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Pensamiento Nómada
#11

Rituales dionisíacos
DEVENIR BACANTE
UNA VERSIÓN DE LA TRAGEDIA DE EURíPIDES
http://www.con-versiones.com/nota0038.htm
Luciana Prato


Dionisos, dios ebrio y errante, deambula por las afueras de la ciudad, atraviesa territorios. Dios anunciado por el relámpago cuya esencia es la locura, la transgresión, el exceso, irrumpe bruscamente en la vida terrena, abandonando la figura de dios por la de mortal para sustraer, a los que se atrevan a seguirlo, de la existencia cotidiana, del curso normal de las cosas, de sí mismos. Y conducirlos más allá.

"Allí espera la turba de mujeres, libre de telares y lanzaderas, como un tábano las aguijonea Dionisio"(115)

¿Para qué ir más allá?, ¿para qué romper? ¿para qué quebrar?. ¿Qué hay detrás de las máscaras? ¿Hay algo? ¿Hay nada? ¿Para qué bailan las bacantes, para qué salen, quiebran, danzan?. Todo para entrar en trance e ir más allá, para llegar a algún lugar, a otro lugar. A otro lugar que el impuesto, que el destinado, que el otorgado férreamente. Las bacantes rompen, desgarran para llegar no saben dónde, pero sienten que deben seguir al dios. Su dios. Su vocación de respuesta es la que se agita, la que agita sus cuerpos.

"Este dios es también adivino porque lo báquico y lo delirante tienen un gran poder profético. Pues cuando el dios entra en el cuerpo hace predecir el futuro a los poseídos por el delirio" (297ss)

Dionisos es quien denuncia o manifiesta el más allá, referido a la condición del hombre entre los animales y los dioses. Más allá en tanto lo ilimitado, lo impensado, lo intransitado, lo inexperimentado. Este más allá cobra la forma del estado de la bestialidad cruel que impone la omofagia. Se diluyen las distancias entre dioses y hombres, se hace ausente toda diferencia entre animalidad, divinidad y humanidad. Dionisos es múltiple y polimorfo, más que cualquier otra potencia del panteón, y convoca lo extraño, lo diverso, lo aún ausente. Llama a lo común a devenir otro, a hacer la experiencia de una evasión hacia una desconcertante foraneidad. Transforma a las mujeres en extranjeras, corta los lazos parentales, y ellas abandonan hijos y esposos para correr al monte.

"Hay placer en la montaña, cuando desde el tíaso a la carrera, cubierto con la sagrada piel de cervato, se arroja al suelo para cazar la sangre del macho cabrío, gozo de la carne cruda" (134 ss)

Placer y gozo desenfrenado que borra los límites que protegía Artemisa en el espacio abierto más allá de la ciudad. Probar la carne humana forma parte de los comportamientos que tienden a volver salvaje al hombre, y permiten establecer, mediante la posesión, un contacto más directo con Dionisos, devorador del hombre. Es el cuerpo el que se involucra intensamente en la adoración del dios. Música de flautas y timbales, vino que transporta, danza que condena a bailar sin detenerse. Liberación de las fuerzas oscuras que se silencian en el orden cívico. Lo irracional en lo racional, lo racional en lo irracional. "Es con sus músculos como más fácilmente obtiene conocimiento de lo divino" una mujer bacante, una mujer en que el dios convoca las fuerzas que la habitan.

Devenir animal de Dionisos, devenir animal de las bacantes, devenir animal de Penteo en tanto tomado por las mujeres como víctima del sacrificio. Puede significar transitar las formas de ser no experimentadas, anulando órdenes, o atravesando, fisurando. Las prohibiciones no afectan ni a las esfera animal real ni al ámbito de la animalidad mítica; no afectan a los hombres soberanos cuya humanidad se esconde bajo la máscara del animal. Las mujeres bacantes son soberanas en tanto son conducidas a un más allá intransitado. Puro movimiento y desenfreno, pura energía y vitalidad, puro tránsito y mutación.

