01-02-2009, 10:31 PM
Fuente: http://librodenotas.com/deloanimallohumano...icios-bestiales
por José Fco Zamorano Abramson
Es prácticamente inevitable que proyectemos nuestra realidad humana, para bien o para mal, en toda la naturaleza que nos rodea y que, por lo tanto, atribuyamos con cierta frecuencia propiedades humanas al resto de los seres vivos (y no vivos) que coexisten junto a nosotros. Muchas de estas atribuciones no son solamente productos del mero capricho personal, del aprendizaje y/o de las creencias de cada cultura, sino que también tienen profundas raíces en nuestra información genética. En este juego de interacción de información prejuiciosa, tanto genética como cultural, existen especies que, según porten o carezcan de rasgos que simbolicen, evoquen, nos recuerden o nos sugieran de alguna manera, explícita e implícitamente, virtudes o defectos humanos, han salido extremadamente beneficiadas, según el lugar y la época; otras, por el contrario, enormemente perjudicadas, mientras que otras, por su parte, han recibido el beneplácito de la indiferencia permanente.
Es un hecho estudiado que ojos grandes y cabeza grande en relación al tamaño del cuerpo, proporciones que se dan en nuestros bebés en sus primeros años, nos predisponen a los adultos a sentimientos de simpatía y ternura hacia ellos. Esta misma proporción se da también en los cachorros de muchos mamíferos y parece cumplir la misma función. Esta característica, por ejemplo, se ha seleccionado artificialmente por los criadores y creadores de muchas razas de perros y gatos de compañía como el perro pekinés, buldog y el gato persa, entre otros, quienes deben su éxito entre los humanos, en gran parte, a esta similitud, en términos de proporciones, con el rostro de un bebé humano. Estos estímulos desencadenantes (ojos grandes y redondeados y cabeza grande) también son utilizados en la mayoría de los iconos de Disney o en el canario Piolín, que evoca ternura en la mayoría (salvo raras excepciones, como el caso de su eterno enemigo el gato silvestre y el de quien escribe). Siguiendo estas mismas proporciones, los ojos grandes del oso panda debido a las manchas negras oculares que rodean el verdadero ojo lo han asociado erróneamente con un animal tierno y simpático, siendo el carácter este oso, muy por el contrario, arisco y solitario. Esta atribución provoca que sea uno de los animales que más mordeduras ocasiona a los visitantes en los zoológicos, ya que la gente tiende a intentar acariciarlo a través de los barrotes. En este mismo sentido, los prejuicios también confunden a la gente que cree que los delfines son siempre amistosos y están siempre felices y dispuestos a jugar. La clave está en que no tienen músculos faciales y, por eso, su rostro posee una sonrisa permanente, que en absoluto refleja su estado emocional. La sonrisa es un estímulo tan importante en nuestra propia comunicación que nos cuesta no sonreír al ver un delfín y tendemos fácilmente (al menos algunos) a querer interactuar con este animal, cuando la realidad es que, muchas veces por el estrés provocado por el cautiverio, pero también en vida libre, pueden no estar del mejor humor. Esto, sumado al temperamento particular de cada individuo, ha causado bastantes ataques graves en los acuarios, tanto a entrenadores como al público en general que se ha aventurado a nadar junto a ellos.
Prejuicios de este tipo han llegado a extremos ridículos. La oposición entre lo que proyectamos en el águila y el camello son ejemplos claros. Debido a la forma de sus ojos y su proporción con el tamaño de la cabeza, el águila siempre nos ha parecido de naturaleza inteligente, altiva y de carácter valiente, estando junto a león en muchos de los escudos patrios y estandartes de guerra. El camello, por su parte, por la forma de su nariz y proporción de ésta con el rostro, no ha sido nunca precisamente un símbolo de belleza, valentía o inteligencia. Sin embargo, gran parte del cerebro del águila está dedicada a la visión y no a procesos cognitivos de complejidad superior, caso muy distinto al camello o al de muchas otras aves, como las gallinas, las palomas y sobre todo los cuervos y los loros que gozan, por el contrario, de menos status intelectual. En cuanto a la valentía, no es que las águilas sean de naturaleza cobarde, pero quienes merecerían realmente estar en los estandartes de guerra son justamente los camellos, ya que estos han jugado muchas veces un rol decisivo, junto a los elefantes, en los cuerpos de caballería de grandes ejércitos, tales como el de los famosos jinetes persas.
