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los 4 elementos en el Cosmos y en el hombre
#1

De: BrinanSaiwala  (Mensaje original) Enviado: 23/02/2005 11:11

      LOs cuatro elementos en el Cosmos y en el hombre


    POR Delia Steinberg Guzmán 
      Recurriendo a una definición de Platón, los elementos son aquellas cosas
      que componen y descomponen los cuerpos complejos; es decir, los elementos
      serían substancias simples, primordiales, que configurarían -según las
      antiguas tradiciones de todas las civilizaciones esotéricas- tanto el
      Cosmos como el mismo hombre.
      Dicho básicamente qué son estos elementos, queremos aclarar por qué
      hablamos de cuatro. Este número, al igual que el siete, reviste gran
      importancia en todas aquellas enseñanzas que han tratado de explicar el
      mundo y los seres vivos. El 4 no es un número elegido al azar; el número 4
      está imbricado en el Cosmos.
      Tradicionalmente, en distintas lenguas y con distintas expresiones,
      siempre se han conocido cuatro elementos básicos constitutivos del
      Universo, del Macrocosmos y (por consiguiente, del hombre) del
      Microcosmos.
      Estos cuatro elementos son el Fuego, el Aire, el Agua y la Tierra. Si bien
      empleamos estas denominaciones que nos son muy familiares y conocidas,
      estos elementos no se refieren exactamente a lo que llamamos fuego, aire,
      agua y tierra, aunque también los engloban.
      Muchas veces la palabra Cosmos nos lleva a pensar en algo enorme, un
      infinito difícil de calcular, de comprender; tanto es así que, como se nos
      escapa, preferimos no pensar en él, y todas las explicaciones que se nos
      dan nos parecen fantásticas, ilógicas, producto más de la imaginación que
      de otra cosa. Precisamente ahí está el secreto del Cosmos: para los
      antiguos, no es nada más que un tercer paso en un complejo proceso que
      solían simbolizar con un triángulo. El primer aspecto de este proceso es
      el Caos; no el caos como desorden, sino como infinito, como todo lo que
      está en potencia para manifestarse algún día. A este Caos infinito le
      sucede la Inteligencia; este segundo paso es la suma de esquemas, de
      conformaciones, de ideas, que permiten adecuar el Caos primero,
      organizarlo, esquematizarlo. Y, por fin, nos encontramos con el tercer
      paso del proceso: el Cosmos que ha nacido, que se ha gestado aparte de
      estos dos elementos primeros: con el Caos que es todo el infinito, con el
      Teos que le ha dado forma y le ha puesto orden.
      Este Cosmos comienza a desenvolverse, a materializarse (empleando palabras
      que las antiguas enseñanzas refieren sobre estos temas); es decir, que se
      concreta poco a poco, a través de siete pasos, procesos o elementos.
      Que de estos elementos sean cuatro conocidos para nosotros, uno apenas, y
      dos un misterio, nos obliga a referirnos por lo menos a aquellos que
      conocemos. El inferior, el más material y concreto, es el elemento Tierra;
      y, aumentando la sutileza, seguiría el elemento Agua; un poco más sutil el
      Aire, y más sutil todavía el Fuego; finalmente, habría un quinto elemento,
      que se ha dado en llamar Eter, cuyas características son indefinibles aún.
      La Tierra se relaciona con la materia concreta, con aquello que está
      expresado en dimensiones, que puede pesarse, medirse, trasladarse. Esta
      tierra es justamente lo concreto, aquello que pesa, no sólo en el Cosmos
      asumiendo forma de planeta, de estrellas, sino que pesa también en
      nosotros asumiendo forma de cuerpo.
      El Agua simbólicamente es la vida que recorre la materia; es la energía
      que baña la materia; es esa fuerza que hace que la materia pueda entrar en
      acción y que no sea simplemente materia inerte; es aquello que nos permite
      caminar, hablar, que hace que tengamos temperatura, que podamos decirnos
      vivos y hace que estén vivas todas las cosas que en el Cosmos se mueven,
      cumpliendo leyes inexorables y matemáticamente perfectas. El Agua es,
      pues, vitalidad; el Agua es la «sangre» de la Tierra, lo más vital, lo más
      fuerte.
      EL Aire es la psiquis; es el conjunto de emociones y de sentimientos; es
      aquello que nos inclina hacia las cosas, a favor o en contra de ellas: lo
      que nos mueve en el plano del sentimiento. Esto es el Aire: la expresión
      de lo que se siente, el mundo de la emoción.
      El Fuego es el mundo del pensamiento; de la idea; de la gestación en un
      plano tan abstracto que sólo puede captarse por otra entidad tan abstracta