&quot;Ni los muertos estarán seguros si el enemigo gana&quot;<br /><br />W. Benjamin
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#12



Heráclito
La filosofía en la época trágica de los griegos
Friedrich Nietzsche

El devenir único y eterno, la radical inconsistencia de todo lo real, como enseñaba Heráclito, es una idea terrible y, perturbadora, emparentada inmediatamente en sus efectos con la sensación que experimentaría un hombre durante un temblor de tierra: la desconfianza en la firmeza del suelo. Es necesaria una fuerza prodigiosa para convertir esta sensación en su opuesta, en el entusiasmo sublime y beatificador. Y, sin embargo, esto lo consiguió Heráclito por una observación hecha sobre la procedencia efectiva de todo devenir y de todo perecer, que comprendió bajo la forma de polaridad, o sea, como desdoblamiento de una fuerza en dos actividades cualitativamente diferentes, opuestas y tendientes a su conciliación o reunión. Permanentemente una cualidad se divorcia de sí misma y se constituye en cualidad opuesta; permanentemente estas dos cualidades contrarias se esfuerzan por unirse otra vez. El vulgo cree, en efecto, conocer algo sólido, acabado, permanente; pero, en realidad, lo que hay en cada momento es luz y tinieblas, amargura y dulzura juntamente, como dos combatientes cada uno de los cuales obtuviese a su vez la supremacía. La miel es, según Heráclito, dulce y amarga a la vez, y el mundo mismo es un cráter que debe ser removido constantemente. De esta lucha de cualidades contrarias nace todo devenir: las cualidades determinadas, que a nosotros nos parecen permanentes, expresan sólo el instante de equilibrio de un combate: pero este equilibrio no pone fin a la lid, que dura eternamente. Todo acaece con arreglo a esta lucha, y precisamente esta lucha es la manifestación de la eterna justicia. Esta representación, emanada de la más pura fuente del helenismo y que considera la lucha como el constante imperio de una justicia unitaria, rigurosamente enlazada con leyes eternas, es maravillosa. Solamente un griego podía hallar esta idea y emplearla para cimentar con ella una cosmodicea. Es la buena Eris de Hesíodo, elevada a principio del mundo: es la idea que preside el combate de los griegos entre sí, de los Estados griegos, en el gimnasio, en la palestra, en los agonales artísticos, en las relaciones de los partidos y de las ciudades unas con otras, así sucesivamente hasta constituir la máquina del Cosmos. Así como lucha el griego, como si sólo él tuviera razón y se viese asistido de un criterio y como si un juez infaliblemente determinase en cada momento de qué parte se ha de inclinar la victoria, así luchan las ciudades unas con otras, según leyes indestructibles e inmanentes a esta lucha. Las cosas mismas en cuya permanencia y consistencia cree la estrecha cabeza del hombre y del animal, no tienen verdadera existencia: son los chispazos y relampagueos que lanzan las espadas que se cruzan, son el brillo de la victoria en la guerra de las cualidades contrarias.

http://www.nietzscheana.com.ar/la_filosofi...oca_tragica.htm

&quot;Ni los muertos estarán seguros si el enemigo gana&quot;<br /><br />W. Benjamin
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#13

  • \"¿Quién ignora que los lobos van en manada? Nadie, salvo Freud. Lo que cualquier niño sabe perfectamente, Freud lo desconoce...
    Gracias Tatanka =)

    Lux


  • Sobre los hombres lobo: hay un vinculo muy estrecho entre los nómades y el devenir animal. Cambio de territorios, una desterritorialización del hombre y territorialización del animal...la fluidez como requisito a estos devenires también puede trazarse en técnicas de viaje en corrientes de la medicina tradicional o chamanicas. La naturaleza animal es nómada...

    &quot;Ni los muertos estarán seguros si el enemigo gana&quot;<br /><br />W. Benjamin
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    #14

    Dados los textos anteriores, creo que es momento de unir los puntos bajo un hilo conductor que permita entretejer algunos conceptos creando un campo que permita verlos articulados y relacionados entre si.

    El concepto de lo dionisiaco fue rescatado por Nietzsche como una punta de lanza que pretendía varias cosas, de las cuales son evidentes sobre todo la distinción entre los rasgos de una filosofía combativa o de guerra, frente a el decadentismo de un pensamiento que sirve a los poderes de lo establecido (religión, estado, etc).

