ante los ojos de los demás. El desventurado frustrado que profesa amor hacia el inferior y se adhiere a aquellos menos dotados para establecer su propia superioridad por comparación. Un hombre cuyo único objeto es hacer dinero. Pero el dinero es sólo un medio para un fin determinado. Si un hombre lo quiere para un propósito de orden personal, para invertirlo en la industria, para crear, para estudiar, para viajar, para gozar del lujo, resulta completamente moral. Pero los hombres que anteponen el dinero van mucho más allá. El lujo personal es un empeño limitado. Lo que ellos quieren es orientación, para demostrar, para pasmar, para obsequiar, para impresionar a los otros. Son imitadores.
—Si yo fuera Ellsworth Toohey habría dicho: «¿Está mostrando un caso contra el egoísmo? ¿No actuaban todos ésos con móviles egoístas: para sobresalir, para ser queridos, para ser admirados?»
—Por lo demás. Al precio de su propio respeto. En el reino de la mayor importancia, en el reino de los valores, de los juicios, del espíritu, del pensamiento, colocan a otros sobre sí mismos tal como los altruistas exigen. Un hombre verdaderamente egoísta no puede sentirse afectado por la aprobación de los demás. No la necesita.
—Creo que Toohey comprende eso. Eso es lo que lo ayuda a difundir su viciosa tontería. Exclusivamente la cobardía y la debilidad. Es muy fácil recurrir a los otros. Es muy difícil depender de la obra de uno mismo. Uno puede fingir virtudes ante un auditorio, pero no las puede fingir ante los propios ojos. Su yo es el juez más estricto. Huyen de él. Se pasan la vida huyendo. Es más fácil donar unos miles de dólares para beneficencia y considerarse generoso que basar el respeto propio en realizaciones personales.
—He ahí lo mortífero de esos individuos. No les interesan hechos, ideas, trabajo. Sólo les interesa la gente. No se preguntan: «¿Es verdadero esto?» Se preguntan: «¿Es esto lo que los otros creen que es verdadero?» No juzgan, repiten. No hacen, pero dan la impresión de que hacen. No crean, se exhiben. No tienen pericia, sino amistades. No tienen méritos, sino influencias. ¿Qué sucedería en el mundo sin aquellos que hacen, piensan y producen? Esos son los egoístas. No piensan a través de otro cerebro ni trabajan por intermedio de otras manos. Cuando suspenden su facultad de juicio independiente suspenden la conciencia. Detener la conciencia es detener la vida. Los que obran por segunda mano no tienen sentido de la realidad. Su realidad no está en el interior de ellos mismos, sino en esa parte que separa un cuerpo humano de otro. No como una entidad, sino como una relación anclada en la nada. Eso es lo que me detiene siempre que debo estar frente a un comité. Frente a los hombres sin un yo. A la opinión sin proceso racional. El movimiento sin freno ni motor. El poder sin la responsabilidad. Los secundadores actúan, pero la fuente de sus acciones está esparcida en otra persona viviente. Está en todas partes y en ninguna parte y no se puede razonar por ellos. No están abiertos para escuchar la razón. No se les puede hablar porque ellos no pueden oír. Se es procesado por un tribunal ausente. Una masa ciega que ataca a ciegas. Steven Mallory no podía definir a ese monstruo, pero lo conocía. Es la bestia babeante que él teme.
—Creo que sus secundadores comprenden esto. Advierta cómo aceptarían cualquier cosa menos a un hombre que está solo. Lo reconocen en seguida. Por instinto. Hay un odio especial, insidioso para él. Perdonan a los animales. Admiran a los dictadores. El crimen y la violencia constituyen un lazo. Una forma de mutua dependencia. Necesitan lazos. El hombre independiente los destruye porque no existen en él. Advierta el resentimiento maligno que hay contra cualquier idea que proponga independencia. Advierta la malignidad que hay contra todo hombre independiente. Mire hacia atrás, en su propia vida, Howard; recuerde la gente que conoció. Ellos no lo ignoran. Tienen miedo. Usted es un reproche para ellos.
