Gepetto o el anhelo de ser padre

Gepetto o el anhelo de ser padre
Rafael Barajas el Fisgón
Al doctor Antonio Santamaría

Ilustración de el Fisgón

ENTRE DIOS PADRE Y GEPETTO
Según un cuento popular, Jesucristo sube al cielo después de su martirio y crucifixión y llega tan golpeado que tiene lagunas mentales.
A las puertas del paraíso, San Pedro le hace el interrogatorio de rigor y el hijo de Dios tiene problemas para recordar su nombre y su vida. Para ayudarlo, San Pedro le pregunta al recién llegado:
–A ver, hijo mío, ¿quién fue tu padre?
–Un humilde carpintero –responde Cristo.
–Muy bien. ¿Qué más recuerdas?
–Recuerdo que mi nacimiento fue como un milagro y tuvo algo de mágico y misterioso, y que me traicionó un amigo, y que mi vida giraba alrededor de un madero.
–Ya sé quien eres –concluye San Pedro– ¡Eres Pinocho!
Este cuento popular revela que la historia de Pinocho y Gepetto tiene muchos paralelos con la de Jesús y Dios Padre: en ambas la concepción y el nacimiento son un milagro; en ambas el niño es hijo de un carpintero, en ambas hay lecciones importantes de ética y moral; en ambas la búsqueda de la verdad es fundamental; en ambas la historia gira alrededor de problemas de conciencia; en ambas hay amigos que traicionan; en ambas el hijo es un rebelde que tiene problemas con la autoridad; en ambas los hijos son severamente castigados por desobedecer y retar el orden establecido; en ambas el hijo busca trascender su estado… y lo logra (el primero se vuelve un niño de verdad y el segundo, un Dios); en ambas la idea del deber ser juega un papel fundamental, formativo y ejemplar; en ambas el padre juega un papel decisivo. Sin embargo, Pinocho y Gepetto nos ofrecen un modelo de relación padre-hijo muy distinto a la que nos ofrece la tradición patriarcal judeo-cristiana.
PINOCHO, GEPETTO Y LAS PULSIONES DE PATERNIDAD
En términos culturales, Pinocho y Gepetto son personajes complejos que han ido cambiando con el tiempo, pues si bien Collodi es su creador original, el títere y su padre han sido recreados una y otra vez por varios autores y reinterpretados artísticamente por dibujantes, cineastas y artesanos; cada uno les ha dado un cuerpo, una personalidad y características distintas que los enriquecen y nos permiten analizarlos desde diferentes puntos de vista.
El éxito de Pinocho se debe, entre otras cosas, a que se trata de un cuento de hadas que mantiene fuertes vínculos con problemas importantes de la vida real; sus personajes están bien construidos, tienen profundidad psicológica y, tal como ocurre con muchas de las narraciones clásicas para niños, la historia toca temas universales y cuestiones de ética. Este cuento es, sin lugar a dudas, la metáfora popular más conocida sobre los peligros de decir mentiras, un alegato moralizador sobre la importancia de la verdad. A su vez, este cuento, esta gran mentira literaria, tiene muchas verdades escondidas; en particular, el sueño de Gepetto por que su marioneta cobre vida, su anhelo nos habla de las necesidades del hombre por ser padre.
Detrás de la historia de Pinocho y su parábola sobre la mentira, se esconde la verdadera historia de un viejo que anhela ser padre, que siente el impulso, la pulsión de tener un hijo. En términos psicoanalíticos, una pulsión es un impulso psíquico característico del ser humano. En la pulsión –a diferencia del instinto– influye la historia, la experiencia del individuo. En principio, las pulsiones son fuerzas derivadas de las tensiones somáticas en el ser humano, y las necesidades del Ello; se ubican entre lo somático y lo psíquico. Los hombres tienen pulsiones sexuales, pulsión de saber y muchas más. En su texto clásico Eros y Tánatos, Freud escribe sobre la pulsión de vida, o Eros, y la pulsión de muerte o Tánatos. Las pulsiones de paternidad corren paralelas a las de maternidad y son parte de nuestras pulsiones de vida, del Eros.