    Lo dionisiaco es a todas estas algo táctil, una danza si se quiere, en donde el danzante pierde su forma ¨humana¨ (impuesta desde la cultura) y se entrelaza con lo animal. El culto a Dionisos era el culto a la naturaleza de lo indomable dentro del ser humano…las bacanales dionisiacas eran el umbral donde se trasgredía lo prohibido y se entraba en un éxtasis que relacionaba al hombre con lo exuberante de la naturaleza. La embriagues de los sentidos permitían que el hombre se comunicara con las fuerzas de la vida y que atestiguara el misterio directamente…(esta embriagues era producida por varias vías, tanto químicas como ceremoniales)

    En su búsqueda por desligar la filosofía del acartonamiento impuesto por el estado-el cual se arroga el derecho de pensar por ¨todos¨- Nietzsche busco en las fuentes del helenismo puro encontrando en la época trágica aquellos elementos que le permitieron ¨crear¨ una filosofía propia, mas allá de seguir en la construcción de los conceptos admitidos por la razón. La razón debe ser vista como aquella edificación que ladrillo a ladrillo se ha impuesto al hombre para que le sea licito hablar. Lo trágico es pues la liberación del habla, la liberación del animal…

    Dentro de la corriente del helenismo puro, Nietzsche fue quizás el discípulo mas claro y contundente del filosofo Heraclito, cuya máxima es parte del inconsciente colectivo aun ahora: “nadie se baña dos veces en el mismo rió.” Esta premisa es la base para toda la teoría del eterno retorno que como se ha visto, no es el retorno de lo igual sino el eterno retorno de la diferencia.

    Otra manera de entender los rituales dionisiacos es la del devenir, el hombre deviene “otro” altera su naturaleza para trasladarse y comunicarse con su propia sombra.
    Nietzsche entendió que el pensamiento estaba en guerra…por un lado el despertar dionisiaco del hombre-bestia, por otro lado Apolo, la filosofía de la razón que confería al hombre la bella ilusión y lo circunscribía a las formas desprovistas de misterio.

    La nomadologia recoge los puntos descubiertos por Nietzsche del helenismo clásico….

    Básicamente el pensamiento nómada es un pensamiento de guerra, un pensamiento guerrero en lucha constante contra los poderes que le impiden pensar, amar y ver de manera independiente el mundo. Es una guerra contra los conceptos de la razón, las premisas universales y el velo de lo posible.
    Hay dos conceptos claves: uno es el de territorio y otro el de desplazamiento.
    El pensamiento del estado crea espacios cerrados, lógica, razón pura, estadísticas, etc…El pensamiento nómada crea espacios abiertos, provisionales, en donde actúa sin echar una raíz que le ate impidiéndole realizar un nuevo desplazamiento.


    (continuara…)

    &quot;Ni los muertos estarán seguros si el enemigo gana&quot;<br /><br />W. Benjamin
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    #15

    La metáfora del caminante en Nietzsche.
    De Ulises al lector nómade de las múltiples máscaras.
    Artículo en Ideas y Valores, Universidad Nacional de Bogotá, Colombia, Número 114, diciembre de 2000, pp. 51-64
    http://www.nietzscheana.com.ar/nietzsche_viajero.htm

    El caminante nietzscheano


    (...) En primer lugar, habría que señalar que la figura del caminante está estrechamente unida a la del espíritu libre. Tal vez la mejor caracterización del espíritu libre se halle en el "Prólogo" de 1886 a Humano, demasiado humano. Allí Nietzsche señala que, para curarse de su enfermedad, necesitó inventar a los espíritus libres como amigos "temporarios". Éstos se caracterizan por el acontecimiento que ha decidido sus existencias: un gran desasimiento (Loslösung). De espíritus atados, de respetuosos de lo antiguo y de la patria de los padres, se han transformado en hombres signados por la "voluntad de irse a toda costa", por la necesidad de abandonar "la casa", por un afán de exilio, extrañamiento, desintoxicación. Para irse de la casa de los padres y de las tradiciones es necesario transitar el desierto y la soledad, pero éste es el camino a la gran salud, a la multiplicidad de perspectivas y modos de pensar(...)

