06-29-2009, 03:24 PM
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¿Por qué ha sucedido todo esto? Hay, naturalmente, muchas razones
que lo explican. Comencemos por lo más evidente, que es la extraordinaria
fragmentación que se ha efectuado de la Historia y, en general, del pasado.
Los franceses han definido esta situación como la historia en migajas,
según el conocido libro de François Dosse, y, en parte, es verdad. Pero no
acontece únicamente que el viejo paradigma de la escuela de los Annales
se haya pulverizado; sucede además que ha habido una eclosión de memorias
particulares. Todo es susceptible de tener su propia historia, de construir
su memoria privativa, sea la vejez, la mujer, el ocio o la sexualidad.
Lo que está revelando todo esto es que hay una suerte de podríamos
decir destrucción de una memoria única, asumida globalmente, para ser
sustituida por las memorias particulares: cada organización, cada disciplina
puede tener su propio pasado. La vieja jerarquización de valores y la asunción
colectiva de comportamientos considerados correctos se ha ido desvaneciendo.
Esta fragmentación de la memoria histórica nos coloca hoy en una situación
bien diferente de la de hace un cuarto de siglo. Esto nos está conduciendo
hacia un progresivo debilitamiento de la espesura temporal de
nuestra propia capacidad de recordar, de nuestra propia remisión al pasado.
La profundidad temporal no es lo propio de la sociedad en la que vivimos.
Ello no quiere decir que seamos estrictamente contemporáneos. De
hecho, la demanda actual más fuerte de libros de historia, al menos en
España, es la de obras de arqueologia e historia antigua. No se trata, pues,
de que se borre el pasado de un plumazo, sino de que se ha debilitado la
línea clásica de construcción del pasado a partir de la idea de progreso o de
la evolución histórica según estadios (barbarie, patriciado...) o modos de
producción. La Historia ha perdido el carácter lineal que había heredado
de la tradición judeo-cristiana y que la Ilustración había laicizado
mediante la postulación del concepto de progreso.
La verdad es que no cabe en esto una excesiva sorpresa. La tendencia
predominante de la sociedad actual, la propia de la llamada era digital y
de la llamada aldea global, es la de abandonar progresivamente la visión
lineal de las cosas y preferir, en cambio, una concepción reticular de las
mismas. Se dice ahora que estamos en red, esto es, interconectados multilateralmente,
pero sin una autopista principal. Es, en cierto modo, la
expresión de ese debilitamiento de la espesura temporal de nuestra sociedad.
Y las manifestaciones de ello se observan en los síntomas más diversos.
Por ejemplo, se prefiere hoy el relato literario fragmentado, que cuenta historias
cortas, que permite hacer zapping intelectual, al relato largo, de
historia única, propio de la novela clásica.
Una buena ilustración de estos cambios es nuestra propia medición del
tiempo. En el mundo tradicional, el tiempo era medido con el reloj de sol,
de una forma estática en la que era muy claro el paso del tiempo como algo
externo; luego, con el reloj de agujas, sea de pared o de bolsillo, se domestica
la percepción del tiempo, pero se mantiene todavía una visión global
del paso del mismo: los relojes tienen las doce horas y se ve claramente el
correr de las agujas. Hay un antes y un después. Pero desde hace algunos
lustros, la precisión en la medida del tiempo ha hecho no sólo maravillas
técnicas aplicadas a los viajes espaciales o a las mediciones de records
olímpicos. También va ocultando progresivamente la percepción de su
paso. Es la consecuencia del reloj digital, en el que aparece la hora exacta.
Ahora mismo son las 20:18, pero esta comprobación no dice nada de
lo que hay antes ni después. Mi reloj mide el instante en el que vivo, pero
no me ilustra sobre el pasado ni sobre el futuro. Soy consciente de que este
es un ejemplo extremo y, tal vez, un poco tramposo. Pero lo que quería
señalar es justamente este adelgazamiento de nuestra profundidad temporal,
de nuestra visión del paso del tiempo. Porque todo ello influye directamente
en el asunto principal que nos ocupa, a saber, el papel de la Historia
en la educación y, por ende, en la sociedad actual.