      como es en nosotros la mente, como es en el Cosmos el Fuego.
      Decimos elementos cósmicos y hablamos de elementos humanos: lo que en el
      Cosmos se traduce como substancias primeras, elementos, se va plasmando de
      una forma inconcebible para nosotros, hasta llegar a esta materia que
      conocemos y al hombre, como Fuego, Aire, Agua y Tierra; el Fuego como
      mente, el Aire como sentimiento, el Agua como vitalidad, la Tierra como
      cuerpo.
      Es así como el Macrocosmos imprime el Microcosmos que es el hombre y le da
      exactamente su misma consistencia, su misma configuración y sus mismas
      características en pequeño; y permite que el hombre pueda estar
      relacionado con el Cosmos, pueda intentar llegar a sus misterios y, es
      más, se sienta atraído por esos misterios: porque en la naturaleza del
      hombre está la naturaleza del Cosmos, porque lo que es cuerpo para el
      hombre es cuerpo para el Universo, lo que es vitalidad para el hombre
      también lo es para el Cosmos, lo que es su sentimiento lo es en lo grande
      y lo que es mentalidad es Fuego para todos los Universos que hoy intuimos
      y que pretendemos descubrir.
      Siempre hubo algo más profundo, algo más allá, no sólo en cuanto a los
      elementos tal y como nos los ofrece la Naturaleza, sino al propio misterio
      del hombre que encierra en sí los cuatro elementos, y aún referido a
      misterios mucho más antiguos que vienen desde mucho más lejos, que
      refieren que, así como hoy estamos presentes como hombres, alguna vez
      hemos pasado por el estado de mineral, como si fuésemos tan sólo elemento
      Tierra; alguna vez hemos pasado, en ciclos y ciclos de evolución, por
      estados vegetales como si fuésemos elemento Agua; alguna vez hemos pasado
      por estadios de evolución animal en coincidencia con el elemento Aire; y
      hemos llegado, por fin, al estadio de evolución humano, ahora sí,
      refiriéndonos al elemento Fuego que indica la aparición de la mente, la
      aparición del pensamiento.
      Así pues, cuando los antiguos se referían a sus dioses de los elementos,
      cuando adoraban al Fuego, al Aire, al Agua, a la Tierra, no lo hacían tan
      sólo a esta representación física que tenemos en la tierra, sino que
      intuían aquello que estaba más allá: intuían la esencia escondida detrás
      de la presencia de los elementos.
      Para la Antigüedad fue siempre algo indiscutible el hecho de que los
      planetas, las estrellas, no eran entidades muertas o girando al azar en el
      espacio, sino que eran cuerpos vivos sujetos a leyes y a evolución,
      cuerpos que encerraban espíritus de la misma manera que el hombre lo hace,
      por esta continua relación entre el Macrocosmos y el Microcosmos.
      De allí que se insistiese en la comprensión por parte del hombre de su
      propia entidad espiritual para poder luego reconocer otras entidades
      espirituales que animan la Naturaleza. Por ello se hablaba de dioses de
      los elementos y, mucho más todavía, se reconocía que estos cuatro
      elementos principales se dividían muchas veces más: siete a la séptima
      cada uno de ellos. Surgiendo así infinidad de sub-elementos, regidos por
      aquello que los antiguos han dado en llamar «elementales», palabra que
      muchas veces no entendemos, pero que significa tan sólo estas entidades
      que rigen los pequeños elementos, los sub-elementos, las divisiones de los
      elementos. Cuando hablamos del fuego, agua, aire y tierra que conocemos a
      diario, no hacemos más que hablar que subdivisiones del elemento Tierra.
      El Fuego es el elemento que ha motivado los símbolos más destacados de
      todas las religiones, no sólo a nivel de deidades o entidades que
      representan Fuego, sino aún a nivel de construcción de templos.
      Por ejemplo, las pirámides: todas las construcciones que revisten la
      típica configuración de un cuadrado asentado en la tierra, de los
      triángulos que se elevan como llamas, y que coinciden en un punto final,
      son templos dedicados al Fuego. La misma palabra «pirámide» que
      utilizamos, encierra en su raíz pir el concepto Fuego. Es el templo
      elevado hacia aquello que, estando en la parte más alta, sin embargo
      contiene a todo lo demás, y a lo que siempre se le ha dado -simbólicamente
      hablando- más importancia que a todo lo demás.
      Es de remarcar cómo en todas las civilizaciones, los dioses que se
      referían al Fuego han asumido vital importancia. Es más: hay que entender
      que no se trata tan sólo de un fuego físico.
      Los alquimistas nos hablan de los cuatro elementos en relación: el Fuego
