EL ROMANTICISMO CYBERPUNK DE WILLIAM GIBSON

EL ROMANTICISMO CYBERPUNK DE WILLIAM GIBSON
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Por: Alfredo Troncoso
ITESM Campus Estado de México | Departamento de Comunicación

Avons nous assez navigué dans une onde mauvaise à boire
Avons-nous assez divagué de la belle aube au triste soir

El Neuromancer de William Gibson es una novela romántica en más de un sentido. Lo es, para empezar, en virtud del hábil oximorón que le sirve de título: “romancero neuronal” o “nuevo romancero”, algo así como “el amor en los tiempos de las prótesis cerebrales”.

Pero si bastara con usurpar el tema del amor, entonces la lacrimosa farsa del Titanic y los lastimeros berridos de Julio Iglesias calificarían como románticos. Más allá de la temática erótica, la razón que nos interesa es que Neuromancer retoma lo que fuera el leimotiv del romanticismo decimonónico: “yo no soy una máquina”

En efecto, como los poemas de Wordsworth, los cuentos de horror de Poe y el Frankenstein de Mary Shelley, Gibson se inscribe en la genuina tradición romántica, aquella que descubre y explora nuestra humanidad más allá de la razón instrumental, en las grandes pasiones: el odio, el miedo, el amor, la libertad…

¿Cómo hace Gibson para integrarse a una tradición muerta hace más de cien años, una tradición que hoy sólo sobrevive en los medios de comunicación traicionándose en tanto que máquina de producir efectos emotivos? Respuesta: evitando lo que fuera la ruina del romanticismo tardío, a saber, el culto desmedido del pasado heroico y la nostalgia de la naturaleza. Ya el espléndido poema de Wordsworth prefiguraba esa ruina:

The world is too much with us; late and soon,
Getting and spending, we lay waste our powers:

Little we see in Nature that is ours,

We have given our hearts away, a sordid boon!

The sea that bares her bosom to the moon;

The winds that will be howling at all hours,

And are up-gathered now like leeping flowers;

for this, for everything, we are out of tune;

it moves us not.-Great God! I’d rather be

A pagan suckled in a creed outworn;

So might I, standing on this pleasent lea,

Have glimpses that would make me feel less forlorn;

Have sight of Proteus rising from the sea;

Or hear old Triton blow his wreathèd horn.

A fuerza de condenar el carácter prosaico del presente y de reivindicar la emotividad, el romanticismo decimonónico terminó por refugiarse en la tradición y consolarse en una hipertrófica sensibilidad melancólica. Fue así que la metáfora del mundo máquina se vio remplazada por la metáfora agraria de la cultura. “Yo no soy una máquina.” ¿”Qué eres entonces?” “Soy una planta”, parecen responder nuestros románticos tardíos. Así las cosas, el romanticismo no podía más que acabar en lo que acabó, en mera exaltación. Exaltación peligrosa en la época de los nacionalismos; exaltación inocua en la oposición entre mundo real y mundo de la cultura; exaltación pusilánime en nuestros actuales manuales de superación, esos que hablan de los valores extranuméricos de los “recursos humanos”, los que sostienen que además de ser números, tenemos cultura, sentimientos y mil etceteras.

En más de un sentido entonces, Gibson no es un romántico, no por lo menos en la medida en que su frenética prosa es totalmente ajena a la nostalgia de la tradición. A diferencia de Wordsworth que busca a Proteo en la naturaleza o en el pasado, Gibson se aferra al monstruo con una sola cosa en mente: la imaginación del futuro.

Resulta pertinente a estas alturas recordar a Proteo, el multiforme dios marino y adivino que contestaba a las preguntas de aquel que lograba aferrarse a él a lo largo de sus transformaciones. Entre las dificultades que debía superar el tenaz cuestionador, estaba el insoportable hedor del dios. Pastor de focas, Proteo estaba impregnado de la inmunda fetidez de las focas recién nacidas.

Tan tenaz como el Menelao de La Odisea, Gibson no se deja amedrentar ni por la naturaleza multiforme y aparentemente inasible del mundo “cibernético” ni por el hedor que despiden sus neonatos.

