Revuelta en ciernes

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19/07/09

La guerrilla mexicana prepara la vuelta a las armas para el 2010

• El Gobierno tiene detectados hasta 60 grupos armados, y muchos de ellos están coordinados
• «Tenemos capacidad militar para golpear al Estado», aseguran los portavoces guerrilleros

TONI CANO
MÉXICO

En 1810 fue la guerra de Independencia. En 1910 se desató la Revolución. ¿Qué va a ocurrir en México en el 2010? El Gobierno federal, los gobiernos estatales y el ayuntamiento de la capital, de distintos signos políticos, preparan magnas celebraciones del Bicentenario y el Centenario. Pero en medio de la crisis, la guerra contra el narcotráfico, el resurgir del dinosaurio PRI y otros desatinos políticos, el país no tiene mucho que celebrar. Y sí bastante que temer. Diversos grupos armados, guerrillas encaramadas en la Sierra Madre y algún grupo terrorista urbano tienen planes más violentos y afirman: «Nos vamos a levantar. En armas».
Varios dirigentes de organizaciones sociales que se reunieron recientemente con portavoces guerrilleros han confirmado a EL PERIÓDICO que «los armados están decididos» a alzarse; que intentaron «sin éxito» disuadirlos. Varios grupos se han jactado de la lucha armada en internet o la montaña; «ahora puede ser más serio», aseguran los expertos. El analista de movimientos armados Jorge Lofredo dice: «La guerrilla está otra vez activa. Hay riesgo de un estallido». Otros confirman vagamente: «El 2010 es el tiempo de la convergencia histórica, no se puede desaprovechar».
Mientras se desentierran los fusiles, algunas pintadas dispersas por la capital y distintos estados del país anuncian el resurgir de la revuelta en un México bronco. Por ejemplo, la de la foto: «Nos vemos en 2010», con dos pistolas y una efigie de Zapata que parece llorar. El último informe del Gobierno mexicano detecta hasta 60 grupos armados diseminados por el país. Buena parte de ellos se reúnen en una coordinadora desde años atrás. Y han decidido pasar a la acción. «Tenemos capacidad militar para golpear al Estado», aseguran.

‘MARCOS’ NO ESTÁ METIDO / Varias guerrillas iban a hacerlo en 1994. Pero el subcomandante Marcos adelantó el alzamiento zapatista a la noche del 1 de enero, porque el mayo anterior el Ejército se topó con el campamento en el que preparaban el asalto a seis ayuntamientos de Chiapas y en el combate murió el primer zapatista uniformado. Tenían que levantarse antes de lo previsto. El resto de los entonces 15 grupos armados de la coordinadora dijeron no estar preparados todavía y pospusieron su revuelta. Marcos, desde luego, no está metido en lo que ahora se cocina.
Pero otras guerrillas más violentas brotaron después, sobre todo en los estados de Guerrero y Oaxaca. Algunas están en alerta roja, otras permanecen larvadas y otras nuevas surgen de las autodefensas que crean campesinos y aldeas ante la permanente amenaza de autoridades, la coacción de los mafiosos y la brutalidad de la policía o el Ejército. El Ejército Popular Revolucionario (EPR) señala: «El Estado está propiciando una salida violenta y la autodefensa armada».
El EPR multiplicó armamento y tentáculos con el secuestro de varios empresarios y el banquero Alfredo Harp. Sus acciones se extendieron por una docena de regiones. Algunos expertos creen que su jefe, Tiburcio Cruz, trabajó durante un tiempo en conexión con ETA, incluso en el País Vasco. Hace dos años, desapareció su hermano; el EPR dinamitó oleoductos en varios estados y provocó una paralización industrial de pérdidas millonarias que convirtió a esa guerrilla en el mayor peligro para el país.
Pero el peligro viene ahora de sus sucesivas escisiones, de las que surgieron grupos que muestran gran actividad, como el Ejército Revolucionario del Pueblo Insurgente (ERPI) y los agrupados en la Coordinación Revolucionaria (CR), así como sectores que optaron por entrar en el juego y la guerra, esa ya en marcha, del narcotráfico. Hasta por Amnistía Internacional se sabe que el Ejército recorre las comunidades de la sierra de Guerrero en busca de guerrilleros: en varias, días atrás, los soldados «torturaron, amenazaron y hostigaron a los pobladores, incluidos mujeres y niños».