      con el Oro, el Aire con la Plata, el Agua con el Mercurio y la Tierra con
      el Plomo. Y sumamente interesante es asimismo la unión que hacen de estos
      cuatro elementos cósmicos con cuatro elementos o cuatro cualidades
      psicológicas encerradas en el ser humano: el Fuego relacionado con el
      Saber, el Aire con el Osar, el Agua con el Querer y la Tierra con el
      Callar. Veamos brevemente qué es lo que nos quieren decir los alquimistas.
      Si el Fuego es mente, posibilidad de pensamiento, de trabajo con las
      ideas, de captación, el Fuego indudablemente supone Sabiduría. Así, Fuego
      es Saber y Saber es la culminación del Hombre.
      Aire es igual a Osar. Es esa capacidad de coraje con la cual hemos de
      ayudar al conocimiento; es algo más que fuerza, es impulso, es fe. Osar,
      precisamente, es no conocer el miedo, es lanzarse porque hay que llegar a
      la Sabiduría.
      El Agua es Querer; es decir, para poder ser valiente y sabio, primero hay
      que querer verdaderamente. No es tan simple como pueda parecer: estamos
      acostumbrados a decir: «quiero irme de vacaciones», «quiero ver una
      película», el querer se ha transformado en una palabra de poco contenido,
      por consiguiente, refleja poca voluntad de realización. Pero este querer
      es mucho más hondo, viene desde la raíz íntima del hombre. Y este querer
      se dirige hacia los destinos últimos del hombre.
      Y el elemento Tierra equivale a Callar. El primer paso del camino es el
      silencio. Es lo que tanto nos llama la atención sobre todas las
      civilizaciones antiguas para las que los grandes conocimientos estaban
      encerrados dentro del conjunto del Esoterismo. ¿Por qué esotérico? ¿Por
      qué cerrado? ¿Por qué guardado? Porque, si no se calla, es muy difícil
      querer; si no hay silencio, es muy difícil osar, es muy difícil saber.
      Quienes fueron profundos conocedores del alma humana -por ejemplo,
      Pitágoras-, hacían que sus discípulos permaneciesen cinco años de
      silencio: es el citado grado acusmático de la escuela pitagórica. ¿Era ese
      silencio una tortura? Ese silencio era el instrumento indispensable para
      que el discípulo aprendiese algo fundamental: a escuchar; no sólo a
      escuchar afuera; a escucharse, estar tranquilo, a apagar el torbellino
      interno que siempre quiere más sin saber muy bien ni lo que quiere.
      Hoy cuando intentamos aprender algo, primero actúa la crítica, después el
      conocimiento; primero «por qué» y «cómo me lo van a demostrar», «cómo es
      esto y cómo es lo otro». Hay tanta palabrería interior que es casi
      imposible llegar a nada concreto. De ahí que todas las escuelas antiguas
      conociesen el maravilloso secreto del silencio, de aprender primero y
      después todo lo demás.
      Este es el silencio con el que se envolvían las enseñanzas profundas, no
      para esconderlas, simplemente para guardarlas y protegerlas de quienes, no
      entendiéndolas, ni sabiéndolas aplicar, hiciesen de ellas un uso malo y
      pernicioso.
      Muchos quieren y queremos -¿por qué no?- trabajar con estas enseñanzas,
      aún sin estar seguros. El peligro no está en nuestra curiosidad; el
      peligro está en que, estando estas cosas sometidas a leyes o procesos
      naturales, al no saber, cometamos graves errores, grandes daños para
      nosotros o para los demás. De ahí que el silencio haya sido tan sólo un
      método de resguardo, de protección; no por maldad; al contrario, por
      enorme compasión.
      Por eso el Esoterismo, el cierre con que se guardaban los conocimientos; y
      de ahí el que muchas veces, como nos pasa hoy mismo, notemos que son pocas
      las palabras, pocas las expresiones para poder referirnos a estos temas
      que no estamos acostumbrados a tratar, temas que, al no ser de manejo
      diario, parece como si se nos escapasen de la mano.
      Mas los antiguos, hábiles esoteristas, nos dejaron una llave, una manera
      de abrir su puerta cerrada, de penetrar en su silencio: los símbolos.
      Estos símbolos constituyen un lenguaje universal al cual todos los hombres
      tienen acceso, hablen el idioma que hablen.
      Cuando queremos guardar o cercar algo, nuestros símbolos de expresión son
      mínimos, son sencillos, los comprendemos. Pero la Naturaleza encierra
      también grandes símbolos; los conocimientos están normalmente encerrados
      detrás de grandes símbolos. Y los cuatro elementos guardan grandes claves
      de interpretación que pueden aplicarse, tanto al Cosmos como al hombre,
      tanto a lo grande como a lo pequeño.
   