    (...) La continuación de Humano, demasiado humano II[xxii] se titula, precisamente, El caminante y sus sombra (Der Wanderer und seine Schatten). La primera parte de la obra finaliza con un texto titulado ?El caminante?. Allí se señala que el hombre que ha alcanzado la libertad de la razón "no puede sentirse sobre la tierra más que como caminante, aunque no como viajero hacia una meta final (wenn auch nicht als Reisender nach einem lezten Ziele): pues no la hay".[xxiii] El caminante ya no es entonces, viajero: mientras que el viajero va hacia alguna parte, el caminante no tiene meta. Por ello hallará placer en el cambio, en lo transitorio, pero también por ello encontrará noches tremendas, en las que sentirá el cansancio de tanto caminar, y mañanas serenas y claras, en la que todo lo bueno se le acercará y ofrecerá a su paso (...)

    (...) Los amigos, en la obra de Nietzsche, son aquellos con los que se mantiene una relación de proximidad-distancia que hace patente de qué manera se "cruzan" las fuerzas "propias" con las de los "otros". El caminante y su sombra señala, en los diálogos entre ambos personajes, del inicio y del fin de la obra, esa relación con lo otro de sí presente en uno. La sombra acompaña al caminante, es la presencia de la alteridad y del doble en uno, un otro aspecto de uno mismo que está indicando la multiplicidad del sujeto, y la presencia de la otredad en la mismidad.

    En esta multiplicidad del sujeto[xxvi], en esta transformación que es el viaje mismo, se adoptan diversas máscaras.


    Mónica B. Cragnolini

    &quot;Ni los muertos estarán seguros si el enemigo gana&quot;<br /><br />W. Benjamin
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    #16

    El viajero


    Fue alrededor de la medianoche cuando Zaratustra emprendió su camino sobre la cresta de la isla para llegar de madrugada a la otra orilla: pues en aquel lugar quería embarcarse. Había allí, en efecto, una buena rada, en la cual gustaban echar el ancla incluso barcos extranjeros; éstos recogían a algunos que querían dejar las islas afortunadas y atravesar el mar. Mientras Zaratustra iba subiendo la montaña pensaba en los muchos viajes solitarios que había realizado desde su juventud y en las muchas montañas y crestas y cimas a que ha había ascendido.
    Yo soy un viajero y un escalador de montañas, decía a su corazón, no me gustan las llanuras, y parece que no puedo estarme sentado tranquilo largo tiempo.
    Y sea cual sea el destino, sean cuales sean las vivencias que aún haya yo de experimentar, - siempre habrá en ello un viajar y un escalar montañas: en última instancia no se tienen vivencias más que de sí mismo.
    Pasó ya el tiempo en que era lícito que a mí me sobrevinieran acontecimientos casuales; ¡y qué podría ocurrirme todavía que no fuera ya algo mío!
    Lo único que hace es retornar, por fin vuelve a casa - mi propio sí-mismo y cuanto de él estuvo largo tiempo en tierra extraña y disperso entre todas las cosas y acontecimientos casuales.
    Y una cosa sé aún: me encuentro ahora ante mi última cumbre y ante aquello que durante más largo tiempo me ha sido ahorrado. ¡Ay, mi más duro camino es el que tengo que subir! ¡Ay, he comenzado mi viaje más solitario!
    Pero quien es de mi especie no se libra de semejante hora: de la hora que le dice: «¡Sólo en este instante recorres tu camino de grandeza! ¡Cumbre y abismo - ahora eso está fundido en una sola cosa!
    Recorres tu camino de grandeza: ¡ahora se ha convertido en tu último refugio lo que hasta el momento se llamó tu último peligro!
    Recorres tu camino de grandeza: ¡ahora es necesario que tu mejor valor consista en que no quede ya ningún camino a tus espaldas!
    Recorres el camino de tu grandeza: ¡nadie debe seguirte aquí a escondídas! Tu mismo pie ha borrado detrás de ti el camino, y sobre él está escrito: imposibilidad.
    Y si en. adelante te falta todo tipo de escaleras, tienes que saber subir incluso por encima de tu propia cabeza: ¿cómo querrías, de otro modo, subir hacia arriba?
    ¡Por encima de tu propia cabeza y más allá de tu propio corazón! Ahora lo más suave de tí tiene aún que convertirse en lo más duro.
    Quien siempre se ha tratado a sí mismo con mucha indulgencia acaba por enferrnar a causa de ello. ¡Alabado sea lo que endurece! ¡Yo no alabo el país donde manteca y miel - corren!
    Es necesario aprender a apartar la mirada de sí para ver muchas cosas: - esa dureza necesítala todo aquel que escala montañas.-
    Mas quien tiene ojos importunos como hombre del conocimiento, ¡cómo iba a ver ése, en todas las cosas, algo más que los motivos superficiales de éstas!
    Tú, sin embargo, oh Zaratustra, has querido ver el fondo y el trasfondo de todas las cosas: por ello tienes que subir por encima de ti mismo, - ¡arriba, cada vez más alto, hasta que incluso tus estrellas las veas por debajo de ti!
    ¡Sí! Bajar la vista hacia mí mismo e incluso hacia mis estrellas: ¡sólo esto significaría mi cumbre, esto es lo que me ha quedado aún como mi última cumbre!

