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REFLEXIONES SOBRE LA HISTORIA Y SU ENSEÑANZA
#3

2.

La pérdida de posiciones de la Historia, tanto en la escuela como en su
papel más general de educación ciudadana, parece cada vez más evidente.
En el caso español, esta apreciación se puede vincular con la propia transición
a la democracia y la estabilización política lograda después de la victoria
socialista en 1982. El interés desbordante por la Historia que había
caracterizado los años finales del franquismo y primeros pasos de la democracia
fue apagándose progresivamente. Basta ver el descenso de tirada de
las revistas de divulgación histórica, de los libros especializados y, sobre
todo, del debate intelectual en torno a nuestra memoria colectiva. El olvido
supera al recuerdo. Parece que la transición política española pagó con
esta desmemoria una parte importante de sus mejores logros. Como pone
de manifiesto el reciente libro de Paloma Aguilar sobre Memoria y olvido, la
transición culminó un proceso de “aprendizaje político” que suponía, entre
otras cosas, el olvido de la guerra civil y, de paso, de buena parte de la propia
memoria histórica sobre la España contemporánea anterior al propio
final del franquismo.
La consecuencia de todo ello es que la presencia de la Historia en la vida
intelectual, en el debate político, en la legitimación de decisiones colectivas
ha descendido notablemente. Si uno hace una cala, por superficial que
parezca, sobre las actas parlamentarias españolas, es fácil comprobar hasta
qué punto los parlamentarios empleaban la historia para mantener su propio
credo político y doctrinal en los debates más diversos. Y esto vale desde
las Cortes de Cádiz hasta las de la Segunda República. Es fácil de observar
que nuestros “padres de la patria”, aún siendo portadores de las ideas más
rupturistas, se esforzaban por encontrar un argumento histórico que soportase
su posición doctrinal. Y aunque esto sea en muchas ocasiones un recurso
retórico, la verdad es que las posiciones defendidas por ellos acababan
por asentarse en una suerte de “espesura” temporal que les concedía mayor
fortaleza, fuesen aquéllas las libertades individuales, la posición del Estado...
etc. En la España de la época del liberalismo, historia y política no sólo
no se oponían, sino que resultaban plenamente complementarias, incluso
en las propias biografías individuales. Baste recordar las figuras del Conde
Toreno, Cánovas del Castillo, Valera o Pi i Margall.
En cambio, si uno observa el debate político actual (entendiendo por
ello el de los últimos veinte años), resulta fácil comprobar cómo esa remisión
al pasado es cada vez menor, cómo la memoria presenta cada vez
menor relevancia. La consecuencia de todo ello no es tan sólo el que se produzca
un descenso en el prestigio (valor, por lo demás, de difícil medición)
de la Historia, sino un alarmante desconocimiento de la misma, no tanto
Ramón Villares
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en su dimensión puramente disciplinar, sino constatada en el hecho de
prescindir progresivamente de la memoria como hecho constitutivo de la
cultura actual. Que éste es un problema general, con el que debemos
aprender a convivir, es evidente. Y que no tiene una solución simplemente
corporativa, achacable a los historiadores y a los profesores de historia,
también parece claro.
Pero el problema, así planteado, es bastante general. En el país por
excelencia de la historia enseñada y de la historia mediática, como es Francia,
aparecen ya señales que evidencian tendencias análogas. En un ensayo
reciente de Philippe Joutard sobre la enseñanza de la Historia en Francia
se alude a problemas similares a los aquí mencionados, entre ellos el de la
ignorancia del pasado. Según un sondeo realizado en 1980, sólo el 19 % de
los escolares franceses interrogados sabía quién era el general De Gaulle,
sólo un 13 % quién era Napoleón y, más allá de estos dos personajes, ninguna
otra figura histórica francesa sobrepasaba el umbral del cinco por
ciento, incluida Juana de Arco o San Luis. Aunque no disponemos de un
sondeo similar para el caso español, supongo que tendrán ustedes experiencias
abundantes de este desconocimiento de épocas, figuras y demás en
su trabajo cotidiano en la enseñanza. Incluso en medios educativos más
especializados, como la Universidad, se encuentra uno con ignorancias sorprendentes,
que no es del caso reproducir aquí.

Quien se empeña en pegarle una pedrada a la luna no lo conseguirá, pero terminará sabiendo manejar la honda.<br /><br />Proverbio árabe
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REFLEXIONES SOBRE LA HISTORIA Y SU ENSEÑANZA - por Meripedes - 06-29-2009, 03:17 PM
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