A mi me ha parecido un articulillo interesante,si no lo es,disculpad por poner un pestiño.Buena Luna a todos y todas y que tengais un buen esbat.

Fearr Nion Gealach,fearr sogil




De: Áuryn- Enviado: 23/02/2005 13:12
Un texto interesante... de hecho, estaba buscando cosas de este estilo, para ver las diferentes visiones que han habido de los elementos, porque he estado meditando sobre ellos y he descubierto que la concepción que yo tengo de los elementos, en algunas cosas sí, pero no siempre se corresponde con la que se suele conocer.

Ã?sta me ha resultado curiosa por las asociaciones que hace:

el Fuego como
      mente, el Aire como sentimiento, el Agua como vitalidad, la Tierra como
      cuerpo.


No es lo habitual, pero también tiene sentido. Eso es lo que me interesa, es decir, diferentes perspectivas de los elementos y de las relaciones entre ellos.

Como siempre, gracias por compartir con nosotros estos textos... ya ni siquiera tengo que pedírtelos, ¡me los pones antes!




De: BrinanSaiwala Enviado: 24/02/2005 13:39
.Je je,pues si,parece que compartimos los mismos intereses.Pero yo encantada de que te guste, ya sabeis que me gusta compartir lo que considero interesante.
!Y FELIZ ESBAT A TODOS/AS!

Fearr Nion Gealach,fear sogil




De: RebeccahWoolcot Enviado: 24/02/2005 16:49
Hay una cancioncilla por ahi que dice:

Tierra es mi Cuerpo
Agua, mi Sangre
Aire es mi aliento
y
Fuego mi Espíritu.

Cada cual con sus interpretaciones, eh?

Besos

Reb


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