Sobre la Naturaleza Humana

El Anticristo
Sobre la naturaleza humana [div align=\\\”left\\\”]
Hemos rectificado conceptos. Nos hemos vuelto más modestos en toda la línea. Ya no derivamos al hombre del “espíritu”, de la “divinidad”; lo hemos reintegrado en el mundo animal. Se nos antoja el animal más fuerte, porque es el más listo; una consecuencia de esto es su espiritualidad. Nos oponemos, por otra parte, a una vanidad que también en este punto pretende levantar la cabeza; como si el hombre hubiese sido el magno propósito subyacente a la evolución animal. No es en absoluto la cumbre de la creación; todo ser se halla, al la do de él, en idéntico peldaño de la perfección…

Y afirmando esto aun afirmamos demasiado; el hombre es, relativamente, el animal más malogrado, más morboso, lo más peligrosamente desviado de sus instintos, ¡claro que por eso mismo también el más interesante! En cuanto a los animales, Descartes fue el primero en definirlos con venerable audacia como machinas; toda nuestra fisiología está empeñada en probar esta tesis. Lógicamente, nosotros ya no exceptuamos al hombre, como lo hizo aun Descartes; se conoce hoy día al hombre exactamente en la medida en que está concebido como machina.

En un tiempo se atribuía al hombre, como don proveniente de un orden superior, el “libre albedrío”; ahora le hemos quitado incluso la volición, en el sentido de que ya no debe ser interpretada como una facultad. El antiguo término “voluntad” sólo sirve para designar una resultante, una especie de reacción individual que sigue necesariamente a una multitud de estímulos en parte encontrados, en parte concordantes; la voluntad ya no “actúa”, ya no “acciona”…

En tiempos pasados se consideraba la conciencia del hombre, el “espíritu”, como la prueba de su origen superior, de su divinidad; para perfeccionar al hombre, se le aconsejaba retraer los sentidos al modo de la tortuga, cortar relaciones con las cosas terrenas y despojarse de lo que tiene de mortal, quedando entonces lo principal de él, el “espíritu puro”. También en este rcspecto hemos rectificado conceptos; la conciencia, el “espíritu” se nos aparece precisamente como síntoma de una imperfección relativa del organismo, como tanteo, ensayo, y yerro, como esfuerzo en que se gasta innecesariamente mucha energía nerviosa; negamos que nada pueda ser perfeccionado mientras no se tenga conciencia de ello.

El “espíritu puro” es pura estupidez; si descontamos el sistema nervioso y los sentidos, lo que tiene de mortal el hombre, nos equivocamos en nuestros cálculos; ¡nada más! …
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