La conclusión más evidente de todo este proceso es que, como decíamos
antes, se ha producido una merma del valor educativo e ideológico de la
Historia como elemento cohesionador de grupos humanos, de culturas,
incluso de estados políticos. Otros elementos la van reemplazando: los
mass media, sobre todo audiovisuales, como mensaje y como tecnología;
la religión, en ciertos casos; el disfrute del tiempo libre, como ocasión de
apropiarse fragmentariamente de la historia, etc. Probablemente tengamos
que transformar nuestro propio trabajo de historiadores, para captar las
necesidades de la sociedad actual e integrar en ella nuestro discurso. Porque
los instrumentos forjadores de la memoria y de la identidad ya no son
los que eran. Urge cambiar el pasado, vistas las mudanzas del presente.
Si retomamos de nuevo alguna información estadística sobre la situación
y los usos de la Historia en la sociedad actual nos daremos cuenta de
nuevo de los problemas con que nos encontramos. Según la revista francesa
LExpress, en un sondeo realizado en 1994, resulta que para más de la
mitad de los entrevistados, el aspecto que más valoraban en relación con su
pasado, con su propia memoria, en definitiva, con la Historia, era el turismo
cultural: las visitas a museos, a los lugares de memoria eran los preferidos.
No, desde luego, ni los libros de Historia, ni tampoco los propios
recuerdos familiares. La construcción de las memorias colectivas está cambiando.
Ya no es la escuela su medio natural, sino los medios de comunicación,
en especial la televisión, la que se encarga de estos menesteres. Y
curiosamente, un 46 % de los entrevistados en el mencionado sondeo, consideraba
los medios audiviosuales como el lugar de aprendizaje de la Historia
y, por tanto agrego yo el principal forjador de la memoria. Quizás
por ello sean cada vez más exitosas las fiestas de conmemoración, porque
fijan recuerdos sin la obligación de dar una explicación causal de los procesos.
Un milenario, centenario o lo que sea se explica por sí mismo, de
modo sustancialista; es fácil de transformar visualmente y de ser comunicado;
cohesiona al grupo promotor y, por si fuera poco, constituye un servicio
cultural para una sociedad intensamente terciarizada y de alto consumo
de tiempo libre.
¿Por qué ha sucedido todo esto? Hay, naturalmente, muchas razones
que lo explican. Comencemos por lo más evidente, que es la extraordinaria
fragmentación que se ha efectuado de la Historia y, en general, del pasado.
Los franceses han definido esta situación como la historia en migajas,
según el conocido libro de François Dosse, y, en parte, es verdad. Pero no
acontece únicamente que el viejo paradigma de la escuela de los Annales
se haya pulverizado; sucede además que ha habido una eclosión de memorias
particulares. Todo es susceptible de tener su propia historia, de construir
su memoria privativa, sea la vejez, la mujer, el ocio o la sexualidad.
Lo que está revelando todo esto es que hay una suerte de podríamos
decir destrucción de una memoria única, asumida globalmente, para ser
sustituida por las memorias particulares: cada organización, cada disciplina
puede tener su propio pasado. La vieja jerarquización de valores y la asunción
colectiva de comportamientos considerados correctos se ha ido desvaneciendo.
Esta fragmentación de la memoria histórica nos coloca hoy en una situación
bien diferente de la de hace un cuarto de siglo. Esto nos está conduciendo
hacia un progresivo debilitamiento de la espesura temporal de
nuestra propia capacidad de recordar, de nuestra propia remisión al pasado.
La profundidad temporal no es lo propio de la sociedad en la que vivimos.
Ello no quiere decir que seamos estrictamente contemporáneos. De
hecho, la demanda actual más fuerte de libros de historia, al menos en
España, es la de obras de arqueologia e historia antigua. No se trata, pues,
de que se borre el pasado de un plumazo, sino de que se ha debilitado la
línea clásica de construcción del pasado a partir de la idea de progreso o de
la evolución histórica según estadios (barbarie, patriciado...) o modos de
producción. La Historia ha perdido el carácter lineal que había heredado
de la tradición judeo-cristiana y que la Ilustración había laicizado
mediante la postulación del concepto de progreso.
La verdad es que no cabe en esto una excesiva sorpresa. La tendencia
predominante de la sociedad actual, la propia de la llamada era digital y
de la llamada aldea global, es la de abandonar progresivamente la visión
lineal de las cosas y preferir, en cambio, una concepción reticular de las
mismas. Se dice ahora que estamos en red, esto es, interconectados multilateralmente,
pero sin una autopista principal. Es, en cierto modo, la
expresión de ese debilitamiento de la espesura temporal de nuestra sociedad.