Estos prejuicios están también en la base de algunas fobias a animales que, hasta cierto punto, están justificadas desde una perspectiva evolutiva. Entre ellas, el rechazo universalmente generalizado a las serpientes y a las arañas debido a su potencial venenoso o las ratas, por ser en algunos casos portadoras de enfermedades. Este rechazo natural seguramente potenció, injustificadamente, que la serpiente se asociara al demonio. Pero la serpiente también ha sido venerada como símbolo de transformación, inmortalidad, sabiduría y, para nuestra cultura occidental, de medicina y salud, convirtiéndola en el símbolo arquetípico por excelencia de lo que Carl Jung denominó el inconciente colectivo. Es curioso que este mismo conocimiento que porta la serpiente se transmutara en un valor negativo para la mayoría de las interpretaciones del antiguo testamento, asociándola con la tentación a caer en el pecado, a la sexualidad vista en forma negativa (quizás por su forma fálica), con la parte obscura de la mujer (como representación de la parte incontrolable de la tierra y la naturaleza) y la naturaleza perversa de la curiosidad por el conocimiento. Es probable que todo esto haya influido en la mala reputación de que actualmente gozan y que sean consideradas alimañas que pocos se inclinan a conservar y proteger y que la mayoría no dudaría en exterminarlas indiscriminadamente si se encuentran próximas a un asentamiento humano. Lo que vale para la serpiente se ha extendido, lamentablemente, para la mayoría de los reptiles, quienes son considerados primitivos, solitarios, poco evolucionados y poco inteligentes, cuando los árboles genealógicos actuales no les dan un origen más antiguo que el de las aves y o el de los primeros mamíferos. Además, algunas especies de lagartos han demostrado en experimentos recientes tener una vida social relativamente compleja, la capacidad de aprender de la experiencia e incluso la capacidad de jugar.
Prejuicios como los comentados llevaron también a que en el pasado los gatos terminaran siendo perseguidos y casi exterminados en Europa por la Iglesia Católica hacia mediados del siglo XIII, por considerarlos símbolos del diablo y el cuerpo metamórfico de las brujas. Los gatos eran animales salvajes que comenzaron su proceso de domesticación hacia el año 3000 a. C. para controlar la abundancia de ratones alrededor del grano que existía en Egipto. Posteriormente, se convirtieron en un símbolo de adoración e incluso se prohibió matarlos so pena de muerte. Luego, fueron ligados al paganismo de la Edad Media a través del culto de la diosa Freya, diosa del amor y de la curación según la mitología nórdica, y, al ser confundido con la divinidad misma, se convirtieron en la base de las purificaciones de la Iglesia. La Iglesia alentó de tal forma la persecución de los gatos que su quema en las hogueras de la noche de San Juan llegó a convertirse en un espectáculo. El aniquilamiento de los gatos fue de tal magnitud que cuando la peste negra azotó Europa en el siglo XIV, causando más de veinticinco millones de muertos, apenas quedaban ejemplares para luchar contra las ratas, principales propagadores de la enfermedad. Así que por eliminar una peste que solo existía en nuestros prejuicios ¡nos adjudicamos una peste real! Afortunadamente, la necesidad de su existencia se reivindicó a partir del siglo XVII justamente debido a su habilidad para la caza de ratas.
