Salir de una secta

La desprogramación
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De la misma manera que no se entra en una secta de carácter coercitivo, tampoco se sale de ella. Los que abandonan tienen que romper precisamente con la programación. Librarse de esas ideas exige un tiempo. Hay que conocer el grado de fanatismo que se ha padecido, reconocerlo en uno mismo y recuperar su personalidad original. De lo que se sale no es de la secta, sino de un estado mental o psicológico que aquella indujo.

Generalmente hace falta un apoyo exterior para poder sacar al adepto de la mentalidad que ha adquirido. En ocasiones este proceso lo vive uno por sí mismo. La programación se puede desactivar cuando observan ciertos abusos que no encajan con el programa que ha sido inculcado. Suele ocurrir con antiguos miembros que no han actualizado los ajustes del lavado de cerebro. Observan que cuando quieren explicar su punto de vista otros compañeros no le entienden, porque a estos se les ha adiestrado en consonancia con los nuevos acontecimientos. Lo que ocurre en estas ocasiones es que, si se deja la secta pero se mantiene la programación, se crean escisiones o se hacen otros grupos de las mismas características, sólo que con otra interpretación de la doctrina madre.

Puede suceder que los comentarios hechos desde fuera, si se hacen con tacto, dejen huella y se recapacite sobre ellos. Sucede algo parecido a lo que son los virus informáticos. En el caso de las sectas estropean el programa del cerebro de un adepto. La desprogramación consiste en desactivar el fanatismo en un breve período de tiempo.

En cualquier caso supone un golpe emocional para el sectario. Se sufre mucho. Se siente tal desesperanza, tal vacío que se piensa en el suicidio como única salida. Plantearse la posibilidad de dejar una organización de fanáticos no es fácil, además de las presiones de los compañeros, muchas veces con chantajes afectivos, uno debe superar su dependencia a ser como le han hecho ser. Desde luego nada tiene que ver con apuntarse a un club de fútbol y dejarlo, o cambiar la cuenta corriente de un banco a otro, o dejar la militancia en un partido político.

En una secta no se cambia la opinión sino la personalidad. Se va a ella con alegría o con problemas pero se abandona con angustia o incertidumbre. El adepto debe reconstruirse como persona. Necesita un apoyo externo que le acoja. También necesita que alguien le entienda. Él mismo debe comprender lo que le ha ocurrido y superar el sentimiento de culpa.

Al salir del entorno de la organización ve que debe encontrarse con la realidad. Se requiere un período de adaptación. Al no funcionar el programa mental, porque se desactiva, se ve el mundo de otra manera. En el boletín n° 28 de IAS-Projuventud, Jan Carol Ross escribe unos versos, en el poema «Amanecer postsectario », que son significativos por cuanto retratan la sensación que se tiene al dejar una secta: «¿Dónde he estado? ¿En un sueño? ¿En un delirio?».

Lo básico para dejar una actitud fanática es dudar. Pensar por uno mismo sobre los contenidos que una creen- -136- cia ofrece. Precisamente es lo que la técnica de una secta hace que se evite. Por eso discutir con un adepto fortalece su empecinamiento y le afianza en seguir en sus trece. En un enfrentamiento se atrinchera. Dialogar y dudar junto a él le puede llevar a plantearse ciertas cuestiones y no seguir los criterios del líder a ciegas. Sucede que si desde fuera se actúa como la secta y no se siguen las expectativas que ésta crea, en cuanto que va a ser rechazado o incomprendido, el efecto de la programación no se afianza.

Cuando se participa de lleno en un secta cualquier criterio crítico se vive como debilidad. El adepto sufre cuando piensa sobre posibles errores o falsedades. Se siente culpable y se castiga. Alejarse de su ambiente sectario supone dejar lo que hasta entonces le ha dado la felicidad y la paz interior. Tampoco se sabe lo que se va a encontrar fuera después de haber estado desplazado mucho tiempo.

Aún estando convencido un exadepto de que donde ha militado es una secta destructiva, durante unos años, queda un resquicio de desasosiego. Hay recaídas en las que se necesita volver. Se da un sentimiento contradictorio de odiar a aquellos que han abusado de unas técnicas manipuladoras en su beneficio y por otra parte querer hablar con ellos, acudir a los que preparan con actos. Es cuando se percibe que se está enganchado a la doctrina. Tiene el «mono», ansias de seguir en la organización. Cortar con tal dependencia exige una decisión tajante. No sucede de repente. Se abre un proceso para poco a poco desmontar la programación.
Las sectas son una estafa.

Cuando un exadepto descubre cómo ha funcionado la secta, entiende que ha sido utilizado como mano de obra gratuita. Que sus actos han sido guiados y manejados sin darse cuenta. La sensación de haber sido un tonto y de haber hecho el ridículo se apodera de uno. Se vive como un secuestro mental, como una violación de la personalidad. Contra ello no se puede hacer nada porque no hay pruebas de que se le obligase a hacer lo que hizo.

Al pasar un tiempo desconectado de la secta, física y siquícamente, al antiguo miembro se pregunta, extrañado de sí mismo, «¿yo he realizado eso?». No se lo puede creer. Piensa «¿cómo es posible que me haya creído esos planteamientos?». Estas son expresiones comunes de personas que han salido de organizaciones destructivas de la personalidad. Cuando ha pasado mucho tiempo se recuerda de manera distinta aquella estancia a lo que se rememora de antes y de después de haber pasado por la secta.