    Así iba diciéndose Zaratustra a sí mismo al ascender, consolando su corazón con duras sentenzuelas: pues tenía el corazón herido como nunca antes. Y cuando llegó a la cima de la cresta de la montaña, he aquí que el otro mar yacía allí extendido ante su vista: entonces se detuvo y calló largo rato. La noche era fría en aquella cumbre, y clara y estrellada.
    Conozco mi suerte, se dijo por fin con pesadumbre. ¡Bien! Estoy dispuesto. Acaba de empezar mí última soledad.
    ¡Ay, ese mar triste y negro a mis pies! ¡Ay, esa grávida agitación nocturna! ¡Ay, destino y mar! ¡Hacia vosotros tengo ahora que descender!
    Me encuentro ante mi montaría más alta y ante mi más largo viaje: por eso tengo primero que descender más bajo de lo que nunca descendí:
    - ¡Descender al dolor más de lo que nunca descendí, hasta su más negro oleaje! Así lo quiere mi destino: ¡Bien! Estoy dispuesto.
    ¿De dónde vienen las montañas más altas?, pregunté en otro tiempo. Entonces aprendí que vienen del mar.
    Este testimonio está escrito en sus rocas y en las paredes de sus cumbres. Lo más alto tiene que llegar a su altura desde lo más profundo.-

    Así dijo Zaratustra en la cima del monte, donde hacía frío; mas cuando se acercó al mar y se encontró por fin únicamente entre los escollos el camino le había cansado y vuelto más anheloso aún que antes.
    Todo continúa aún dormido, dijo; también el mar duerme. Ebrios de sueño y extraños miran sus ojos hacia mí.
    Pero su aliento es cálido, lo siento. Y siento también que sueña. Y soñando se retuerce sobre duras almohadas.
    ¡Escucha! ¡Escucha! ¡Cómo gime el mar a causa de recuerdos malvados! ¿O tal vez a causa de esperas malvadas?
    Ay, triste estoy contigo, oscuro monstruo, y enojado conmigo mismo por tu causa.
    ¡Ay, por qué no tendrá mi mano bastante fortaleza! ¡En verdad, me gustaría redimirte de sueños malvados!

    Y mientras Zaratustra hablaba así, se reía de sí mismo con melancolía y amargura. «¡Cómo! ¡Zaratustra!, dijo, ¿quieres consolar todavía al mar cantando?
    ¡Ay, Zaratustra, necio rico en amor, sobrebienaventurado de confianza! Pero así has sido siempre: siempre te has acercado confiado a todo lo horrible.
    Has querido incluso acariciar a todos los monstruos. Un vaho de cálida respiración, un poco de suave vello en las garras: -y en seguida estabas dispuesto a amar y a atraer.
    El amor es el peligro del más solitario, el amor a todas las cosas, ¡con tal de que vivan! -De risa son, en verdad, mi necedad y mi modestia en el amor! »

    Así habló Zaratustra y rió por segunda vez: entonces pensó en sus amigos abandonados, -y como si los hubiera ofendido con sus pensamientos enojóse consigo mismo a causa de éstos. Y pronto ocurrió que el que reía se puso a llorar.- de cólera y de anhelo lloraba Zaratrusta amargamente.
    Friedrich Nietzsche

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    #17

    Nietzsche, Sonámbulo del Día (Tercer Capítulo)

    (...)A los 16 años Nietzsche escribe, perseguido por el demonio de la melancolía, que nunca lo abandonaría y por un precoz cansancio del mundo:

    “Ay, si en mi cansancio del mundo

    pudiera volar lejos

    y como la golondrina hacia el sur

    caminar hasta mi tumba:

    el aroma de la tarde de estío alrededor mío,

    y cintas doradas.

