02-24-2009, 12:47 AM
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En la piel del lobo
21/02/2009
Estos árboles de mi hogar el hombre los considera barreras; la nieve la ve como un estorbo, el frío glacial y el viento cortante le parecen enemigos, pero yo amo esas cosas porque son las que me hacen fuerte: no me echan atrás, sino que siempre me han empujado adelante, lejos del recuerdo del hombre. Un lobo solitario que reflexiona sobre la propia condición y sobre la condición humana: El hombre perdido y ciego y viendo por todas partes formas fugaces entre los árboles, piensa el lobo.
El lector puede conocer de primera mano la persecución de una presa en la noche helada; un ataque a un rebaño de ovejas: estoy sacando al animal o una parte de él por la cerca atravesando su carne con todos mis dientes. Y a cada tirón noto que algo se desgarra, quizá la madera de la cerca o quizá la pata del lomo del animal: un maravilloso desgarrón que se vuelve más fácil y grande a cada tirón. El uso continuado del tiempo presente crea una mayor proximidad a este depredador que vive del instante, al que le pesa el hambre y mide sus fuerzas; que triunfa o fracasa y aprende siempre.
La naturaleza, desde este lobo está llena de poesía. Le acompañamos en la persecución de una liebre, llena de descripciones y reflexiones: sus saltos arqueados y sus raudos giros repentinos..., que, una vez atrapada y al acercar las mandíbulas, veo el ojillo negro que me mira aterrorizado y consciente, reemplazada toda la energía de la veloz huida por un consentimiento débil y aborrecido mientras la mansedumbre se congrega donde antes hubo rebeldía. Fiereza instintiva, pero también piedad.
El propio lobo redime su fiereza por su desvalimiento y sus heridas. Y por el hambre sentida desde lo más hondo: ...Noto palpitaciones de rabia que me recorren las mandíbulas y su sentimiento de vergüenza ante el miedo al hombre que le hace huir de la granja sin llevarse la presa. El hecho de estar escrito en primera persona da un dramatismo a todo lo que sucede que es como un diario escrito a la intemperie.
La astucia del zorro, la rabia de la raposa que defiende a su retoño, el cazar al vuelo pequeños susurros en la oscuridad total que son interpretados certeramente como movimientos, captar en la mirada del otro lo que tiene en la cabeza, (los animales se comunican mirándose a los ojos y observando las imágenes que proyecta el otro, así evita los diálogos). Y también el venteo de matices, la inclemencia del suelo, la respiración y los latidos propios como única compañía; sobrevivir a un escopetazo.
Aparece también la extraña pero cierta espiritualidad del lobo, su interpretación de la vida y de la muerte necesarias, la completa identificación con la naturaleza, pero también su sufrimiento por pertenecer a ella. Es una lección para nosotros, los humanos, que no sabemos interpretarla ni leerla y la destrozamos por ignorancia y desapego. Pero nuestro lobo termina complicándose la vida al soñar en un cisne y emprender una aventura fatigosa y alambicada. Como el hombre.
R. M.
rmiranda@aragon.elperiodico.com
En la piel del lobo
21/02/2009
Estos árboles de mi hogar el hombre los considera barreras; la nieve la ve como un estorbo, el frío glacial y el viento cortante le parecen enemigos, pero yo amo esas cosas porque son las que me hacen fuerte: no me echan atrás, sino que siempre me han empujado adelante, lejos del recuerdo del hombre. Un lobo solitario que reflexiona sobre la propia condición y sobre la condición humana: El hombre perdido y ciego y viendo por todas partes formas fugaces entre los árboles, piensa el lobo.
El lector puede conocer de primera mano la persecución de una presa en la noche helada; un ataque a un rebaño de ovejas: estoy sacando al animal o una parte de él por la cerca atravesando su carne con todos mis dientes. Y a cada tirón noto que algo se desgarra, quizá la madera de la cerca o quizá la pata del lomo del animal: un maravilloso desgarrón que se vuelve más fácil y grande a cada tirón. El uso continuado del tiempo presente crea una mayor proximidad a este depredador que vive del instante, al que le pesa el hambre y mide sus fuerzas; que triunfa o fracasa y aprende siempre.
La naturaleza, desde este lobo está llena de poesía. Le acompañamos en la persecución de una liebre, llena de descripciones y reflexiones: sus saltos arqueados y sus raudos giros repentinos..., que, una vez atrapada y al acercar las mandíbulas, veo el ojillo negro que me mira aterrorizado y consciente, reemplazada toda la energía de la veloz huida por un consentimiento débil y aborrecido mientras la mansedumbre se congrega donde antes hubo rebeldía. Fiereza instintiva, pero también piedad.
El propio lobo redime su fiereza por su desvalimiento y sus heridas. Y por el hambre sentida desde lo más hondo: ...Noto palpitaciones de rabia que me recorren las mandíbulas y su sentimiento de vergüenza ante el miedo al hombre que le hace huir de la granja sin llevarse la presa. El hecho de estar escrito en primera persona da un dramatismo a todo lo que sucede que es como un diario escrito a la intemperie.
La astucia del zorro, la rabia de la raposa que defiende a su retoño, el cazar al vuelo pequeños susurros en la oscuridad total que son interpretados certeramente como movimientos, captar en la mirada del otro lo que tiene en la cabeza, (los animales se comunican mirándose a los ojos y observando las imágenes que proyecta el otro, así evita los diálogos). Y también el venteo de matices, la inclemencia del suelo, la respiración y los latidos propios como única compañía; sobrevivir a un escopetazo.
Aparece también la extraña pero cierta espiritualidad del lobo, su interpretación de la vida y de la muerte necesarias, la completa identificación con la naturaleza, pero también su sufrimiento por pertenecer a ella. Es una lección para nosotros, los humanos, que no sabemos interpretarla ni leerla y la destrozamos por ignorancia y desapego. Pero nuestro lobo termina complicándose la vida al soñar en un cisne y emprender una aventura fatigosa y alambicada. Como el hombre.
R. M.
rmiranda@aragon.elperiodico.com
El manzano nunca pregunta al haya cómo ha de crecer; ni el león al caballo cómo ha de atrapar su presa. (W. Blake)