La recompensa no se hace esperar: más allá de los lamentos nostálgicos de los apocalípticos del cómputo, más allá del automatismo narcotizado de sus integrados, en suma, más allá de cualquier fatalismo cibernético, Gibson es capaz de desear el mundo futuro, es capaz de imaginarlo escuálido, promiscuo, bárbaro, pero sobre todo, asombroso.

Al igual que los románticos del XIX, Gibson está decidido a redescubrir el misterio que es el mundo y el hombre más allá de la razón calculadora que hoy lo dispersa y lo empobrece; a diferencia de aquellos, no quiere llevar a cabo ese proyecto dándole la espalda al mundo, sino atravesándolo.

¿Qué encuentra el lector atravesando el brave new world gibsoniano? Un héroe que no es una máquina a pesar de sus esfuerzos por comportarse como tal; una heroína llena de implantes electrónicos que sospecha esa debilidad en el héroe; un cibernauta muerto dotado de una inmortalidad digital; una inmensa inteligencia artificial perpleja ante lo que no es máquina; un planeta podrido y sobrepoblado; una laberíntica y deslumbrante estación espacial; un asesinato en el “ciberespacio”; un “ciberespacio” más real que la “realidad”…

Quizá sea esta última proeza la que hace de Neuromancer un texto obligatorio para todo aquel que quiera hacerle caso a la advertencia de Mc Luhan acerca de la necesidad de comprender los medios como extensiones de nosotros mismos: “By continuously embracing technologies, we relate ourselves to them as servomechanisms. That is why we must, to use them at all, serve these objects, these extensions of ourselves, as gods or minor religions. An Indian is the servomechanism of his canoe, as the cowboy of his horse or the executive of his clock.” El medio es entonces medium, el ambiente en el cual hay algo así como una realidad para mi, inútil discutir el problema de la relación de la computadora con la realidad desde el mundo de ese otro ambiente que es la escritura. Inútil a menos que, como Gibson (y Mc Luhan) estemos dispuestos a forzar al viejo medio a imaginar, es decir, a desear el nuevo mundo.

Se trata de un mundo nada halagüeño, es cierto, como si su autor quisiera precaverse contra sus horrores eliminando la nostalgia y abrazando la dureza de las prótesis. Y sin embargo, se trata de un futuro infinitamente menos desolador que el Apocalipsis al estilo Huxley u Orwell, o que el futuro medievalista de Star Wars , o que el fatalismo planificador de nuestros tecnócratas. La razón es simple: Gibson se ha tomado la molestia de imaginar el futuro, no de construirlo con retazos del pasado. No en balde hasta los más secos tecnócratas han adoptado términos como “ciberespacio” de un autor que ni siquiera tenía una computadora al escribir su obra; no en balde los analistas de la “cultura digital” recurren constantemente a las intuiciones de Neuromancer; no en balde se ha reconocido en muchos ámbitos académicos el paralelismo entre la obra de Gibson y la de ese otro explorador imaginario de los medios, Marshall Mc Luhan.

El mundo de Neuromancer será terrible y promiscuo, pero tiene una virtud que rara vez aparece en un texto sobre el futuro: es un nuevo mundo. Nuevo, no novedoso; nuevo, es decir misterioso. Más allá de los futuros-pasados de los apocalípticos e integrados del mundo digital, no se trata aquí de reivindicar la realidad con o contra las computadoras. Se trata de radicalizar una pregunta que la experiencia de las nuevas tecnologías no puede evitar: ¿dónde ha quedado la realidad?

One Commentto EL ROMANTICISMO CYBERPUNK DE WILLIAM GIBSON

  1. admin dice:

    Creo que el autor del articulo estaba en muchos aspectos perdido en el espacio.

    A los que manejan MANCIAS; se les llama MANCERS, por ejemplo los mas conocidos son los terminos en ingles “NECROMANCER” y “ASTROMANCER”

    Es entonces un sentido de Advinar a traves del sistema Nervioso.

    Considerando los otros Libros del autor, va mas por el aspecto esoterico.

    COnsiderar tambien que el Jinete es aquel que conoce le nombre de los demonios, y los DEMONS son el nombre de los procesos UNIX.