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La Llamada de lo Salvaje
#7

...Los recuerdos de las tierras soleadas eran difusos y distantes y no le influían. Mucho más poderosa era la memoria hereditaria, que teñía de aparente familiaridad cosas nunca vistas antes; los instintos (que no eran sino los recuerdos de sus antepasados convertidos en hábito) debilitados por el paso de los años que despertaban y revivían en él.


A veces, en su ensoñación, tumbado y pestañeando, tenía la impresión de que las llamas eran de otro fuego y de que junto a él veía a un individuo distinto del cocinero mestizo que tenía delante. Este otro hombre tenía las piernas más cortas y los brazos más largos, músculos fibrosos y nudosos en lugar de redondeados y prominentes. El cabello de este hombre era largo y enmarañado y, bajo él, su cráneo retrocedía hacia atrás a partir de los ojos. Emitía unos sonidos extraños y parecía tenerle pavor a la oscuridad, que escudriñaba continuamente aferrando en la mano, suspendida a medio camino entre la rodilla y el pie, un garrote con una pesada piedra en el extremo. Estaba casi desnudo, y una andrajosa piel chamuscada le colgaba de la espalda, pero un vello espeso le cubría el cuerpo. En algunas zonas, como el pecho y los hombros, y por la parte exterior de los brazos y los muslos, el vello estaba tan apelmazado que más parecía una piel gruesa. No tenía el tronco erguido, sino que desde las caderas se inclinaba hacia adelante sobre unas piernas que se doblaban por las rodillas. Había en aquel cuerpo una agilidad, o elasticidad, casi felina, y tenía la actitud alerta de quien vive en constante temor y sobresalto por lo que ve y lo que no ve.


Otras veces, aquel hombre velludo se quedaba en cuclillas junto al fuego con la cabeza entre las piernas y se dormía con los codos apoyados en las rodillas y las manos entrelazadas sobre la cabeza, como si quisiera protegerse de la lluvia con los brazos velludos. Y al otro lado de aquel fuego, en la oscuridad circundante, veía Buck ascuas relucientes, por pares, siempre de dos en dos, en las que reconocía los ojos de grandes fieras carniceras. Y oía el ruido de sus cuerpos al desplazarse por la maleza y los sonidos que emitían en la noche. Y allí, soñando a orillas del Yukón, parpadeando ante el fuego con ojos adormilados, aquellos sonidos y visiones de otro mundo le erizaban el pelo del lomo y del cuello...

Por el Honor, por el Deber, por la Humanidad y por la Ley.
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La Llamada de lo Salvaje - por Vaelia - 10-19-2007, 05:08 AM
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