PERSISTENCIA / No lejos del turístico Acapulco, esta es la tierra del mítico Lucio Cabañas (1939-1974), que era maestro y tuvo que echarse al monte porque lo querían matar. Son pueblos selváticos, de nombres paradisiacos (de Hierbasanta a El Paraíso) y remembranzas guerrilleras. Aquí, como en otros lugares de esa ladera de la sierra que cae al Pacífico, en Guerrero y Oaxaca, nunca ha muerto la guerrilla. Solo ha cambiado de nombre, tiempo y protagonistas. Montaña arriba, la gente calla con mayor recelo, pero las pintadas rojas muestran vivas a distintas iniciales guerrilleras y a Lucio Cabañas.
Más al sur, en Oaxaca, varias aldeas de ignoradas regiones de la sierra a las que solo se llega tras horas de carretera, caminos de carro y finalmente a pie, como los Loxichas, sufren el estigma de que de ellas salieron los primeros milicianos del EPR. Docenas de hombres fueron detenidos, cien sufrieron larga condena, con sus mujeres acuclilladas frente al Palacio de Gobierno de Oaxaca, varios siguen la cárcel. Las ejecuciones se han renovado.
Pobre en recursos militares y dogmática en su bagaje ideológico, la lucha guerrillera siempre acabó en México con la muerte o la detención de sus dirigentes. Solo el subcomandante Marcos logró huir de esa tradición tras los 10 días de guerra que provocó en Chiapas el alzamiento de su Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). A lo largo del siglo pasado, caciques y federales, emboscadas y traiciones, lograron acabar con Emiliano Zapata y Rubén Jaramillo en el estado de Morelos, con Genaro Vázquez y Lucio Cabañas en el de Guerrero, así como con los guerrilleros surgidos de la sangrienta derrota estudiantil de 1968.

Mientras que las guerrillas permanecen agazapadas en las montañas, las calles de las ciudades de México, las carreteras, los puertos, las fronteras viven una realidad diaria de violencia exacerbada. La pobreza y la falta de trabajo, agudizadas bajo la crisis económica, provocan un aumento constante de la delincuencia, con asaltos y secuestros que ya no se dirigen solo contra los pudientes, sino que se han generalizado hasta llegar a pueblos y barrios humildes. Y hay una guerra que deja más de 20 muertos al día.
La guerra contra el narcotráfico desatada hace casi tres años por el presidente, Felipe Calderón, provoca que avisperos de sicarios se muevan por el país, se peleen por nuevas rutas y mercados, desaten auténticas batallas con armas de alto poder, y dejen un rastro de ametrallados, cocidos en ácido o cabezas cortadas. Esa guerra, con 30.000 soldados movilizados, no ha hecho más que empeorar la desprotección de las comunidades más aisladas; la impunidad que el fuero castrense brinda a los militares permite que soldados de pocas luces torturen, violen y maten en acto de servicio.
El marco político que adorna este panorama no resulta más prometedor. La caída del viejo Partido Revolucionario Institucional (PRI) en el año 2000 no fue seguida por una transición que reformara realmente el quehacer político, las instituciones y las leyes. Y el paso de un partido que lo controlaba todo a la diversificación democrática vino a traer un vacío de poder y un descontrol que la delincuencia, mucho mejor organizada, sí supo aprovechar para extender sus territorios y hacerse incluso con cargos políticos.

Desazón

Las elecciones legislativas y municipales que hace 15 días marcaron la mitad del sexenio mostraron la desazón del electorado. El PRI vuelve a ser mayoría en el Congreso y atenaza aún más a Calderón en la segunda mitad de su mandato. El ahora gobernante Partido Acción Nacional (PAN) ha mostrado debilidad e incapacidad, y el Partido de la Revolución Democrática se ha hundido en medio de la debacle interna.
La gente sigue viviendo en su particular anarquía, al margen del Gobierno de turno. En muchos barrios, igual que en aldeas perdidas, los vecinos suelen organizarse más o menos armados para patrullar las calles, proteger los colegios de día, y advertir de llegadas extrañas de noche. En muchos de estos lugares la policía ni siquiera entra. Y los mismos que se toman justicia por su mano ante supuestos secuestradores, por ejemplo, acaban siendo presas fáciles de mafias del narcotráfico. Otros pueblos con más tradición de lucha se autogestionan al margen de las autoridades.
El país está partido, no solo por las desigualdades. El norte, que en las polémicas elecciones presidenciales del 2006 se inclinó por Felipe Calderón, sufre las convulsiones de la guerra del narco. El sur, que votó por el izquierdista Andrés Manuel López Obrador –quien sigue recorriendo el país de punta a cabo reclamándose como presidente legítimo–, se debate aún por salir del subdesarrollo. La capital, pese a la delincuencia, es un oasis aparente, donde, como en las capitales norteñas, muchos negocios crecen para lavar dinero.

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