Prejuicios como este siguen teniendo hoy en día bastante poder. Se cree habitualmente que los tiburones son animales enormes, feroces y crueles que adoran la carne humana, cuando, muy por el contrario, suelen atrapar presas bastante más pequeñas que ellos, y la carne humana les atrae muy poco por la gran cantidad de huesos (frente a las focas, por ejemplo, no tenemos suficiente carne ni grasa). Por el contrario, los tiburones desempeñan un papel crucial en los océanos al alimentarse de animales heridos o enfermos. A pesar de esto hemos dado a los tiburones la mala reputación de asesinos feroces y sanguinarios, y esta sigue siendo la idea que tiene mucha gente sobre ellos (además la expresión de su rostro puntiagudo y el hecho de mostrar los dientes es señal de agresión para nosotros y nos atemoriza bastante). Si bien es cierto que muchos tiburones son capaces de matar a una persona, los humanos sólo nos convertimos en objeto de ataque por casualidad, al ser confundidos los bañistas o los submarinistas con presas. En caso de darse cuenta de que se trata de un ser humano, lo que intentan hacer generalmente es huir. Esta mala fama ha dado como resultado que en el mundo se maten cada año unos 100 millones de tiburones, y que hasta un 80% de sus especies estén en peligro de extinción. Este trato resulta bastante injusto cuando, en contraste, sólo tenemos una media de doce ataques mortales a personas por año, ¡menos que el número de personas que mueren a causa de mordeduras de perro, picaduras de avispas, abejas, rayos o resbalones en la bañera! Es decir, las abejas, nuestras grandes amigas que tienen a la simpática Maya como representante, matan más gente por sus picaduras que las que matan los odiados y temidos tiburones. Sorprendentemente, en un hospital de U.S.A. se concluyó que el animal que mas urgencias causaba por mordidas era ¡otro ser humano!
Así que, ¡cuidado con las apariencias!, siga sonriendo si quiere al delfín, total, eso no tiene ninguna consecuencia grave, pero no olvide que eso no quiere decir que éste realmente le esté devolviendo la sonrisa, cuidado con las abejas y con acariciar sin tomar precauciones al dulce oso panda y más que no bañarse en el mar por miedo a los tiburones, ¡piénselo dos veces antes de ducharse en una bañera!
por José Fco Zamorano Abramson
Es prácticamente inevitable que proyectemos nuestra realidad humana, para bien o para mal, en toda la naturaleza que nos rodea y que, por lo tanto, atribuyamos con cierta frecuencia propiedades humanas al resto de los seres vivos (y no vivos) que coexisten junto a nosotros. Muchas de estas atribuciones no son solamente productos del mero capricho personal, del aprendizaje y/o de las creencias de cada cultura, sino que también tienen profundas raíces en nuestra información genética. En este juego de interacción de información prejuiciosa, tanto genética como cultural, existen especies que, según porten o carezcan de rasgos que simbolicen, evoquen, nos recuerden o nos sugieran de alguna manera, explícita e implícitamente, virtudes o defectos humanos, han salido extremadamente beneficiadas, según el lugar y la época; otras, por el contrario, enormemente perjudicadas, mientras que otras, por su parte, han recibido el beneplácito de la indiferencia permanente.