PSICOANÁLISIS DE GEPETTO
En la literatura universal abundan los personajes femeninos cuya historia gira alrededor del anhelo de ser madres: desde Hera, la esposa de Zeus, que reta la autoridad del dios del Olimpo para salvar a su hijo, hasta Yerma, de García Lorca. Sin embargo, encontramos muy pocas figuras masculinas que anhelan ser padres (no se debe confundir el anhelo de ser padre con el deseo que manifiestan muchos personajes literarios por tener un heredero varón). El padre de Pinocho es el caso más claro que hemos encontrado de anhelo de paternidad. Su deseo de tener un hijo es un anhelo profundo e íntimo.
El deseo de ser padre se hace más evidente en los hombres maduros y solos, como el carpintero a quien Collodi describe como un viejecito desenvuelto, muy vivo de genio, que usa una peluca, vive solo y es muy trabajador.
En el cuento original, Gepetto expresa de una manera más o menos consciente su deseo de hacer una familia cuando, al tallar la marioneta dice “he conocido una familia de Pinochos. Pinocho el padre, Pinocha la madre y Pinocho los chiquillos y todos la pasaban muy bien”. En la película de Disney, el artesano hace explícito su deseo cuando ve al muñeco de madera que acaba de tallar y dice, suspirando: “Sería tan hermoso que fuera un niño de verdad.” Para el hombre, la gestación de un niño, es decir, el embarazo de la mujer, tiene mucho de mágico e incomprensible y, así como en muchos cuentos de princesas hay un “príncipe azul” que salva a las princesas, en la historia de Collodi, la figura providencial es una hermosa hada azul. Esta hada es un catalizador que, a través de su magia, le concede un deseo al carpintero y hace que la marioneta empiece a moverse y a hablar. En el dibujo animado, en una noche maravillosa (alusión poco velada al himeneo amoroso), el hada, en pago a la bondad del artesano, le insufla voz y movimiento al títere. Así, para Collodi, es la magia de una mujer la que hace que el deseo del viejo se convierta en un proyecto tangible de niño. Sin embargo, en esta fase, Pinocho habla y se agita, pero no está vivo, es sólo un ser viviente en ciernes. Todo esto es una alegoría de la concepción y el embarazo.
En el filme de Disney, al final de la historia y después de muchas peripecias, el muñeco y Gepetto viven en el vientre de un monstruo marino que está en el fondo del mar, lo que es una alusión poco velada al embarazo, a la vida en el vientre materno. Después, en una operación traumática y peligrosa, padre e hijo son vomitados sobre una playa, en medio de chorros de un líquido salado, lo que es una clara alusión al parto, con todo y líquido amniótico. Debemos entender que el hecho de que Gepetto sea expulsado del vientre del animal marino junto con Pinocho, se refiere a que el viejo nace como padre con el nacimiento de su hijo. Al final de la historia, el hada azul arroja un rayo de luz sobre el muñeco y éste cobra vida y grita: “Soy un niño de verdad.” Esta es una metáfora muy clara de lo que son un alumbramiento y el primer grito de un bebé. En la edición conmemorativa de Pinocho, el notable ilustrador búlgaro Iassen Ghiuselev pinta el momento de la transformación del muñeco en un niño como un acto de magia luminoso que se proyecta sobre el vientre abultado del hada, es decir, como un alumbramiento, como un parto luminoso. A partir de ese momento, Pinocho es ya un niño de verdad, es bien portado y cariñoso. Todo esto es una clara alegoría del embarazo y el parto.
Ahora bien, el grueso de la historia de Pinocho se desarrolla entre el momento de la concepción y el del nacimiento del niño. En este lapso, el niño sobrevive varias pruebas y aventuras, y todas tienen que ver con los miedos, las dudas, preocupaciones y ambivalencias del padre ante el embarazo. Casi al principio de la historia, Gepetto se da cuenta de que el muñeco que ha tallado no tiene orejas. Desde que lo talla, se revela como un travieso incontrolable. Luego se deja engañar de la manera más tonta, no hace lo que debe, mete al padre en problemas, se niega a estudiar, se junta con malas compañías, fuma y bebe hasta que su cuerpo se empieza a distorsionar, se convierte en un burro y casi muere ahogado al provocar su expulsión del vientre de una ballena. Estas son las típicas dudas y preocupaciones del padre sobre el embarazo: ¿Estará completo? ¿Qué hacer con los impulsos incontrolables de la criatura? ¿Cómo proteger a este inocente de un mundo hostil y agresivo? ¿Estará deforme? ¿Será un burro, tendrá retraso mental? ¿Podrá educarlo bien? ¿Sobrevivirá al parto? Así, el centro de la narración de Collodi, el nudo de su historia, tiene que ver con el hecho de que el hombre no puede hacer nada por su criatura durante el embarazo.