    Aroma de las rosas de las coronas mortuorias

    y risas infantiles y discursos”.

    La ruta esta prefigurada ya sin saberlo. Hacia el sur para salvarse de la nausea del mundo: “La verdad es que a propósito de todo joven yo acostumbraba a fechar la época de autoconocimiento precisamente en el momento en que éste arrojaba sus poemas al fuego, exactamente como hice yo mismo en Leipzig. ¡Paz también para estas cenizas!”, escribe en 1866. Olvido para estas insignificantes cenizas, pero no para el alma de un hombre que había sellado la apetencia de vida y el gusto de la muerte, consumando una vez más el olvido de la metafísica con un gesto, donde esta rinde homenaje a Platón y exorciza la visión de lo orgiástico cegándose ante lo inevitable del destino.

    El cansancio del mundo propio del temple romántico será luego el Daimón de Zaratustra y el Dios escondido, la experiencia primera acerca de la imposibilidad de Dios. “Mi Dios - no Dios (dirá luego Nietzsche) -, es el verdadero signo de la religiosidad”.

    De aquella época data el poema que mejor refleja la búsqueda de Nietzsche de una nueva experiencia de lo divino. Helo aquí:

    “Una vez más, antes de que me marche

    y mis miradas lance hacia el futuro,

    vuelvo a elevar en soledad las manos.

    Hacia ti, a quien me acojo,

    a quien solemnemente he dedicado

    altares en mi corazón, en lo más hondo

    de él, para que en todo tiempo

    tu voz vuelva a llamarme.”

    “Sobre ellas arde

    profundamente inscrita

    esta palabra: al Dios desconocido:

    soy tuyo, aunque uno más entre los

    malhechores

    yo haya venido siendo hasta el momento:

    soy tuyo - y los lazos percibo

    que en la lucha tiran hacia mi hacia abajo

    y, aunque quisiera huir,

    me fuerzas a servirte.”

    “Desconocido: conocerte quiero

    a ti que penetras en mi alma,

    que mi alma atraviesas cual borrasca

    ¡tú, incomprensible, afín a mí!

    Yo quiero conocerte, y aún servirte.”

    Voluntad de conocimiento y necesidad de absoluto se dan la mano y luchan en la experiencia poética por dar forma a lo informe, es decir, a lo que carece de nombre. Nietzsche abre de un portazo el mundo del desierto propio de la experiencia nómade y con ello, todos los riesgos de la experiencia posmoderna. Por eso Nietzsche sigue siendo el más grande. Es aquí donde aún hoy sigue extraviándose el pensar contemporáneo. Así Colli, a quien no podemos seguir cuando afirma: “Nietzsche poeta no es otra cosa que Nietzsche filósofo, y ni siquiera más esotérico (...), porque dicha poesía se une intrínsecamente a toda la prosa de Nietzsche, y muchas otras cosas en el fondo, es decir, carece en sí de una autonomía expresiva auténtica.”

    Creemos sin embargo, que lo que para Colli aparece como un déficit - autonomía expresiva - constituye lo más propio y personal de una experiencia poético filosófica fundante. La poesía no es ya solo expresión, es experiencia de un vacío que constata abismándose allí donde solo se arraiga el pensamiento y por ello, deja detrás de sí y por debajo de sí, el orden del discurso y el de la pura nominación del habla poética. Más cerca de la verdad, Bachelard escribe: “Y, a nuestro juicio, la poética de Nietzsche desempeña precisamente ese papel precursor, prepara la moral nietzscheana”. Pero yerra también cuando pretende fundamentar la autonomía expresiva de la imagen literaria de este modo: “El ejemplo de Nietzsche es notable, puesto que manifiesta una doble vida: la vida de un gran poeta y la vida de un gran pensador. Las imágenes nietzscheanas tienen la doble coherencia que anima - por separado - la poesía y el pensamiento.”