Y las manifestaciones de ello se observan en los síntomas más diversos.
Por ejemplo, se prefiere hoy el relato literario fragmentado, que cuenta historias
cortas, que permite hacer zapping intelectual, al relato largo, de
historia única, propio de la novela clásica.
Una buena ilustración de estos cambios es nuestra propia medición del
tiempo. En el mundo tradicional, el tiempo era medido con el reloj de sol,
de una forma estática en la que era muy claro el paso del tiempo como algo
externo; luego, con el reloj de agujas, sea de pared o de bolsillo, se domestica
la percepción del tiempo, pero se mantiene todavía una visión global
del paso del mismo: los relojes tienen las doce horas y se ve claramente el
correr de las agujas. Hay un antes y un después. Pero desde hace algunos
lustros, la precisión en la medida del tiempo ha hecho no sólo maravillas
técnicas aplicadas a los viajes espaciales o a las mediciones de records
olímpicos. También va ocultando progresivamente la percepción de su
paso. Es la consecuencia del reloj digital, en el que aparece la hora exacta.
Ahora mismo son las 20:18, pero esta comprobación no dice nada de
lo que hay antes ni después. Mi reloj mide el instante en el que vivo, pero
no me ilustra sobre el pasado ni sobre el futuro. Soy consciente de que este
es un ejemplo extremo y, tal vez, un poco tramposo. Pero lo que quería
señalar es justamente este adelgazamiento de nuestra profundidad temporal,
de nuestra visión del paso del tiempo. Porque todo ello influye directamente
en el asunto principal que nos ocupa, a saber, el papel de la Historia
en la educación y, por ende, en la sociedad actual.
La conclusión más evidente de todo este proceso es que, como decíamos
antes, se ha producido una merma del valor educativo e ideológico de la
Historia como elemento cohesionador de grupos humanos, de culturas,
incluso de estados políticos. Otros elementos la van reemplazando: los
mass media, sobre todo audiovisuales, como mensaje y como tecnología;
la religión, en ciertos casos; el disfrute del tiempo libre, como ocasión de
apropiarse fragmentariamente de la historia, etc. Probablemente tengamos
que transformar nuestro propio trabajo de historiadores, para captar las
necesidades de la sociedad actual e integrar en ella nuestro discurso. Porque
los instrumentos forjadores de la memoria y de la identidad ya no son
los que eran. Urge cambiar el pasado, vistas las mudanzas del presente.
Si retomamos de nuevo alguna información estadística sobre la situación
y los usos de la Historia en la sociedad actual nos daremos cuenta de
nuevo de los problemas con que nos encontramos. Según la revista francesa
LExpress, en un sondeo realizado en 1994, resulta que para más de la
mitad de los entrevistados, el aspecto que más valoraban en relación con su
pasado, con su propia memoria, en definitiva, con la Historia, era el turismo
cultural: las visitas a museos, a los lugares de memoria eran los preferidos.
No, desde luego, ni los libros de Historia, ni tampoco los propios
recuerdos familiares. La construcción de las memorias colectivas está cambiando.
Ya no es la escuela su medio natural, sino los medios de comunicación,
en especial la televisión, la que se encarga de estos menesteres. Y
curiosamente, un 46 % de los entrevistados en el mencionado sondeo, consideraba
los medios audiviosuales como el lugar de aprendizaje de la Historia
y, por tanto agrego yo el principal forjador de la memoria. Quizás
por ello sean cada vez más exitosas las fiestas de conmemoración, porque
fijan recuerdos sin la obligación de dar una explicación causal de los procesos.
Un milenario, centenario o lo que sea se explica por sí mismo, de
modo sustancialista; es fácil de transformar visualmente y de ser comunicado;
cohesiona al grupo promotor y, por si fuera poco, constituye un servicio
cultural para una sociedad intensamente terciarizada y de alto consumo
de tiempo libre.
Quien se empeña en pegarle una pedrada a la luna no lo conseguirá, pero terminará sabiendo manejar la honda.<br /><br />Proverbio árabe