Es un hecho estudiado que ojos grandes y cabeza grande en relación al tamaño del cuerpo, proporciones que se dan en nuestros bebés en sus primeros años, nos predisponen a los adultos a sentimientos de simpatía y ternura hacia ellos. Esta misma proporción se da también en los cachorros de muchos mamíferos y parece cumplir la misma función. Esta característica, por ejemplo, se ha seleccionado artificialmente por los criadores y creadores de muchas razas de perros y gatos de compañía como el perro pekinés, buldog y el gato persa, entre otros, quienes deben su éxito entre los humanos, en gran parte, a esta similitud, en términos de proporciones, con el rostro de un bebé humano. Estos estímulos desencadenantes (ojos grandes y redondeados y cabeza grande) también son utilizados en la mayoría de los iconos de Disney o en el canario Piolín, que evoca ternura en la mayoría (salvo raras excepciones, como el caso de su eterno enemigo el gato silvestre y el de quien escribe). Siguiendo estas mismas proporciones, los ojos grandes del oso panda debido a las manchas negras oculares que rodean el verdadero ojo lo han asociado erróneamente con un animal tierno y simpático, siendo el carácter este oso, muy por el contrario, arisco y solitario. Esta atribución provoca que sea uno de los animales que más mordeduras ocasiona a los visitantes en los zoológicos, ya que la gente tiende a intentar acariciarlo a través de los barrotes. En este mismo sentido, los prejuicios también confunden a la gente que cree que los delfines son siempre amistosos y están siempre felices y dispuestos a jugar. La clave está en que no tienen músculos faciales y, por eso, su rostro posee una sonrisa permanente, que en absoluto refleja su estado emocional. La sonrisa es un estímulo tan importante en nuestra propia comunicación que nos cuesta no sonreír al ver un delfín y tendemos fácilmente (al menos algunos) a querer interactuar con este animal, cuando la realidad es que, muchas veces por el estrés provocado por el cautiverio, pero también en vida libre, pueden no estar del mejor humor. Esto, sumado al temperamento particular de cada individuo, ha causado bastantes ataques graves en los acuarios, tanto a entrenadores como al público en general que se ha aventurado a nadar junto a ellos.
Prejuicios de este tipo han llegado a extremos ridículos. La oposición entre lo que proyectamos en el águila y el camello son ejemplos claros. Debido a la forma de sus ojos y su proporción con el tamaño de la cabeza, el águila siempre nos ha parecido de naturaleza inteligente, altiva y de carácter valiente, estando junto a león en muchos de los escudos patrios y estandartes de guerra. El camello, por su parte, por la forma de su nariz y proporción de ésta con el rostro, no ha sido nunca precisamente un símbolo de belleza, valentía o inteligencia. Sin embargo, gran parte del cerebro del águila está dedicada a la visión y no a procesos cognitivos de complejidad superior, caso muy distinto al camello o al de muchas otras aves, como las gallinas, las palomas y sobre todo los cuervos y los loros que gozan, por el contrario, de menos status intelectual. En cuanto a la valentía, no es que las águilas sean de naturaleza cobarde, pero quienes merecerían realmente estar en los estandartes de guerra son justamente los camellos, ya que estos han jugado muchas veces un rol decisivo, junto a los elefantes, en los cuerpos de caballería de grandes ejércitos, tales como el de los famosos jinetes persas.
Estos prejuicios están también en la base de algunas fobias a animales que, hasta cierto punto, están justificadas desde una perspectiva evolutiva. Entre ellas, el rechazo universalmente generalizado a las serpientes y a las arañas debido a su potencial venenoso o las ratas, por ser en algunos casos portadoras de enfermedades. Este rechazo natural seguramente potenció, injustificadamente, que la serpiente se asociara al demonio. Pero la serpiente también ha sido venerada como símbolo de transformación, inmortalidad, sabiduría y, para nuestra cultura occidental, de medicina y salud, convirtiéndola en el símbolo arquetípico por excelencia de lo que Carl Jung denominó el inconciente colectivo. Es curioso que este mismo conocimiento que porta la serpiente se transmutara en un valor negativo para la mayoría de las interpretaciones del antiguo testamento, asociándola con la tentación a caer en el pecado, a la sexualidad vista en forma negativa (quizás por su forma fálica), con la parte obscura de la mujer (como representación de la parte incontrolable de la tierra y la naturaleza) y la naturaleza perversa de la curiosidad por el conocimiento. Es probable que todo esto haya influido en la mala reputación de que actualmente gozan y que sean consideradas alimañas que pocos se inclinan a conservar y proteger y que la mayoría no dudaría en exterminarlas indiscriminadamente si se encuentran próximas a un asentamiento humano. Lo que vale para la serpiente se ha extendido, lamentablemente, para la mayoría de los reptiles, quienes son considerados primitivos, solitarios, poco evolucionados y poco inteligentes, cuando los árboles genealógicos actuales no les dan un origen más antiguo que el de las aves y o el de los primeros mamíferos. Además, algunas especies de lagartos han demostrado en experimentos recientes tener una vida social relativamente compleja, la capacidad de aprender de la experiencia e incluso la capacidad de jugar.
