10-12-2006, 11:40 PM
Fuente: "Criaturas de la Noche", VV.AA. Ed. Folio, Barcelona, 2002 p.60
II. Cuentos Húngaros
Los devoradores de almas eran demasiado fuertes y sus poderes crecían cuando conseguían que sus víctimas obedecieran sus órdenes. Como es natural, nadie se sometía intencionadamente, aunque (...) la puerta de la oscuridad solía dejarse abierta inadvertidamente en más de una ocasión.
La clave residía en el mayor o menor grado de aflicción que sufrían las víctimas. Los desconsolados hombres y mujeres que lloraban en demasía y apelaban repetidamente a sus seres queridos eran quienes tenían más probabilidades de obtener una respuesta que les situara en una situación de máximo riesgo. (...)
Eso fue precisamente lo que acaeció en Hungría, donde la reiterada evocación de la muerte inspiró a los demonios-amantes. La mayoría de los cuentos eran casi idénticos. Una viuda se lamentaba amargamente por la pérdida de su esposo y deseaba poder estar con él aunque sólo fuera durante una hora. Aquella misma noche, una fulgurante estrella con una larga cola de fuego describía un arco en la oscuridad de la bóveda celeste y un hombre se aparecía a la afligida mujer: la viva imagen de su difunto marido.
Pero en realidad no lo era, sino que sólo se le asemejaba físicamente. Se trataba de un cadáver poseído por un espíritu demoníaco. Durante las noches siguientes, se citaban en secreto y , a pesar de los placeres nocturnos que ello le reportaba a la desdichada viuda, iba marchitándose poco a poco, palideciendo y debilitándose hasta que, al final, si no conseguía descubrir la verdad acerca del extraño visitante, exhalaba su último aliento y moraba eternamente en el reino de las tinieblas. Su verdugo era un lidérc , es decir un espíritu que se alimentaba de su amor y su dolor, y sólo podía eludir su fatídico destino si era capaz de (...) detectar una anomalía anatómica muy característica (...).
II. Cuentos Húngaros
Los devoradores de almas eran demasiado fuertes y sus poderes crecían cuando conseguían que sus víctimas obedecieran sus órdenes. Como es natural, nadie se sometía intencionadamente, aunque (...) la puerta de la oscuridad solía dejarse abierta inadvertidamente en más de una ocasión.
La clave residía en el mayor o menor grado de aflicción que sufrían las víctimas. Los desconsolados hombres y mujeres que lloraban en demasía y apelaban repetidamente a sus seres queridos eran quienes tenían más probabilidades de obtener una respuesta que les situara en una situación de máximo riesgo. (...)
Eso fue precisamente lo que acaeció en Hungría, donde la reiterada evocación de la muerte inspiró a los demonios-amantes. La mayoría de los cuentos eran casi idénticos. Una viuda se lamentaba amargamente por la pérdida de su esposo y deseaba poder estar con él aunque sólo fuera durante una hora. Aquella misma noche, una fulgurante estrella con una larga cola de fuego describía un arco en la oscuridad de la bóveda celeste y un hombre se aparecía a la afligida mujer: la viva imagen de su difunto marido.
Pero en realidad no lo era, sino que sólo se le asemejaba físicamente. Se trataba de un cadáver poseído por un espíritu demoníaco. Durante las noches siguientes, se citaban en secreto y , a pesar de los placeres nocturnos que ello le reportaba a la desdichada viuda, iba marchitándose poco a poco, palideciendo y debilitándose hasta que, al final, si no conseguía descubrir la verdad acerca del extraño visitante, exhalaba su último aliento y moraba eternamente en el reino de las tinieblas. Su verdugo era un lidérc , es decir un espíritu que se alimentaba de su amor y su dolor, y sólo podía eludir su fatídico destino si era capaz de (...) detectar una anomalía anatómica muy característica (...).
El manzano nunca pregunta al haya cómo ha de crecer; ni el león al caballo cómo ha de atrapar su presa. (W. Blake)