El editorial del boletín n° 24 de AIS-Projuventud recoge unas declaraciones del coronel Moris, experto en el problema de las sectas destructivas: «El progreso de las ciencias, relacionado con la psique, ha permitido descubrir métodos muy eficaces para obtener la destrucción de la autonomía de las conciencias para esclavizar mejor al hombre». Entiende que a las acusaciones de lavado de cerebro «habría que añadir que se trata de una violación psíquica, pues se invade el inconsciente y se sustituye una ideología por otra diferente». Concluye afirmando que «manipulación, violencia y engaño permiten la esclavitud psicológica del individuo y su adhesión a una ideología que el adepto no ha escogido».

Las sectas son un fenómeno que si no se ha sufrido se suele interpretar mal. Se oye decir en ocasiones «él se lo ha buscado ». Puede que en parte así sea, pero el aspecto de estafa y abuso debe ser conocido y comprendido. Sobre todo si se quiere tomar en serio el tema y aplicar medidas que desactiven los efectos dañinos de las sectas y el fanatismo.

Recuperar el sentido de lo inmediato es lo primero que debe atender quien deja el mundo cerrado en el que se ha encontrado. También tomar la decisión de afrontar lo malo y lo bueno de las circunstancias. Por regla general los que han sufrido este problema se vuelven hipercríticos. Son luego muy observadores.

Cuando alguien deja la organización a la que ha entregado todo su ser siente un desgarro. Luego debe aprender a pensar por sí mismo y atreverse a tomar decisiones. Quien fue un adepto descubre que los que eran amigos íntimos no le dirigen la palabra. Aquellos que le atendieron altruistamente hablan mal de él y le insultan sin motivo, porque a ellos nada les ha hecho personalmente. Si tuviera una tienda y fueran a comprar a ella dejan de hacerlo sin mediar el más mínimo comentario. Se da cuenta que él ha hecho lo mismo con otros. Es entonces cuando se ve que todo fue una farsa, una representación cuyo guión es la doctrina. Descubre que a los miembros de la organización no se les valora ni trata como individuos ni por ellos mismos, sino en cuanto que son piezas de un engranaje que forma parte de la secta. Si se deja la secta es como si no existiera el antiguo compañero. La persona como tal no cuenta, sino que es valorada en cuanto a su función en la secta.

Como sujeto, el adepto no vale nada. Al dejar de serlo es cuando se percata de que todos tienen un parecido asombroso y que él tiene todavía ese tic sectario. Se percibe la programación como algo que se encuentra dentro de uno. Se siente miedo ante la amenaza psicológica que funciona en la soledad de uno, «¿y si fuera verdad?». Los antiguos amigos de la secta dejan de entenderle, de ser camaradas y se encargarán de recordarle su compromiso. De azuzar el miedo. Tratarán de hacer que sucumba para que al verse perdido sepa que no debió dejar nunca la organización.

La insistencia malévola de algunos miembros, ante el que se va, da a entender que se concibe al adepto como una inversión. Hay que tomar medidas porque el peligro es que pone en entredicho los fundamentos doctrinarios. No se puede consentir que alguien abandone, ya que supone un fallo de la verdad. Por eso se encargan de desacreditar al traidor que ha sido, vencido y poseído por el Mal. Se le llama para que recapacite y los que siguen siendo miembros le dejan muy claro que no descubra los secretos o de lo contrario propondrían pagar el karma o recibir el castigo de Dios.
Atención técnica.

Para muchos casos y cuando se requiere una atención técnica específica es preciso acudir a un especialista en psicología coercitiva aplicada por las sectas. En España se encuentra el centro AIS-Projuventud (Asesoramiento e Información sobre Sectas). Asesoran sobre como debe ser el trato familiar del adepto y las pautas que deben seguir para que acuda a la consulta, que no siempre es fácil. También hay colectivos de afectados que comunican sus experiencias y ayudan a familias que sufren el problema.

La desprogramación es una técnica de romper los clichés que se han impregnado en la mente del fanático. A veces ha sido de una manera muy fuerte, a modo de contra lavado de cerebro. Lo que en ocasiones exigió secuestrar al hijo para poderle tratar, debido a que por ser mayor de edad no puede ser obligado a ausentarse del grupo ni a recibir una terapia contra su voluntad. Sin embargo, ha dado buenos resultados. Tal práctica se ha abandonado hace tiempo por problemas legales cuando la eficacia no es la esperada y si el adepto vuelve a la secta ésta puede denunciar a la familia. También plantea problemas éticos, sobre todo porque podría abusarse de esta práctica y desviar su cometido.

Max Erlich comenta que en algunos condados de EEUU adoptan una fórmula legal que se empleó en pri- -140- mer lugar en Tucson y en el condado de Pima, Srizna. Se llama «Custodia temporal». Mediante una orden judicial, los padres pueden adquirir el derecho de la tutela del hijo mayor de edad durante treinta días para intentar la desprogramación.

En la actualidad el tratamiento consiste en una rehabilitación terapéutica que consiste en abrir la percepción y la conciencia del afectado para que vea lo que le ha sucedido. Se estudia su proceso e historia y se le ofrece información de varios aspectos:

a) Explicación de las técnicas de manipulación.

Cómo las aplica la secta o el grupo en el caso particular que se estudie.

c) Qué carencias tiene la personalidad del afectado y cómo superarlas por uno mismo.

d) Fortalecer la voluntad mediante ejercicios, para ser autónomo a la hora de tomar decisiones y dejar de ser vulnerable a las influencias externas.

e) Informar con documentos internos y testimonios de exadeptos sobre cuál es la realidad del grupo, la cara oculta que se desconoce y evitar así que se sepa sólo parcialmente lo que es. El índice de éxito es bastante positivo. Lo difícil es conseguir que el sectario vaya motu proprio.

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