Prejuicios como los comentados llevaron también a que en el pasado los gatos terminaran siendo perseguidos y casi exterminados en Europa por la Iglesia Católica hacia mediados del siglo XIII, por considerarlos símbolos del diablo y el cuerpo metamórfico de las brujas. Los gatos eran animales salvajes que comenzaron su proceso de domesticación hacia el año 3000 a. C. para controlar la abundancia de ratones alrededor del grano que existía en Egipto. Posteriormente, se convirtieron en un símbolo de adoración e incluso se prohibió matarlos so pena de muerte. Luego, fueron ligados al paganismo de la Edad Media a través del culto de la diosa Freya, diosa del amor y de la curación según la mitología nórdica, y, al ser confundido con la divinidad misma, se convirtieron en la base de las purificaciones de la Iglesia. La Iglesia alentó de tal forma la persecución de los gatos que su quema en las hogueras de la noche de San Juan llegó a convertirse en un espectáculo. El aniquilamiento de los gatos fue de tal magnitud que cuando la peste negra azotó Europa en el siglo XIV, causando más de veinticinco millones de muertos, apenas quedaban ejemplares para luchar contra las ratas, principales propagadores de la enfermedad. Así que por eliminar una peste que solo existía en nuestros prejuicios ¡nos adjudicamos una peste real! Afortunadamente, la necesidad de su existencia se reivindicó a partir del siglo XVII justamente debido a su habilidad para la caza de ratas.
Prejuicios como este siguen teniendo hoy en día bastante poder. Se cree habitualmente que los tiburones son animales enormes, feroces y crueles que adoran la carne humana, cuando, muy por el contrario, suelen atrapar presas bastante más pequeñas que ellos, y la carne humana les atrae muy poco por la gran cantidad de huesos (frente a las focas, por ejemplo, no tenemos suficiente carne ni grasa). Por el contrario, los tiburones desempeñan un papel crucial en los océanos al alimentarse de animales heridos o enfermos. A pesar de esto hemos dado a los tiburones la mala reputación de asesinos feroces y sanguinarios, y esta sigue siendo la idea que tiene mucha gente sobre ellos (además la expresión de su rostro puntiagudo y el hecho de mostrar los dientes es señal de agresión para nosotros y nos atemoriza bastante). Si bien es cierto que muchos tiburones son capaces de matar a una persona, los humanos sólo nos convertimos en objeto de ataque por casualidad, al ser confundidos los bañistas o los submarinistas con presas. En caso de darse cuenta de que se trata de un ser humano, lo que intentan hacer generalmente es huir. Esta mala fama ha dado como resultado que en el mundo se maten cada año unos 100 millones de tiburones, y que hasta un 80% de sus especies estén en peligro de extinción. Este trato resulta bastante injusto cuando, en contraste, sólo tenemos una media de doce ataques mortales a personas por año, ¡menos que el número de personas que mueren a causa de mordeduras de perro, picaduras de avispas, abejas, rayos o resbalones en la bañera! Es decir, las abejas, nuestras grandes amigas que tienen a la simpática Maya como representante, matan más gente por sus picaduras que las que matan los odiados y temidos tiburones. Sorprendentemente, en un hospital de U.S.A. se concluyó que el animal que mas urgencias causaba por mordidas era ¡otro ser humano!
Así que, ¡cuidado con las apariencias!, siga sonriendo si quiere al delfín, total, eso no tiene ninguna consecuencia grave, pero no olvide que eso no quiere decir que éste realmente le esté devolviendo la sonrisa, cuidado con las abejas y con acariciar sin tomar precauciones al dulce oso panda y más que no bañarse en el mar por miedo a los tiburones, ¡piénselo dos veces antes de ducharse en una bañera!
El manzano nunca pregunta al haya cómo ha de crecer; ni el león al caballo cómo ha de atrapar su presa. (W. Blake)