    El Nietzsche poeta no es anterior ni viene en ayuda o convive con el Nietzsche filósofo. Ya en 1861 con la seguridad propia de un iluminado, escribe la famosa Carta a un amigo en la que le recomienda la lectura de mi poeta favorito. Cien años antes que Hallingrath reivindica para su tiempo la experiencia y el lenguaje de Hölderlin. “Esos versos - dice - (para hablar únicamente de la forma externa), han brotado de un alma purísima, delicadísima, esos versos que con su naturalidad y orginariedad oscurecen el arte y la elegancia formal de Platón, esos versos que a veces se ondulan con un sublime aliento de odas, y a veces se pierden en los más delicados sonidos de la melancolía (...), el más puro lenguaje sofócleo y con una riqueza infinita de hondísimos pensamientos”. La palabra “melancolía” denota una vez más comunes procedencias de un temple de ánimo con el que más tarde buscaría romper definitivamente Nietzsche. Su profesor escribió para confundir más las huellas del laberinto: “Tengo que dar al autor el amigable consejo de que se apoye en un poeta más sano, más claro, más alemán.”

    Hasta los epigramas de la Gaya ciencia, Nietzsche olvida el escribir versos. Nietzsche simplemente olvida. El olvido, lo sabemos, constituye un ejercicio como muchos y los pensadores - Nietzsche lo sabrá mejor que nadie - son duchos en esta tarea. El aforismo lo llevará nuevamente, sin delatar el movimiento de retorno, hacia las fuentes vivas de una cosmovisión poética del mundo, que será siempre musical, porque en todo este tiempo Nietzsche sigue torturado por el ritmo y la melodía y escribe música con bastante frecuencia.

    “Él, para pasar el tiempo, una palabra

    vacía, contra el cielo disparó,

    Y herida por tal flecha en lo alto,

    una mujer caída se encontró.”

    Confundido por las reacciones de Nietzsche frente al fracaso de una sistémica englobante y totalizadora concepción del mundo, Colli escribe al respecto: “Es notable que este fracaso final, no sea acompañado en absoluto por un aflojamiento, por un estado de depresión, sino que se manifieste, por el contrario, un sentimiento de ligereza; el de haberse sacado de encima un pesado lastre, e, inclusive más exaltación y una euforia irreversible”. Así cree que para acercarnos al poeta falta “una suficiente caracterización de forma y contenido”, justamente allí donde los poemas muestran un estado patológico que presenta las derrotas del pensamiento especulativo como conquistas “mediante una transpropiación aberrante que tiende frenéticamente a rápidas realizaciones literarias”. Allí donde Colli ve un vacío en el que se inscriben rápidas realizaciones literarias, Klossowski ve el modo en que el pensar ha trabajado subterráneamente para liberar el pathos de la visión poética y liberar, en la imaginería de la parodia, las pulsiones dormidas durante mucho tiempo. “Pero esta supresión del mundo aparente - escribe Klossowski - con su referencia al mundo verdadero se traduce por un largo proceso que solo se puede seguir en Nietzsche si se tiene en cuenta la coexistencia en él del sabio y del moralista, más esencialmente, del psicólogo y del visionario; de ahí resultan dos terminologías diferentes, que por su perpetua interferencia forman una trama que no podría deshacerse: la lucidez del psicólogo destructor de imágenes no habrá hecho a fin de cuentas sino trabajar para el poeta, o sea, para la fábula, cuando, al querer estructurar la experiencia vivida del poeta, ese sonámbulo del día, el psicólogo, descubre las regiones en que él mismo soñaba en voz alta.”

    Zaratustra - acota Klossowski - “es en cierta forma el astro del que Nietzsche no será más que el satélite, mejor, diría yo, Nietzsche, tras haber desbrozado el camino para el triunfo de Zaratustra permanecerá en retaguardia en una posición de sacrificio en el curso de una retirada victoriosa”. De este modo, el Nietzsche para cuyas imágenes aún el pensar de hoy se muestra remiso, no es sino aquél que da al mito el poder de diferir ampliando el territorio del sueño hacia el momento en que el mundo deviene fábula y el principio de identidad, intensidad y parodia. Dionisios es finalmente el Dios que nos remite a un más allá de la identidad y es sólo intensidad y huella. Paul Valadier ha escrito bellamente: “Mientras el Dios cristiano deja morir a su hijo sin morir él, el Dios Dionisios pasa por la muerte, por ser auténticamente signo, debe querer borrarse y desaparecer. Para permitir de nuevo la afirmación, su presencia debe ser ausencia. Es camino, como lo es el hombre. No contentándose con indicar al hombre el camino, sin él (tras) pasarlo, este Dios pasa y muere verdaderamente.”