—Eso quiere decir que siempre queda en ellos algún vestigio de dignidad. Son todavía seres humanos. Pero se les ha enseñado a buscarse a sí mismo en los otros; porque nadie puede realizar la humildad absoluta que significaría no estimarse a sí mismo en ninguna forma. No sobreviviría. De manera que después de haber sido instruidos durante siglos en la doctrina de que el altruismo es el ideal básico, los hombres lo han aceptado en la única manera que podía ser aceptado. Buscando la estima personal a través de los otros. Viviendo de segunda mano. Y esto ha abierto el camino para toda clase de horrores. Ha llegado a constituir una terrible forma de egoísmo que un egoísmo verdadero no podría haber concebido. Y ahora, para curar a un mundo que perece por el altruismo, se nos pide que destruyamos la personalidad. Escuche lo que se predica hoy. Mire a todos los que nos rodean. ¿Se ha preguntado por qué sufren, por qué buscan la felicidad y no la encuentran? Si cualquier hombre se detiene para preguntarse si alguna vez ha tenido un verdadero deseo personal, encontraría la respuesta en sí mismo: advertiría que todos sus deseos, sus esfuerzos, sus sueños o ambiciones están motivados por otro hombre. No lucha ni siquiera por la riqueza material, sino por el prestigio. Para tener un sello de aprobación, no para sí mismo. No puede decir de una sola cosa: «Esto es lo que yo quería porque lo quería, no para que mis vecinos estén con la boca abierta ante mí.» Entonces se pregunta por qué es desdichado. Se ha privado de todas las formas de felicidad. Nuestros momentos más grandes son personales, motivados por nosotros mismos. Las cosas que son sagradas o preciosas para nosotros son las que apartamos de la promiscuidad. Pero ahora se nos enseña a arrojar a la luz pública y al beneficio común todas las cosas que están dentro de nosotros. Buscan la alegría en los vestíbulos donde se reúne la gente. Ni siquiera contamos con una palabra que designe esa calidad de la cual estoy hablando: esa autosuficiencia del espíritu humano. Es difícil llamarla egoísmo o egotismo. Esas palabras han sido pervertidas, han venido a significar Peter Keating. Gail, creo que el único mal de la tierra está en colocar el interés fundamental en los otros hombres. Yo siempre he exigido cierta calidad en la gente que me busca. Según eso he elegido a mis amigos. Ahora sé en qué consiste. En un «Yo» que se satisface a sí mismo. Ninguna otra cosa interesa.
—Estoy contento de que admita que tiene amigos.
—Hasta admito que los quiero. Pero no podría quererlos si fuesen mi razón principal de vivir. ¿Se ha dado cuenta que a Peter Keating no le ha quedado un solo amigo? ¿Sabe por qué? Si uno no se respeta a sí mismo, mal puede tener afecto y respeto por los otros.
—Que se vaya al diablo Peter Keating. Estoy hablando de usted y sus amigos.
—Gail, si este barco se estuviera hundiendo, yo daría mi vida por salvar la suya. No porque fuere un deber, sino porque lo quiero, por razones y normas que me son propias. Yo moriría por usted, pero no podría ni querría vivir para usted.
—Howard, ¿qué razón o norma le hace decir eso?
Roark lo miró y se dio cuenta de que había dicho algo que no hubiera querido decir.
—Que no ha nacido para ser un segundón —respondió.
Wynand se sonrió. Escuchó la frase y no dijo nada.
Después, cuando Wynand bajó al camarote, Roark se quedó solo en la cubierta. Se quedó apoyado en la baranda, escrutando el océano, la nada.
Entonces se dijo: «No he mencionado al peor de todos, al hombre que va detrás del poder.»

Pg. 227
Tomo II (version electronica)
El Manantial
Ayn Rand

Comments are Closed