12-17-2007, 07:45 AM
[color=#dfdfdf][size=]Dos espadas[/size]
Musashi conocía algunas de las canciones, pues de niño las había cantado y, provisto de una máscara, había participado en las danzas del santuario de Sanumo.
La espada que protege a la gente, la
gente de todas las tierras. Colguémosla
festivamente ante la deidad, colguémosla
festivamente ante la deidad.
La revelación le alcanzó como un rayo. Musashi había estado mirando las manos de uno de los tambores, que blandían dos palillos cortos, en forma de porra. Aspiró hondo y exclamó en voz alta, casi gritando: «¡Eso es! ¡Dos espadas!».
Sobresaltado por la voz, Iori desvió la vista del escenario el tiempo suficiente para mirar abajo y decir:
Ah, estás ahí.
Musashi ni siquiera alzó los ojos. Miraba adelante, no sumido en una embelesada ensoñación como los demás, sino con una mirada tan penetrante que habría asustado a cualquiera que la viese.
Dos espadas repitió. Es el mismo principio. Dos palillos de tambor, pero un solo sonido. Se cruzó de brazos y escrutó cada movimiento del tambor.
Desde cierto punto de vista, aquello era la quintaesencia de la sencillez. El ser humano nace con dos manos; ¿por qué no usarlas ambas? Pero los espadachines luchaban con una sola espada y, a menudo, con una sola mano. Esto tenía sentido siempre que todo el mundo siguiera la misma práctica, pero si uno de los combatientes empleara dos espadas a la vez, ¿qué posibilidades de vencer tendría un adversario que usara una sola?
Cuando se enfrentó a la Escuela Yoshioka en Ichijóji, Musashi descubrió el juego que daban la espada larga en la mano derecha y la corta en la izquierda. Blandió ambas armas instintivamente, de una manera inconsciente, cada brazo aplicado al máximo a la función protectora. En una lucha a vida o muerte, había reaccionado de una manera heterodoxa. Ahora, de súbito, la base lógica le parecía natural, si no inevitable.
Si dos ejércitos se enfrentaran en una batalla* bajo las reglas del Arte de la Guerra sería impensable que cualquiera de ellos utilizara un solo flanco mientras permitía al otro permanecer ocioso. ¿No encerraba esto un principio cuya ignorancia no podía permitirse el espadachín individual? Desde el encuentro de Ichijóji, a Musashi le había parecido que el uso de ambas manos y de las dos espadas era el sistema normal y humano.
Solamente la costumbre, seguida incondicionalmente durante siglos, era la causante de que pareciera anormal. Tenía la sensación de haber llegado a una verdad innegable: la costumbre había hecho que lo antinatural pareciera natural y viceversa.
Si bien la costumbre estaba alimentada por la experiencia cotidiana, hallarse en el límite entre la vida y la muerte era algo que sólo ocurría en contadas ocasiones a lo largo de la vida. Sin embargo, el objetivo final del Camino de la Espada era el de ser capaz de permanecer al borde de la muerte en cualquier momento: enfrentarse a la muerte de frente, impávidamente, debería ser algo tan familiar como todas las demás experiencias cotidianas. Y el proceso tenía que ser consciente, aunque el movimiento debería ser tan libre como si fuese puramente reflejo.
El estilo de esgrima con dos espadas debía tener esa naturaleza: consciente pero, al mismo tiempo, tan automático como un reflejo, completamente libre de las restricciones inherentes a la acción consciente. Durante cierto tiempo, Musashi había tratado de unir en un principio válido lo que sabía instintivamente con lo que había aprendido por medios intelectuales.
Ahora estaba cercano a su formulación verbal, y ello le haría famoso en todo el país y a través de las generaciones venideras.
Dos palillos de tambor, un solo sonido. El tambor era consciente de la izquierda y la derecha, la derecha y la izquierda, pero al mismo tiempo inconsciente de ellas. Allí, ante sus ojos, estaba la esfera budista de la interpretación libre. Musashi se sentía iluminado, realizado.
Bibliografía: Yoshikawa, Eiji; - Musashi 5 - El camino de la vida y de la muerte , pag. 55-57
lux