    A pesar de ello, el discípulo de Dionisios no estará jamás lejos de la tenaz melancolía y de ello dará cuenta Zaratustra, pero mejor aún, los destellos de los Ditirambos Dionisíacos, actos sacrificiales en los cuales el nombre también debe desaparecer, pasar del otro lado, ser puro estado, ser señal, ser pura huella”.

    De este temple da testimonio el siguiente fragmento:

    “Naves perdidas. Restos esparcidos,

    envejecidos soles,

    mares del porvenir, inescrutables

    cielos. Yo lanzo mi dorado anzuelo

    a todo aquel que solitario vive.

    Dadle respuesta a la impaciente llama.

    Pescad para mi que pesco en las alturas

    mi última soledad.”

    Conciencia extrema de la crueldad de todo acto creador de destino, Nietzsche vuelve a menudo hacia atrás sus miradas para ver lo que pudo ser y no fue. Los Ditirambos son peones en medio de un campo minado de cadáveres, en el cual el vencedor ya no se reconoce a sí mismo sino por el número de sus victorias y por la fatiga que a veces lo embarga. “¿Acaso anduve mi camino presto - pregunta - puesto que mis pies encuentro fatigados?”.

    Fatiga pródiga después de la cosecha, victoria sobre los deseos y sobre la fatalidad; el que va a ser sacrificado canta de este modo:

    “En torno mío el juego de las olas

    únicamente siento; lo que un día

    pesaba sobre mí se ha sepultado

    en el azul arcano del olvido.

    Detiénese mi barca ya indolente;

    carreras, tempestades, los deseos,

    las locas esperanzas, sumergido

    está todo en el mar, y el alma mía

    calma y serenidad han recobrado”.

    Serenidad y calma, y atención a la soledad donde va a ser ejecutada la tragedia de quien se atrevió a querer más allá de la voluntad tal como suena, dulcemente ominoso, en este canto:

    “Junto al puente me hallaba

    hace un momento en la grisácea noche.

    Desde lejos un cántico venía:

    gotas de oro rodaban una a una

    sobre la temblorosa superficie.

    Todo, góndolas, luces y la música

    ebrio se deslizaba hacia el crepúsculo...

    Instrumento de cuerda, así mi alma,

    de manera invisible, conmovida,

    en secreto cantábase, temblando

    ante los mil colores de su dicha

    una canción de góndola.

    ¿Alguien había que escuchase a mi alma?”

    En todo momento se trata de dar forma a lo incomunicable, de in-formar lo informe, de seducir la beance (caos o abismo en una de sus posibles traducciones). Nietzsche canta bajo un péndulo fatídico en la hora de suprema tensión y angustia - incit tragoedia - donde la sospecha desdibuja el contorno de las cosas y la luz confunde la sombra del viajero con su cuerpo:

    El II canto de la danza de Zaratustra dice:

    “Acabo de mirar en tus ojos,

    ¡Oh vida! Oro he visto lucir

    en tus ojos nocturnos,

    y ante esa voluptuosidad

    han cesado los latidos de mi corazón.

    Una barca de oro

    he visto brillar sobre las aguas

    de la noche, una cabeceante barca de oro

    que se hundía,

    reaparecía y volvía a hacer señas”.

    Y en el final de “Los Siete Sellos”:

    “Si alguna vez extendí cielos apacibles sobre



    y volé con alas propias,

    hacia propios cielos,

    si nadé retozando en profundas lontananzas

    de luz

    Y si una sabiduría alada fue el logro

    de mi libertad.”

    Victoria de Marcias sobre Apolo en la que el Dio cruelísimo estalla en la fragmentación de Dionisios y en el sacrificio órfico en el cual puede verse poéticamente concebido el juego del mundo como modo en que el espacio se temporaliza:

    “Mira, no hay arriba ni abajo,

    ve de un lado a otro,

    de arriba hacia abajo,

    de delante hacia atrás,

    tú, que eres ligero, canta,

    no hables más!

    ¿No están hechas todas las palabras para

    los pesados?

    ¿No mienten todas las palabras para

    los ligeros?

    Canta y no hables más”. (...)

    ©Oscar Portela, publicado el 07 de Abril

    http://www.antropoetica.com/itinerario/a...00055.html

    &quot;Ni los muertos estarán seguros si el enemigo gana&quot;<br /><br />W. Benjamin
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