En el cuento de Collodi, Gepetto se pregunta constantemente: ¿en qué lío me he metido? Y con frecuencia lamenta la conducta de su criatura, pero a todo lo largo de la historia, su cariño hacia Pinocho y su instinto de protegerlo son siempre más fuertes que sus dudas o su enojo. Cuando al salir de la cárcel, a donde cayó por culpa del títere, Gepetto llega a su casa y se encuentra con que el muñeco se ha quemado los pies, en vez de reprenderlo, lo consuela y le da de comer; luego, cuando el títere se fuga, lo busca hasta en el fondo del mar, en el vientre de un monstruo marino, y es claro que, a pesar de todo, siente que el polichinela es su máxima creación y está orgulloso de él.
ENTRE GEPETTO Y DIOS PADRE
Creo que fue Sigmund Freud, el padre del psicoanálisis, quien dijo que el único momento en que el hombre se puede equiparar con Dios es cuando crea vida, cuando es padre. El padre es el gran creador y, aunque juegan en ligas muy diferentes, Jehová y Gepetto son fértiles creadores; el primero creó al mundo y el segundo es un modesto pero prolífico artesano que hace maravillas con la madera y unas herramientas muy rudimentarias.
Ahora bien, Dios Padre y Gepetto son dos tipos de papás muy distintos.
El Dios judeocristiano es omnipotente, duro, inclemente y hasta cruel. En principio, el Dios todopoderoso es perfecto y tiene un plan para su vástago, pero no es un padre cariñoso; de hecho, está dispuesto a sacrificar a su hijo: lo abandona en un pesebre en el momento del nacimiento (si está presente en el parto, lo hace porque está en todas partes, es decir en ninguna), deja su educación en manos de José, un carpintero pobre e ignorante, y de María, y le encarga una tarea imposible: redimir a la humanidad. Dios Padre le encarga a su hijo un trabajo superior, pero no lo apoya ni siquiera en el momento del martirio, cuando éste le reclama: “Padre, ¿por qué me has abandonado?”
Gepetto, en cambio, es poca cosa; es un don nadie calvo y acomplejado; es un viejo torpe y débil que hace grandes esfuerzos por criar a un títere descarriado que tiene más bríos, fuerza y personalidad que él. Lo único que quiere este viejo carpintero italiano es educar a su criatura, pero no sabe cómo hacerlo. Sin embargo, es cariñoso y persistente; ama a Pinocho y actúa en consecuencia, por eso nunca lo abandona; antes su vástago lo abandona a él. Cuando Pinocho se va de casa, Gepetto lo va a buscar hasta el fondo del mar. Al final de la historia, sus esfuerzos se ven recompensados cuando su producto se vuelve un niño de verdad. En resumen, Gepetto es sumamente imperfecto, pero es un papá que quiere a su hijo y lo protege. Su lucha es tan exitosa que, al final, lo rescata y lo convierte en un niño de verdad, en un niño recto. Todavía tenemos mucho que aprender de este hombre humilde e imperfecto que, a pesar de sus limitaciones y complejos, aprendió a ser un buen papá.
Sin duda, Dios y Gepetto son padres muy distintos. Según la doctrina judeocristiana, Dios Padre es el gran creador y todos le debemos obediencia; en cambio, según todos los cánones, Gepetto es un viejo lleno de defectos que no le inspira respeto ni a su hijo. Pero ¿cuál de los dos es mejor padre? Si hubiésemos podido escoger entre Gepetto y Dios Padre ¿qué modelo de papá hubiéramos preferido tener?
Es evidente que Jesucristo trascendió más que Pinocho, pero ¿cuál de los dos se sintió más seguro y fue más amado en su infancia?, ¿cuál de los dos fue más feliz?, ¿cuál de los dos será, a su vez, un padre más cariñoso y comprensivo?

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